CARTA APOSTÓLICA MULIERIS DIGNITATEM, N. 10. (1988)
En nuestro tiempo la cuestión de los «derechos de la mujer» ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos de la persona humana. Iluminando este programa, declarado constantemente y recordado de diversos modos, el mensaje bíblico y evangélico custodia la verdad sobre la «unidad» de los «dos», es decir, sobre aquella dignidad y vocación que resultan de la diversidad específica y de la originalidad personal del hombre y de la mujer. Por tanto, también la justa oposición de la mujer frente a lo que expresan las palabras bíblicas «el te dominará» (Gén 3, 16) no puede de ninguna manera conducir a la «masculinización» de las mujeres. La mujer —en nombre de la liberación del «dominio» del hombre— no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia «originalidad» femenina. Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a «realizarse» y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial. Se trata de una riqueza enorme. En la descripción bíblica la exclamación del primer hombre, al ver la mujer que ha sido creada, es una exclamación de admiración y de encanto, que abarca toda la historia del hombre sobre la tierra.
CARTA A LAS FAMILIAS DE JUAN PABLO II (1994)
“6… El hombre es creado desde «el principio» como varón y mujer: la vida de la colectividad humana —tanto de las pequeñas comunidades como de la sociedad entera— lleva la señal de esta dualidad originaria. De ella derivan la «masculinidad» y la «femineidad» de cada individuo, y de ella cada comunidad asume su propia riqueza característica en el complemento recíproco de las personas. A esto parece referirse el fragmento del libro del Génesis: «Varón y mujer los creó» (Gn 1, 27). Ésta es también la primera afirmación de que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad: ambos son igualmente personas. Esta constitución suya, de la que deriva su dignidad específica, muestra desde «el principio» las características del bien común de la humanidad en todas sus dimensiones y ámbitos de vida. El hombre y la mujer aportan su propia contribución, gracias a la cual se encuentran, en la raíz misma de la convivencia humana, el carácter de comunión y de complementariedad.”
“19… La separación entre espíritu y cuerpo en el hombre ha tenido como consecuencia que se consolide la tendencia a tratar el cuerpo humano no según las categorías de su específica semejanza con Dios, sino según las de su semejanza con los demás cuerpos del mundo creado, utilizados por el hombre como instrumentos de su actividad para la producción de bienes de consumo. Pero todos pueden comprender inmediatamente cómo la aplicación de tales criterios al hom-bre conlleva enormes peligros…
En semejante perspectiva antropológica, la familia humana vive la experiencia de un nuevo maniqueísmo, en el cual el cuerpo y el espíritu son contrapuestos radicalmente entre sí: ni el cuerpo vive del espíritu, ni el espíritu vivifica el cuerpo. Así el hombre deja de vivir como persona y sujeto. No obstante las intenciones y declaraciones contrarias, se convierte exclusivamente en objeto. De este modo, por ejemplo, dicha civilización neomaniquea lleva a considerar la sexualidad humana más como terreno de manipulación y explotación, que como la realidad de aquel asombro originario que, en la mañana de la creación, movió a Adán a exclamar ante Eva: «Es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2, 23). Es el asombro que reflejan las palabras del Cantar de los cantares: «Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una mirada tuya» (Ct 4, 9). ¡Qué lejos están, ciertas concepciones modernas de comprender profundamente la masculinidad y la femineidad presentadas por la Revelación divina! Ésta nos lleva a descubrir en la sexualidad humana una riqueza de la persona, que encuentra su verdadera valoración en la familia y expresa también su vocación profunda en la virginidad y en el celibato por el reino de Dios.”
“HOMBRE Y MUJER LOS CREÓ: UNA TEOLOGÍA DEL CUERPO”
(No. 9:3) “El recuento de la creación del hombre en Génesis afirma desde los inicios y en forma directa que el hombre fue creado en la imagen de Dios también en cuanto macho y hembra… el hombre se hizo en la imagen de Dios no sólo a través de su propia humanidad, sino que también a través de la comunión de personas, que el hombre y la mujer forman desde el mismo inicio.” (No. 9:5) “La masculinidad y la femineidad expresan un doble aspecto de la constitución somática del hombre… e indican, adicionalmente… la nueva consciencia del significado del propio cuerpo. Este significado, podemos decir, consiste en el enriquecimiento recíproco.” (No. 10:1) “La femineidad se encuentra en ciertos sentidos antes que la masculinidad, mientras que la masculinidad se confirma a sí misma a través de la femineidad. Precisamente, la función del sexo [esto es, el ser hombre o mujer], que en algunos sentidos es ‘constitutivo de la persona’ (y no sólo un ‘atributo de la persona’), muestra cuan profundamente el hombre está constituido por el cuerpo como un ‘él’ o ‘ella’, con toda su solitud espiritual, y con la singularidad e irrepetibilidad propia de la persona.” (No. 14:4) “El cuerpo, que expresa femineidad ‘para’ la masculinidad y, del mismo modo, la masculinidad ‘para’ la femi-neidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de personas.”