Villa Ballester, 25 de junio de 1949
Reverendo P. Vicegeneral
Carlos Hoffmann
S.A.C., Roma
Reverendo Padre:
Quisiera agradecerle brevemente por su atenta carta. De nuevo me llegó mientras escribía la continuación de mi respuesta. Le adjunto esta última. Para que comprenda mejor mi intención, le recuerdo que lo que me mueve no es tanto Schoenstatt sino sobre todo el bien de la Iglesia en Alemania. Creo que ha llegado el tiempo de avanzar con mayor fuerza en ambientes de Iglesia y considero el camino andado – aun cuando sea también peligroso – como el más apropiado. Pero a la vez quisiera lograr que allá se contase con Schoenstatt más de lo que se lo ha hecho hasta ahora. Si bien nuestro deseo es sólo servir, es necesario que las autoridades eclesiásticas nos tomen mucho más en serio de lo que ha ocurrido hasta ahora. La tercera continuación – así lo espero – aportará asimismo una comparación entre San Francisco de Sales y Pallotti.
Dé gracias por favor al P. Faller por el libro ¨Dios, el amor infinito¨. Y para terminar, un pedido: Un inversionista alemán de aquí, el Sr. Schormair, que nos está ayudando a adquirir un terreno para el Santuario y la casa provincial de las Hermanas, visitará Roma en torno del 26 de julio. Le agradecería muchísimo al P. Weber si pudiera ocuparse de él, le mostrara la ciudad y, si fuera posible, consiguiera una audiencia con el Santo Padre. Los gastos que pudiera ocasionar corren por mi cuenta.
Ahora comienza para mí un pesado trabajo: los retiros en casa de nuestros Padres, en Jacarezinho.
Que el próximo año traiga abundantes bendiciones para Pallotti y todos sus hijos e hijas.
Con mis mejores deseos para usted y su labor, y un cordial saludo para usted, el P. Weber y todos los demás Padres que se alegran de un saludo, me despido de usted con respeto y gratitud.
Una mirada atenta a las exposiciones hechas hasta aquí muestra que hemos hecho una presentación general de la obediencia perfecta según la visión católica, pero en lo particular nos hemos ceñido fundamentalmente a la obediencia de cuño ignaciano. De ese modo surgió una imagen clara e inequívoca de obediencia que le asegura el lugar que le corresponde en el ideal y en el modelo del hombre católico que vive en comunidad.
Tales reflexiones de fondo son de gran importancia en un tiempo que atraviesa una crisis espiritual que en todos los ambientes ha remecido la conciencia de autoridad. Se trata de consideraciones imprescindibles a la hora de una sólida reconstrucción de Occidente… Quien las esquive creerá que está edificando su casa sobre la roca; pero advertirá ya con la primera tormenta que se ha equivocado: la roca revelará no ser más que arena.
No sólo existe una espiritualidad ignaciana, sino también la benedictina, la franciscana y la salesiana… Si queremos que nuestro estudio sea confiable y completo, deberíamos confrontarnos también con tales espiritualidades, deberíamos mostrar su originalidad y el lugar que ocupa en cada una de ellas la obediencia perfecta.
Para cumplir con este objetivo creemos que bastará con algunas
consideraciones generales
y sólo cuando sea necesario entraremos en
detalles.
Esto habrá de ser necesario sólo cuando expliquemos la mentalidad y la pedagogía salesianas. Estudiaremos aquí con mayor detenimiento sus líneas fundamentales, ya que más adelante habremos de referirnos a ella con frecuencia.
La tarea global que nos hemos propuesto es fácil de realizar, puesto que la estructura de nuestra espiritualidad es tan amplia que en ella se reflejan todas las formas acrisoladas de espiritualidad. Ellas nos han dado lo mejor de sí y nosotros hemos multiplicado dicho aporte como si se tratase de una valiosa moneda. No podía ser de otro modo.
Vivimos en un tiempo de total disolución de todos los hilos y fibras de la vida, incluso de los más finos. En un tiempo y para un tiempo de este tipo, un movimiento de renovación debe captar sin excepción todas las fuerzas constructivas que han demostrado su eficacia en el transcurso de los siglos y ponerlas a su servicio. Y tiene que hacerlo más allá de que como movimiento renovador esté abierto a los problemas actuales y tome creativamente la nueva ribera como su norte.
Así lo exige el respeto por la verdad, la fidelidad católica a la tradición y una firme conciencia de responsabilidad por una transformación de la Iglesia que puja por avanzar…
Las
consideraciones generales
hacen referencia a la imagen de la esfera… Según se vaya girando dicha esfera, se apreciará un aspecto benedictino, franciscano, jesuita o salesiano. Esta esfera es Schoenstatt.
Últimamente en Münster se busca formular un nuevo ideal de sacerdote – el del sacerdote diocesano – y proclamarlo como luminosa estrella de Belén. Se trata del sacerdote diocesano, que simplemente deriva la cohesión y pureza de su estilo del character indelebilis sacerdotalis y de las cuestiones existenciales originales que le plantea, por una parte, su vocación en el mundo concreto de su parroquia y diócesis y, por otra, su posición de aislamiento.
Hace años, en un retiro sobre la vida sacerdotal, nosotros intentamos lo mismo. Por eso nuestra esfera ofrece también esta faceta, del mismo modo como en ella se esboza la espiritualidad oriental con su profundidad mística, desde que la estadía en Dachau nos hizo posible la investigación de dicha espiritualidad. En resumen: todos las modalidades pueden solicitar su derecho de domicilio en Schoenstatt, pueden aportar allí su fecundidad y a la vez dejarse fecundar. Hasta ahora ha sido así, y en abundancia. Y debe seguir siéndolo en el futuro. Así lo exige la amplitud de Schoenstatt; amplitud que a su vez Schoenstatt comparte con la Iglesia.
En efecto, con la Iglesia y en la Iglesia, Schoenstatt tiene en común el objetivo de un apostolado universal: la activación, movilización y organización de todas las fuerzas de trabajo apostólicas, de todas las áreas de trabajo, de todos los métodos de trabajo y de todos los medios de trabajo.
Esta infinita amplitud sólo se hace viable, sin peligros, gracias a dos realidades: Por un lado, porque en nuestro sistema la síntesis de todas las formas acrisoladas de espiritualidad configura una creación nueva en un plano superior. Una creación cuya originalidad y plenitud no es comprensible por todos sin más ni más. Y por otro lado, porque tal creación ha logrado una concreción orgánicamente unilateral mediante el misterio de Schoenstatt, el cual ha preservado eficazmente al universalismo del peligro del nihilismo.
En esta actitud – que Pallotti designa como ¨infinitismo¨ – radica la fortaleza de Schoenstatt, pero también su debilidad. Su fortaleza: porque tiene en cuenta todas las modalidades y todas las necesidades. Su debilidad: porque a causa de la estrechez del campo conciencial humano y de los límites de la perspectiva de interés, cada modalidad tiende a su similar, para recibir y dar seguridad, fuerza de empuje y fecundidad. A este fenómeno se refiere el dicho: simile simili gaudet. Así pues, la modalidad franciscana tiende a la franciscana; la jesuita a la jesuita; la benedictina a la benedictina y la salesiana a la salesiana. De este modo surgieron en la Iglesia las grandes órdenes religiosas y las corrientes espirituales que les sirven de cauce y que se nutren de ellas.
Por todo lo dicho se puede apreciar con claridad que no resulta fácil captar una corriente espiritual como la de Schoenstatt, mantenerla en un cauce sano y guiarla con consecuencia sin sofocar ni volatilizar la vida.
Es evidente que toda espiritualidad imprime un cuño particular a los elementos esenciales de la vida cristiana. La expresión y prueba de su originalidad radican justamente en ese respectivo matiz o acentuación. Así ocurre también con la obediencia.
La definición del ideal y modelo del cristiano dada más arriba se hace cargo plenamente de este hecho. Ella ofrece en todo sentido el punto de partida para realizar estudios más profundos a la luz de las diferentes espiritualidades.
La perspectiva benedictina contempla al ¨católico que vive en comunidad¨ de manera diferente de como lo ven los jesuitas. Como ya lo destacamos anteriormente, los benedictinos acentúan fuertemente la stabilitas loci et personae. Desde los tiempos de las invasiones bárbaras con sus grandes migraciones – que están lejos de ser tan amplias y devastadoras como las actuales – nos llegan claramente aquellas palabras creadoras y enérgicas de San Benito: ut stet. Y así surgieron las comunidades benedictinas. Ellas sirven como gran embalse, como red colectora de una humanidad nómade que no quería sosegar. En un tiempo signado por el desarraigo universal, este dato histórico arroja luz sobre nuestra vinculación local y personal, sobre nuestro carácter familiar y obediencia familiar.
En virtud de esta herencia benedictina nos sentimos emparentados y agradecidos para con el monje legislador de Occidente y sus hijos e hijas.
En su estudio sobre el monacato benedictino, el abad inglés Butler expone la diferencia entre la obediencia familiar benedictina y la jesuita. Esta última – de modo semejante a lo que ocurre en el ejército – tiene que ser prestada en lo posible al pie de la letra. Así lo exige la esencia de una tropa itinerante. A nuestras externas, que se hallan en una situación parecida, les planteamos exigencias similares. En cambio el benedictino cuenta desde el principio con faltas a la obediencia; pero sabe también que la vita communis perfecta – en tanto exista una sana conducción de la comunidad – crea un contrapeso que impide daños mayores. Nosotros aplicamos estas mismas constantes en el caso de las internas.
La modalidad franciscana se distingue por su fe sencilla en la Divina Providencia. La definición habla de obediencia providencialista. Toda concepción católica de obediencia se afirma en este fundamento. Así lo hacen especialmente las órdenes mendicantes. Tienen que proceder de esta manera en razón de toda su estructura. Ya hemos destacado cuán fuertemente está desarrollado en nosotros este elemento específico.
La modalidad salesiana insiste especialmente en que la obediencia esté inspirada por el amor. La definición pone de relieve esta cualidad. También aquí vale el principio de que ninguna obediencia – tampoco la ignaciana – puede prescindir de este amor. Sin embargo en la concepción de obediencia de San Francisco de Sales el amor ocupa un lugar muy especial, como más tarde lo expondremos con mayor detalle. Y lo mismo sucede en nuestro caso.
De ello se desprende que todas las corrientes católicas acrisoladas y reconocidas – si bien con algunas acentuaciones particulares – comparten nuestra concepción de la obediencia perfecta y su decisiva importancia para la formación del cristiano.
Lo mismo se puede decir de la sabiduría de vida y la sabiduría pedagógica
salesianas
Queremos destacarlo especialmente porque es aquí donde el Informe podría hallar enseguida un aval para su argumentación. Ahora bien, si podemos remitirnos legítimamente a San Francisco de Sales, ello significaría un pleno reconocimiento. En efecto, este santo es un importante doctor de la Iglesia. Quien pueda apoyarse en él tendrá inmediatamente la autoridad de la Iglesia de su parte.
Quien se tome el trabajo de ahondar en la espiritualidad salesiana, advertirá pronto que todos los intentos (de avalar la argumentación del Informe recurriendo a San Francisco de Sales) son inútiles. Al contrario.. San Francisco inclina con toda su autoridad la balanza a favor nuestro.
No cabría esperar, desde un principio, otro resultado, ya que la
orientación global
de la ascética y de la pedagogía es, en ambos casos, casi idéntica. Tanto, que resulta muy improbable, si no del todo imposible, establecer una diferencia en lo que concierne al concepto de obediencia.
La semejanza llega realmente tan lejos que podría pensarse que nosotros simplemente hemos copiado la idea de San Francisco y que la tarea que nos proponemos consistiría únicamente en darle un toque más moderno y hacerla más popular. Que este no es el caso se desprende ya de la circunstancia de que con el mismo derecho se puede decir lo mismo de todos las demás espiritualidades.
Ciertamente es verdad – y debe ser visto como una buena señal y valorado como prueba de una manera de pensar auténticamente católica – que todas nuestras concepciones están firmemente ancladas en la tradición eclesiástica; que ellas pueden apoyarse sin excepción en importantes autoridades, más allá de que a veces estén también en contradicción con opiniones que imperan hoy y de que evidentemente deban su origen inmediato a una observación y trabajo de investigación independientes.
Es verdad que todas las espiritualidades nos han enriquecido muchísimo, pero también lo es que ellas han recibido de nosotros la riqueza de haber sido incorporadas a una síntesis creadora y adaptadas a necesidades y exigencias de la época actual…
La concordancia entre San Francisco de Sales y nosotros es amplísima, tanto en lo que atañe a actitudes espirituales como a exigencias particulares. Quien nos quiera comprender, tiene que estudiar primero a San Francisco de Sales; quien haya asimilado su espíritu, nos entenderá entonces sin más ni más. Los deseos de San Francisco de Sales son nuestros deseos, sus dificultades son nuestras dificultades, sus luchas son nuestras luchas.
Una rápida comparación lo demostrará
En primer lugar constatamos en general lo siguiente: Lo que llamamos pedagogía de ideales, de alianza y de vinculaciones; lo que enseñamos sobre la pedagogía de movimiento y de confianza y lo que proclamamos sobre La santidad de la vida diaria se halla no sólo en estado germinal en San Francisco de Sales sino también desarrollado hasta un cierto punto. Trátese tanto del ideal personal y de comunidad y el ideal de ser y de misión como de la relación entre actitud interior y acción exterior, de la tensión entre espíritu y forma, amor y virtudes morales, magnanimidad y mera obligatoriedad, vinculación interior y exterior.
Toda nuestra teoría y práctica pedagógicas – si bien, como se puede demostrar, es una creación nueva y autónoma, surgida de modo independiente – aparecen como un desarrollo y culminación actualizados de sus ideas fundamentales. Quizás esto tranquilice a aquellos que no tienen tiempo, ni fuerzas, ni ganas ni capacidad para emitir un juicio con independencia y a partir de contextos fundamentales, para tomar así una posición segura. Quien ahonde en los escritos de San Francisco de Sales tendrá a menudo la impresión de que los mismos han sido compuestos hoy y para el tiempo de hoy; le parecerá que provienen de nuestro medio (Schoenstatt).
Para profundizar en algunos aspectos particulares – no en todos – quisiera recordar la concepción de ambas partes acerca de la idea de
la santidad de la vida diaria,
el ideal de estado
y el ideal personal.
Lo que decimos hoy sobre la
santidad de la vida diaria,
ya lo enseñaba San Francisco de Sales en su tiempo. Por entonces era significativamente más difícil que hoy, cuando el terreno se encuentra muy bien preparado en virtud de las tremendas conmociones sufridas en el plano del espíritu.
