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Msgr. Dr. Peter Wolf
“Con todo gusto y ya mismo aceptaría ese
regalo!”
Prédica
en la Misa aniversario del fallecimiento
del Padre José Kentenich,
15 de septiembre de 2004
El 22 de octubre de 1965 por la mañana, en una charla en la Casa General de los Palottinos,
Monseñor Heinrich Tenhumberg le mencionó a nuestro Padre la idea surgida en la
Presidencia General y en otros círculos, sobre la posible construcción de un centro de
Schoenstatt en Roma. También le contó al Padre sobre un intercambio con la Hermana
Edelgart y algunas Hermanas de María, donde surgió la iniciativa de regalarle a él, para sus
ochenta años, el Santuario Filial de Roma. En su diario, Monseñor Tenhumberg anotó la
respuesta espontánea del Padre: “Con todo gusto y ya mismo aceptaría ese regalo!”.
Esta frase del Padre ronda permanentemente por mi cabeza en estos días. Me imagino qué
hubiese expresado él en la celebración de la bendición de nuestro Santuario Matri Ecclesiae
en Roma. Ha sido un largo camino de cuarenta años, casi como el del pueblo de Israel por el
desierto. Fue un camino con muchos imprevistos, con un sinfín de impedimentos desde
afuera de Schoenstatt y repetidas experiencias de limitación hacia el interior de Schoenstatt.
La visible alegría del Padre en su 80° cumpleaños, y el clima de resurgimiento luego de su
retorno a Schoenstatt, despertó muchas fuerzas, haciendo nacer una corriente de vida en
torno al Santuario y centro internacional de Roma, aún en vida del Padre.
Un testimonio de esta primera etapa de resurgimiento son los símbolos conquistados por
varios cursos de Sacerdotes Diocesanos para el Santuario de Roma, incluso bendecidos por
el mismo Padre, como por ejemplo el símbolo del Padre, la lámpara “Ver Sacrum” del
Santísimo, y una coronita que ahora está colocada en el marco del cuadro de la Mater. Un
signo de esta corriente es también un globo de oro en la mano de San Pedro, símbolo del
misterio de Schoenstatt – una interpretación confirmada por el Padre. Roma y el Santuario de
Roma para muchos de mis co-hermanos se tornó una inquietud tan fuerte que ya en vísperas
de la muerte del Padre, el 14 de septiembre, dos de ellos lograron mostrarle los primeros
planos de construcción elaborados por un arquitecto.
En los años setenta las dificultades aumentaron, y la “marcha hacia Roma” casi se detuvo.
Nuestras comunidades se abocaron a completar sus fundaciones, redactar sus
constituciones y construir sus propias casas. Pero los que conocen de cerca la historia de la
corriente de vida del Santuario de Roma, descubren ahora que desde el principio despertó
mucha vida. Contiene el espíritu del Padre; contiene algo del fuego de su anhelo y de su
carisma para la Iglesia.
“Con todo gusto y ya mismo aceptaría ese regalo!”. También todas las comunidades y
personas que durante estos últimos años se comprometieron con Roma, escuchan hoy estas
palabras del Padre. Pienso en los pasos audaces de las Hermanas a fin de mostrar cada vez
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más la presencia de Schoenstatt y de nuestro Padre en Roma, incluso trabajando en la curia
y a través de la construcción del Santuario Cor Ecclesiae. Pienso en los primeros miembros
del Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt en la Ciudad Santa, hago mención también a la
filial de nuestros Padres de Schoenstatt de Argentina, y el traslado de un matrimonio del
Instituto de Familias, de Brasil, dispuestos a ser guardianes del Santuario.
Recuerdo aquí también la iniciativa de nuestro Instituto de Sacerdotes Diocesanos con la
fundación del Centro Padre Kentenich en la Via Icilio, donde hace 25 años vive y trabaja
Monseñor Ignacio Sanna.
Nuestro Padre debe estar feliz con tantas peregrinaciones a pie hacia Roma, por parte de los
Sacerdotes del Instituto, así como también de muchos miembros de las Federaciones y de la
Liga. Una y otra vez se pusieron en marcha hacia Roma, manteniendo vivo así el impulso de
la Familia hacia Roma.
La bendición del Santuario Internacional de Roma es una etapa que nos llena de alegría a
todos los que participamos. Durante estos días en Roma, muchos han expresado su
convicción de que con este acontecimiento se ha hecho vida un gran anhelo de nuestro
Padre. Realmente es el Santuario de todos nosotros. Eso es lo que todos sintieron y lo que
corresponde al anhelo del Padre y al sentido de aquella promesa al cumplir sus ochenta
años.
