1948 Nueva Helvecia Uruguay

La santidad de la vida diaria: Una gracia original del Santuario de Schoenstatt Tres símbolos del Espíritu Santo representan las tres gracias que la Sma. Virgen imploró a la Iglesia en el día de Pentecostés. Un lugar de peregrinación y de gracias de Alianza

 

La santidad de la vida diaria: Una gracia original del Santuario de Schoenstatt Tres símbolos del Espíritu Santo representan las tres gracias que la Sma. Virgen imploró a la Iglesia en el día de Pentecostés. Un lugar de peregrinación y de gracias de Alianza

 

 

Schoenstatt
Un lugar de peregrinación y de gracias
Prólogo
Este ciclo de conferencias fue dictado por el P. José Kentenich, fundador de
la obra de Schoenstatt, en 1948, en el Santuario de Nueva Helvecia, Uruguay.
Las mismas constituyen una unidad ya que precedieron a modo de triduo
preparatorio la alianza de amor que un grupo de peregrinos –feligreses de la
parroquia de Sma. Trinidad- selló con la Madre y Reina tres veces Admirable
de Schoenstatt.
Quien haya leído otros textos del P. Kentenich se asombrará de la simplicidad
del que aquí presentamos. Esto es muy comprensible: él le habla a peregrinos
y su objetivo es abrir el corazón y las mentes al obrar de Dios a través de
María. Y esto, en virtud de una mutua entrega –la alianza de amor- en la que
el alma se entrega a María, y en la que ella a su vez posibilita que la gracia de
Dios penetre el alma.
Probablemente, los peregrinos que lean estas páginas encontrarán a lo largo
de ellas respuestas a sus preguntas y necesidades. Probablemente sentirán
además el impulso de profundizar y clarificar algunas ideas de Schoenstatt
que aquí simplemente son nombradas de paso.
Los que leen asiduamente al P. Kentenich –a quienes les recomendamos la
lectura del texto en el idioma original- experimentarán una vez más, con
profundo gozo, la plenitud de amor filial a María que brota de estas páginas;
la profundidad con la que un hombre de Dios, penetrado él mismo de ese
amor, puede resumir en sencillas expresiones todo un mundo de ascética
mariana que es respuesta a las necesidades del hombre de hoy.
Por último, aclaramos que la presente traducción es un extracto de las
conferencias en su totalidad. En la práctica, no hemos omitido más que
algunos párrafos derivados de otros temas. Creíamos mejor obviarlos para dar
más lugar a la línea central del pensamiento que plantean las conferencias.
Al poner estas páginas en sus manos, el deseo de nuestra comunidad es que
tanto quienes llegan por primera vez a nuestros Santuarios como quienes ya
han sellado su alianza de amor con María, acrecienten su amor a ella y
obtengan de ese amor la fuerza para vivir con plenitud una auténtica vida
cristiana, tal como nos la previvió el hombre de Dios, Padre y Profeta, que
dictó estas conferencias.
Hermanas de María
En la fiesta de la Natividad de la Virgen
8 de septiembre de 1986
La santidad
Un regalo del Espíritu Santo
Ustedes conocerán el refrán: “Cuanto más cerca de Roma, tanto más tibio es
un cristiano”. A nosotros, que estamos lejos de Roma, no se nos puede aplicar
esta frase tal cual. Sin embargo, hay una similar que podría ser la exacta en
nuestro caso: “Cuanto más cerca de una iglesia, tanto menos fervoroso se
es”; cuanto más cerca de un Santuario, tanto menos santo…
Desde 1943 (1) tenemos aquí un Santuario consagrado a la Mater ter
Admirabilis. No sé si desde que lo tenemos la vida de cada uno, la de todos,
ha crecido en santidad o si por el contrario, vale para nosotros la expresión:
“cuanto más cerca de un Santuario, tanto más superficial se es”. Si fuese
verdaderamente así, entonces no mereceríamos tener este Santuario en
medio de nosotros.
La santidad de la vida diaria: Una gracia original del Santuario de
Schoenstatt
Existe una marcada diferencia entre otros lugares de gracias y el nuestro pues
en la mayoría de los Santuarios la Sma. Virgen se ha aparecido para regalar
con prodigalidad sus dones; en cambio donde se establece la Mater ter
Admirabilis reparte sus gracias en la medida en que recibe dones. Ella espera
de nosotros un serio esfuerzo por alcanzar la santidad, es decir, desea –y está
dispuesta a regalarnos la gracia para ello- que llevemos una vida
profundamente religiosa. Si al escuchar esto nuestra alma se intranquiliza,
probablemente sea porque poseemos un concepto equivocado de lo que
significa santidad. ¿No será que creemos que una vida santa es cosa solamente
de hermanas y de sacerdotes?
Somos santos cuando cumplimos fielmente con nuestro deber diario…
El Espíritu Santo, artífice de nuestra santificación
El Espíritu Santo se hizo presente en Pentecostés bajo determinados signos, lo
sabemos por las Sagradas Escrituras. El descendió con la fuerza de un viento
huracanado, en forma de lenguas y de llamas de fuego.
Estos tres símbolos representan las tres gracias que la Sma. Virgen imploró a
la Iglesia en el día de Pentecostés. Y estas mismas gracias las media hoy desde
nuestros Santuarios.
¿Qué significan los tres símbolos?
