100 años Hoerde en Vallendar

PUBLICADO EL 22. AGOSTO 2019IN HOERDETEMAS – OPINIONES

100 años de Hoerde

Homilía en la Misa Pontificia del 18.08.2019 en Schoenstatt, Mons. Dr. Michael Gerber, Obispo de Fulda •

«Vivimos en tiempos difíciles y a menudo, la gente no puede mantenerse fuerte en este proceso de purificación que se está llevando a cabo. Caen en acusaciones contra Dios y el bien, pierden la fe en el bien y en los seres humanos.”[1]

¡Queridos hermanas y hermanos!

Esta cita parece provenir de uno de los recientes comentarios sobre los acontecimientos actuales. «Vivimos en tiempos difíciles…”. Pensamos en las actuales tensiones globales, en la expiración del tratado de desarme INF entre los EE.UU. y Rusia, en el conflicto en el Estrecho de Ormuz, en las corrientes mundiales de refugiados, en las ardientes guerras civiles en Oriente Medio, en África o en Venezuela. Al mismo tiempo, nos recuerda la crisis de credibilidad de nuestra Iglesia y sus causas. Nos recuerdan los conflictos dentro de la Iglesia que, como consecuencia, surgen entre los diversos miembros.

« Vivimos en tiempos difíciles…». Sin embargo, la cita anterior tiene casi 100 años de antigüedad. Procede de una carta de Alois Zeppenfeld, escrita en abril de 1920. La carta está escrita a partir de la impresión sobre la conferencia de Hoerde, que él mismo había organizado tan sólo unos meses antes. Leamos lo que escribe Zeppenfeld:

«¡Nuestra Federación no conoce pesimismo alguno! Al radicalismo del mal contrapone un radicalismo del bien y cree que el bien prevalece, sí, debe prevalecer. Sólo un sano optimismo ayuda a la gente y al mundo; ¡el pesimismo nunca edifica, a menudo solo derriba todo!”.

El escritor de estas líneas, en este momento, había vivido varios años en la guerra, con experiencias traumáticas.

Pero tanto Alois Zeppenfeld como sus contemporáneos también debieron haber experimentado, en los meses inmediatamente posteriores a la guerra, el presente como muy caótico: el colapso de la monarquía en Alemania y el arduo camino hacia una nueva constitución democrática; una situación precaria de suministros básicos y un debilitamiento perpetuo de la propia nación por la pérdida de grandes áreas, así como por las reparaciones económicas a realizar. La situación era riesgosa. Mirando en retrospectiva, sabemos que esta fue una de las razones para el surgimiento y fortalecimiento del nacionalsocialismo.

Queridos hermanas y hermanos,

Tengamos presente el estado de ánimo de la sociedad de entonces y, en ese contexto, leamos el espíritu de optimismo de los federados de la primera hora. Si queremos vivir hoy nuestra misión en el contexto de las cuestiones actuales, por fidelidad al origen, ¿no es necesario, ante todo, renovar y profundizar ese estado de ánimo fundamental de los federados de la primera hora?

«¡Nuestra Federación no conoce pesimismo alguno! Al radicalismo del mal contrapone un radicalismo del bien y cree que el bien prevalece, sí, debe prevalecer. Sólo un sano optimismo ayuda a la gente y al mundo; ¡el pesimismo nunca edifica, a menudo solo derriba todo!”

No se trata simplemente de una cita de jóvenes idealistas. No, está escrito por un joven estudiante que, junto a nuestro padre y fundador y otros cofundadores, fundaría en años por venir, un tipo de movimiento eclesial completamente nuevo para ese tiempo. Sería un movimiento, por un lado, fecundo para la Iglesia y la sociedad y, por otro, muy resistente a las condiciones de tiempos adversos, como el nacionalsocialismo.

¿Qué caracteriza el inicio hace 100 años? Me gustaría destacar algunos elementos, sin pretensión de que sean los únicos. Son elementos que, creo, hoy mismo pueden mostrar una perspectiva en vista de cuestiones de actualidad urgente.

Un primer elemento: Nuestro padre y sus cofundadores están convencidos de que detrás de lo sucedido el 18 de octubre de 1914 y en los años posteriores, hay una iniciativa divina. Desde entonces, esto ha moldeado decisivamente la mentalidad de nuestra familia de Schoenstatt: estamos convencidos del actuar de Dios en el pasado y en el presente. Sin esta convicción, Hoerde no hubiera sido posible, y sin esta convicción, la historia concreta de Hoerde, la génesis de la federación apostólica y del movimiento apostólico, no hubiera sido posible.