El movimiento que San Francisco de Sales inició o al menos fomentó fuertemente, halló su definitiva coronación en la Constitución ¨Provida Mater Ecclesia¨. En una época en la cual la gente común sólo conocía una ascética típica de las órdenes religiosas, fue necesaria su genialidad religioso – pedagógica para desprender con mano segura la piedad de las formas habituales de las órdenes religiosas, remontarlas a lo esencial y supratemporal, al amor perfecto, y adaptarlas cuidadosamente a la individualidad personal y al lugar original que cada uno ocupa en la vida.
De ahí que, en la historia de la espiritualidad de Occidente, San Francisco de Sales sea considerado como pionero de la santidad de la vida diaria para todos los estados de vida; como doctor de la Iglesia y maestro de una ascética expresamente laical; como precursor de la espiritualidad de los Instituta saecularia y todas sus corrientes afines.
Por otra parte, los peritos en la materia consideran como natural que en su manera de enseñar y hablar San Francisco de Sales se haya desprendido de las costumbres de la época y que en su audaz avance haya entrado en conflicto con las teorías y formulaciones de entonces. Se reprochaba falta de sacralidad a su forma de hablar y de escribir. San Francisco de Sales sostenía opiniones distintas de las de Santo Tomás de Aquino, sobre todo cuando se trataba de la esencia, desarrollo y valor del amor. Con inconmovible firmeza se contrapuso a Port Royal, centro monástico del jansenismo que proponía en todas partes una severidad implacable – especialmente en la educación de la juventud -, restringía la libertad espiritual y pretendía maniatar la voluntad en varios aspectos… Todo esto demuestra cuán extraordinariamente independiente y creador era San Francisco de Sales en cuanto a su pensamiento y objetivos.
Con una prudencia poco común, el ¨santo gentilhombre¨ supo unir siempre – especialmente desde que comprendió su misión para la época en que vivía – nobleza de pensamientos y de formas a una valentía indoblegable. Luego de haber reconocido con claridad que la generalización y absolutización del ideal de las órdenes religiosas impedía el arraigo de la piedad en el mundo laical, emprendió la lucha.
Por entonces sólo a los miembros de las clases privilegiadas les era posible aplicar al mundo laical la ascética monástica. Sólo ellos tenían el tiempo y el dinero suficiente para retirarse a rezar la liturgia de las horas; sólo ellos podían delegar sus asuntos mundanos en manos de otros y recogerse en la soledad; sólo ellos disponían del espacio para la práctica de las mortificaciones usuales, para ayunar en determinados tiempos y buscar una compensación en otros.
Ahora bien, todo esto era impensable para la gran masa. Por lo cual esta llegó a la convicción de que era imposible vivir en el mundo y ser a la vez piadoso: eso es algo que sólo pueden cultivar frailes y monjes. No estamos llamados a ello. Por eso renunciamos definitivamente a empeñarnos en esa dirección y viviremos nuestro día laboral sin contacto con Dios. A lo sumo el domingo y el tiempo oficial de oración…
Quien quiera hacer un análisis exacto de la época; quien investigue las causas de la secularización de la vida que impera hoy por doquier; quien indague las fuentes del paganismo de los días laborales y del cristianismo del domingo, no puede pasar por alto estos contextos. Hoy se debe aprovechar todos los medios para conocer el colectivismo, para perseguirlo hasta el último rincón y derrotarlo. Todo lo que separe la vida privada y pública de Dios tiene que ser considerado y combatido como la peste del laicismo y como un foco directo de peligro de colectivismo.
Haecker llama la atención sobre el hecho de que toda separación del orden sobrenatural deja al hombre y al mundo a merced de la influencia del demonio quien, como león rugiente, merodea buscando a quién devorar… Sólo las fuerzas divinas son las que, en definitiva, pueden conjurar eficazmente los poderes diabólicos. Así lo enseña claramente el Apocalipsis… De este modo el secularismo tiene efectos doblemente trágicos… El congreso Católico de Maguncia nos traza un sombrío panorama del rápido crecimiento de esta enfermedad de la época en el ámbito germánico… Todas las instituciones y métodos pedagógicos tienen que contar con ello. Y esto vale en primer lugar para la pastoral juvenil y obrera.
Con toda razón Westermayer señala que la influencia del ambiente aplasta la personalidad del joven. Como factores determinantes menciona, en el área socioeconómica, el empobrecimiento y la reestructuración de los estamentos sociales; en el área política, la democracia aún no desarrollada; en el área cultural, la total secularización de la vida.
En cuanto a la clase obrera, Kockerolst declara lo siguiente:
¨La religión no es, como suele suponerse, el campo de valores más amenazado. Al contrario, está en el punto más bajo en la escala de objetivos de ataque.¨
Y la razón que da:
¨La religión ya no tiene absolutamente nada que decirle al obrero. Éste está dominado por intereses político – económicos. Tampoco sus prejuicios contra la religión tienen una motivación religiosa o intelectual, sino social. La protesta no va dirigida contra las verdades fundamentales del cristianismo, sino contra la imagen social que da la Iglesia…¨
Nos acercamos evidentemente más y más al estado que vislumbró Nietzsche, cuando escribió aquellas palabras: ¨Dios ha muerto; nosotros lo hemos asesinado¨. En amplios sectores obreros se considera a Dios y a la religión como opio para el pueblo. Quizás la culpa de ello recaiga en la forma como algunos grandes de este mundo han valorado y utilizado la religión. Esta fue para ellos fundamentalmente un anzuelo, un medio para mantener al pueblo sujeto a sus riendas. De este tono es también el credo de Voltaire, genial e influyente satírico que lanzó sus dardos contra la religión. Así confiesa:
¨Si no hubiera Dios, habría que inventar uno. Porque, hermanos, ustedes comprenden, la religión es una válvula de escape. El pueblo necesita religión.¨
Miguel Bakunin, el padre del anarquismo ruso y abuelo del bolchevismo, retomará la idea. En su libro ¨Dios y el Estado¨ declara:
¨Invierto la frase de Voltaire y digo que aun cuando Dios existiese, habría que eliminarlo. Porque donde aparece Dios, el hombre se convierte en nada. Dios es el señor supremo y entonces el hombre no es más que un esclavo. Revelación y religión son incompatibles con la libertad y la dignidad del hombre.¨
Nietzsche agrega:
¨Si hubiera un dios, yo no podría soportar no serlo yo mismo.¨
Todo esto muestra cuánto ha avanzado la secularización de la vida y dónde se halla la fuente del desencuentro entre obreros e Iglesia…
Todo ello nos permite advertir cuán importante es estudiar la espiritualidad de San Francisco de Sales, dejarse introducir por él en la esencia, sentido y finalidad de una santidad de la vida diaria para las vocaciones laicales que esté en consonancia con la época, y cuán importante es también ser elocuentes pregoneros de dicha santidad, mediante nuestras palabras y acciones. Es también una oportunidad para valorar el significado de los institutos de laicos y su misión para nuestro tiempo.
En su encíclica sobre la doctrina y la vida de este santo doctor de la Iglesia, Pío XI declara los siguiente:
¨Parece como si San Francisco de Sales haya sido dado por Dios a la Iglesia, por un designio especial, para… refutar aquella opinión, arraigada ya en tiempos del santo y todavía hoy no superada, de que la verdadera santidad… sería tan difícil de alcanzar que la mayoría de los creyentes no podría alcanzarla…; más aún, que el empeño por la santidad estaría unido a tantas fatigas y dificultades que la santidad no es asequible para hombres y mujeres que no vivan en un monasterio.¨
San Francisco acuñó tres principios a los que se ciñó inconmoviblemente y que son de gran importancia para todos los que quieran superar el colectivismo, para todos los que quieran que la vida diaria en el mundo, con todas sus facetas, vuelva a estar vinculada a Dios. Estos principios pueden considerarse como el vademécum de todos los institutos de laicos y sus amigos.
El número de tales amigos aumenta ostensiblemente… Y pueden sumarse a dicho número todos los que acentúan la corresponsabilidad de los laicos por el Reino de Dios en la tierra.
El Congreso Católico de Maguncia se convierte en su portavoz cuando en sus conclusiones afirma:
¨El Congreso Católico de Maguncia apoya con entusiasmo la participación en el apostolado jerárquico de la Iglesia y exhorta a preocuparse activamente por el cumplimiento de aquellas tareas que Cristo, el Señor, le ha fijado a su Iglesia.
Le pide a todos los sacerdotes católicos que fomenten en los laicos cristianos una viva conciencia de su corresponsabilidad, y pide a los señores obispos que instruyan a los formadores de sacerdotes para que enseñen a los seminaristas a reconocer en la práctica la responsabilidad de los laicos.
El Congreso Católico tiene clara conciencia de que la responsabilidad moral por la fe y la Iglesia se fundamenta en la condición de ser miembro del cuerpo místico de Cristo, que el cristiano posee por vía de sacramento y derecho, y exhorta a todos los cristianos católicos a realizar con responsabilidad todas sus tareas apostólicas integrados con entusiasmo a la estructura de la Iglesia.
El Congreso Católico pide que se dé oportunidad a los laicos de formarse a nivel religioso – teológico y de asumir responsabilidades en la parroquia, en la diócesis y en la Iglesia universal, especialmente en beneficio de los hermanos en la diáspora y en las misiones.¨
Para comprender la envergadura de cada punto se recomienda meditar el preámbulo, que contiene una sucinta descripción de nuestro tiempo.
¨El Congreso Católico ha sido convocado en una época en la cual la necesidad y la miseria han superado los límites humanos. Los hombres padecen penurias en cuerpo y alma: están atormentados por el hambre, la pobreza, la falta de vivienda; aguijoneados por la angustia existencial, la desesperación y la necesidad de una seguridad por la cual estarían dispuestos a sacrificar su libertad y dignidad. Ya ni siquiera saben para qué están en el mundo. Por eso se han vuelto incapaces de eludir las redes de los poderes de este mundo, que finalmente terminan por destruirlos.
El hombre padece necesidades materiales y por eso hay que prestarle ayuda con todas las fuerzas, más allá del área en que dichas necesidades se nos presenten. Pero por estar en juego el hombre en su totalidad, tenemos que decir, en honor de la verdad, lo que resulta duro de escuchar y a nosotros mismos nos cuesta decir sin parecer engreídos: Que el hombre no podrá sanar si busca los bienes de la vida siguiendo un falso orden de prioridades.
Cuando el Señor estaba en la tierra, para anunciarnos el mensaje de salvación tuvo compasión de todas las necesidades materiales que le presentaban. Sin embargo dijo: ´Busquen primero el Reino de los Cielos y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura´. He aquí la verdad que hace libre y soberano al hombre.
Este Reino de Dios no es por lo tanto un refugio irreal de meras proyecciones de deseo. El Hijo de Dios lo instituyó como su Señorío en medio de este mundo. Se va gestando a lo largo de todos los tiempos, hasta que se haga manifiesto en el fracaso definitivo de toda historia.
La ley fundamental grabada en el corazón de todos los hombres es el mandamiento de amar a Dios y al prójimo con toda el alma. Este mandamiento nos obliga, en primer lugar, a salvaguardar el derecho del prójimo, lo que en nuestro tiempo significa devolver sus derechos a toda esa gran cantidad de gente que ha sido privada de los mismos. En razón de nuestra vida en Cristo, reconocer y cumplir esta obligación de justicia debería resultarnos más fácil de lo que les resulta a otros. Más aún, quisiéramos que se nos reconociese por un amor que va más allá del puro deber de justicia.
¿Fuimos reconocidos por nuestro amor? ¿No ha sucedido a menudo que por nuestras falencias en este punto no se ha creído a la palabra de la verdad? Quien se ve tan directamente amenazado en su existencia como el hombre de nuestra época, no tolera verdades teóricas que no se vivan en la práctica. Así pues se nos plantea – con mayor urgencia que nunca – la tarea de llevar a la práctica esas verdades, dando testimonio de ellas en nuestra propia vida, en la vida de la comunidad, en el establecimiento de un orden justo y en el recto uso de los recursos.
Las deliberaciones del Congreso Católico se realizaron teniendo presente el deber de conocer la verdad y ´poner por obra la verdad´. Abarcaron muchas áreas de la vida y las conclusiones de sus comisiones de trabajo acentuaron, según su área de labor, ora uno ora otro aspecto del deber frente a la verdad. La obediencia ante ambos es lo que debería definir la imagen global del Congreso.¨
Los tres principios de San Francisco de Sales son los siguientes:
1º Principio: La espiritualidad monástica no puede practicarse en la profesión que se desempeña en medio del mundo.
2º Principio: La verdadera espiritualidad no va en perjuicio de nada, ni de la profesión, ni de los negocios. Por eso es falsa toda espiritualidad que perjudica la profesión, arruina los negocios, quita prestigio en el mundo, entristece el espíritu y vuelve insoportable el carácter.
3º Principio: En el mundo se puede arribar a la máxima perfección tan bien como se lo puede hacer en un monasterio.
Esto es exactamente lo contrario de lo que afirma hoy la opinión pública y de lo que enseñaba la literatura edificante de entonces y también el jansenismo. En efecto, el abad Saint Cyran y el círculo en torno de él y de Jansenio solían decir que sólo algunas almas de las que están en el mundo se salvan, por eso la única alternativa era huir del mundo y cumplir una estricta observancia.
Sobre el punto San Francisco de Sales dice lo siguiente:
¨Es un error, más aún, una herejía, pretender desterrar la vida religiosa de la compañía de los soldados, del taller del artesano, de la corte de los príncipes y del hogar de los esposos… Los consejos evangélicos se dieron para la perfección del pueblo cristiano en su conjunto, y no para la perfección de cada uno en particular… Por lo tanto Dios no quiere que cada persona siga todos los consejos, sino sólo aquellos que se adecuen a él en razón del tipo de su personalidad, de las condiciones de la época, las circunstancias de la vida y las fuerzas existentes…
Así pues si tus padres necesitan realmente tu ayuda, no será oportuno entonces retirarse – siguiendo el consejo – a un monasterio, ya que en ese momento el amor ordena cumplir el mandamiento: Honra, sirve, apoya y ayuda a tu padre y a tu madre… En razón de ese amor se aconsejará a mucha gente que se quede en el mundo, que conserve su patrimonio, que se case, incluso que tome las armas y vaya a la guerra, aunque esa profesión sea tan peligrosa…
Ha sucedido ya muchas veces que personas que se hallaban en medio de la agitación del mundo conservaran la perfección, aún cuando dicha agitación no fuera especialmente favorable para tal cultivo, pero que la perdieron en la soledad, la cual aparece sin embargo como tan deseable para llevar una vida de perfección… Yo les digo que no es el hábito el que hace al monje, sino una correcta manera de vivir…¨
¨Mi intención es mostrarle a la gente que vive en las ciudades, en la familia, en la corte… que un alma fuerte y perseverante puede vivir en medio del mundo sin asumir la mentalidad mundana; que en medio de las amargas olas de lo terreno se hallan las fuentes de una dulce piedad; que se puede volar en medio de las llamas de los deseos terrenos sin quemarse las alas del anhelo santo de llevar una vida religiosa.¨
Esta clara concepción de una santidad de la vida diaria acorde a la época impulsa por sí misma a una realización concreta en la
perfección de estado.