A) El viento huracanado:
Cuando el viento sopla sobre un árbol, caen las hojas marchitas. Lo mismo
sucede en la vida espiritual. Cuando la gracia penetra el alma todo lo
mediocre comienza a caer. Ese sacudimiento interior es una gracia que la
Sma. Virgen nos quiere implorar.
Con cuánta vergüenza solemos experimentar nuestra mediocridad y nuestras
debilidades. San Agustín expresaba esa realidad del alma con una imagen muy
gráfica: hacía la comparación con una persona a la cual le cuesta levantarse
por las mañanas. La persona intenta ponerse de pie, tiene muy buena
voluntad, pero no puede despegarse de su cama. San Pablo resume esta
misma lucha interior con las siguientes palabras: “hago el mal que no quiero y
no hago el bien que quiero”. Sí, llevamos tanta mediocridad dentro de
nosotros, ansiamos ser más religiosos, mejores en nuestro modo de obrar,
pero cuando tenemos la oportunidad de hacerlo, fracasamos. Quizá la esposa
tenga el anhelo de complacer en todo a su marido, de dejar de lado sus
caprichos, pero en el momento preciso, no lo logra.
Creo que desde esta perspectiva comprendemos muy bien la imagen de San
Agustín. ¡Cuántas veces quisiéramos levantarnos y no podemos! Sólo cuando el
Espíritu Santo irrumpe en nosotros con la fuerza del huracán, entonces sí
puede acabar con toda nuestra mediocridad.
B) Las llamas de fuego:
El segundo signo de la presencia del Espíritu en Pentecostés es el fuego. Hoy
arde demasiado fuego en el mundo. Es impresionante la cantidad de hornos y
la inmensidad de llamas que arrojan. Si recorriesen el mundo conmigo, verían
cuánto fuego –chispas del infierno- arde en los ojos de muchos hombres. Son
muy pocas las veces en que se ve brillar, en las miradas, el fuego del amor de
Dios. Es el Espíritu Santo quien nos regalará este brillo en la medida en que
unamos nuestra oración a la de María en su Santuario y lo deseemos con vivas
ansias.
Observen las propiedades del fuego: calienta, ilumina y sus llamas siempre
tienden a lo alto. El Espíritu Santo quiere encender en nosotros la claridad de
la luz de la fe pues solamente bajo esta luz podemos conocer y reconocer el
sentido de nuestra vida y adecuarlo a las enseñanzas de Jesús. La Sagrada
Escritura pone en labios del Señor frases como estas: “Yo he venido a traer
fuego a la tierra y cómo desearía que ya estuviera ardiendo…” (Lc. 12,49);
“El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue su cruz y me siga…”
(Mt. 16, 24).
A la luz de la fe comprendemos que nuestra vida cristiana es una vida de
sacrificios. Por ejemplo, bajo esta luz tanto el ideal de la virginidad como el
de la vida matrimonial cobran otro aspecto…
A menudo el hombre moderno cree que la virginidad consiste únicamente en
una renuncia. Por supuesto, esa es una idea muy equivocada. La virginidad
consiste en la entrega total y sin reservas al Señor. Una entrega en la que el
Espíritu Santo puede recrearse. ¡Qué bella es una generación casta! La Sma.
Virgen al renunciar a la plenitud de la vida matrimonial se convirtió en
modelo del estado virginal; de allí que nos regale gustosa desde su Santuario
las gracias necesarias para vivir con plenitud esta forma de entrega. El
hombre actual ha perdido el sentido de captación para este mundo, por eso la
Sma. Virgen quiere abrirnos a la luz en este aspecto.
¡Qué sería de la Iglesia y del mundo sin personas virginales de ambos sexos!
¡Cuánto han hecho los religiosos en el correr de los siglos! Es más, si no
existieran almas virginales, tampoco existirían matrimonios castos. El hombre
virginal es un ejemplo para el casado en cuanto al dominio sobre sus instintos,
de allí que los matrimonios castos deban la fuerza de su ordenamiento
instintivo a las almas virginales.
Pero la luz del Espíritu ilumina también la fidelidad del matrimonio
cristiano. “Lo que Dios ha unido no debe separarlo el hombre”. San Pablo nos
insinúa el misterio del matrimonio mostrándonos que es figura de la unión de
Cristo con su Iglesia. Así como la Iglesia sirve desprendidamente a Cristo, la
esposa sirve a su esposo. Así como Cristo guarda fidelidad a su Iglesia, el
esposo la debe guardar frente a su legítima esposa; así como Cristo derramó
su sangre por la Iglesia, el varón ha de dar todo por su familia sin buscar en
ella solamente la satisfacción de sus pasiones…
Del mismo modo que el fuego vivifica, el Espíritu Santo nos da la fuerza y la
gracia para comprender y vivir estas grandes verdades. Al decir esto, recuerdo
la frase de un escritor inglés: “en la única Sagrada Escritura en que el hombre
actual es capaz de leer es en la vida”. Y otro escritor dirá: “si los cristianos
viviesen como tales, yo creería en su Redentor”.
Son muchos los cristianos que van a la iglesia pero demasiado pocos los que
después se esfuerzan por vivir lo que han escuchado y rezado. Nuestra gran
tarea ha de consistir en llevar el cristianismo a la vida práctica. Tenemos que
demostrar por nuestro testimonio que Cristo está vivo. El mismo nos ha dicho:
“No son los que me digan ‘Señor, Señor’ los que entrarán en el Reino de los
Cielos, sino los que cumplan la voluntad de Dios…” (Mt. 7, 21).
