Dificultades en la entrega a Dios Padre
1.-Esperar de Dios solo su bendición, para los planes humanos. 2-Agradecer cuando es de mi gusto, y rebelarse cuando no corresponde a los propios planes.3.-Considerar a Dios un ser lejano, sin sentimientos.4-Incapacidad de aceptar que Dios necesita de mi amor y cercanía. 5.- considerarse incapaz de hacer lo que Dios pide.6.-El vínculo con Dios es para eventos de la vida importantes y personas importantes.7.-El miedo a lo desconocido, lo inseguro. Miedo a la incertidumbre de cómo se desarrollarán los acontecimientos. 8.-Necesidad de tranquilidad y certeza del futuro.9.-Falta de valoración de la gracia de Dios y las reglas determinadas para ella.10.-Incapacidad de aceptar que los sucesos de la vida son una sucesión de hechos entretejidos entre lo que Dios puede hacer en medio de las consecuencias del pecado, del demonio y de la disposición a la gracia.
11.-Falta de silencio, observación, oración y meditación.12.-Desvalorización del sufrimiento y el sacrificio en la construcción del reino de Dios13.- Desconfianza a lo que no se conoce, no se entiende. 15.- Desanimo.
16.- Desesperanza por apego al pasado, el presente desagradable y con más razón a un futuro incierto.17.- Exigir derechos y acontecimientos de vida iguales a los que me rodean, ¿Porque a mí?16.- Indiferencia o rebeldía a la conducción de Dios.17.- Falta de voluntad, no lo hago porque es difícil o porque me da lata. 18.- No considerar lo invisible.19.-Incapacidad de riesgo.20.-Incapacidad de desprendimiento de los bienes21 Incapacidad de tomar decisiones. 22.-Decisiones tomadas solo por lo que me nace, lo que siento renunciando a la deliberación y a la ponderación y a la jerarquía de los valores.23.- Falta de jerarquía de los valores.24.- Afirmarse en la propia mirada en la búsqueda de la verdad “yo no lo veo así “.25.- Mirar con “ojos de mosca” y no con los ojos de Dios según la definición del PK pág. 178. 26.- no peguntarse acerca de lo que Dios quisiera. 24.- priorizar el quehacer de todos y no asumir el propio original.
Si Dios es Providente y bueno porque permite el pecado y el mal.
Cuando Dios crea al mundo todo estaba bien. El Espíritu aleteaba sobre las aguas. Sin embargo al entrar el pecado al mundo por la ambición de autonomía de Dios de Adán y Eva, Dios profundamente herido por lo acontecido lo primero que dice es maldita sea la tierra por tu causa. Deja distintos caminos de crecimiento para el amor, y la libertad del hombre. A la mujer le dice parirás con dolor y al hombre trabajarás con el sudor de la frente, espinas y abrojos te encontrarás.
Cuando llega la plenitud e los tiempos, estaba la Virgen Santísima junto a la Cruz, con sus ojos fijos en Jesús: guardando en la profundidad de su corazón lo recién dicho por Jesús, cuando sorpresivamente, en medio de los estertores, su rostro con palidez verdosa del agonizante desangrado, deja respirar, el cuerpo cae más hacia delante, cuando ella ya lo creía muerto vuelve a respirar, y da un grito desgarrador: ¿Padre por qué me has abandonado? El corazón de ella fundido con el de Él, también siente el abandono, el suplicio del silencio del Padre, las tinieblas, la desolación, la tentación de no creer, las insinuaciones de Satanás a través de los improperios y crueles gritos de la gente. Quiere acompañarlo a gritar; sin embargo, no lo hace ya que Jesús necesitaba el apoyo silencioso y confiado de su Madre. El vive la soledad de la divinidad.
Este grito podría interpretarse como una actitud de rebeldía, de un moribundo desesperado o de reproche al Padre. Jesús que parece solo un hombre derrotado y fracasado. Al gritar expresa su fragilidad, su sentimiento de desolación, su angustia, agotamiento, el estupor dolido, la falta de explicación humana. También lo hace muy fuerte en el Espíritu Santo, para que todas las generaciones lo escucharan; atravesara los siglos para solidarizar y superar los gritos de los hombres: de guerra, de dolor, también para demostrar su inmolación y la importancia de la humana cercanía al Padre.
Es un grito de parto, de alguien que muere dando a luz una nueva vida, ya que caía el pecado y se producía la reconciliación. Fue, un grito de sufrimiento y a la vez de amor[1], hasta el último suspiro. Con el grito el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, al igual que el corazón de María. La tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron[2], “Que tiemble la naturaleza humana ante el suplicio del Redentor, que se rompan las piedras de los corazones infieles y quienes estaban encerrados en los sepulcros de su mortalidad que salgan fuera, levantando la piedra que pesaba sobre ellos”[3].
María reconoce que este grito pertenece al salmo veinte y dos que termina con un grito de esperanza; a mi me dará vida, y a la descendencia le servirá. Donde se describe que la experiencia del abandono es pasajera y que se supera por el sí dado en las manos del Padre[4] y que para abrir el cerrado corazón la llave no es el reproche ni las amenaza, sino que el amor. Allí estaba ella sirviendo al misterio de la Redención con Él, bajo Él con la gracia de Dios Padre.
Jesús dice tengo sed. La sed física de Jesús demuestra su humildad y su necesidad de moribundo. María sufre la impotencia de no poder ayudarlo y el horror de la amargura de lo que le dan a tomar. Además, es el símbolo de una sed de una humanidad nueva, sed que será saciada con la fuente del agua que salva verdaderamente[5].
Padre en tus manos pongo mi espíritu, nuevos estertores los más fuertes y le golpean el cuerpo a la cruz, le desgarran la profundidad de sus pies y manos, y el velo de templo se rasgó en dos, de arriba abajo, al igual que el corazón inmaculado de María, que sentía ganas de gritar mucho más, pero se centra en entregarlo al Padre. La tierra responde con el grito del trueno y el terremoto que rasga y mueve las rocas, con los relámpagos que superan la profunda oscuridad, para dar paso a los vientos ciclónicos para rasgar las duras rocas de los corazones de piedra de los que no tienen la libertad para amar. Grito de parto, de amor de sufrimiento desde donde nace la esperanza. Todo está cumplido e inclinando la cabeza, muere[6].
Muere en perfecta conformidad con la voluntad del Padre; acepta la muerte y pone su espíritu en las manos del Padre para manifestarle su confianza en una nueva vida. María y Jesús muestran la forma de vivir el dolor de la muerte, cuando el corazón se desgarra por el sufrimiento, entregando al ser querido al Padre y el dolor se hace dulce y llevadero. Luego, el alma del Hijo llega a gozar la gloria del Padre en la comunión del Espíritu.
En el Gólgota cuando todo estaba dominado por el miedo, al elevarse el Espíritu de Jesús, el universo vuelve a encontrar su estabilidad como si hubiera sido reanimado, vivificado y consolidado.
El Espíritu que Jesús entrega desde la cruz, se ve como el Espíritu que en el paraíso aleteaba sobre las aguas[7]. Los que estaban lejos ahora están cerca, todo ha sido unificado. “Pues por él unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu”[8].
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