El transcurso y contenido de cada día de trabajo están esencialmente determinados por las tareas inherentes a cada estado y profesión. San Francisco de Sales desarrolló con firme consecuencia la idea que había concebido con tanta claridad. Por eso no se cansaba de advertir sobre exageraciones; de desaconsejar el afán de cosas extraordinarias; de integrar las aspiraciones religiosas en el sobrio contexto de los deberes de estado y dejar que allí se desplegasen con eficacia.
San Francisco de Sales nos ofrece un sano alimento que también tiene que decirnos algo a nosotros, hombres de hoy, especialmente a aquellos que coquetean con corrientes pseudomísticas – producto de la transferencia del vitalismo e irracionalismo reinante al campo de lo religioso – y pierden así el apoyo firme de una fe acendrada.
¨No tenemos otra intención¨ – nos dice – ¨que la de llegar a ser personas justas y religiosas, hombres y mujeres piadosos… Si a Dios le pluguiere elevarnos a la perfección de los ángeles, entonces seremos también buenos ángeles. Pero mientras tanto ejercitémonos con sencillez, humildad y piedad en las pequeñas virtudes… Dejemos los estados celestiales a las almas celestiales.¨
San Francisco de Sales sabe cuán fácilmente las almas que tienen avidez de cosas extraordinarias,
¨se ven expuestas a tremendas ilusiones, autoengaños y necedades… Mientras se expresan con grandilocuencia y utilizan términos específicos de la mística, su verdadera mentalidad y real modo de vivir se estancan en un nivel inferior. Se creen ángeles y ni siquiera son buenas personas.¨
En cierta oportunidad le escribe a Santa Francisca Chantal:
¨¿Cómo quiere que sea su alma? ¿Un espíritu agudo, fuerte, firme, constante? Permita usted que su espíritu esté en consonancia con su posición, que sea el espíritu de una viuda, vale decir, pequeño y sometido a todo tipo de humillaciones, excepto lo que sea ofensa a Dios.¨
En otra ocasión confiesa:
¨No apruebo de ningún modo que alguien que tenga determinados deberes o profesión, especule con el anhelo de una forma de vida diferente… o desee realizar algún tipo de prácticas religiosas incompatibles con su estado actual…; porque se divide el corazón, se debilita la fuerza para cumplir las obligaciones… se desperdicia el tiempo y ese nuevo anhelo ocupa el lugar del anhelo que debería tenerse, vale decir, el de cumplir cabalmente los deberes actuales.¨
¨Nada nos impide tanto llegar a ser perfectos en nuestro estado como el deseo de otro estado. Porque en lugar de trabajar en el campo donde estamos, enviamos nuestros bueyes con el arado al campo del vecino, donde no podemos cosechar en este año. No hacemos más que desperdiciar el tiempo; porque si dejamos errar en otro lugar nuestros pensamientos y esperanzas nos será imposible orientar fuertemente nuestro corazón a la adquisición de las grandes virtudes necesarias para nuestra actual posición…¨
¨Por favor, Filotea, ¿acaso sería correcto que un obispo viviese en tanta soledad como un cartujo, que los casados no quisieran adquirir más bienes que los capuchinos, que un obrero quisiera pasar todo el día en la iglesia como los religiosos, o que un religioso pretendiese estar enredado en cuestiones jurídicas como un abogado? ¿Acaso una piedad tal no sería ridícula, desordenada e insoportable? Y sin embargo se detecta muy a menudo este error… La práctica de la piedad debe ser distinta según se trate de un religioso, un obrero, un siervo o un príncipe, de una viuda, una muchacha o una mujer casada. Tiene que ser adecuada a las fuerzas, al trabajo y a las obligaciones de cada uno…¨
Lo fundamental fue y siguió siendo para él el núcleo de la santidad: el amor perfecto que busca desplegarse perfectamente en la forma de vida que Dios exige en razón de la profesión y estado que se tenga…
El Congreso Católico de Maguncia observa que Alemania se ha convertido en diáspora, en tierra de misión.
Ivo Zeiger constata:
¨Antaño las líneas de nuestros frentes sufrían, en el peor de los casos, alguna pérdida parcial de territorio, tenían que sufrir de cuando en cuando la apertura de una brecha por parte del enemigo, pero su estructura global se mantenía firme. Pero ahora nuestras trincheras, vale decir, las fronteras territoriales y jurídicas que delimitan el ámbito de nuestra soberanía, han sido allanadas, arrolladas, echadas por el suelo. Desde el punto de vista táctico, la transformación geográfica y las migraciones masivas dentro de Alemania nos han dejado en la intemperie. Ya no estamos más cobijados en una unidad homogénea, sino que el individuo se confronta con el individuo. El católico en la diáspora y el párroco de la ciudad vivían ya desde hacía tiempo esta situación, pero hoy todos tenemos que contar con ello, hasta en el último pueblo católico…¨
¨Alemania se ha convertido en tierra de misión. Porque incluso nuestros católicos que aparentemente están cobijados se hallan en realidad sin tal cobijo: han sido arrojados al peligro y por lo tanto deben ser recuperados para que podamos volver a llamarlos nuestros. Y cuando se hayan afirmado se verán frente a la tarea de misionar: Que en la diáspora se sientan realmente como semilla de Cristo y levadura de nuestra tierra. Una situación de misión exige también métodos de misión.¨
Efectos de tal situación son el debilitamiento de todas las formas de vida usuales y el entusiasmo casi histérico por todo lo nuevo. Ese crujido de las vigas, esa vacilación y titubeo se intensifica notoriamente por el hecho de que Alemania se ha convertido en palestra de las ideologías y experimentos de los países del este y del oeste. Hay que estudiarlos sobre el terreno para apreciar lo que ello significa. La carencia de raíces y de hogar de nuestro pueblo aumenta hasta grados inconmensurables. ¿Por cuánto tiempo seguirá siendo fiel a su identidad autóctona e independiente? ¿Por cuánto tiempo aún resistirá la sugestiva propaganda de ambas fuerzas de ocupación? Y si acepta sin lucha las costumbres americanas y rusas, ¿no habrá de caer entonces víctima del espíritu pagano?
San Francisco de Sales señala el camino a través de la maraña impenetrable, a través del desconcertante laberinto. Es indulgente cuando se trata de formas de vida externas, pero para la elección o transformación de las mismas exige, como criterio y norma seguros, el crecimiento en el amor de Dios hasta el punto de la intimidad con Dios y el ardor por Dios. Quien sigue su camino, concentra todas las fuerzas en Dios y recibe de ese modo una peculiar seguridad en el actuar, una santa y gratificante libertad en su postura frente a las costumbres y formas de vida que le exigen su estado y profesión.
Pero San Francisco va más lejos aún. Su genialidad le permitió sentar las bases de la doctrina sobre el
ideal personal
que nosotros hemos integrado en un sistema homogéneo.
En primer lugar tuvo el valor de abordar tan seriamente las necesidades individuales del alma que, en contraposición a la teoría y práctica de su siglo, rechazó todas las tipificaciones de los ideales y sus reinterpretaciones analógicas.
En tiempos de los mártires, en la Iglesia palpitaba el ideal del martirio, que más tarde sufrió una reinterpretación en un abrir y cerrar de ojos. Ya Clemente de Alejandría declaró: ¨El verdadero mártir es aquel cristiano perfecto que se mortifica siempre y en cualquier lugar¨. San Jerónimo agrega: ¨La conservación de la castidad es también un martirio¨. San Pedro Damián afirma a su vez: ¨Me gustaría padecer el martirio por Cristo, pero no existe ninguna posibilidad de ello… Por eso me azoto con el látigo para demostrar así al menos la voluntad de mi ardiente corazón¨.
Algo parecido sucedió con el ideal de la vida eremítica y de la virginidad. Ambos se convirtieron en una moda durante un tiempo. Un número incontable de personas eligieron esos ideales sin tener la mínima vocación. De esa manera se exponían terriblemente a muchas y odiosas tentaciones y dificultades.
En la época de San Francisco de Sales estaba muy en boga el ideal de la vida conventual. Muchos cristianos pensaban que por lo menos debían morir en el estado de vida consagrada. Por eso en el lecho de muerte hacían su profesión religiosa y pedían que se los vistiera con el hábito. Lo importante para ellos era encontrarse con el Juez Eterno perteneciendo al menos al estado consagrado.
San Francisco, con su estilo clarividente y consecuente, acaba con esos ideales híbridos.
En su lugar pondrá no sólo el ideal de estado, sino también el ideal personal.
Como principio fundamental de la formación de la personalidad propuso la siguiente consigna: Seamos plenamente lo que somos. Vale decir, lo que Dios ha puesto en nosotros a través de las disposiciones naturales y las mociones sobrenaturales de la gracia o bien mediante circunstancias extraordinarias. De esa manera formuló, a su manera, el elemento fundamental y esencial de la doctrina del ideal personal, que Ángel de Silesia vertió a su vez en las siguientes palabras: ¨En cada persona hay una imagen de lo que ella debe llegar a ser. Mientras no lo sea no tendrá paz completa¨.
La vida práctica de san Francisco así como muchos indicios en sus homilías y cartas atestiguan cuán profundamente había calado esta convicción en él. Así, por ejemplo, desea, como san Agustín, que imitemos el ejemplo de los santos, pero añade: ¨Pero que siempre ocurra de acuerdo a nuestra propia originalidad¨. Parece que siempre lo acompañó la preocupación por una eventual desfiguración de la originalidad. En otra oportunidad declara:
¨Cuando Dios creó el mundo, ordenó a las plantas que dieran fruto según su especie. Igualmente ordenó a los cristianos – plantas vivas de su Iglesia – dar frutos de piedad, cada uno según su originalidad y llamamiento.¨
Estaba convencido de que no existen dos personas totalmente iguales en cuanto a sus disposiciones naturales. Halla esta misma diferencia en el orden de la gracia. Una y otra vez advierte sobre el afán ciego de imitación, sobre la emulación fundada en los celos. Y lo hace echando particularmente una mirada de soslayo sobre imperfecciones y debilidades propias de mujeres y muchachas. De ahí que formule el siguiente principio:
¨Hay que insistir en que no quieran hacer todo lo que hacen las demás. No tienen que dejarse arrastrar por una vana emulación.¨
En esta misma dirección va una vivencia que relata el obispo Camus:
¨Yo me esforzaba por adaptarme a su manera de conducirse, a sus gestos y forma de hablar. Durante una visita, Francisco llevó la conversación a ese tema.
– ´Me contaron que usted tuvo la ocurrencia de imitar en sus homilías al obispo de Ginebra´.
´Sí´ – le contesté – ´¿acaso es tan mal modelo´?
– ´No, ciertamente que no´ – contestó él – ´realmente no predica tan mal. Pero lo malo es que usted, según he escuchado, lo imita tan mal… No por desvirtuar al obispo de Belley representará usted mejor al obispo de Ginebra. Pero dejando las bromas de lado, usted se está desvirtuando… Destruye un bello edificio para levantar otro en su lugar contra todas las reglas de la naturaleza y del arte… Si se pudiese intercambiar las disposiciones naturales, ¡qué no daría yo por ser lo que usted es!´¨
Mons. Camus agrega:
¨Ya no era yo mismo, había desvirtuado mi propia originalidad por hacer de ella una mala copia¨.
Para san Francisco lo que verdaderamente importa es la voluntad de Dios que se revela de manera especial a través de las disposiciones naturales queridas por Dios.
¨¿De qué sirve¨ – nos dice – ¨que nos convirtiésemos en las creaturas más relevantes del cielo, pero no en el acatamiento de la voluntad de Dios? Uno se ríe del pintor que, queriendo pintar un caballo, acaba pintando un toro perfecto. Aún cuando la obra sea en sí misma hermosa, no honra mucho al maestro, que tenía otra intención… el pintor debe ser lo que Dios quiere… No debemos ser lo que nos gustaría ser en contra de Sus designios.¨
Este respeto frente a la originalidad lo hace ser en todo momento tolerante en sus juicios y en la vida. Pero exige en cambio una similar tolerancia para con su persona y sus opiniones. En cierta oportunidad se defendió contra actitudes de avasallamiento a nivel psicológico-espiritual argumentando que:
¨De nada sirve que me citen el ejemplo de otros obispos. Estoy totalmente convencido de que ellos pueden responder por su postura basándose en buenas razones. Pero también yo puedo responder de modo similar por la mía.¨
En otra ocasión declara con firmeza:
¨Ese método es bueno, pero no es el mío.¨
Y también:
¨Aunque demostrase mayor interés por una cosa que por otra, espero que la Majestad Divina me conceda la gracia de no caer tan apasionada y desordenadamente en el amor propio como para pretender que mi opinión e intereses sean la norma para todo el mundo… Que cada uno proceda según su parecer con tal que Cristo sea glorificado.¨
Para destacar la misión que tiene este ¨santo gentilhombre¨ para la época actual, baste mencionar la importancia que reviste la doctrina y práctica del ideal personal para superar al hombre masificado y al hombre-película.
A partir de esta concepción global no resulta difícil comprender el
concepto de obediencia
salesiano, exponer con claridad su originalidad y entusiasmarse por él.
A primera vista parece haber una diferencia entre el concepto de obediencia jesuita y el salesiano.
San Ignacio dispone en sus constituciones lo siguiente:
¨…Cada uno de los que viven en obediencia se debe dexar llevar y regir de la divina Providencia por medio del Superior, como si fuese un cuerpo muerto, que se dexa llevar adondequiera y tratar comoquiera…¨
Este lenguaje es para San Francisco completamente extraño y remoto. Precisamente porque él es enemigo de cualquier tipo de sobreacentuación de la autoridad. En contra de la práctica de su tiempo, desaconseja la subordinación de monasterios femeninos a monasterios masculinos de la misma orden. Y lo hace dando el siguiente fundamento: ¨Son ciertamente excelentes siervos de Dios… pero tienen la costumbre de arrebatarles a las mujeres la santa libertad de espíritu¨.