¡Cuánta frialdad hay en el mundo de hoy! El hombre actual busca únicamente
la comodidad. En cambio, en donde hay cristianos debería estar en primer
lugar el amor. Por supuesto, esto sólo se puede dar como un regalo del
Espíritu Santo. Y ¿cuál es la condición para recibir este regalo? Unir nuestra
súplica a la de la Sma. Virgen en su Santuario de Schoenstatt. Ella, la Mater
ter Admirabilis, ha sellado una alianza de amor que quiere renovar. Una
alianza presupone siempre dos contrayentes. ¿Quiénes son en este caso? La
Virgen María y nosotros. Por esta alianza, María asume el compromiso de
encender en nosotros un amor santo, capaz de vencer nuestra mediocridad;
se compromete también a iluminar nuestro entendimiento de modo que
seamos capaces de formarnos un concepto claro de la vida, a que tengamos la
fuerza de vivir según él y a que seamos por eso mismo un ejemplo luminoso
para quienes nos rodean.
Otra característica del fuego: la llama siempre tiende hacia arriba. Nosotros
por nuestra parte hemos de comprometernos a acudir al Santuario para
confiarle a la Sma. Virgen nuestras necesidades; aceptamos también el deber
de luchar por la pureza, por un concepto de la vida orientado en lo natural y
en lo sobrenatural y por ser testigos de la Iglesia por nuestro buen ejemplo.
C) El don de lenguas
En el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió en forma de lenguas de
fuego. Antes de su venida, los apóstoles eran hombres temerosos que apenas
se podían expresar. Después de la irrupción del Espíritu en sus vidas, dieron
testimonio de su fe proclamándola en todas las lenguas. También a nosotros el
Espíritu Santo –por la intercesión de María en su Santuario- nos quiere enseñar
a hablar, quiere regalarnos gracias de oración y la fuerza para defender
nuestra fe allí donde estemos…
La Sagrada Escritura nos habla de la necesidad del equilibrio entre trabajo y
oración. El desorden del mundo actual se debe en gran parte a que se le
dedica demasiado tiempo al trabajo y a la diversión y muy poco a la oración.
Dios, por otro lado, ha prometido concedernos todo cuanto le pidamos a
través de ella: “Les aseguro que todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, El
se los concederá”.
Por supuesto, siempre que lo hagamos con la convicción de que El nos dará
aquello que contribuya a nuestro mayor bien. Comprender estos misterios es
una gracia; otra de las gracias que la Sma. Virgen nos implora desde su
Santuario de Schoenstatt.
El Espíritu Santo quiere descender hoy nuevamente sobre nosotros en forma
de lenguas de fuego, aunque para ello es necesario ese profundo espíritu de
oración que María nos implora en su Santuario. Es más, este espíritu es la
mejor herencia –aún mayor que el dinero- que podríamos dejarle a nuestros
hijos.
(1) El 18 de octubre de 1943 se bendijo en Nueva Helvecia, Uruguay, el Santuario de la Madre
tres veces Admirable de Schoenstatt. Es la primera réplica fiel del Santuario que se edificó en
el mundo.
Dichas réplicas, en la actualidad dispersas en los cinco continentes, son también –por su
vinculación con la fuente original de gracias- lugares desde los cuales la Madre y Reina de
Schoenstatt actúa como Madre de gracias en la vida de quienes peregrinan con fe o se
vinculan espiritualmente a dichos lugares.
El Santuario de Schoenstatt
Un lugar de peregrinación y de gracias
En este –como en cada Santuario- la Virgen María regala gracias determinadas.
¿Conocen las que nos regala aquí? Si han oído hablar de otros lugares de
peregrinación, sabrán que ellos se han convertido –por una acción
extraordinaria- en fuentes de gracias. También esta es una fuente de gracias
aunque exteriormente no lo notemos. Las gracias que recibimos aquí en
primer lugar benefician al alma; en esto consiste la originalidad de nuestro
Santuario.
También la Sagrada Escritura habla de una piscina milagrosa. El pueblo de
Israel creía con fe que cuando el agua fuese removida quien primero se
sumergiese en ella quedaría curado. Según esta fe, el agua poseía un poder de
sanación especial.
Creo que a nosotros en cambio nos interesa saber claramente cuál es el
“poder” de este lugar, cuáles son las gracias de peregrinación que María
regala en este Santuario.
Hablamos de tres gracias pero que no se orientan en primer lugar a la
curación del cuerpo o la satisfacción de necesidades materiales. Digo
intencionalmente que no se trata “en primer lugar” de tales gracias pues
podría ser que las recibiésemos; pero no como lo fundamental.
“Busquen primero el Reino de Dios…”
Esto es lo que la Sma. Virgen nos quiere regalar aquí en primer término: la
apertura de nuestro corazón para los bienes espirituales, sobrenaturales. Si
hemos alcanzado estos, entonces sí, probablemente nos regalará también los
otros.
El hombre actual sufre un fuerte desarraigo espiritual, su espíritu no tiene
dónde centrarse, dónde echar raíces. Son muchas las causas de esta grave
carencia pues son innumerables las corrientes –la mayoría de ellas enfermizasque
atraviesan el pensamiento humano. Quien tiene bienes materiales sufre
por el temor de perderlos… quien tiene hoy que comer se pregunta si mañana
estará en la misma situación. Esta terrible inseguridad sacude las almas y las
torna superficiales.
El hombre siente que no tiene hogar. Se identifica con aquel poeta que
escribe: “ya no puedo volver a casa, pues no tengo más hogar”.