Pero éste es sólo un primer paso, apenas un comienzo. La alegría de nuestro Padre se
desprende del regalo que significa el Santuario y el Centro como una sola unidad, a fin de
hacer presente Schoenstatt en el corazón de la Iglesia. Es un proyecto gigantesco que nos
tocó asumir a nosotros, como entidad responsable, pero también a toda la familia. Hacen
falta muchas iniciativas y aportes, mucho compromiso personal y de todas las comunidades,
para completar el Centro Internacional y hacer visible en Roma la misión de nuestro Padre
para la Iglesia, brindándola como aporte para la Iglesia de hoy.
Cuento con el Espíritu Santo que ha elegido a nuestro Padre como instrumento, y que le ha
regalado a él un carisma para el futuro de la Iglesia; cuento con el actuar del mismo Espíritu
Santo en sus hijos e hijas, y que él despierte mucha vida en ellos. Así descubrirán lo que
pueden contribuir y aportar para que tenga éxito la gran Obra.
En el fondo, se trata de modelar los rasgos de la Mater Ecclesiae en la Iglesia de hoy y
hacerlos brillar. El año pasado, en el día de hoy, estuvimos en esta misma iglesia, motivados
por el lema: “Que la Iglesia tenga tus rasgos, María!”. Fue una oración dirigida a la Mater, y
una inspiración para cada uno de nosotros. En la víspera de la bendición del Santuario de
Roma, este lema surgió repentinamente, cuando, ante el temor y el horror de muchos,
minutos antes de comenzar la vigilia en los Jardines del Vaticano, el cuadro de la Mater para
el Santuario cayó al suelo y se quebró.
Un sacerdote describe este momento a través de una reflexión:
“Ella está en su trono, en lo alto, por sobre las cabezas de la multitud de sus hijos. El cuadro
para el Santuario de Roma, regalado hace años por la Juventud Femenina, mañana
ingresará al Santuario. Esta noche, la familia internacional de Schoenstatt la mira con cariño.
A la sombra de San Pedro, en la entrada de los Jardines del Vaticano, por donde lo
queremos portar, cantando y rezando. ¡Glorificate!, cuenta un sacerdote que le dijo a la
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Mater, ¡glorificate! En ese momento el cuadro cayó al suelo. Marco y vidrio se quebraron en
incontables pedazos… Muchos pensaron en el que acecha el talón de la Mujer, el que quiere
derrocarla a Ella y a su Hijo. La lámina sufrió un desgarro, desde el borde hasta el cuello de
la Virgen. Muchos no se dieron cuenta de lo que pasó. Más tarde, se enteraron de que la
imagen ya no estaba allí. Había desaparecido el cuadro de la Mater, como si quisiera decir:
Quiero actuar en el mundo con tu rostro, con tus rasgos. Sólo a través nuestro puede Ella
mostrar su rostro a los hombres de hoy. Somos nosotros el rostro visible de la iglesia.
Horas antes, el cuadro ingresó en San Pedro. Por la mañana, los sacerdotes se habían
comprometido a llevar el cuadro al nuevo Santuario. En la primer etapa – desde la Casa de la
Via Icilio, donde “aguardó” largos años el altar del Santuario – hasta San Pedro, muchos
turistas contemplaron el rostro de la Virgen, tomándole fotos, filmándola. Su emotivo ingreso
en San Pedro hizo callar a los turistas, que habitualmente conversan a viva voz. Rodeada de
cantos y oraciones, la Reina entró en San Pedro. En un principio, la mañana del 8 de
septiembre, día de la bendición del Santuario, pensábamos continuar con la peregrinación,
llevando el cuadro desde San Pedro hacia Belmonte. Y ahora, en nuestras manos, sólo
teníamos la lámina desgarrada, con un trozo de vidrio pegado aún al papel…
Quisimos protegerlo, enmarcarlo, pero, por la noche, tan sólo pudimos conseguir cinta y
papel de embalaje, ni siquiera nuevos, sino usados, cedidos por la recepción del hotel.
Alguien salió a la calle, regresando con algunos cartones utilizados por los que no tienen
techo para dormir, en Roma. De este material, hicimos un marco, tarde por la noche…
¡Qué escena! Con una imagen enmarcada en cartón continuamos nuestra caminata al día
siguiente, desde San Pedro hasta Belmonte. Durante el camino, conversamos sobre lo
sucedido. Compartimos lo que le escuchamos decir a algunos miembros de la familia,
hablamos sobre lo que Dios quería decirnos a través de ese acontecimiento. El cuadro había
generado un cambio. La Mater “salió” de su marco de oro, abandonó su trono, para caminar
con nosotros por la calle, en medio del tráfico y el polvo de la Via Boccea. “Aseméjanos a ti y
enséñanos a caminar por la vida… En nosotros recorre nuestro tiempo”. Experimentamos lo
contrario: Ella se asemejó a nosotros. En ese cuadro, con sus heridas y tajos, Ella asumió
nuestro rostro. El rostro de la Iglesia en su peregrinar.
