Antes de que el estado anime a las madres a desear o a permitir la muerte del hijo que está formándose en sus entrañas, debería comprobar con toda seriedad y a conciencia que se ha hecho todo lo posible -todo, verdaderamente- para restablecer el orden adecuado. Y entonces, sin duda, llegará a este resultado: si el Estado quiere -si quiere realmente-, no hay necesidad de matar para que se pueda vivir. Basta con tomar medidas y sacrificarse