En lo más profundo, este grito del hombre actual proclama: “no existe
corazón alguno que me acoja, que me cobije, en el cual me pueda refugiar
como un pajarito en su nido”. La época actual nos lleva a vivir sin hogar, sin
patria espiritual. Hay un escritor que compara esta época con la actitud del
tero (1) que se intranquiliza cuando se avecina una tempestad. También en la
actualidad se avecina una tempestad, un gran sacudimiento del cual somos
nosotros mismos los culpables. El tero grita. Del mismo modo los hombres
gritamos en los periódicos, en los comités políticos, en las elecciones, y de un
modo especial a través de las guerras. Realmente nuestro grito se asemeja al
de un tero antes de una gran tormenta. Pobre de aquel que ante tales
circunstancias carece de hogar. Al decir esto no me refiero en primer lugar a
una casa material –en realidad esos bienes son pasajeros- sino a experimentar
hogar en un corazón humano.
La Sma. Virgen nos quiere regalar la gracia del cobijamiento. ¿Qué queremos
decir con ello? Ella le quiere ofrecer al hombre actual, carente de patria
espiritual, su propio corazón como hogar. Un corazón bondadoso, lleno de
amor, comprensivo, capaz de asimilar en sí cuanto pueda conmover
interiormente al hombre ya que esas mismas conmociones las sufrió en su
propio corazón. Lo único que no ha sentido es el peso del propio pecado. Sin
embargo, sus sufrimientos se debieron justamente al pecado de los hombres,
sufrimientos que sobrellevó como si Ella misma hubiese cometido tales
pecados.
Nosotros sabemos que en ese corazón maternal laten el corazón de Jesús, el
de Dios. ¡Qué felicidad saberse cobijado en un corazón tal! Si sabemos esto,
entonces a pesar de que la vida se torne difícil, nos alegrará el poder
refugiarnos en ese corazón maternal que se un verdadero Santuario. Es más,
quien permanece unido a ese Santuario no pierde nunca su hogar. Pero como
somos seres sensibles, para convencernos de esto, normalmente necesitamos
experimentar primero la fidelidad de un corazón humano. Ella misma se debe
ocupar entonces de que nuestro esposo e hijos nos conserven fidelidad. Pero
si nos desilusionan, la Virgen se ocupará de que ese dolor no abata nuestro
corazón sino más bien que a causa de él nos sintamos cobijados más
profundamente en el suyo. Esto abre nuestro corazón y lo fortalece en la
fidelidad de modo que otros muchos puedan experimentar en él un hogar.
Feliz quien tenga un hogar, y a la vez, quien lo tenga debe serlo para otros.
La Sma. Virgen nos cobija en su corazón, pero simultáneamente espera una
apertura similar de nuestra parte hacia los demás. Ella, que siempre nos
acoge, espera que nuestro corazón viviendo en el suyo pueda ser hogar para
otros.
El que una persona humana me haya aceptado en su corazón, es un símbolo
de mi cobijamiento en la Sma. Virgen; la fidelidad humana me ejemplifica la
fidelidad de María. Y si las personas me desilusionan o se aprovechan de mí,
entonces no es para que me amargue por ellos, sino para que a través de ello
me arraigue más profundamente en el corazón de la Virgen María. Cuando
sintamos que nos falta hogar, que nuestros hijos carecen de él o que nuestro
pueblo es conducido por sendas equivocadas; cuando veamos matrimonios
católicos destruidos porque ni siquiera entre ellos existe aún el vínculo de la
fidelidad; cuando veamos que nuestros hijos en sus matrimonios no aciertan el
camino, entonces recurramos al Santuario de la Mater ter Admirabilis y
ofrezcámosle nuestras manos colmadas del anhelo de encontrar hogar en su
corazón y de serlo también para otros.
Repito, feliz de aquel que en la época actual tenga un hogar y trate de serlo
él mismo para los demás. Feliz de aquel que en todas las circunstancias busca
refugio en el corazón de la Sma. Virgen, pues en él hallará cuanto necesite.
Por lo tanto, resumiendo, podríamos decir que la Madre del Señor quiere
regalarnos en este lugar una gracia triple: un corazón abierto y receptivo a los
bienes espirituales y sobrenaturales, un profundo cobijamiento interior en su
corazón y la disponibilidad para ofrecer nuestro corazón como hogar para los
demás. La medida en que recibamos estas gracias dependerá de nosotros, del
grado en que nos vinculemos a este Santuario. “Pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá” (Lc. 11, 9).
(1) En el original alemán: Krähen (cornejas). El tero, al igual que las cornejas, presiente los
cambios climáticos antes de que sucedan.
La alianza de amor con María
Hace unos días vino al Santuario un señor de Montevideo con un gran ramo de
flores. Le pregunté por qué llegaba hasta aquí. Como respuesta me dijo que
quería sellar la alianza de amor con la Mater ter Admirabilis. En este señor los
veo simbolizados a ustedes y a miles de personas que en el correr del tiempo
peregrinarán a este Santuario. Todos traen sus ramos de flores, no vienen con
las manos vacías, sus manos están colmadas pues si toda alianza presupone
dos contrayentes, corresponde que cada uno de ambos aporte algo. Piensen
en un matrimonio. También allí los dos contrayentes se entregan algo
mutuamente…
¿Qué presupone para nosotros sellar la alianza de amor con María? Esto vamos
a aclararlo bien, pues como personas maduras no hemos de hacer nada cuyo
significado no comprendamos.