Sin embargo, en vista de las corrientes determinantes actuales, también dentro de la Iglesia, la convicción de una «iniciativa divina» no es nada evidente. En muchos círculos eclesiales, encontramos algo así como un «deísmo eclesial». Se trata de un razonamiento que parte del hecho de que Dios, en Jesucristo, ha traído un impulso esencial a este mundo, pero insiste en que ya no podemos hablar del obrar de Dios hoy. Demasiadas cosas van mal en este mundo para creer en un Dios amante, y al mismo tiempo actuante. Más bien, estamos obligados a sacar conclusiones para nuestras acciones de hoy, a partir del impulso del Jesús de ese entonces.

Pero por un lado completamente diferente, también se cuestiona un discurso acrítico del obrar de Dios hoy, de una iniciativa divina. Esto lo experimentamos, por ejemplo, en el contexto de la preparación para el Sínodo para la Amazonia. Expertos de renombre cuestionan críticamente el «Instrumentum Laboris» en preparación para este Sínodo. ¿Acaso se definen repentinamente – según los críticos –  nuevas fuentes de Revelación a partir de una evaluación teológica de las tradiciones indígenas, en contraposición a la historia de salvación en Jesucristo, como lo atestiguan las Escrituras y la tradición? ¿Ocurre esto de una manera que contradice la comprensión eclesial de la Revelación?[2]  Estos cuestionamientos deben tomarse en serio.  ¿Cómo se puede pensar hoy un posible obrar de Dios en relación al acontecimiento de la salvación, a la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo? Constatamos que no podemos hablar acríticamente de una «iniciativa divina». Ni en la Amazonia ni en Schoenstatt puede tratarse de una especie de «Revelación paralela o particular». Cuando hablamos de «iniciativa divina», ésta no puede ser entendida como “paralela” a lo que la Escritura y la tradición atestiguan.

Queridos hermanas y hermanos,

no se trata de una bagatela o de sutilezas teológicas. Si la convicción de la «iniciativa divina» ha moldeado la mentalidad de nuestro movimiento durante más de 100 años, entonces Schoenstatt – al menos las federaciones y los institutos – debe ser capaz de mantener un diálogo con las tendencias de nuestro tiempo y, por lo tanto, también poder fundamentar nuestro pensamiento teológico.

Me vienen a la mente dos indicaciones de nuestro fundador que, por un lado, están totalmente en línea con la doctrina de la Iglesia y, al mismo tiempo, expresan su pensamiento original:

Una primera indicación: Cuando Dios toma la iniciativa aquí y ahora, no sucede nada «diferente» o «adicional» a lo que la Escritura y la tradición atestiguan. Más bien, lo que sucedió en Jesucristo y lo que la Biblia testifica se hace presente de una forma nueva. Nuestro fundador se refiere a esto una y otra vez[3]. Lo expresa muy marcadamente en el Oficio del “Hacia el Padre”.

Aquí se muestra un modo de interpretación para la situación dramática que atraviesa la Iglesia de hoy. ¿Es aquello que nosotros hoy experimentamos, también interpretable como una presentificación de lo que los discípulos, María y las demás mujeres, experimentaron en los días anteriores y posteriores a la Pascua? Aquí está la traición y el abuso flagrante de la propia misión por parte de representantes de renombre de la Iglesia, a quienes de hecho se les ha confiado el cuidado de almas. Experimentamos como resultado un distanciamiento y una rápida pérdida de relevancia. Para muchos, es cada vez menos posible encontrar el “signo de la salvación” en aquella comunidad que se atribuye a Jesús. De la comunidad viva del Domingo de Ramos, a los pocos días parece no haber quedado nada. ¿Fue así solo en aquel tiempo o lo es también ahora?

Creo que nuestro Padre hoy nos guiaría a interpretar la situación actual de nuestra Iglesia como una presentificación del dramatismo de la Pascua. Esto también puede ayudar a salir del fatalismo y el pesimismo, y a llegar a aquel estado de ánimo fundamental que inundaba a nuestros federados hace 100 años. No sabemos con qué dramatismo continuará el camino de la Iglesia de nuestros días. Pero es precisamente aquí donde podemos experimentarnos en profunda comunión con María y los discípulos en esas horas pascuales. Esto también significa la Alianza de Amor, una Alianza que trasciende en el tiempo.