Su amigo, el obispo Camus, relata:
¨Su lema, la consigna que resumía todo el espíritu de su gobierno era: ´Todo por amor, nada por coerción´. A menudo solía decirme: ´Aquellos que doblegan la voluntad del hombre ejercen una tiranía que resulta odiosa a Dios y a los hombres´. Por eso no podía aprobar los espíritus despóticos que exigen obediencia sin importarles que la misma se preste de buena o mala gana y pretenden que todo se someta a su dominio… Cuando una vez le expuse a nuestro bienaventurado mis quejas por la resistencia que había hallado yo al querer introducir algunas cosas buenas, me respondió: ´¿Quiere usted hacer más que Dios y doblegar la voluntad de las creaturas que Dios ha creado libres? Usted actúa bruscamente, como si la voluntad de los fieles de su diócesis estuviese totalmente en sus manos. En cambio Dios, que tiene todos los corazones en las Suyas, obra de otra manera´.¨
El ideal de san Francisco era
¨conducirse en la dirección espiritual de las almas exactamente como Dios mismo se comporta, vale decir, sugerir, alentar, iluminar, amonestar, pedir, motivar con toda paciencia y sabiduría; llamar a la puerta del corazón como el novio que con su amor hace que se le abra; llevar la salvación con alegría y, si es rechazada, sobrellevar el rechazo con amor.¨
¿Qué podemos responder? No se puede desconocer la diferencia entre san Francisco y san Ignacio. Pero dicha diferencia no radica en la meta sino en el método. Ambos santos exigen perfecta obediencia. Pero es distinto el camino que ellos transitan y recomiendan para la consecución de ese objetivo.
La causa última y más profunda de ello subyace en la diferencia existente en cuanto a la imagen de Dios. Y de esta manera enfocamos una verdad que reviste especial importancia para el tiempo actual: La imagen del hombre está determinada esencialmente por la imagen de Dios. San Ignacio se inclina ante la majestas divina. Por eso exige, frente a ella y a su transparente, una disciplina correspondiente, casi una actitud militar. En cambio San Francisco ve en Dios per eminentiam la cáritas (bonitas, misericordia) divina y se deja encender por ella – él y sus seguidores – hasta alcanzar el amor perfecto, el cual a su vez impulsa – por su fuerza intrínseca – a la obediencia perfecta.
Esto nos llama la atención sobre una segunda diferencia. San Ignacio buscaba hombres qui insignes esse volunt. Sin embargo, con su actitud realista de militar, cuenta con una cierta medianía en el arte de gobernar, por la cual dicho arte dependerá con mayor intensidad de la aplicación de disciplina exterior, especialmente tratándose de regimientos itinerantes…
El método de san Francisco de Sales exige una mayor genialidad de la cual no cualquiera es capaz.
Algunos pensadores se inclinan a poner de relieve una tercera característica diferenciadora: San Ignacio sería el maestro de una espiritualidad masculina, mientras que san Francisco lo sería de una femenina… Más adelante se dará una respuesta crítica a esta objeción.
Sea como fuere, a la luz de lo expuesto se comprende por qué san Francisco de Sales no pone ante todo la obediencia en el primer plano, sino el amor, esforzándose por todos los medios imaginables para fomentar el crecimiento del mismo. Precisamente porque esa es – según su convicción – la mejor manera de asegurar la obediencia en todos sus grados.
Para san Francisco lo importante es, sobre todo y en todo, la actitud fundamental del amor. Por eso pone mucho énfasis en la decisión por Dios, una decisión incondicional, absoluta e inspirada por el amor.
Para lograr cabalmente esta conversión interior conduce a sus hijos e hijas espirituales a realizar lo antes posible una consagración que exprese solemnemente la perfecta orientación a Dios de todas las fuerzas del alma… Su ideal no es tanto una espiritualidad basada en las prácticas exteriores sino más bien en la actitud interior. Así sucede también – y plenamente – en nuestro caso; así fue desde el comienzo y así debe continuar.
Una fórmula consignada en su obra ¨Filotea¨ nos ilustra cómo san Francisco se imagina esta consagración en detalle:
¨Me comprometo irrevocablemente a servir a Dios, a amarlo ahora y para siempre. Con este fin le entrego, regalo y consagro mi espíritu con todas sus capacidades, mi alma con todas sus fuerzas, mi corazón con todos sus afectos y mi cuerpo con todos sus sentidos.¨
Todas nuestras consagraciones de curso, de provincia y de Familia están afinadas, en lo esencial, en este mismo tono y tienen el mismo sentido: trátese tanto del Poder en Blanco como de la Inscriptio. Nos hallamos pues en buena compañía…
Si la actitud de la consagración está asegurada – como ocurre en nuestro caso – mediante la repetición frecuente – ya sea a nivel privado o comunitario -, entonces a la larga no hay que preocuparse de cada acción en particular. Tampoco de los actos de obediencia: Ellos brotarán de dicha actitud como el agua del manantial. Y esto cobra mayor validez aún al considerar que toda consagración y renovación de la misma significa – en razón de su carácter de Alianza de Amor recíproca – no sólo un movimiento de la voluntad, sino también un movimiento de gracias. De este modo el amor al legislador se convertirá en amor a la ley, y el amor a la ley se fundará en el amor al legislador. Ambos aspectos asegurarán que la ley tenga alma, que su interpretación sea confiable y amplia, y que sea cumplida con pureza, fuerza y fidelidad. La epiqueya no se convertirá en huida de la ley y separación interior del legislador, sino en perfecta aceptación del legislador y en acción inspirada en su espíritu, el cual, en casos especiales, exige también decisiones especiales. Este es el espíritu del santo Doctor de la Iglesia… Este es nuestro espíritu.
Cuando se hace necesario, San Francisco es asimismo capaz de plantear serias exigencias particulares con tono firme. Ello ocurre especialmente cuando se trata de cosas importantes en el ámbito del derecho externo. En tales oportunidades puede también declarar sin compromisos: ¨Exijo obediencia absoluta…¨ Y también puede castigar la negativa a obedecer con la excommunicatio latae sententiae.
Pero por lo común su forma de gobierno está signada por un tono de suavidad.
Hemos resumido este método en un aforismo básico que solemos formular de la siguiente manera: ¨Nuestra forma de gobierno debe ser autoritativa en principio y democrática en la aplicación¨. De este modo unimos las valiosas conquistas de dos épocas contrapuestas: las del liberalismo y las del absolutismo. Hemos salido airosos en esta empresa. Creemos así estar imitando lo mejor posible el proceder de Dios…
Cuando se trata del fuero interno, de la dirección espiritual, san Francisco es más generoso y liberal en la medida en que el alma se esfuerce seriamente por crecer en el amor, en la medida en que el amor sea para ella el mandamiento principal, la oración principal y la ocupación principal… La docilidad se revelará entonces espontáneamente como hija del amor… Será innecesario sacar a relucir la autoridad. Al contrario, será más conveniente acentuar la libertad de los hijos de Dios para que el alma no se vea sometida a coerción. Así pues para ella la libertad no será capricho, despotismo o salvaje anarquía, sino que el correcto uso de la misma dará prueba de la sanidad y autenticidad del amor.
He aquí la libertad a la que se refiere san Agustín cuando dice: ¨Ama y haz lo que quieras¨. ¨La santidad de la vida diaria¨ retoma estas palabras y declara:
¨San Agustín sabía efectivamente del poder unitivo y asemejador del verdadero amor. Por eso le resultaba evidente que quien ama a Dios conforme totalmente su voluntad con la voluntad divina. ´Ama y haz lo que quieras´ significa en el fondo: Limítate a amar, y así entonces harás espontáneamente lo que Dios quiere. Con esta frase célebre San Agustín resume lo que San Pablo expone con todo detalle en el Himno a la caridad: ´La caridad es paciente, todo lo cree… todo lo espera… la caridad no acaba nunca´. En este texto paulino se presenta todas las virtudes como formas del amor. Pero con ello San Pablo no pretende decir nada en contra de la autonomía de la motivación de cada virtud. Evidentemente le interesa mucho mostrar de modo comprensible cuán fecundo es el amor para la aspiración a la santidad. Si seguimos a San Pablo, en este contexto deberíamos desplegar toda la vida cristiana en su relación con el amor.¨ (WH 1974, pág. 237).
Teniendo en cuenta lo dicho comprenderemos la práctica del santo en la guía de aquellas almas que se empeñan en amar a Dios con todas sus fuerzas. ¨La santidad de la vida¨ diaria esboza los rasgos interiores de estas personas:
¨El santo de la vida diaria plasma toda su vida basándose en ese espíritu de amor. Asume con seriedad el mandamiento principal, en todo sentido. El amor es la motivación central de todas sus acciones. Puede que a la vez se hagan presente otras motivaciones. Pero la gran preocupación y pregunta de su vida es siempre la misma: ¿Qué es lo que alegra a Dios? Por eso la nota fundamental de su alma es la generosidad y la magnanimidad.
Al igual que san Francisco de Sales sabe que en la nave real de Dios no hay galeotes sino remeros voluntarios. Y considera, como ese mismo santo, que el principio fundamental es el siguiente: Un corazón que quiere amar a Dios sólo debe estar atento al amor a Dios. Para él la salud del alma consiste en el amor. Quiere amar a Dios de todo corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Por eso sigue con gusto el consejo que san Francisco de Sales le dio a un alma amante de Dios: ´Examínese a menudo para saber si puede decir realmente: Mi amado es mío y yo soy suya. Compruebe si quizás hay alguna fuerza de su alma o algún sentido de su cuerpo que no pertenezca a Dios. Y si descubriera algo así, retire esa inclinación… y désela a Dios… ¡Porque usted pertenece total, totalmente a Él..!¨ (WH 1974, pág. 234).
¨Al igual que san Francisco de Sales dice: ´Si supiera que en mi alma existe tan sólo una brizna de amor que no fuese de Dios o para Dios, la destruiría enseguida. Porque prefiero mil veces no existir que tener existencia y no pertenecer a Dios totalmente y sin reservas.¨ (WH 1974, pág. 173).
¨Junto con santa Catalina de Siena el santo de la vida diaria declara rotundamente que ´nada… debe atar mi corazón a este mundo; no, ninguna simpatía más por algo que el mundo ama. Si fuese reina de mil mundos, renunciaría por entero a todos ellos con tal de que Dios fuese totalmente el Señor de mi corazón´.¨
¨Tan grande es su deseo de desasirse de todo que a la pregunta: ´¿A quién perteneces?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas?, puede responder con Raimundo Lulio: ´Pertenezco al amor, procedo del amor y el amor me ha traído hasta aquí´. No descansa hasta alcanzar la actitud interior de aquella alma agraciada por Dios que, a la pregunta de qué hora era, solía responder: ´Es justo la hora de amar a Dios´. Junto con Enrique Suso reza: ´Sabiduría Eterna, si me fuese dado escoger de entre todo lo deseable, no podría entonces desear otro honor en el mundo que poder morir a mí mismo y a todas las cosas y vivir sólo para ti, amarte de todo corazón, recibirte con amor y alabarte dignamente¨ (WH 1974, pág. 173-174).
Aprobamos sin más ni más que, en el caso de tales personas esforzadas, San Francisco de Sales acentuara – en todo momento y sin reparos – la libertad de espíritu… Se cuidaba de darles órdenes cuando bastaba sólo un consejo. Con su lenguaje de inequívoca claridad, san Francisco destacaba que los consejos sólo exigen que no se los desdeñe, pero no obligan. Ello nos recuerda nuestro axioma: Libertad cuanta sea posible; vínculos obligatorios (solamente, pero también) los necesarios; cultivo del espíritu en la mayor medida imaginable…
Típica de él es la forma de conducir a su ¨amadísima hija¨, la Sra. de Chantal. Ella quería hacer voto de obedecerle. Estaba acostumbrada a ello hasta ese entonces… San Francisco se lo desaconseja dando el siguiente fundamento:
¨Yo le dejo el espíritu de libertad… Si ama mucho la obediencia y la subordinación, entonces quiero que en ciertas oportunidades – en las que parezca ser justo y deseable – omita sus prácticas devocionales, las reemplace por amor, y lo considere como una forma de obediencia¨… ¨No se preocupe si no ha puesto en práctica alguna cosa de lo que yo ordene. Porque la regla general de nuestra obediencia – la escribo en mayúsculas – dice: Hay que hacer todo por amor y nada por coerción. Se debe amar más la obediencia que temer la desobediencia.¨ ¨
Obsérvese el requisito para esta forma de guía espiritual: ¨Si usted ama mucho la obediencia y la sumisión¨. Vale decir, una obediencia que continuamente se nutre del amor a Dios y es guiada por ese mismo amor.
La concepción salesiana de la relación entre amor perfecto y obediencia perfecta arroja una nueva luz sobre nuestros actos de entrega al Padre o actos de seguimiento del Padre… Ya hemos hablado de ellos como de una renovada decisión por la sobria promesa de obediencia que se toma con libertad y se canaliza a través de la pedagogía de movimiento. Según el espíritu salesiano constituye – cosa que siempre han sido entre nosotros -, una vinculación de amor que facilita y garantiza la obediencia perfecta, y por ello hace posible y segura la renuncia a muchas normas disciplinarias externas y a un alambicado sistema de vigilancia… Fortalecen la autoridad moral de los superiores; ponen conscientemente todas las acciones bajo la ley del amor, de tal manera que la autoridad exterior y el recurso a ella puedan pasar más a un segundo plano.
En una carta se lee:
¨Creo que la visitación, con todas sus vicisitudes, comienza recién ahora a mostrar su efecto más profundo, en la plena aclaración de las preguntas planteadas. Nosotros – usted y nosotras – sencillamente nos pertenecemos mutuamente. Así lo ha determinado Dios y nada ni nadie podrá separarnos siempre si nosotros mismos estamos dispuestos a ser fieles.
De esta manera, muy lentamente, se consuma para mí la imagen de la ´comunidad nueva´. El principio paterno es parte esencial de ella, ya que las mujeres por lo común no pueden gobernar con tanta flexibilidad y a la vez con tanta firmeza como se requiere en el caso de nuestro débil vínculo. Por medio del amor, a ese vínculo exterior débil debe contraponérsele un vínculo interior más fuerte.
Si este último es sano y fuerte, entonces ni el mundo ni el diablo podrán triunfar sobre la comunidad, por más que sacudan sus pilares. Pero tenemos que orar mucho, mucho, para que Dios dé siempre a nuestra Familia los dirigentes adecuados y para que recibamos en profundidad la gracia del amor verdadero y fiel. Entonces todo seguirá siendo siempre tan hermoso como ahora.
