La grandeza impar de la Virgen María y nuestra grandeza Dra Deyanira Flores

VI. La grandeza impar de la Virgen María y nuestra grandeza

Dra Deyanira Flores

            Hay tres cosas que enseña la Tradición: la grandeza impar de la Virgen María, su cercanía a nosotros, y nuestro deber de imitarla. Por las gracias que recibió de Dios y la fidelidad con que correspondió a las mismas, la vida espiritual de la Virgen María no tiene parangón. Sin embargo, con igual fuerza se debe afirmar que lo que la hace única, es también lo que más la acerca a nosotrosy lo que nosotros mismos, por misterioso designio de Dios, estamos llamados a imitar, cada uno según su estado.

María es la Inmaculada. Su pureza impar es para bien nuestro, para que pudiera dar a luz al Santo de Dios, y la hace la criatura más cercana a nosotros, sus hermanos pecadores, pues arde en su Corazón un amor que se desborda en misericordia. Aunque nunca alcanzaremos su perfección, todos estamos llamados y podemos alcanzar una gran santidad con la ayuda de la gracia: los Santos nos lo demuestran.

María es la Virgen Madre de Dios. Como tal ha sido elevada por Dios por encima de todos los ángeles y hombres. Ella “ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto y a la vez el más próximo a nosotros” (86), porque precisamente por ser Madre del Verbo encarnado, se ha convertido en la Madre amantísima de toda la humanidad. A imitación de María, la Iglesia y cada uno de nosotros estamos llamados a ser madres espirituales de Cristo, concibiéndolo en nuestro corazón por la escucha de la Palabra y el Bautismo, y dándolo a luz en nosotros mismos y en los demás por las buenas obras. Asimismo, todos estamos llamados a la virginidad espiritual, que consiste en ser vírgenes de Cristo en la fe, la esperanza y la caridad (87).

María es la Colaboradora de Cristo en toda la Obra de la Redención. Por eso se preocupa tanto por mostrarnos el amor infinito de su Hijo y la gravedad del pecado, por llamarnos a la conversión, por alentarnos a seguir el camino recto, por ayudarnos a alcanzar la salvación. Todos nosotros también estamos llamados a cooperar en la salvación personal y del mayor número posible de hermanos nuestros.

María es la primera y más perfecta discípula de Cristo. Por eso es nuestra mejor maestra, señalándonos todo el tiempo el Camino que debemos tomar, la Verdad que debemos creer, la Vida que debemos abrazar, como fieles discípulos y misioneros de su Hijo Divino.

María es la primera evangelizada y la primera evangelizadora. Ella dio al mundo entero a Cristo mismo, y nos lo sigue dando cada día. Como ella y con ella, debemos llevar a Cristo a todos los rincones del orbe.

María fue asunta en cuerpo y alma al cielo, desde donde no cesa de “obtenernos los dones de la salvación eterna” y de “cuidar a los hermanos de su Hijo” hasta que lleguen a la patria del cielo (88), a gozar eternamente de la visión beatífica de la Santísima Trinidad. Su Asunción es garantía de esa glorificación corporal a la que todos estamos llamados cuando Cristo venga por segunda vez.

En síntesis, “María no tiene quien la iguale, pero sí puede y debe tener quien la imite en muchísimas formas” (89). Ella no es una criatura aparte del resto de la humanidad. Todo lo que Dios quiso que fuera e hiciera, todos estamos llamados a serlo y hacerlo también, aunque nunca en forma tan perfecta como Ella. ¡Incomparable es la grandeza de la Madre de Dios! ¡Admirable es la grandeza a la que Dios ha querido elevar a todo ser humano!

 

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