Una segunda indicación: según la doctrina de la Iglesia, entendemos la Revelación como un proceso dialógico entre la Revelación de Dios y la aceptación del hombre. Pero es el mismo Espíritu Santo quien abre el corazón y la mente del hombre para esta aceptación[4].  A lo largo de su vida, una de las preguntas esenciales de nuestro fundador fue: ¿Cómo se abren, en lo más profundo, el corazón y el alma al obrar de Dios? Preguntando más allá: ¿Cómo puedo llegar a estar atento a dónde el Espíritu Santo abre el alma de una persona? De este modo, sin embargo, nuestra visión de las expresiones espirituales del ser humano, y de lo que se manifiesta en las expresiones espirituales de una cultura, adquieren un nuevo sentido y, en el significado más fidedigno de la palabra, un sentido teo – lógico. Nos preguntamos: ¿Cómo podría manifestarse, en tal contexto, el actuar del Espíritu Santo, que abre almas al mensaje del Evangelio?

¡Queridos hermanas y hermanos!

Con Hoerde, nuestro movimiento se ha concebido a sí mismo como un «movimiento apostólico». ¿Qué significa apostolado hoy, en una sociedad postmoderna y pluralista? En el sentido de San Pablo, esto puede significar interceder en favor de la Palabra de Dios y la verdad de Jesucristo, ya sea oportuna o inoportunamente[5].  Pero eso es sólo una mitad del proceder apostólico de Pablo y de nuestro padre. Por otro lado, San Pablo y nuestro fundador nos enseñan a estar atentos a dónde el Espíritu Santo abre una puerta[6].  Para nuestro padre, esta es una cuestión, sobre todo, de cuándo el Espíritu Santo abre una puerta en lo más profundo del alma de una persona. ¿Debemos, en consecuencia, cuestionar críticamente nuestros propios esquemas de reacción, nuestros mecanismos de defensa con relación a los diferentes fenómenos y expresiones de vida en la sociedad actual?

Queridos hermanas y hermanos, «movimiento apostólico» significa: Aquí y ahora, en este mundo postmoderno y de múltiples opciones, ganar personas para un vínculo vital con Jesucristo y para el Evangelio. Eso jamás puede significar buscar sólo a personas que, de alguna manera, aun muestren una actitud «bien católica». No; si creemos en una continua iniciativa divina, entonces debemos esperar a que el Espíritu Santo abra su mensaje a las almas de personas muy diferentes, especialmente a las almas de quienes, según su estilo de vida, menos lo esperamos.

Entonces, ¿qué significa una actitud apostólica? Nos preguntamos: ¿Dónde está, aquí y ahora, el acceso al alma de una persona en la que algo pueda empezar a moverse? ¿Cómo y dónde tratamos esto responsablemente, siendo personas con mentalidad apostólica?

Durante su estadía en Milwaukee, el P. Kentenich formuló esto con palabras muy claras:

«Si soy jardinero – educador (podemos entonces decir: Si soy activo apostólicamente; MG), entonces debo dar a la planta lo que ella necesita. Si soy un chapucero, entonces le tiraré algún fertilizante a la planta. (…) Se podría decir que, como hoy en día ya no tenemos mentalidad católica, todos los disparos que lanzamos van al vacío. (…) La pregunta inicial era: ¿Dónde están los instintos originarios más elementales del alma? Si no capturamos las fuerzas originales, entonces sólo pegamos algo. Los instintos originarios están vivos, pero no están desarrollados»[7].

Dicho de otra manera: Si el hombre de hoy, que ha crecido en un mundo pluralista, no comprende la relevancia que tienen la Buena Nueva y el camino de la Iglesia para responder a las preguntas más profundas de su alma, entonces todo lo que el cristianismo pueda ofrecer como camino y verdad sigue siendo muy ajeno a él.