¿Qué exige la alianza de nosotros? Pensemos nuevamente en el señor que
trajo el ramo de flores: es necesaria nuestra contribución para sellar esta
alianza. Pero, ¿qué es en definitiva la alianza de amor?
Quiero contestarles muy sencillamente estas preguntas pues algunos de
ustedes todavía no comprenden lo que la Sma. Virgen quiere realizar desde
este Santuario.
1. En los orígenes de la creación, Dios sella una alianza con los hombres
En la Sagrada Escritura leemos que Dios ha sellado muchas veces una alianza
de amor o mejor dicho, varias veces. La primera alianza de amor fue la que
Dios selló con Adán y Eva. Por un lado, Dios; por el otro, el hombre. ¿Qué le
había regalado Dios al hombre? La vida divina, liberándolo con ella de la
esclavitud a sus bajos instintos. El hombre fue invitado a la libertad y a
permanecer exento del dolor y de la muerte. Per, ¿qué debían hacer a cambio
Adán y Eva? Únicamente responder con un sí libre a los deseos de Dios. El les
había dado una hermosa tierra, el paraíso; trabajaban sin que ello les causara
sufrimiento alguno; lo único que no les estaba permitido era comer el fruto de
un árbol. En eso consistía la exigencia de Dios: en la seria disponibilidad a
corresponder a su voluntad. A cambio de esto, ellos gozaban de la plenitud
del amor de Dios.
Si el hombre no hubiese pecado, en el mundo hubiese reinado únicamente la
paz y la alegría, pues la vida de los instintos no se hubiera rebelado contra la
vida del espíritu.
Dios había ofrecido mucho en esta alianza pero el otro contrayente fracasó y
no cumplió su parte; por lo tanto, Dios tampoco se vio obligado a cumplir la
suya (1). Desde entonces, el mundo es un gran campo de batalla, un campo de
muerte, un valle de lágrimas, la consecuencia inevitable de la ruptura de esa
primera alianza de amor. Repito, si el hombre hubiese sido fiel a la alianza no
existiría el dolor. Después de la caída, incluso el propio corazón humano se ha
hecho un gran campo de batalla donde la carne y el espíritu luchan entre sí
continuamente. Así podríamos nombrar todas las calamidades, también las
guerras mundiales, todo ello es consecuencia del quebrantamiento de esa
primera alianza de amor.
2. La Redención comienza con una nueva alianza entre Dios y los hombres
Dios, sin embargo, vuelve a sellar una segunda alianza de amor con el
hombre. “El ángel del Señor anunció a María…”. Nuevamente dos aliados: Dios
y la Sma. Virgen, una sencilla esclava.
¿Qué promete entonces el Dios vivo? Que la segunda Persona de la Trinidad
habrá de descender al seno de la bendita entre las mujeres; que la Palabra
eterna tomará figura humana y redimirá al mundo. ¿Y en qué debía consistir la
colaboración de María? Debía regalar su disponibilidad para el nacimiento de
la segunda Persona de la Santísima Trinidad; para ayudarlo en su crecimiento,
alimentación, también para ofrecerlo en el Gólgota. Fue llamada a colaborar
libremente en la obra redentora asumiendo así el rol de mediadora de gracias.
Esta sí, fue una hermosa alianza de amor.
3. Cada hombre vuelve a insertarse en esta alianza
Adán y Eva fueron los representantes de la humanidad, por lo tanto, también
los nuestros. Ellos, al quebrantar la alianza de amor lo hicieron también en
representación de nosotros, de ahí que suframos las consecuencias de esa
ruptura. Por otro lado, la Virgen María guardó fielmente su alianza de amor,
le guardó fidelidad a Jesús hasta lo último. Y esto se ha transformado en una
gran bendición para nosotros ya que en su sí a la alianza también estábamos
representados.
Volvamos a recordar a ese hombre sencillo de Montevideo que vino a sellar su
alianza de amor con la Mater ter Admirabilis. No quiso insertarse en la alianza
de amor de Adán y Eva. ¿Quiso insertarse en el sí de María? Respóndanse
ustedes mismos…
4. La alianza de amor en Schoenstatt
En el año 1914 –hace relativamente poco tiempo- la Sma. Virgen también selló
una alianza de amor…
Esta alianza no es más que una renovación de aquella en la que “el ángel del
Señor anunció a María”. Dios, que al descender al seno de la Virgen lo
santificó, quiso hacerse presente en el Santuario a través de María para hacer
de este pedacito de tierra, una tierra santa, un lugar del que surja un
movimiento santo, gestador de hombres nuevos y de un nuevo orden social. Es
ella, por lo tanto, quien quiere utilizar como instrumentos a cuantos sellan la
alianza de amor. Los primeros aliados –allá en 1914- fueron un pequeño grupo
de muchachos con los cuales estaba yo. Nosotros fuimos en ese momento
representantes de ustedes. El otro contrayente fue la Madre de Dios. Nosotros
firmamos esa alianza de amor y Ella incluyó en ese documento a cuantos un
día se incorporarían a esa alianza.
¿Hay alguien de nosotros que esté dispuesto a incluirse también en ese
documento? Así como Adán y Eva representaron a la humanidad en un
determinado momento de la historia, también ustedes estuvieron
representados en 1914 por aquellos que sellaron la alianza de amor en el
Santuario.