En este último tiempo he pensado a veces: Si el Excelentísimo Señor supiese con toda exactitud cómo es nuestro trato con usted, cómo más allá de tanto amor existe a la vez tanta distancia interior, tanto respeto e integridad, y cómo hay un sutil velo tendido sobre nuestra relación, entonces no podría haber dicho ciertas cosas y hubiese considerado como naturales los actos de entrega al Padre.
Pero quizás nuestra situación en esta área sea algo fuera de lo común, de tal manera que el Excelentísimo Señor no puede aceptarla como algo evidente, tal como lo hacemos nosotras. En efecto, situaciones que van más allá de lo corriente no pueden ser entendidas con facilidad desde afuera. Sin embargo creo que justamente Mons. Stein es capaz de captar con todo respeto estas realidades tan delicadas. Seguramente por eso la Sma. Virgen lo ha escogido como instrumento Suyo. Sin embargo tenemos que rezar mucho por él para que María lo ayude a comprender todo en la medida que Ella considere necesaria para su obra. De esa manera se convertirá seguramente en representante competente de esa obra ante la jerarquía de la Iglesia¨ (25.5.49)
Todos los institutos de Schoenstatt han llegado a la misma práctica de forma más o menos independiente. De ello se puede sacar la conclusión de que se trata de una constante interna que se manifiesta espontáneamente en el sano organismo de nuestra originalidad. No importa qué nombre le den ellos a tales actos, porque en el fondo se trata siempre de lo mismo, ya sea que hablemos de acto de entrega al Padre o acto de seguimiento…
Quisiera terminar aquí este análisis sobre la obediencia perfecta. Quien quiera repasar brevemente y profundizar todo lo dicho, medite sobre lo que dice Vicente Pallotti – en 33 puntos – sobre la obediencia, en la regla fundamental destinada a todas las ramas de su obra.
En ella se consigna:
¨Luego de haber sido encontrado en el templo por María y José, nuestro Señor Jesucristo regresó con ellos a Nazaret. El santo Evangelio dice de él que hasta la edad de treinta años estuvo sujeto y obedeció a María, su santísima Madre, y a su padre putativo, san José (erat subditus illis: Lc 2, 50). Practicó todas las virtudes en una vida oculta de tales características. De ese modo fue preparando – por así decirlo – la proclamación del Evangelio, para nuestra enseñanza y salvación.
Por eso debemos esforzarnos, por amor a nuestro Señor Jesucristo, en vivir en obediencia y sujeción cada vez más perfectas. Y hacerlo ciertamente para santificarnos cada vez más en una vida oculta y prepararnos para todo tipo de servicio público al Evangelio. Pero también para santificarnos y perfeccionarnos más y más en el desempeño de ese mismo santo servicio.
Para que la obediencia sea perfecta debe ser:
1. Cristiana y religiosa, vale decir, tiene que partir desde la perspectiva de la fe, de manera que al obedecer a nuestros superiores, representantes de Dios, creamos obedecer a Dios mismo.
2. General, vale decir, hay que obedecer en todo lo que no sea pecado.
3. Indistinta, vale decir, obedecer a cualquier orden de cualquier superior.
4. Exacta y cabal.
5. Pronta. Incluso dejar sin acabar el trazo de una letra cuando se trate de obedecer alguna orden o alguna señal que convoque a las prácticas de la comunidad…
6. Ciega.
7. Simple, vale decir, sin dejarnos detener por nadie ni por nada.
8. Humilde y respetuosa.
9. De corazón y por amor, vale decir, por amor a nuestro Señor Jesucristo, quien ´fue obediente hasta la muerte en la cruz´.
Hasta la muerte debemos vivir en obediencia y sumisión perfectas que presenten todas las cualidades enunciadas. Por eso debemos ser perseverantes en la inclinación de ser obedientes y dóciles no sólo frente a nuestros superiores, pares y miembros de la Sociedad subordinados a nosotros, sino también ante las personas que están fuera de la comunidad, sin importar su rango, estado o situación. Y serlo en todo lo que no contradiga la ley de Dios ni de la Iglesia, ni tampoco nuestras reglas y constituciones. La inclinación a obedecer y someternos también a los que no pertenecen a nuestra comunidad es necesaria para colaborar con mayor eficacia aún en los emprendimientos ordenados a la mayor gloria de Dios y a la salvación de las almas. Y esta es precisamente la finalidad de nuestra sociedad. ¨
Donde fuego hubo, cenizas quedan. Lo mismo sucede cuando ha ardido el fuego de la revolución. Y con mucho mayor intensidad cuando dicha revolución es totalitaria y universal y, a diferencia de las anteriores, no se vuelve hacia el pasado buscando reconquistar ¨edades de oro¨ o un ¨paraíso perdido¨ sino que mantiene la mirada fija en un futuro desconocido y sueña con un estado ideal de cosas que jamás ha existido y que nadie conoce, pero que promete con absoluta seguridad el cielo en la tierra…
Esta es la peculiaridad de la revolución mundial actual. Sus olas azotan todos los ámbitos de la vida, todas las regiones, llegando hasta la más lejana aldea indígena, hasta el más resguardado monasterio. Furiosas tormentas sacuden y remecen todas las formas de vida, todas las costumbres, incluso las más venerables, y todas las leyes, sean cuales fueren… Lo que no esté firmemente soldado y cimentado será arrasado. De ahí tanta inquietud en todos los países; tanta inseguridad en la sociedad; tanta falta de cobijamiento en los corazones humanos; tanto inquirir, buscar y tantear, incluso en todas las comunidades religiosas… Es como si un albañil estuviese golpeando cada piedra del edificio para comprobar si está en el lugar correcto, si es auténtica y resistente, si es útil para la reforma estructural que exige el tiempo nuevo. Se trata de una transformación de la Iglesia y de la sociedad impulsada por fuerzas motrices inmanentes y no sólo por mera presión externa.
Y esto aumenta la inseguridad. No basta con retirarse a una casa bien protegida a esperar que pase la tormenta, con la secreta esperanza de hallar después todo en perfecto estado como estaba antes. Pío XII procura una y otra vez apartar de ese error a la Iglesia militante. Por esta razón escribe al Congreso Católico de Maguncia:
¨Todas la áreas de la vida económica, política, social e incluso religioso-eclesial de ustedes están sufriendo transformaciones profundas y a menudo muy dolorosas… Quien hoy desempeñe un cargo de dirigencia, deberá tener presente en todo momento esta realidad. Ha de conocer el pasado para aprender de él. Pero no debe ligarse a él unilateralmente. Tiene la obligación de estar en contacto con la realidad en el buen sentido del término.¨
De este modo queda definida la tarea a la que ha de abocarse el arte de dirigir católico en medio de una turbulenta época de transición: Revisar en sus principios fundamentales todas las formas de vida existentes basándose en el conocimiento y la valoración de la historia de la Iglesia y en la percepción de la estructura del orden mundial venidero; estar dispuesto y ser capaz de desechar formas meramente circunstanciales y generar y desarrollar con creatividad – fundado en principios fundamentales del orden natural y sobrenatural – las nuevas formas que Dios exige a través del tiempo y para el tiempo.
San Francisco de Sales es un modelo de esta actitud. Su misión era difícil, pero la nuestra es incomparablemente más dura y complicada. Exige una cuota significativamente mayor de audacia, estudio y oración. Tal como lo vimos, su misión consistía en separar lo verdaderamente esencial y supratemporal de la piedad – un amor a Dios de alto grado – de las formas habituales que eran propias de órdenes religiosas. Y aplicar ese elemento esencial a la vida secular. Una vida secular que, por otra parte, conformaba una unidad a pesar de admitir una diversidad de estados y que discurría por entre tiempos tormentosos que resultan tranquilos al compararlos con los actuales.
En cambio hoy la situación es distinta. Hoy todas las formas de vida – sin excepción – se han visto sacudidas y se hallan en un estado caótico. Impulsan hacia una meta desconocida… Ahora es entonces cuando la Iglesia necesita personalidades valientes y proféticas que no caigan en la debilidad de hacer concesiones en el área de la doctrina y de la vida, que se mantengan fieles a lo esencial y supratemporal. Pero que a la vez sean tan flexibles y perceptivas que permitan al genuino espíritu católico crear formas nuevas que anticipen la Iglesia venidera y le infundan solidez…
Esta es la tarea que Schoenstatt ha procurado llevar a cabo desde el principio, con gran seriedad moral y asumiendo su responsabilidad. Nada tuvo que ver con palabrería vana, teorías sensacionalistas o manipulación demagógica de inclinaciones y pasiones. Siempre luchó por lo fundamental. Su deseo era contribuir a rescatar el catolicismo de pura cepa y proyectarlo hacia el nuevo tiempo como un catolicismo sin adulteraciones, atractivo y orientador.
De ahí la cuidadosa consulta del pasado, el fuerte afán de lograr una perspectiva metafísica y de afianzar los principios fundamentales; de ahí la flexibilidad para adaptarse a situaciones cambiantes; de ahí la audacia en las formulaciones y la plasmación de la vida. La historia habrá de mostrar si hemos actuado como corresponde y en qué medida lo hemos hecho. Aquí también podemos aplicar análogamente aquel antiguo dicho: ¨La historia es el tribunal del mundo¨.
La crisis mundial se va agudizando. Todo impulsa hacia un punto culminante. Desde el extranjero la situación de Occidente se ve de manera diferente de cómo se la ve desde la cercanía inmediata. Así se explica el afán de Schoenstatt por proyectarse en el ámbito público y llegar a lugares más lejanos. Porque quien tiene un salvavidas y ve debatirse a otros hombres en medio del fuerte oleaje, está obligado a ofrecerlo generosamente… Una vez que nuestro salvavidas ha demostrado su eficacia en tiempos dificilísimos, creemos que nuestro deber es no ocultarlo más sino ponerlo a disposición de todo aquel que lo quiera. Si el náufrago lo rechaza es cosa suya. Nosotros al menos habremos cumplido con nuestro deber ante Dios y la historia. Quien ha podido colaborar en la construcción de un arca debe mantenerla abierta a todos los que estén llamados por Dios a ascender a ella. Quien rechace la invitación lo hará bajo su propia responsabilidad.
He aquí pues la actitud con la que se escribió el ensayo sobre los objetivos religioso-pedagógicos desde el punto de vista de la obediencia perfecta.
Esta misma actitud quiere inspirar ahora el siguiente análisis religioso-pedagógico del
método.
No debe asombrar que las diferentes concepciones se contrapongan aquí como el día y la noche, tal como lo han venido haciendo hasta ahora.
Que esta contraposición se registre en el propio campo es algo que se puede comprender al considerar cuán fuerte es la conmoción que sufren los cimientos religiosos; cuán profunda la eclosión de la crisis espiritual en el individuo y las comunidades; cuán variadas las actitudes ante lo venidero y los rumbos hacia la nueva ribera y cuán diversas las capacidades para plasmar creativamente ideas y vida fundándose en principios fundamentales.
A ello hay que agregar que una espiritualidad de nítido perfil se manifiesta claramente siempre y en todo lugar. Ahora bien, la modalidad orgánica y la mecanicista son – y seguirán siendo – polos opuestos y pondrán su impronta – de manera consciente o inconsciente – sobre cada acción que se ejecute o juicio que se emita, determinándolos perceptiblemente. Así reza aquel antiguo axioma filosófico: Quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur. Los pensadores modernos quieren expresar lo mismo al indicar que la perspectiva de interés opera como principio de selección para la actividad de la razón y de la voluntad.
Al lector avezado no se le habrá escapado que nuestras reflexiones hechas hasta aquí se han ocupado permanentemente de cuestiones metodológicas. Todo lo que hemos dicho sobre pedagogía de movimiento y de confianza, todo lo que se ha enseñado sobre educación de la comunidad se integra en esta área. Tampoco en lo que seguirá podremos substraernos a la misma, sino que habremos de confrontarnos con ella hasta el final. Nos urge a ello el análisis que debe hacerse aún de la filosofía de la religión y de la psicología de la religión sobre las que se basa el Informe.
Si tuviéramos que presentar un estudio científico estructurado rigurosa y sistemáticamente, este sería el lugar indicado para hacer un resumen claro y transparente. Pero en razón de que sólo queremos responder a las objeciones planteadas, creemos que debemos prescindir de ello y así ganar tiempo para la refutación de objeciones que aún no han sido enfocadas y sobre las cuales no se volverá más tarde.
El Informe no dice mucho acerca del tema. Sólo algunas frases, escasas en cuanto al número pero no así en cuanto a su importancia, si las ponemos en el contexto de las dificultades espirituales de nuestra época.
Por el bien de la Iglesia es necesario darles una respuesta abarcadora.
El Informe denuncia reiteradamente:
¨Aún cuando el ideario de Schoenstatt sea inobjetable desde el punto de vista teológico, sin embargo la terminología – más allá de que sea entendida correctamente por los teólogos schoenstattianos – suscita una justificada indignación y protesta entre los de afuera a causa de su estilo inusual, exagerado y por lo tanto irritante, e induce a confusiones o errores a aquellos con poca o ninguna formación teológica. Valga citar, por ejemplo, la designación de Schoenstatt como ´obra predilecta´ o ´ocupación predilecta´ de Dios y de la Sma.Virgen. Ésta puede ser entendida correctamente, sin embargo es entendida erróneamente por muchos, suena presuntuosa e irritante y por lo tanto debería ser evitada en lo posible, sobre todo teniendo en cuenta que ello no significaría ningún recorte esencial¨ (pág. 7).
De ahí la exigencia de
¨Evitar una terminología inusual, irritante y que induzca a error¨ (ibídem).
Según estos textos, la piedra del escándalo es la idea de una ocupación predilecta de Dios y la forma de su aplicación práctica a Schoenstatt. Se la censura diciendo que es inusual, excesiva, que induce confusión y error, que es presuntuosa, peligrosa e irritante. En la terminología teológica se diría en este caso: sententia et praxis temeraria et periculosa.
Así juzga una manera de pensar netamente mecanicista. Luego de haber separado la fe de la ciencia, la visión natural de la sobrenatural y amenazado así la existencia de Occidente, continúa la obra destructora separando violentamente el saber del amar.
La mentalidad orgánica, en cambio, juzga en todos los temas y casos de un modo totalmente opuesto. Alaba lo que la otra reprueba, adora lo que la otra quema… Lo que la otra desecha considerándolo una deformación, ella lo ve resplandecer a la luz del ideal auténticamente católico como una solución para las graves crisis de nuestra época.
El problema planteado es antiquísimo. Habrá de inquietar a los pueblos civilizados hasta el fin de los tiempos. Raras veces hallaremos entre el saber religioso y el amor una unidad de orden. En el mejor de los casos habrá que contentarse con una unidad en tensión.