Los cinco años entre el 18 de octubre de 1914 y Hoerde estuvieron marcados esencialmente por el hecho de que el anhelo profundo de los congregantes había encontrado eco en lo que habían experimentado como schoenstattianos en una lucha común. Por eso, Schoenstatt creció antes y después de Hoerde. Esto se expresa muy claramente, por ejemplo, en el discurso de Albert Eise, en ese momento aún muy joven, en una reunión conmemorativa el 21 de abril de 1919, en el período inmediatamente anterior a Hoerde.[8]

Según Kentenich, la existencia apostólica hoy significa, por un lado, estar en la verdad de lo que nos revela la Escritura y la tradición; y, por otro lado, una profunda comprensión de los movimientos del corazón de nuestro prójimo, a quien encontramos en el supermercado, frente a la entrada del jardín de infantes, en la cola del panadero, en el trabajo, en el tren, en la casa vecina, pero también en muchos comentarios sociales incisivos o incluso de las políticas eclesiales. Preguntémonos críticamente: ¿Cómo reaccioné – en Alemania – a la iniciativa «María 2.0”? ¿O cómo reaccioné – en Chile – a la «Carta de la Juventud chilena al Movimiento de Schoenstatt en Chile»? ¿Hubo una reacción defensiva inmediata? Cuando hago preguntas más profundas, ¿qué tipo de voces del alma se mueven en esta iniciativa? ¿Qué experiencias podrían estar detrás de esto? ¿Qué nos quiere decir el Espíritu de Dios a mí y a nosotros? Esto no significa, en modo alguno, que tenga que estar de acuerdo con las posiciones allí representadas. Pero la pregunta: «¿Qué movimientos de los corazones están detrás de esto?” me abre un primer acercamiento y la oportunidad de entrar realmente en un diálogo constructivo. Agradezco haber tenido algunas conversaciones en este sentido con representantes de «María 2.0» en la diócesis de Fulda.

Un último pensamiento para hoy: ¿Qué significa esto estructuralmente para el camino de la Iglesia en su conjunto? Específicamente: ¿Cómo debe ser el liderazgo en la Iglesia hoy en día, para que esta tensión entre la preservación de la fe tradicional, por un lado, la apertura a los movimientos del corazón de la gente, por el otro, y la conexión entre ambos pueda tener éxito?

Creo que nuestras federaciones e institutos, en la forma en la que está estructurada su directiva, tienen un significativo elemento profético y al mismo tiempo crítico que aportar a nuestra discusión eclesial actual. Hoy en día discutimos mucho en la Iglesia sobre cómo debe ser el liderazgo, especialmente sobre quién puede y quien no puede liderar, y hasta qué punto. Discutimos sobre las condiciones de ingreso al sacerdocio.

En mi opinión, no puede tratarse sólo de la pregunta que se hace con frecuencia hoy, sobre quién puede dirigir, dónde y cómo, sino que debe tratarse esencialmente de la pregunta básica: ¿Cómo es el liderazgo? Creo que nuestras federaciones e institutos en Schoenstatt tienen su propia respuesta: Existe -clásicamente como en todas las comunidades eclesiásticas reconocidas – el superior, la superiora. Sin embargo, por sus estatutos, en muchos asuntos están claramente vinculados a un consejo. De manera especial, los superiores representan la unidad y la identidad de la comunidad – una tarea típica del liderazgo. Garantizan la unidad general de la comunidad con la verdad y la misión de la Iglesia, y la identidad específica de la misión de la propia comunidad.

A su lado, también hay un sacerdote como asistente o director espiritual. Salvo en las comunidades de los padres de Schoenstatt y del Instituto de sacerdotes diocesanos, esta es una persona adicional, en complemento con el superior o la superiora. Este sacerdote se compromete – no exclusivamente, más bien con una responsabilidad especial – con la realidad sacramental de la Iglesia y de las comunidades particulares. Esto se desarrolla preferentemente en la administración de los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Reconciliación, así como en la proclamación de la Palabra. Cada comunidad debe ver su vida como un presente original del acontecimiento de Cristo. También éste es un servicio específico e indispensable para la comunidad: guiar hacia el origen, que ninguna comunidad se puede dar a sí misma, que es Jesucristo, el Señor.

Además -y esto se desarrolló en Schoenstatt hace muchas décadas como una novedad para la Iglesia- hay personas en las federaciones y en los institutos que son responsables de la vida espiritual de la comunidad y de las corrientes de vida. En las federaciones, es el cargo del dirigente general de cursos o de la madre general de cursos. En las federaciones son personas, o en la Federación de familias una pareja, que son las responsables para los dirigentes de los cursos. Tienen la responsabilidad de estar atentos a la vida espiritual, a las corrientes de vida. Son partidarios de dar cabida a estas corrientes en la estructura de la comunidad, por ejemplo, en la búsqueda del lema de año.

