Sobre 20 de enero P. Peter Wolf

Dokumentation – Documentation – Documentación

 published: 2006-01-24

 

Nuestro Padre y su decisión del 20 de enero

Prédica en la Iglesia de la Adoración, 20 de enero de 2006 – Mons. Peter Wolf

Predica: Mons. Peter Wolf

Sermon: Mons. Peter Wolf

Predigt: Mons. Dr. Peter Wolf

Foto: POS Fischer © 2006

Querida Familia de Schoenstatt

Hay fechas que con sólo nombrarlas todo un pueblo o toda una generación sabe lo que significan. Cuando hoy día se menciona el 11 de septiembre, podemos estar seguros de que quienes escuchan lo asocian inmediatamente con el terrible atentado en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, está vinculado también con esta fecha todo el contexto del terror actual al islamismo fundamentalista, con su amenaza global. Basta nombrar el “11 de septiembre” para detonar todo un mundo de experiencias, pensamientos y vivencias.

Algo semejante pasa con el “20 de enero” en nuestra familia de Schoenstatt. Esa fecha, al igual que el 18 de octubre o el 31 de mayo, simboliza todo un mundo de experiencias y contextos en la historia del Movimiento. Lo que nos reúne aquí en esta noche es la decisión y la vida que despertara el hito del 20 de enero en la vida de nuestro Padre y de la familia de Schoenstatt. Un día antes de este acontecimiento, el 20 de enero era sólo una fecha más en el calendario, en el transcurso de un año. No hubo ningún signo que anticipara que un día existiría un “20 de enero”, con esa decisión y el sentido que conocemos hoy.

Nuestro Padre y Fundador en aquel entonces se encontraba bajo arresto por parte de la Gestapo (la policía secreta del Nacionalsocialismo) en el Convento de las Carmelitas, en Coblenza. Habían quedado atrás esas cuatro semanas pasadas en el bunker, un oscuro calabozo en el sótano de la cárcel. Se enfrentaba ahora al peligro de ser deportado al Campo de Concentración de Dachau. La Gestapo ya lo había amenazado con hacerlo en un interrogatorio que tuvo el 13 de enero. El 16 de enero, tras una revisión superficial, lo decretaron “apto para el campo de concentración”. En Schoenstatt, todos estaban convencidos de que había que hacer todo lo posible por salvarlo de ese destino. Lograron que un médico aceptara examinar de nuevo al Padre y a raíz de su enfermedad pulmonar lo declarara no apto para el campo de concentración. Sobre la mesa, en la celda del Padre, se hallaba un formulario con la solicitud de una nueva revisión. Parecía ser la mejor manera de proceder. Éticamente, era justificado actuar de esta forma. Pero el Padre pide tiempo para meditarlo. No puede asentir ni decir que no tan precipitadamente. Lucha con todas sus fuerzas por descubrir la voluntad de Dios.

¿Qué es lo que mueve a ese hombre de Dios en aquel momento? ¿Qué es lo que pasa por su corazón, dónde capta esos signos que lo llevan a entender e interpretar la voluntad de Dios de manera diferente a la de sus hijos, dispuestos a hacer absolutamente todo con tal de salvarlo del campo de concentración?

El 19 de enero, el Padre le escribe al Padre Alex Menningen unas palabras asombrosas: “¿Podrías imaginarte que no estaría tan ‘conforme’ si no ingresara al campo de concentración?”. No es su primera intención tratar de salvar su pellejo y ponerse a salvo. En esa situación extremadamente peligrosa, piensa más en los schoenstattianos que están prisioneros en Dachau, a los que así podría ver y acompañar en su cautiverio. “Allá me esperan muchos conocidos”, agrega en dicha carta. Sin embargo, también en Schoenstatt hay muchos que le esperan y muchos que preferirían verlo en la cárcel, desde la ventana de la torre de la iglesia cercana, antes que imaginárselo en Dachau, con el diario temor y preocupación por su vida.

¿Qué es lo que lo lleva a ese hombre de Dios a asumir y reflexionar seriamente qué podía querer Dios de él: renunciar al ofrecimiento de una nueva revisión, que con tanta preocupación le habían hecho los suyos, e ir a Dachau? Sabe que no está en la cárcel a causa de algún desatino. Sabe que lo arrestaron y lo arrancaron de su labor a causa de su obra. Está en la cárcel como fundador, no como individuo. Sin esta visión, nunca entenderemos su inquietud y su búsqueda de respuesta. Por eso hay que contemplar en profundidad en qué etapa de su fundación se encontraba él en aquel momento, y cuál era el proceso de crecimiento espiritual que vivía su familia en ese tiempo.

El anhelo del Movimiento, especialmente de los círculos más comprometidos, se orientaba desde el año 1939 hacia el poder en blanco, y desde 1941 hacia la inscriptio. Con su disposición total a la conducción de Dios, nuestro Padre y Fundador reacciona a la creciente amenaza para la iglesia por parte del Nacionalsocialismo. Sólo un anclaje radical en Dios y en Su voluntad puede actuar como antídoto frente a los peligros originados por un gobierno cada vez más hostil con la iglesia.

A la luz de los signos de los tiempos, este anhelo se le manifiesta a él como voluntad de Dios. Observa que este anhelo despierta eco en el corazón de la Familia. Es un tiempo en el que muchos se dejan encender por una conquista espiritual en la línea del poder en blanco y la inscriptio, y otras consagraciones en ese mismo sentido, poniendo su entrega en manos de la Mater. Hay innumerables testimonios de ello – cursos y grupos enteros que se consagraron de esta manera, como ya sabemos, entre ellos, Carlos Leisner y su grupo de seminaristas.