Se preguntarán qué obligaciones supone esta alianza de amor. El sencillo
hombre de Montevideo trajo un ramo de flores, símbolo de la total renuncia
de sí mismo y de la entrega a María. Lo mismo le ofrendaron los muchachos a
la Virgen en aquel entonces; en sí esa fue la exigencia de Ella… Ha aprendido
esta praxis del buen Dios. Al comienzo de la Redención El había dicho: ¡nada
sin María! y por eso, Ella hoy nos dice: ¡nada sin ustedes que han sido
llamados! Esto es lo que llamábamos ya en aquel entonces “aportes al capital
de gracias”, es decir, la conciencia de saber que también nosotros debemos
ofrecer algo para que se realice la alianza…
¿Se ha quebrantado en el correr de los años la alianza de 1914 –así como
sucedió con Adán y Eva- o hemos permanecido fieles? Sí, hemos permanecido
fieles aunque no del todo ya que somos hombres miserables. Es más, ya en
aquel entonces fueron muy pocos los que comprendieron –o comprendieron
totalmente- lo que esa alianza significaba. Hubo uno que creció por esta
entrega hasta el punto de ser actualmente considerado un santo (2). Otros, en
cambio, se quedaron muy atrás. Sin embargo, son muchos los que han
permanecido fieles a su alianza y los que en el correr de los años se han
consagrado a la Sma. Virgen. Ella también les ha permanecido fiel según el
grado de seriedad con que cada uno asumió su consagración…
Con todo esto, se darán cuenta de que si sabemos qué significa la alianza de
amor, sabemos también a qué nos comprometemos desde mañana y a qué se
comprometerá la Virgen María.
¿Qué consecuencias extraemos de esta mutua entrega? Solamente voy a
mencionar algunos aspectos:
La alianza de amor nos regala:
– una ilimitada seguridad ante la vida
– una vida ilimitadamente plena
– una marcada alegría de vivir
Quiero concluir esta prédica con la misma sencillez con que la comencé,
pidiéndole a la Virgen que una sus manos para implorar al Espíritu Santo que
muchos de ustedes sellen su alianza de amor… para bendición de todo el
pueblo.
(1) Para interpretar debidamente este texto, es necesario volver a ubicarse en el contexto en
el que esta conferencia fue dictada.
El Padre José Kentenich le habla a una feligresía parroquial sumamente sencilla. De ahí la
carencia de especulaciones teológicas y la forma simple de formular conceptos tan elevados.
Esta simplicidad no debe tomarse como norma en el pensamiento del Padre Kentenich. Muy
por el contrario, en círculos intelectuales él ha desarrollado con admirable penetración y
profundidad teológicas los aspectos de la economía de la Redención que aquí son expuestos
con suma sencillez.
(2) Probablemente se refiera a José Engling, joven seminarista caído durante la primera
guerra mundial.
El término “santo” lo utiliza el Padre Kentenich en un sentido amplio sin pretender con ello
anteponerse al dictamen de la Iglesia. En la actualidad está en proceso la cause de su
canonización y es considerado Siervo de Dios.
Las tres gracias de peregrinación
Hoy será, sin duda, un día de gracias especiales para toda la parroquia ya que
celebramos el 18 de mayo. El 18 de cada mes no es para nosotros solamente
un día de recuerdo, sino también y por sobre todo un día de renovación, un
día en el que renovamos la alianza de amor que la Santísima Virgen selló en
Schoenstatt el 18 de octubre de 1914 y que vuelve a sellar ahora con nosotros
insertando nuestra entrega en aquella primera alianza. Pero ahora
recordemos lo que escuchamos anoche, pensemos en el sencillo señor que
llegó con un ramo de flores dispuesto a sellar la alianza de amor. Quizás nos
preguntamos si también todos nosotros hemos sido llamados a una entrega
similar. No, no todos hemos sido llamados. Ese llamado es una gracia que
debemos implorar para nosotros, pues es una gracia grande poder captar con
profundidad lo que la Sma. Virgen quiere regalarnos en su Santuario y a la vez
lo que espera de nosotros, ya que en ese mutuo dar y recibir reside la
originalidad de este lugar de gracias.
Cristo y su Madre (1) fueron constituidos por Dios centro de la creación
entera. Al formar al ser humano según su imagen los creó: al varón según el
modelo de Jesús y a las mujeres según el de la bendita entre las mujeres. Es
más, la unión matrimonial entre el hombre y la mujer es figura de esta
misteriosa bi-unidad entre Jesús y la Sma. Virgen. Con esto, intento
mostrarles cómo y por qué ellos deben estar en el centro de nuestra vida.
Cristo es el gran Sol en el cual se encendió María hasta ser ella misma un
pequeño sol. Y ellos iluminan el mundo de manera similar a como el sol lo
hace en el plano natural, es decir, con diferencia de grados. Así como en la
tierra hay regiones que producen frutos excelentes y otras que son
infecundas, lo mismo ocurre en el Reino de Dios. Donde abunda el Sol de
Cristo florece la vida cristiana. Y a los lugares donde este Sol brilla
doblemente –donde actúan Cristo y María- los llamamos “lugares de gracias”.
Este es un lugar así, aquí brilla el Sol de un modo diferente, regalando una
mayor calidez, irradiando más luminosidad y fecundizando la tierra con mayor
vigor.
¿Qué quiero significar al decir esto? Supongamos que en un sitio cualquiera me
pongo a rezar con mucha devoción y ardor interior y que en otra oportunidad
hago exactamente lo mismo pero en este lugar, ¿dónde recibiré mayores
gracias? En aquel lugar en el que el Sol brille con más claridad.