Identidad – realidad sacramental – sensibilidad para la vida espiritual, estas son tres dimensiones del liderazgo. En las federaciones e institutos, éstas se encarnan en el conjunto de diferentes líderes. Los superiores y líderes generales de cursos, a su vez, están vinculados a sus respectivos consejos o al círculo de los dirigentes de cursos o de las madres de cursos. ¿Acaso se encuentra, en esta definición multidimensional de liderazgo, la clave para muchos temas de liderazgo en nuestra Iglesia? ¿Son acaso las discusiones que estamos teniendo actualmente sobre la jerarquía eclesiástica y las condiciones de admisión, también una indicación para seguir reflexionando sobre liderazgo en el sentido de lo que se ha experimentado en Schoenstatt? ¿Necesita también nuestra Iglesia formas complementarias de liderazgo, así como lo experimentamos en nuestras comunidades? Estas son preguntas también abiertas para mí como obispo en este momento, pero que deberíamos abordar juntos.

Uno podría objetar: Este modelo de liderazgo sólo es fecundo en las federaciones y en los institutos de Schoenstatt porque hay un esfuerzo común por lo que llamamos «cultivo del espíritu». En otras áreas de la Iglesia, esto no se puede presuponer.

Pero, queridos hermanos y hermanas de las federaciones e institutos, ¿qué significa esto? Preocuparse por asegurar que este cultivo del espíritu tuviera éxito en las diferentes áreas de la Iglesia, fue justamente el programa de los congregantes de Hoerde. Como se decía en su memorándum: “No se trata, en primer lugar, de una nueva asociación, de una nueva organización, sino más bien de adaptarse sabiamente a la red de organizaciones existente, de insuflar el alma apostólica en las comunidades existentes, de apoyarlas”.[9]  El hecho de que hayamos experimentado, tanto entonces como ahora, las limitaciones de nuestro poder no nos debe asustar. Así como nuestro padre y fundador, creamos en la «resultante creadora», en la iniciativa de Dios. Hay mucho que hacer. Aventurémonos en lo que Dios quiere obrar con nosotros.[10]

Traducción revisada (Schoenstatt.org)

[1] Carta de Alois Zeppenfeld, Abril 1920, citada en la revista MTA del 15.5.1920
[2] Cf. Las críticas de Gerhard Ludwig Müller en Die Tagespost del 16 de julio de 2019, p. 9f. El título del artículo «Dios simplemente no está en todas partes» enfatiza demasiado la declaración de Müller: «Dios simplemente no está presente de la misma forma en todas partes y en todas las religiones, según la cual la Encarnación sería solo un fenómeno típico del Mediterráneo».
[3] Ver por ejemplo J. Kentenich: Discurso al Instituto Secular de Sacerdotes Diocesanos, del 22 de abril de 1968 (en: Propheta locutus est XVI, 237): » En aquel tiempo, habíamos acuñado la frase: nueva iniciativa divina. Bíblicamente podemos decir también: `Hoy ha llegado la salvación a esta casa’, (Lc 19,9), ` ¡Nuevamente ha llegado la salvación!’ Quien se ha familiarizado un poco con el ideario de Juan XXIII, quien se ha familiarizado con las intenciones de la Divina Providencia con el Concilio Vaticano II, sabe cuán fuerte es el anhelo de la Iglesia por una repetición de la situación de la Cena del Señor, una repetición de la venida del Espíritu Santo”.
[4] Cf. II. Vaticano: Constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación, n. 5″. Cuando Dios revela hay que prestarle «la obediencia de la fe» (Ro 16,26; Ro 1,5; 2 Cor 10,5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando «a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad», y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por El. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da «a toda la suavidad en el aceptar y creer la verdad». Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”.
[5] Cf. 2 Tim 4,2.
[6] Cf. Hechos 14, 27 et aliis.
[7] Kentenich, Schöpferische Resultate, Vatertexte aus Milwaukee  S. 279f.
[8] Cf Revista MTA del 15.05.1919, p. 41.
[9] Citado según: Friedrich Ernst: Die Bedeutung der Hörder Tagung 1919 für die Apostolische Bewegung von Schönstatt. Paderborn 1959, S. 37.
[10] Cf. Hechos 14, 27.

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