Recordamos las palabras del Padre aquel 8 de diciembre de 1965, las frases que
escuchamos al salir de los Jardines del Vaticano, pasando por el lugar donde cayó el cuadro,
mientras todos cantaban: “Mater Ecclesiae, clarifícate!”.
Cambió nuestra mirada de la imagen. Fuimos descubriendo en ella, paso a paso, los “nuevos
rasgos de la Iglesia” de los que habló nuestro Padre. El rostro de la Virgen tomó los rasgos
de la “Iglesia peregrina”, que “en ese camino de peregrinación, en esa condición
peregrinante de su existencia, en esa ruta de peregrinación de su existencia histórica debe
incorporar, de aquí y de allá, elementos de muy distinto tipo, y procurar que tales elementos
marquen radicalmente su rostro, su faz temporal. Una Iglesia peregrina”.
Este cuadro que está peregrinando con nosotros tiene los rasgos de su historia. Habla de lo
que le sucedió. Como el cuadro de gracias en Tchestochowa, con cortes en su rostro, como
la Guadalupana que intentaron destruir con ácido. Ante nosotros estaba María con los rasgos
de la iglesia, , constantemente en peligro. Un rostro sin vidrio, sin protección, un rostro que
se puede tocar. Ya al día siguiente el pueblo sencillo se acerca a tocar el rostro herido de la
Mater, coloca fotos de sus seres queridos cerca de su imagen…
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Tiene los rasgos de una Iglesia pobre. Se quebró el marco de estilo barroco. Esta embalado
en el cartón que usan los que no tienen techo.
Tiene los rasgos de una iglesia humilde, que tiene el valor de pedir perdón, que acepta su
culpa. Aunque María no se asemeja a nosotros en nuestra culpa, lo hace en nuestras
heridas, en nuestros desgarros…
A nosotros y a todos con quienes compartimos el momento, nos conmovió el cambio, la
transformación del cuadro. María, en este cuadro, tiene los rasgos y el rostro de la Iglesia
que tanto el Concilio como el Padre anhelaban para el futuro. Ese cuadro de cartón es el
icono de la nueva Iglesia.
Mientras peregrinábamos, las Hermanas de María lograron restaurar el marco. En la casa de
la Via Icilio había una lámina nueva de la Mater, un regalo de mi curso para Roma, que me
fuera regalada, a su vez, por la Hermana Helenmaris de la Editorial Schoenstatt.
Así, en la procesión solemne el día de la bendición, la imagen herida iba delante de la nueva
imagen para el Santuario, con el marco restaurado. El nuevo cuadro ingresó al Santuario, el
que estaba herido permaneció junto a nosotros y nos acompañó al encuentro del Santo
Padre. Qué gran semejanza: nuestro cuadro y el Papa, ambos imágenes de la Iglesia:
debilitada, quebrada en su peregrinar.
¿Qué será en el futuro de esta imagen prevista desde hace tanto tiempo y hasta último
momento para el Santuario de Roma? “Debe quedar en el Santuario de Roma”, opinan unos,
mientras otros dicen: debe peregrinar con nosotros, es la imagen de la iglesia peregrina, de
la Mater Ecclesiae peregrina. ¡Que esa imagen peregrine por el mundo! Como un Santuario
que peregrina, reafirmando lo que dice el Padre sobre la “roca que peregrina”: “Sin embargo
hoy es la roca la que quiere estar en continuo movimiento. Permítanme decirles, empleando
una imagen un tanto inusual, que esa piedra es una piedra peregrina. Peregrina por las
naciones, por las épocas, en busca de los hombres, en busca de las almas. Buscándolos, y
más aún, atrayéndolos. Vale decir que no espera a que ellos vengan espontáneamente”.
Hasta aquí la reflexión de mi co-hermano. Estoy seguro de que el Padre habría tomado
también esta reflexión para compartirla en una de sus prédicas, como lo hiciera tan a
menudo.
Lo que tanto nos paralizó, lo que desbarató todos nuestros planes, se transformó en mensaje
y regalo de la Mater en el momento de la bendición y más allá… Creo que en relación a este
regalo vale también lo que dijera el Padre: “Con todo gusto y ya mismo aceptaría ese regalo”.
Los invito a ustedes y a toda la familia de Schoenstatt a asumir este regalo con un corazón
abierto.