Otra comparación: ustedes saben que hay ciertos climas que son
especialmente saludables para la curación de ciertas enfermedades. Lo mismo
sucede con las enfermedades del alma: hay lugares especiales –nuestro
Santuario es uno de ellos- que posibilitan un mayor restablecimiento…
La gracia del cobijamiento espiritual
Lo que desea lograr María desde este lugar es gestar un nuevo “paraíso”, es
decir, ofrecernos la posibilidad de una plenitud de vida interior similar a la de
Adán y Eva antes de la caída en el pecado. ¿En qué ha de consistir esa
similitud? Adán y Eva estaban profundamente arraigados y cobijados en el
corazón de Dios por la gracia santificante. Dialogaban continuamente con el
buen Dios así como nosotros intentamos hacerlo. Por eso, esa es la primera
gracia que Dios nos quiere regalar aquí: la de encontrar hogar en el corazón
de la Madre de Dios.
Ella es una reminiscencia del paraíso y un fruto de él. Por eso, allí donde se
establece está dispuesta a gestar “nuevos paraísos”, lugares donde crezcan
hombres paradisíacos, que vivan profunda y continuamente cobijados en el
corazón de Dios.
La gracia de la transformación interior
Una segunda cualidad del hombre paradisíaco es que desconocía la
concupiscencia, en él reinaba una armonía total entre su vida instintiva y su
vida espiritual. Esa misma armonía la poseyó la Santísima Virgen, la
Inmaculada. Nosotros, en cambio, nos identificamos más bien con las palabras
de un poeta: “¡ay, dos almas viven en mi pecho”. ¡Cuántas veces quisiéramos
hacer el bien y obramos el mal! Es como si “una de nuestras almas” nos
elevara hacia las alturas y la otra nos arrastrara siempre de nuevo hacia
abajo. Evidentemente, el estado de Adán y Eva antes de la caída en el pecado
debe haber sido de una inmensa felicidad interior.
Esta segunda cualidad es otra de las gracias que María –el pequeño sol, reflejo
del Gran Sol- irradia y regala desde este lugar: la gracia de la transformación
interior.
La gracia del envío apostólico
Para descubrir la tercera gracia que la Sma. Virgen quiere mediarnos en este
Santuario, volvamos a poner nuestros ojos en el paraíso.
Adán y Eva, llamados a transmitir la vida física, eran responsables a su vez de
la transmisión de la vida divina. Es decir, estaban llamados a una doble
fecundidad: física y espiritual.
Bien, esta fecundidad es la tercera gracia que la Sma. Virgen nos quiere
regalar. Una fecundidad que en primer lugar ha de consistir en la transmisión
de vida espiritual…
Cada uno pregúntese en su interior si quiere que la Sma. Virgen lo ilumine con
estos rayos de sol, con las tres gracias de peregrinación que regala en este
lugar y que nos ayudan a vivir como hombres del paraíso en medio de las
tinieblas infernales de la época actual. Esta época gesta hijos de las tinieblas
y si nosotros no nos esforzamos seriamente por ser hombres arraigados en el
paraíso, debemos contar con estar –quizá mañana- entre aquellos que no son
hijos de la luz.
Nuestra colaboración para recibir estas gracias
Pero, ¿cuál debe ser nuestro aporte para que la Sma. Virgen haga brillar su luz
sobre nosotros en esta plenitud? Tres deben ser nuestros aportes:
– el anhelo de vivir cobijados espiritualmente en Dios
– el anhelo por el paraíso y por ser nosotros mismos hombres del
paraíso; es decir, el anhelo de ser transformados interiormente
– el anhelo de volvernos fecundos
Todos los que estamos aquí deberíamos sabernos unidos por el vínculo de la
alianza de amor; casi diría que deberíamos ser nosotros mismos “el ramo de
flores” para la Virgen. Ahora, acudamos con confianza a su Santuario para
implorar estas gracias. Les repito, con mucha confianza, pues de ella depende
la medida de gracias que recibamos…
Para terminar, pensemos una vez más en el ramo de flores. El ramo espiritual
que le ofrecemos a María debería estar formado por una confianza grande e
invencible, por el profundo anhelo de estar cobijados en Dios, por la
disponibilidad para ser transformados interiormente y por el serio esfuerzo
por ser defensores de las cosas buenas y nobles…
(1) La mariología del P. José Kentenich está basada en el carácter personal conferido por Dios
a María en el orden de salvación: su misión de permanente colaboradora ministerial de Cristo
en el orden de la Redención. Basados en esta realidad de ser, se comprende que la mariología
del Padre adopte una expresión clave: “María no es el centro, pero está en el centro”. A esta
dimensión teológica es a la cual hace referencia el P. Kentenich en este texto.
La alianza, una ayuda eficaz en nuestra vida
Nuestro Santuario es como un mar de luz en medio de la oscuridad de la
noche. Esa luz penetra la oscuridad y se esparce por todas partes. La que
habita este lugar, la Mater ter Admirabilis, ha escrito su nombre en el portal
del Santuario. Al recordarlo se nos hace presente la imagen de la mujer
apocalíptica, rodeada de sol, envuelta en luz, con una corona de estrellas
sobre su cabeza y con la luna bajo sus pies. Sabemos que donde Ella está,
lucha contra su adversario, el demonio y sus seguidores. Los dos están siempre
en continua lucha: la Mujer del Sol y el demonio…
De allí la súplica: “Desciende María…”.