Cuando no se logra esta unidad, es considerable entonces el perjuicio que se produce para la vida de los pueblos y de los individuos, incluso en épocas normales. ¨La santidad de la vida diaria¨ lo desarrolla brevemente. Ella parte de la premisa de que el fiel de la balanza se inclina a favor del conocimiento y en detrimento del amor, como ya desde hace tiempo ocurre en Occidente. Dice entonces:
¨El santo de la vida diaria acata los deseos y designios de Dios dando muestra de una fina capacidad de adaptación. En su lucha y esfuerzos pone el acento principal en el amor. También su saber y sus estudios religiosos son utilizados conscientemente para el crecimiento en el amor. No hace como muchos cristianos que leen muchos libros de contenido religioso, piensan y discuten sobre cuestiones religiosas, pero se dejan impulsar poco por ellos al amor. Se los puede comparar con un artista que fabrica por sí mismo la herramienta con la cual habrá de plasmar su obra de arte, pero que trabaja durante toda su vida en la confección de la misma y no llega por lo tanto a abordar cabalmente su propia actividad creadora y artística. O con un caminante que deambula por el desierto y está próximo a morir de sed. En medio de su gran angustia encuentra finalmente un oasis. Pero en lugar de beber el agua refrescante que mana de la fuente, se sienta y se pone a filosofar sobre la esencia del agua. La herramienta y la fuente son el pensar y el saber religiosos. Ambos tienen que convertirse en alimento del amor. San Pablo llama al amor lo más grande: ´Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres(. Pero la mayor de todas ellas es la caridad)´ (1Co 13, 13). Por eso exhorta a los suyos: ´Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección´ (Col 3, 14). En ambos casos el apóstol se refiere al amor a Dios y al prójimo. San Pedro y Santiago hablan en este mismo sentido. San Pedro aconseja a su comunidad: ¨Ante todo, tened entre vosotros intenso amor´ (1 P 4, 8). Santiago (2, 8) llama al amor ´Ley regia´¨ (WH 1974, pág. 233).
En épocas de agitación revolucionaria se intensifican todos los síntomas de las enfermedades hasta un punto catastrófico. La atomización de la vida en la era de la masificación y del hombre-película alcanza proporciones insospechadas. Acarrea así una parálisis, un colapso de todas las fuerzas creativas frente a un enemigo que ataca, como nunca antes, recurriendo a todos los medios imaginables y con el expreso designio de aniquilar.
En una decisiva hora histórica de tales características, en la cual se echan suertes sobre el destino del mundo y de la Iglesia para los tiempos futuros, esa atomización de la vida priva al cristianismo y al cristiano de fecundidad, de juicio propio, de resistencia, hogar, ímpetu, alma, personalidad y religión.
Quizás se pueda disimular por un cierto tiempo esta marcha en vacío que tiene lugar en el fuero interno. Pero cuando recrudecen las dificultades, cuando la vida y las persecuciones nos someten a prueba, sale entonces a relucir la verdadera realidad. Ella quita todas las máscaras y muestra el verdadero rostro de la Iglesia actual y de sus miembros.
En su Mensaje de Navidad (24.12.1948), Pío XII se lamenta:
¨A pesar de todo, la perseverancia y la firmeza de tantos hermanos en la fe es para nosotros fuente de alegría y de santo orgullo; pero no podemos desentendernos del deber de mencionar a aquellos cuyos pensamientos y sentimientos reflejan el espíritu y las dificultades del tiempo. ¡Cuántos han visto deteriorarse su fe hasta el naufragio, incluso su fe en Dios! ¡Cuántos, contagiados por el espíritu del laicismo o de la hostilidad hacia la Iglesia, han perdido la lozanía y la tranquila seguridad de la fe, que hasta entonces había sido luz y sostén para sus vidas! Otros, desarraigados y despojados despiadadamente de su suelo natal, vagan sin rumbo, expuestos a la ruina de sus valores religiosos y morales, especialmente tratándose de jóvenes; una ruina cuya peligrosidad nunca se podrá evaluar con suficiente gravedad¨.
Luego el Papa recuerda a los fieles la seria obligación
¨de confrontarse con las cuestiones que un mundo atormentado y acosado tiene que resolver tanto en el área de la justicia social como en la del derecho y de la paz internacionales. Y hacerlo de acuerdo a las situaciones y posibilidades concretas y con una actitud abnegada y valiente.¨
Cuanto más cuidadosamente procuremos acatar esta exhortación del Santo Padre, tanto más aumentará la convicción de que son dos las tareas a cumplir: Esta época exige una reforma de la situación concreta y una reforma del espíritu.
Ambas son tremendamente necesarias. Un año atrás decía un comunista en oportunidad de un debate entre pastores protestantes y socialistas y comunistas:
¨Rechazamos el cristianismo porque sólo se preocupa del espíritu y no de la situación concreta.¨
En ambos bandos – en el católico y el protestante – aumenta la certeza de que en el transcurso de las últimas décadas hemos cometido muchos errores en esta área: Hemos acentuado la cáritas, pero pusimos muy poco énfasis en la justicia, especialmente en la justitia socialis…
Al mismo tiempo mantienen toda su vigencia las palabras de Pío XI: ¨Necesitamos una reforma del espíritu¨. Es esta área hay que instaurar sobre todo un movimiento renovador y pedagógico de carácter decididamente ético religioso. En este sentido creemos tener una tarea especial para esta época. Nuestro planteamiento sostiene que la religión manifiesta su plena fuerza transformadora y creadora sólo allí donde un sólido saber religioso suscite y nutra un amor de alto grado.
De esta manera enfocamos el problema central y capital frente a un peligroso enemigo, aliado a poderes demoníacos. Muchos sectores han olvidado hoy esta realidad. Algunos malgastan su tiempo y energías abocándose a muchas cuestiones de pedagogía y pastoral que en sí mismas son importantes, pero pasan de largo y pasan por alto lo central: la dinámica del amor. Otros buscan la reforma exclusivamente en la transformación de la situación social, económica y política, preocupándose demasiado unilateralmente por cuestiones materiales y organizativas. Sin duda que se trata de cosas que pueden ser calificadas de necesarias. Pero ellas solas no conducen a la meta.
La santidad de la vida diaria describe las relaciones internas entre reforma de la situación concreta y reforma del espíritu, que siempre han sido orientadoras para nosotros:
¨El mundo tiembla y se estremece bajo el empuje y la urgencia de cuestiones sociales aún no resueltas. Tales conmociones de la sociedad humana podrían superarse con mayor facilidad y rapidez si Dios nos diese más santos de la vida diaria en todas los estamentos y profesiones, tanto en los sectores obreros como en los empresariales.
Un antiguo dicho inglés reza: ´Los cristianos constituyen la única Biblia que todavía leen los laicos´. Así pues los santos de la vida diaria son hoy más que nunca sal de la tierra y luz del mundo. No hablan mucho, pero actúan; oran y trabajan mucho y de un modo agradable a Dios. De esa forma alcanzan para sí y para su entorno ante todo una reforma del espíritu, que lentamente prepara, anima y fecunda una reforma de la situación concreta.
Los santos de la vida diaria son personas optimistas porque pertenecen a Dios y saben que la victoria habrá de estar un día de parte de Dios. Obran en su entorno como una levadura. ¡Que Dios en su bondad nos regale muchos santos de la vida diaria!
El P. Doyle solía orar con gusto diciendo: ´Dios Omnipotente, hazme un gran santo y no le ahorres sacrificios a mi débil naturaleza´. Quizás yo también podría atreverme a invocar la Omnipotencia de Dios – sin la cual mi naturaleza egoísta no puede ser transformada – y exclamar: ¡Oh Dios Todopoderoso!, haz de mí un santo de la vida diaria; no me ahorres sacrificios y ayúdame a que tampoco le ahorre sacrificios a mi naturaleza pobre y débil. Sí, en cambio, preserva a nuestro pobre pueblo, bendice y protege a nuestra Santa Iglesia y a nuestra amada patria.
Sea como fuere sólo los santos – los verdaderos santos de la vida diaria de carne y hueso – pueden salvar el mundo de hoy. Como Elías en el Monte Carmelo, así también el Señor se aparece hoy delante de su pueblo y le pregunta: ´¿Hasta cuándo van a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a éste´ (1 R 18, 21).
Hoy toda medianía no sirve para nada. Sólo el espíritu de integridad podrá mantenerse firme. Si no tenemos el coraje de aspirar a esa integridad, al ideal del santo de la vida diaria, generemos por lo menos – mediante nuestra oración, sacrificios y luchas – la atmósfera en la cual puedan crecer y desarrollarse grandes hombres y mujeres. Y estemos agradecidos de haber podido ser, de esa manera, un pequeña piedra en el fundamento sobre el cual se erguirán algún día los santos de la vida diaria de nuestro tiempo¨ (WAH 1974, pág. 148 s.).
Hemos preferido dejar la reforma de la situación concreta a otras instancias, ya que dimos nuestro aporte en el campo de la formación del verdadero espíritu… Una labor directa en el área socio-económica está pensada para la Obra Familiar…
Una mirada retrospectiva sobre las grandes épocas de convulsiones del pasado revela que todos los reformadores católicos importantes fueron genios del amor, y no siempre del pensamiento y de las ideas. Ellos consideraban que su tarea principal era encender por doquier hogueras de amor… Y esto es más necesario que nunca en nuestro tiempo, cuando la vida cristiana está conmocionada en todas sus ramificaciones, y no como antaño, cuando lo estaba solamente en algunas partes -.
Comprendemos que San Ignacio en su ratio educationis – en sus ejercicios de cuatro semanas – haya puesto el acento principal en el crecimiento del amor. Para él lo determinante era el descubrimiento de que no es el mucho saber sino el saborear y paladear las cosas divinas lo que nutre al alma, lo que suscita y aumenta el amor.
Enseñanzas de este tipo nos hacen tomar una estremecedora conciencia de nuestra miseria. Incluso algunos de nuestras filas, que tienen una visión clara del estado de cosas y trabajan por todos los medios en la solución del problema capital, se encuentran desvalidos ante la situación. Con todo derecho se preguntan qué hacer para inducir al hombre moderno, al hombre-película, a saborear y paladear las cosas y verdades divinas. El hombre masificado – sin Dios, sin personalidad, sin moral, sin alma – sólo conoce un pensar fragmentario, a manera de puntos aislados, despojado de contextos. Se ha erosionado su mundo afectivo. Su voluntad está preparada para cumplir sólo las órdenes que le vienen de afuera… El hombre-película vive exclusivamente de impresiones externas y sensibles que, como en una película, van cambiando vertiginosamente en y con él, que no calan en lo profundo, que no generan ninguna actitud interior fundamental ni tampoco fluyen de ella.
¨Una vez estimulados los sentidos, exigen más y más alimento, por lo que aumenta el hambre de novedades y hechos sensacionales. Pero por esta vía el hombre se va desarraigando en los estratos más profundos del espíritu; pierde la relación con los distintos órdenes; pierde el cobijamiento en las formas y se va convirtiendo lentamente en una partícula de hierro, sin forma alguna, que puede ser atraída y asociada a sí por cualquier imán poderoso. Estas son las consecuencias más preocupantes de la masificación. Ellas afectan la disposición y la receptividad a lo religioso. Aquí se encuentra también la explicación para tantos interrogantes a los cuales se enfrenta el sacerdote de hoy en la pastoral.¨
En Alemania, la influencia americana, con sus películas, redundará en un aumento del número de hombres-película, superficiales y desarraigados. Pero que esto no ofusque nuestra mirada; que a causa del desconcierto nuestra atención no se desvíe hacia cosas periféricas – aunque sean valiosas y quizás necesarias – y pasemos así por alto lo central. Porque de ese modo nunca llegaremos a la meta. Lo central es y seguirá siendo para nosotros la transformación de conocimientos sólidos en amor ferviente y vigoroso.
Es el mismo problema que, en su época, San Francisco de Sales procura resolver a su manera. Todos sus esfuerzos y afanes se centraban siempre, como en nuestro caso, en torno de una sola pregunta: ¿Cómo convertir en amor un conocimiento religioso confiable? Su sentido innato y cuidadosamente desarrollado para captar las realidades de la vida le llamó la atención ya desde temprano sobre el hecho de que el saber era ciertamente origen y fuente del amor, pero no escala con la cual medirlo.
Por entonces debía ocurrir como hoy: Había y hay hombres depositarios de un gran saber religioso, lumbreras en el campo de la teología, expertos investigadores con un apasionado amor por su especialidad, pero en los cuales ardía y arde sólo una débil chispita del amor a Dios. Por otro lado existen personas dotadas de pocos conocimientos pero que no raras veces se distinguen por un ardiente amor a Dios. Dicho en otras palabras: Hay personas con pocos conocimientos y gran amor y otras con grandes conocimientos y escaso amor.
Así pues san Francisco se preguntaba como nosotros qué cualidades debe tener el conocimiento religioso para que conduzca al reino del amor. Una mirada en los círculos intelectuales dirigentes de Alemania revela que ya se ha retomado la praxis de las asociaciones de graduados de la época anterior a la guerra y que se realiza una confrontación con los problemas más difíciles. Por eso Ivo Zeiger se lamenta de lo siguiente:
¨Al examinar los programas anuales, a menudo me asalta el espanto. Porque en ellos se habla con estilo altisonante sobre la filosofía existencial, tan de moda y a la vez tan superflua; sobre la metafísica de nuestra crisis; sobre el fundamento teológico de la cáritas; sobre el religamiento ontológico del cristiano en el mundo; sobre la concepción antropológica de Hölderlin o sobre el fundamento metafísico de la Novena Sinfonía.¨
Sin embargo – agrega el orador – los dirigentes de los sectores intelectuales y los del pueblo trabajador no logran asumir las verdades esenciales de la fe católica, hacerlas suyas como un bien permanente.
Con esto enfoca (Ivo Zeiger) un mal preocupante de la cultura actual. Se trata de la terrible carencia de un discernimiento claro y autónomo y la incapacidad de hacer que el conocimiento seguro se convierta en maestro de vida. Pero con ello no estamos tocando el problema central que mencionamos más arriba. Puede que el conocimiento sea claro y seguro, pero la cuestión de fondo es y será siempre: ¿Qué debe suceder para que ese conocimiento se transmute en amor? Se descuida esta pregunta en una medida preocupante. De ahí los magros frutos de nuestros empeños en el área pastoral y pedagógica. Sea como fuere, no está presente con tanta fuerza y claridad en la conciencia de todos como idea directriz, como tarea evidente, tal como debería estarlo si se quiere hallar una segura vía de escape para salir de la intrincada maraña de los problemas actuales.