El tiempo de cautiverio es para José Kentenich una respuesta por parte del cielo, y una confirmación de que en el cielo realmente lo toman en serio. Desea que en esa situación no comiencen a remar para atrás. Leemos en una de sus primeras cartas desde Coblenza, después del tiempo en el bunker: “No queremos pertenecer a aquellos que si bien en la oración saben decir mucho de la entrega total, reúnen todos los caballos del mundo para hacer retroceder el carro cuando Dios comienza a tomar en serio nuestra oración y hace con nosotros lo que EL quiere. Su pensar coincide naturalmente con el de San Pablo.

Pablo lo considera como algo evidente el que nosotros, como miembros de Cristo, seamos identificados también con Él en su pasión, y que el sufrimiento no sólo significa el desmayo de las fuerzas humanas sino también y sobre todo la irrupción de fuerzas divinas, y por ello, abundante fecundidad para nuestra vida y nuestro obrar“.

Una irrupción de fuerzas divinas es precisamente lo que el Padre experimentó en el tiempo de su cautiverio, y que asimismo observó también entre los suyos. De esta manera interpreta él la fuerza que lo inundó en el bunker. De esta manera interpreta él lo que describe como una luz que lo invade, en los “Pensamientos de Sponsa” que escribe durante las semanas siguientes. Creo que a veces hasta él mismo se asombra de cómo los pensamientos, las ideas le llegan y llenan las páginas que escribe a los suyos.

Más que nada, ve que su cautiverio despierta vida en su familia y hace surgir nuevas fuerzas. A fines de diciembre, encontramos en sus cartas indicaciones como: “Hasta ahora, mi ausencia sólo ha traído bendiciones en todas partes“, o: “Lo que no logró mi cercanía, la distancia lo regala en un grado alto“. Es un momento de experimentar la fecundidad de Dios y las infinitas posibilidades de Dios, tanto más allá del límite de nuestro pensar humano. Es para el Padre fruto del anhelo del poder en blanco y la inscriptio. Habla de las “grandes leyes en el Reino de Dios”, que se experimentan ahora en la familia. Todo esto le es mucho más importante que su propia libertad.

Con estas experiencias en el trasfondo, la experiencia de un nuevo brote de vida, escuchamos ahora nuevamente la pregunta del Padre al Padre Alex Menningen: “¿Podrías imaginarte que no estaría tan ‘conforme’ si no ingresara al campo de concentración?”. A esa pregunta es que el Padre contesta con las conocidas palabras pronunciadas en la mañana del 20 de enero: “Recién, durante la Consagración, me vino la respuesta a la pregunta que ayer había quedado pendiente. Nuestros sacerdotes deben tomar en serio la inscriptio y el poder en blanco, en especial algunos de los antiguos. Entonces quedaré libre. Por favor, comprende la respuesta a la luz de la fe en la realidad de lo sobrenatural y de la comunidad de destinos entre los hijos de nuestra Familia”.

Vislumbra que con esa decisión exige mucho de los suyos. Pide que comprendan su decisión y quiere ayudarlos a entenderla. Toma en cuenta los esfuerzos de los suyos, que hacen lo indecible con tal de salvarlo de ser deportado a Dachau. Sabe que es bueno y noble su deseo cuando intentan convencerlo de aceptar el nuevo examen médico. Pero ha crecido en él una claridad grande de que Dios así lo quiere: “Estoy aquí, y no puedo hacer otra cosa”, escribe en otra carta el 20 de enero. Pone toda su vida en la realidad sobrenatural, en el realidad de la alianza. Se confía a la solidaridad de destinos de los miembros de la familia, que se basa sólo en la fe. Y precisamente de esa manera lleva a toda la familia a un modo de ser cristiano que se fundamenta totalmente en la fe, que entiende el mensaje de la fe como una realidad, y que vive según esa realidad. Qué actual y cuán necesario es creer y vivir de esa manera también hoy día.

Hoy día miramos atrás, al día aquel en que el Padre tomó la decisión. Intentamos entender el fundamento de la misma. Descubrimos la motivación más profunda que lo llevó a actuar de una manera distinta de la que podía esperarse a nivel humano. Quizás también tomamos conciencia una vez más del riesgo que asumió correr el Padre ese día. Tiempo más tarde comentó él: “Fueron días sumamente difíciles. Luché interioramente, recé. Gustoso quise entregarme por entero a la familia y sacrificar todo por ella: la libertad, el honor, la vida, con tal de asegurar así la libertad interior de la familia, el mundo de ideales y anhelo, para todos los tiempos.¿Qué era lo que Dios quería? No tuve una visión, un sueño, ni una iluminación especial. En esa lucha solitaria sólo conté con la fe sencilla en la providencia divina”.

Los invito ahora a dar gracias, todos juntos, a la Madre de la Providencia. Ella lo condujo y acompañó al Padre a lo largo de todos sus pasos. A ella le agradeció él hasta el fin de sus días la fecundidad que Dios puso de manifiesto con su decisión del 20 de enero.

De ella aprendió a confiar enteramente en la realidad sobrenatural, y educado por ella, construyó una familia que sólo se entiende, por entero, a partir de la unidad de destinos con él y entre los miembros de la familia. Su decisión ha hecho del Movimiento de Schoenstatt una Familia, una Familia que vive en solidaridad con su padre. Es éste un regalo que nunca debemos perder y que queremos implorar para toda la familia en este día.

 

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