Ella se estableció aquí, está entre nosotros y actúa de un modo singular como
la Mujer del Apocalipsis, la destructora del poder del demonio y la educadora
de personalidades auténticamente católicas. En el año 1943 la Madre tres
veces Admirable ha sellado aquí una alianza de amor, la misma que ha sellado
en Schoenstatt. Por ella, la Virgen se comprometió a establecerse aquí para
gestar un movimiento de renovación y utilizar como instrumentos a quienes
libremente se entreguen a Ella. Todos somos llamados a esta tarea, cada uno
de nosotros.
“Desciende María…” es nuestra súplica. La respuesta de la Virgen es a su vez:
“Pueblo mío, voy a descender en este Santuario…”. Pero para ello, nosotros
debemos ascender. Ella espera y necesita que a cambio sellemos la alianza de
amor como lo hicieron los primeros muchachos allá en Europa.
No sé si se escucha su llamado. Hoy en día se oyen en el mundo tantas voces
de profetas y pseudo-redentores que la voz de Jesús y de la Virgen pasan
desapercibidas. Sin embargo, quienes están dispuestos a escucharlas,
perciben claramente su mensaje que es respuesta a las preguntas que nos
hemos hecho en estos días: ¿qué recibimos y entregamos al sellar la alianza de
amor?
1. ¿Qué recibimos en virtud de la alianza?
Respecto a esta primera pregunta, sabemos que la Sma. Virgen nos ofrece
cuatro bienes:
– seguridad ante la vida
– una vida plena
– alegría de vivir
– una vida fecunda
No sé si uds. experimentan las convulsiones de la época presente.
Vivimos en una época tan insegura como pocas. Con razón hablamos de la
“era atómica” y este solo pensamiento nos hace temblar, sentirnos inseguros
ante la vida. Sea que hablemos de nuestra vida religiosa, de lo moral, de lo
económico, incluso de nuestra salud, todo se ve envuelto bajo el signo de la
inseguridad.
Vivimos en un tiempo que intenta separarse de Dios. Frases como “la religión
es el opio del pueblo” generan actitudes y acciones ateas que impiden la
plasmación del nuevo orden social cristiano.
Quizá aún nuestra fe se resiste ante estas corrientes, pero aún en lo más
profundo, ella ya está contaminada.
Nos parece –al contemplar estas cosas- que Dios estuviera durmiendo. Las
injusticias que se cometen –y tantas veces contra los que más aman a Dios-, la
miseria que hay en el mundo…
¿Puede permitir Dios tales cosas, El, el Dios del Amor? San Agustín se planteó
este mismo problema, y para explicarlo trazó una comparación entre la
historia mundial y una gran alfombra: en el revés de la misma se ve un gran
enredo –esta es la imagen del mundo visto desde nosotros-, pero San Agustín
nos habla también del lado derecho, donde el dibujo luce en una armonía
maravillosa. Por supuesto, esta dimensión de nuestra época actual sólo puede
descubrirla quien reconoce detrás de las circunstancias –aún de las más
difíciles- al Padre Dios bondadoso…
La Sma. Virgen quiere regalar a cuantos sellan la alianza de amor con ella,
seguridad ante la vida. Vemos en torno al cuadro de María las palabras:
“Servus Mariae nunquam peribit”. Esto significa: quien ha sellado una alianza
de amor con la Virgen llegará al Cielo. A todos nosotros, padres y madres, nos
preocupa el futuro de nuestros hijos; ¿qué será de ellos cuando deban
afrontar la vida? Frente a esta incertidumbre hay sólo una respuesta:
¡preocúpense de que sus hijos sellen una alianza de amor con la Virgen María!
Este es el mejor medio para asegurarnos una vida noble y religiosa, digna del
Cielo. Esa es la gracia más grande que podemos recibir. Puedo confesarles que
desde que yo mismo he comprendido este misterio, mi única tarea se ha
convertido en conducir incansablemente a la Virgen a cuantos el buen Dios
pone en mi camino.
Pensemos también en la inseguridad económica. Actualmente no hay nada
seguro, todo es relativo. Los bancos en que depositamos nuestro dinero, de un
momento a otro podrían quebrar, nos lo dice la experiencia. Hoy podemos ser
ricos y, sin embargo, podemos estar mañana en la ruina.
Hay muchos que evitan pensar en estas cosas evadiéndose en diversiones, en
definitiva, son muchos los que no quieren ver el peligro que nos amenaza.
Nosotros en cambio lo enfrentamos pero con el medio que nos puede ayudar a
superarlo: la alianza de amor…
2. ¿Qué se nos exige como condición para sellar la alianza de amor?
María espera de nosotros: nuestro corazón y la colaboración en la lucha por
vencer al demonio y construir el Reino de Dios en el propio corazón, en
nuestra familia, en el ámbito de nuestra profesión, en el círculo de nuestras
amistades, en todas partes.
Esta es la alianza de amor que la Virgen nos invita a sellar aquí.
Para terminar quisiera rezar –y quienes han sellado esta alianza recen
conmigo- una oración que compuse en el campo de concentración de Dachau
recordando a quienes me estaban confiados y que sabía padecían peligros muy
grandes.
“Han sellado una alianza contigo;
se conserve firme como fundida en bronce,
entonces los sé bajo un seguro y fiel amparo
y no temo la furia salvaje del diluvio.
Victoriosamente conducirás a todos hacia el hogar, al Padre,
para que entonen cánticos al Cordero.
Creo firmemente que nunca perecerá
quien permanece fiel a su alianza de amor…”.

 

 

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