Por esta misma razón la Acción Católica en el extranjero corre peligro de paralización. En muchas regiones ha desarrollado una admirable labor de formación. La separación del Estado y de la Iglesia provocó un aumento terrible de la ignorancia en el área religiosa. No obstante los miembros de la Acción Católica pudieron enfrentar el problema con éxito. Pero ahora se encuentran desconcertados ante la misma pregunta que se nos plantea a nosotros en Alemania: ¿Qué hacer para que la formación intelectual se convierta en amor y vida?
Nuestra pedagogía moderna retoma el problema a su manera. La pregunta central es la misma, sólo cambia el ropaje, que cobra un aspecto más moderno: ¿Cómo convertir una idea en un complejo de pensamientos y valores predominante?
Más tarde abordaremos en detalle todas las preguntas planteadas y procuraremos darles una respuesta científicamente exacta y útil para la práctica. Por ahora sólo quisiera señalar nuevamente, y con pesar, el descuido con que se trata este tema en la prensa y en la vida. Ciertamente en una u otra oportunidad se encuentra especialistas que se ocupan de él. Pero la opinión pública no ha encarado aún el problema. Y sin embargo sigue siendo cierto que no podremos superar el bolchevismo en nosotros y en nuestro entorno si no se soluciona el problema capital aludido. Toda la naturaleza humana se halla hoy profundamente desgarrada, sólo puede ser curada poniendo por obra la verdad en el marco del amor… Veritatem autem facientes in caritate, crescamus in illo per omnia, qui est caput Christus (Ef 4, 15).
Schoenstatt, con su orientación consecuente y acorde a la época, ha resumido el conocimiento y la experiencia de siglos acerca de este tema vertiéndolos en una formulación sencilla y pedagógicamente muy eficaz: El hombre es ocupación predilecta de Dios. Por eso debe hacer de Dios su ocupación predilecta. Lo mismo expresa la idea de la alianza de amor entre Dios y la humanidad…
En ambientes de Iglesia se ha debatido mucho sobre dónde radica el secreto de Schoenstatt, dónde la clave para la comprensión de su dinámica. Una dinámica que Schoenstatt ha mantenido en los tiempos más difíciles y que todavía hoy constituye su sello característico. Algunos no hallan ninguna respuesta; otros señalan tal o cual punto… La única respuesta correcta es: El secreto de Schoenstatt radica en la forma original de su Alianza de Amor, sobre la cual informan las tres Actas de Fundación; o bien en la manera original como se ha concretado allí la idea de la mutua ocupación predilecta entre Dios y el hombre. Más adelante nuestra tarea consistirá en demostrar que esa frase tan sencilla alberga todo un compendio de teología, filosofía, psicología y pedagogía…
Hago aquí abstracción del matiz específicamente mariano, ya que no se lo cuestiona. Lo que se discute es solamente la idea supratemporal de la ocupación predilecta de Dios y su aplicación general a Schoenstatt.
Al experto en psicología de la religión no le resultará difícil demostrar, a partir de un material contundente, que con esta frase hemos expresado el secreto de los santos y de la santidad en una formulación breve, adaptada a nuestro tiempo y convincente. Tanto la idea en sí misma como la realidad que está detrás de ella son ambas cosas a la vez: causa y efecto de la santidad.
Aquí nos interesa ante todo el primer aspecto. Se lo podría expresar en términos más populares de la siguiente manera: Todos los santos comenzaron a aspirar a la cumbre del monte de la perfección – a ser santos – recién cuando se consideraron la ocupación predilecta de Dios e hicieron de Dios su ocupación predilecta.
Pero con cuidado y firmeza añadimos lo siguiente: Si el Occidente cristiano no rectifica su rumbo, si no hace del secreto de la santidad su secreto más personal – de manera consciente y duradera – , no estará en condiciones de enfrentar el asalto del bolchevismo. Ahora bien, si todos los educadores cristianos considerasen que su principal labor es la proclamación y puesta en práctica de ese secreto, entonces no sólo tendrían un ideal grande y sobresaliente que resume en sí a todos, sino también fundadas esperanzas de vencer los poderes del infierno.
Repasemos mentalmente todos los problemas de la educación del pueblo y de la renovación del mundo. Hallaremos entonces que todas las soluciones – en la medida en que sea posible hallarlas – apuntan con insistencia a ese secreto; de él reciben luz, energía y solidez. Sin él toda otra alternativa quedará trunca, no llevará hacia la meta.
Algunas observaciones ayudarán a comprender mejor lo que esto significa.
Hace poco visité al ex nuncio de China. Cuando le pregunté por la situación mundial luego de los novísimos acontecimientos en China, me respondió: ¨
¨La por doquier. Estos son, en el fondo, todos iguales. Trátese tanto de Oriente como de Occidente, la diferencia no estriba en la esencia sino en el grado. La Iglesia está sola; tiene que medirse con el enemigo sin aliados, por sus propios medios, derrotarlo y darle y asegurarle la paz al mundo¨.
Dos son las frases que quiero rescatar de esta conversación.
La primera: Los enemigos de la Iglesia son, en el fondo, todos iguales… En este punto es necesario tener una visión clara de las cosas, especialmente en el caso de los occidentales, que toman poca distancia de sí mismos.
Carlos Barth, el conocido teólogo protestante, dictó hace pocas semanas, en la catedral de Berna, una conferencia sobre ¨La Iglesia entre el Este y el Oeste¨. Barth contempla el antagonismo entre capitalismo y comunismo sólo desde el punto de vista de un conflicto de poderes. Según él, ambos tienen la misma meta: La masificación y la esclavitud del hombre, con la diferencia, no obstante, de que Occidente impone su yugo apelando a un enmascaramiento hipócrita, mientras que el Este procede con la fuerza bruta. Así apostrofa a las potencias occidentales en su diario:
¨Lo que ustedes llaman democracia es algo engañoso. Engañosa es – para las masas, claro, a las cuales pertenecen los ´intelectuales´ de ustedes – la presunta estima que ustedes tendrían por el espíritu y la moral. Y más engañoso aún es el presunto cristianismo de ustedes, que los lleva a hablar sobre Dios para que no salga a relucir ni se exprese la verdadera vida de los hombres; que los lleva a señalarle al hombre el cielo para que todo siga igual en la tierra…¨
Y plantea la siguiente pregunta:
¨¿Dónde está el Occidente cristiano que pueda mirar cara a cara al Este – a todas luces decididamente no cristiano – con una conciencia más o menos limpia? ¿De dónde sacó el Este su ateísmo sino de Occidente, de nuestra filosofía? Su insolente repudio del cristianismo, ¿acaso es muy distinto de la ideología que cunde también entre nosotros, en todas las calles y – entiéndase bien – en nuestras propias iglesias, si bien de modo más recatado?¨
De ahí la advertencia: ¡Fíjate bien de quién te fías! Hay que cuidarse en todas partes del lobo con o sin piel de oveja…
La segunda frase dice: La Iglesia está sola. Tiene que luchar por sus propios medios con el enemigo… Lo mismo vale también para la Esposa de Cristo en Alemania. ¡Guay de ella si sus fuentes de energía se llegasen a agotar parcial o totalmente, si acabaran por cegarse! Hay que liberarlas a todas, sin excepción, llevarlas a su plenitud y aprovecharlas correctamente; de lo contrario no habrá perspectivas de éxito para la lucha. Antes las cosas eran distintas: Se impugnaba tal o cual dogma, pero la Iglesia no necesitaba repensar sus realidades primordiales… Hoy en día se ponen en duda o se niegan todas las verdades del orden natural y sobrenatural. Por eso a la Iglesia no le queda otra cosa sino movilizar la totalidad de sus fuerzas. Y a ellas pertenece en primer lugar el secreto de los santos. Más aún, mirándolo bien, ese secreto engloba todas las fuerzas, sin excepción y en sumo grado.
Si la Iglesia está librada a sí misma, como lo estuvo en los primeros tiempos del cristianismo, entonces no tiene que limitarse más a una mera actitud defensiva – como ha ocurrido hasta ahora en la patria – ni mucho menos contentarse con irritarse y lamentarse… No tiene que conformarse con conservar lo que ya se posee… Debe pasar a la ofensiva, a la conquista. No sólo ha de apagar las flechas incendiarias que arroja el enemigo sino arrojar las propias sobre los techos del adversario… Como Jesucristo, ella ha venido para traer fuego sobre la tierra y qué otra cosa habría de querer sino que ese fuego estuviese ya ardiendo… Sostenida por las fuerzas divinas que la inhabitan, la Iglesia puede y debe repetir aquella frase, humilde y orgullosa a la vez, que ella escribiera en el s. III a través del autor de la Carta a Diogneto: ¨Nosotros los cristianos (la pequeña grey) somos el alma del mundo¨.
Enrique De Lubac cita esta frase en su obra ¨La noción cristiana de hombre y la búsqueda de un hombre nuevo¨ y añade, a modo de aclaración:
¨Por entonces estas palabras tienen que haber sonado como una arrogancia desconcertante. Pero también hoy una afirmación semejante resulta no menos paradójica. Entre tanto la ratificamos con la misma seguridad. Los discípulos de Cristo no se sienten como quienes fueron salvados del naufragio de un mundo, sino como los pilotos que han recibido la misión de conducir ese mundo a buen puerto. En una época en la que un hombre nuevo trata de formarse, ora con esperanza, ora presa de la desesperación, ellos quieren ayudarlo a encontrar su camino y mostrarle las condiciones para salir airoso de la empresa. Y todo fortalece su convicción de que sólo ellos pueden hacerlo.
Por supuesto nunca se les prometió que serían siempre escuchados. Por lo común tienen que estar dispuesto incluso a lo contrario. En cuanto a los representantes de los discípulos, sabemos muy bien cuán poco han estado a la altura de su misión, a causa de la falta de valor o de claridad. No obstante ellos confían en las palabras de su Maestro, en la acción de Su Espíritu en ellos, y nada podrá apartarlos del cumplimiento de su misión. Mañana, como ayer, se revelarán como lo que son en virtud de su llamamiento: la conciencia del género humano.¨
Esta vuelta de la Iglesia a sus valores propios, esta conciencia eminentemente católica de sí misma y de su condición, suponen, despiertan e intensifican la capacidad de comprender el secreto de los santos.
Teodoro Haecker opina que ¨el mundo sería hace tiempo socialista si no hubiese existido la socialdemocracia¨. Esto significa que la Iglesia habría solucionado entonces por sí misma los problemas sociales… Hasta ahora fueron a menudo las corrientes del bando adversario las que la motivaron a tomar posición. La Iglesia se ocupó oficialmente de problemas del mundo luego de que surgieran errores. Frente a ellos, se interesó más por el contenido y causa de los mismos y no tanto por su sentido. Por eso manifestó con frecuencia falta de celo y fervor en la denuncia y en la acción concreta…
En este sentido se puede advertir últimamente un fuerte cambio, tal como lo demuestran numerosos comunicados oficiales y no oficiales. La actitud defensiva y apologética está cediendo paso cada vez más a un serio abordaje del núcleo de las cuestiones y a una acción constructiva más enérgica y positiva… En la Iglesia todo impulsa hacia una transformación mayor, a partir de fuerzas motrices propias y no tanto a partir de razones utilitarias… Pero sin el secreto de los santos ese proceso de transformación lleno de bendiciones caerá pronto en una preocupante inestabilidad…
Quien conozca las ideas de Donoso Cortés, quien comparta sus principios acerca de la filosofía de la historia, estará de acuerdo en que la Iglesia va perdiendo hoy en día posición tras posición en una dura y tenaz lucha contra su enemigo mortal. Por otra parte descubrirá en ese destino no sólo una hábil jugada de la Divina Providencia, que quiere desasir a la Iglesia y a sus representantes de toda confianza en sí mismos e impulsarlos a lanzarse por entero a los brazos de Dios, sino también una consecuencia casi necesaria de la atmósfera espiritual actual que se respira en el mundo y en la Iglesia…
El hombre de hoy ya no sabe pensar. Está entregado incondicionalmente a las fuerzas ciegas de su naturaleza y de su entorno. Por eso sólo puede ser liberado de los extravíos de la mente y del corazón por medio de la vida misma, por medio de dolorosas experiencias y duras vicisitudes.
Luego de acabado el nacionalsocialismo, millones de personas esperan la salvación del bolchevismo. Persuasión y refutación no sirven de mucho. Sólo las más amargas desilusiones pueden provocar un giro y cambio de la manera de pensar. De ahí que todos los conocedores de la época cuenten primero con una victoria temporal del colectivismo en Occidente.
Pío XII parece interpretar de manera similar los designios de la Divina Providencia. En su primer encíclica (20.10.1939) escribe los siguiente:
¨Tal vez (¡Dios lo quiera!) se puede esperar que esta hora de máxima indigencia cambie la manera de pensar y de sentir de muchos que hasta ahora avanzaban, con ciega confianza, por el camino de los errores modernos tan extendidos, sin sospechar lo insidioso e incierto del terreno que pisaban. Tal vez muchos de los que no entendían la importancia de la misión educadora y pastoral de la Iglesia, comprenderán ahora mejor sus amonestaciones. Amonestaciones que ellos desatendieron llevados por la falsa seguridad de tiempo pasados. Las angustias presentes son la apología más impresionante del cristianismo. Difícilmente pueda haber una mayor. De la gigantesca vorágine de errores y movimientos anticristianos se han cosechado frutos tan amargos que constituyen una condenación, cuya eficacia supera a toda refutación teórica.¨
Donoso Cortés estima además que, si a pesar de haber hecho esfuerzos sobrehumanos, la Iglesia es empujada por completo a un segundo plano, el Todopoderoso habrá de aparecer entonces repentinamente sobre el pináculo del templo, tocará la trompeta y se desplomarán las murallas de Jericó… Dios quiere mostrar que sólo Él es quien puede conjurar los poderes infernales; que sólo Él es a quien el mundo y la Iglesia deben la salvación.
Pero en estos tiempos decididamente apocalípticos, ¿quién habrá de resistir?; ¿quién puede motivar a Dios a acelerar su venida e intervención? La respuesta es siempre la misma: Sólo quien viva del secreto de los santos.
La actitud existencialista – que Höfer llama humildad ante un universo hermético y ceguera ante la libertad divina – gana numerosos adeptos en los sectores académicos católicos… Quien vive del secreto de los santos estará inmunizado contra toda afección espiritual.
En ocasión del Congreso Católico de Maguncia, Ivo Zeiger expone una serie de importantes inquietudes surgidas de la crisis misma del tiempo, que preocupan a los católicos del ámbito germano y exigen una solución urgente… A todas ellas podemos responder siempre de la misma manera: El medio más seguro, el remedio universal más eficaz es y seguirá siendo el secreto de los santos.
Abordemos como mayor detalle algunas de esas inquietudes:
Primera inquietud:
¨Nuestro pueblo en su conjunto – sin excluir burguesía ni campesinado -, ha caído en un proceso de masificación. Y aquí reside quizás la más profunda transformación del hombre actual. Y esta transformación determina – más de lo que quisiéramos reconocer – , las posibilidades pastorales y la receptividad religiosa.
Nuestro método de trabajo ha tenido en cuenta ante todo los contenidos ideológicos de la visión moderna del mundo y de las cosas. En realidad no es característico del hombre masificado lo que (de él) dice la filosofía de turno, sino su actitud estructural, cómo reacciona a los estímulos.¨
Respuesta: Hoy en día sólo el secreto de los santos es capaz de transformar esta actitud estructural en una actitud católica profunda y duradera.
Segunda inquietud:
¨En esta guerra he observado en nuestros soldados católicos cosas que no había visto jamás en la Primera Guerra Mundial. Eran muchachos magníficos, fieles a los ideales de sus asociaciones juveniles. Conocían el devocionario a la perfección; incluso en el más miserable campo de prisioneros podían organizar – en un abrir y cerrar de ojos – una solemne liturgia comunitaria con comunión para todos. Pero simultáneamente repetían – sin escrúpulos ni sospecha – las ideas de la ética neopagana que les había inculcado una astuta propaganda. Eran, por decirlo así, cristianos sacramentalistas y liturgicistas, y a la vez repetidores de la ética neopagana. Ambos mundos coexistían en ellos sin ninguna relación interna, sin estar en consonancia.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Tercera inquietud:
¨Todo el mundo se queja de la ignorancia imperante en el área de la fe y la ética. Sin embargo nunca antes se ha editado, hablado y leído tanto sobre catecismo, formación, educación católica popular. El problema no radica en una muy escasa oferta de conocimientos religiosos, sino en el hecho de que estos no son asimilados, elaborados, internalizados con tranquilidad y profundidad.
En cientos de alocuciones se menciona, por ejemplo, las encíclicas sociales de los Papas. Ahora bien, ¿cuántos las han estudiado realmente? ¿cuántos conocen al menos a grandes rasgos el contenido de las mismas, o bien las tesis elementales que debe sostener un católico? Se escribe y habla sobre los derechos cristianos de los padres, los derechos humanos, la democracia, pero, ¿cuántos tienen una idea clara de estos conceptos que se han convertido en palabras vacías?¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Cuarta inquietud:
¨Últimamente me he tomado el trabajo de estudiar todas nuestras nuevas constituciones de los estados federales. Pensé que serían realmente democráticas y liberales, como corresponde a la tendencia de la época. Pero fui defraudado en mis expectativas. Incluso en los más fundamentales derechos humanos se ha deslizado la cláusula que permite de un plumazo la supresión de la libertad; aquella infausta cláusula que estipula que tal o cual libertad es concedida en el marco de las leyes que rigen para todos.
Con esta restricción, ya una vez un sistema totalitario abolió todos los derechos fundamentales sin violar formalmente la constitución, y también socavó nuestro concordato. ¿Cómo se introdujo esa cláusula totalitaria en las nuevas constituciones? ¿Por descuido, por maldad, por una inextinguible pretensión totalitaria del Estado moderno? No puedo suponer tal cosa de los autores democráticos de los textos. Simplemente se copiaron frases sin haberlas meditado a fondo. Aquí no se ha tomado más en serio – y esto es peor – determinadas palabras y conceptos. He aquí quizás la consecuencia más terrible del hombre masificado, del hombre-película: ya no toma nada realmente en serio. ¿No repercute también esto en la vida religiosa? La noción de eternidad, que la Edad Media tomó tan tremendamente en serio, ¿es estimada todavía en todo su perenne valor? ¿Y el concepto de la cercanía de Dios en el sacramento y el de la pureza de espíritu? No se trata de que escuchemos o leamos muy poco sobre materia religiosa, sino de que recibimos demasiado, y ese caudal de conocimientos nos resbala por la piel del alma, insensible y encallecida de tantas impresiones, sin calar en profundidad.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Quinta inquietud:
¨La liturgia de Navidad dice de la Sma. Virgen que ella es como un campo de labranza que acogió el suave rocío de Dios. El hombre de hoy se ha colocado una coraza pétrea en torno de su alma para protegerse del aguacero de palabras y manipulación. Nada cala ya en lo profundo.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Sexta inquietud:
¨Hace tiempo que algunos pastores y laicos de amplias miras se han dado cuenta, alarmados, de esta situación. E intentan salirle al paso recurriendo a grupos de diálogo, a jornadas de formación y a la colaboración en la tarea de la educación popular. Su trabajo es esforzado y meritorio, pero tampoco ellos logran imponerse frente a la estructura del hombre masificado y del hombre-película. Temas realistas y serios encuentran poco eco cuando exigen una labor tranquila y árida. Me refiero sobre todo a aquellos temas que, al cabo de 16 años de seguir una línea puramente religiosa, sería hoy doblemente necesario tratar.
Nuestro estamento de dirigentes, nuestros hombres de la clase culta y de la trabajadora deberían apuntar hacia esas verdades de la ética cristiana y volver a hacerlas suyas, con claridad y sobriedad. Y digo expresamente ´hacerlas suyas´, no sólo conversar sobre ellas.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Séptima inquietud:
¨Por favor, no me entiendan mal. No acuso a los meritorios organizadores ni a los esforzados oradores; más bien me quejo de que la afición a lo sensacional del hombre-película se ha convertido ya en un animal de rapiña tan poderoso que incluso está saqueando nuestro propio ambiente; nos persigue hasta dentro de las sacras moradas de la religión.
En efecto, superiores de órdenes religiosas les podrán confirmar que el espíritu de soledad, de contemplación de las realidades eternas, está amenazado hasta dentro de los monasterios de clausura. Los miembros más jóvenes de dichas órdenes ya no saben más cómo integrarse a una liturgia silenciosa, cómo abordar la meditación; asaltan a sus superiores con pedidos de introducción de liturgias comunitarias y dialogadas, de ampliación de las liturgias comunitarias más allá de la medida acostumbrada… ¡Tan difícil se le ha hecho al hombre de hoy estar a solas consigo mismo!¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Octava inquietud:
¨Desmesurado interés por lo sensacional… ¿Qué sacerdote no se ve acosado casi diariamente por preguntas acerca de apariciones de la Virgen, profecías sobre grandes juicios divinos, anuncios de grandes conversiones y milagros políticos e introducción de nuevas devociones? ¡Y guay de él si se resiste a creer cabalmente en ello! ¿Qué boletín parroquial no se ve una y otra vez constreñido a ocuparse de tales temas gastando así tiempo y papel que podría emplear en cosas mucho más importantes? ¿Se manifiesta aquí realmente una inquietud religiosa? ¿O se trata más bien de hambre de sensacionalismo, característica del pobre hombre-película de nuestra era de masificación, sobrestimulado en su sensibilidad?¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Novena inquietud:
¨Este proceso avanzará más rápidamente aún cuanto más se vayan disolviendo los antiguos órdenes culturales tradicionales. Ya ha afectado la unidad familiar, el matrimonio y su indisolubilidad, el respeto por la sexualidad. Y está atacando el ámbito rural, alcanzando hasta la más remota familia campesina, atomizando así cada vez más todo el pueblo. De esa forma desaparece, en un nivel muy profundo, el acervo de nuestra Iglesia. Se trata de una pérdida mucho más grande que la que acarrea el empobrecimiento material de la Iglesia o el desplazamiento geográfico de las confesiones. Porque aquí se está desplazando los fundamentos mismos.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Décima inquietud:
¨Antes de 1914 era de hecho una realidad insignificante. Hoy las cosas son diferentes. La Primera Guerra Mundial llevó a muchos hombres a vivir durante años en campamentos. Esta tendencia no cedió luego de 1918, sino que se fue acentuando, hasta dispararse a partir de 1933. Los hombres fueron puestos en campamentos: campamentos de trabajo, cuartel; campamento de guerra y de trabajadores; campos de concentración; campamentos de prisioneros, de refugiados, de mineros, de jóvenes, de vacaciones, de niños, etc.
Una parte muy considerable de la población tuvo que vivir durante muchos años – o vive aún – en situación de campamento, vale decir, una forma de vida en la cual el individuo sucumbe a un sistema ya preestablecido; en la cual su personalidad desaparece debajo de un número; en la cual duerme en un gran pabellón sobre un primitivo camastro; en la cual el único pertrecho personal que le queda es la escudilla de latón donde recibe su ración de comida.
En todo lo demás tiene que amoldarse; es una pieza diminuta en un gran máquina impersonal. Muchos tuvieron que plegarse contra su voluntad; pocos supieron conservar su autonomía personal. Pero todos, con menor o mayor conciencia, se vieron sometidos al yugo de la masificación.
Casi no hay ámbito de la vida que haya escapado a él. Incluso movimientos políticos y otras organizaciones, que por su esencia misma están en contra de la masificación, operan con todos los métodos de la manipulación de masas: organizaciones gigantes, movimiento de masas, marchas y manifestaciones masivas, incluso peregrinaciones masivas, festivales de recitación coral. Esta sorprendente contradicción se halla incluso en el ámbito eclesial: Trabajamos de hecho con métodos de captación de masas y por otro lado seguimos pensando en la pastoral con las categorías de una plácida cultura familiar.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Undécima inquietud:
¨La vida en un campamento, el ser absorbido por una gran colectividad organizada racionalmente, repugna a la sensibilidad natural. Por lo tanto el hombre tratará de defenderse de ello. Y al no poder hacerlo abiertamente, se habituará a una doble vida. En la masa se le dice lo que tiene que pensar y decir; se le ordena lo que tiene que hacer. Sin embargo en su fuero interno procura salvaguardar una vida propia, personal, en la medida en que su intelecto y su carácter sean capaces de ello. A la larga sólo pocos lo consiguen. Pero a todos les queda, como marca de la masificación, esa dicotomía entre dos contenidos y dos formas de vida.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Duodécima inquietud:
¨El abismo será tanto mayor cuanto más refinada sea nuestra cultura. Porque frente a ella el hombre masificado representa un primitivismo aún mayor. En él el hambre de alimentos y el ansia de vivir ocupan el primer plano; más aún, son conscientemente generados y fomentados por los dirigentes. Se reprime, en cambio, toda moción más noble; se reprime el trabajo intelectual personal, la apertura al elevado mundo del espíritu y de lo suprasensible. La sana iniciativa personal acaba por extinguirse. Se piensa tanto en lugar del hombre que finalmente este se olvida de pensar; se le habla tanto que termina repitiendo conceptos como un loro; se le imparten tantas órdenes que por último sólo las ejecuta como una máquina sin responsabilidad.¨
Respuesta: Sólo el secreto de los santos puede producir aquí un cambio.
Podríamos continuar repasando cada una de las páginas del Informe sobre el Congreso Católico de Maguncia y meditar sobre todas las inquietudes de la Alemania católica de hoy. Ora se habla sobre las múltiples formas de desarraigo; ora sobre la crisis de la diáspora y de las misiones; ora se desarrolla cuestiones pedagógicas; ora se toma posición seriamente de cara a problemas sociales y crisis políticas. Las respuestas son muchas y polifacéticas. Todas las inquietudes planteadas hallan una solución definitiva y esperanzadora sólo en la medida en que se las vincule con el secreto de los santos. A la larga ningún intento de solución que quiera tener posibilidades de éxito podrá prescindir de él. ¡Tan decisiva es la importancia que reviste ese universo vinculado a la idea de la ocupación predilecta de Dios por el hombre y del hombre por Dios! Por otra parte se halla el Informe con su censura fuertemente reprobatoria y duramente condenatoria. En verdad la discrepancia de ambos enfoques es extraordinariamente grande.
Espontáneamente se plantea entonces la pregunta acerca de una fundamentación irrecusable.
El Informe justifica su postura aludiendo a la posibilidad y realidad de malentendidos. También llama la atención sobre algunos enojosos fenómenos concomitantes, así como sobre la insignificancia del asunto, del cual se podría entonces prescindir fácilmente…
¨Valga citar, por ejemplo, la designación de Schoenstatt como ´obra predilecta´ u ´ocupación predilecta´ de Dios y de la Sma.Virgen. Ésta puede ser entendida correctamente, sin embargo es entendida erróneamente por muchos, suena presuntuosa e irritante y por lo tanto debería ser evitada en lo posible, sobre todo teniendo en cuenta que ello no significaría ningún recorte esencial¨ (pág. 7).
De lo dicho anteriormente se desprende sin más ni más que aquí no se trata únicamente de la cuestión de ¨designar¨ una realidad cuya supresión ¨no significaría ningún recorte esencial¨ sino de algo fundamental, esencial, a lo cual no se puede renunciar en ninguna circunstancia. En todo caso, más adelante habrá de ser explicado con mayor claridad aún.
El argumento de que ¨muchos¨ entienden mal la mencionada expresión lleva a plantear la pregunta acerca de la cantidad y calidad exactas de los ¨muchos¨. ¿Se trata de especialistas en el tema? Si así es, para que su opinión sea válida han de ser entonces personas formadas académicamente no sólo en teología y filosofía sino también en psicología y pedagogía; precisamente porque todas estas disciplinas tienen algo importante que decir en este punto. Para que el dictamen final sea confiable hay que demostrar primero que estos especialistas son capaces de pensar y sacar conclusiones libres de impresiones externas perturbadoras y de la coerción interior producida por susceptibilidades personales.
La era del irracionalismo no ha pasado junto a nosotros sin dejar sus huellas. Para quien conoce al ser humano, todo juicio es dudoso hasta que el crítico haya demostrado su independencia intelectual de interferencias subjetivas. La gente sencilla, simple, constituye una excepción en este punto. La experiencia dice que comprende muy bien nuestro lenguaje. Su sano sentido católico no se deja confundir por la violencia que se le hace. No hace falta tomar en cuenta a los de formación mediocre.
Así pues en una era de reblandecimiento intelectual, de una confusión generalizada de lenguajes que ha calado incluso en el santuario de la familia, afectando a menudo incluso las expresiones más comunes, no significa gran cosa que una frase no pueda ser entendida cabalmente o bien suene irritante y presuntuosa. Al contrario, reviste una gran importancia pedagógica como un despertador que exhorta a aclarar las cosas, especialmente cuando se trata de verdades centrales que por esta vía pueden ser internalizadas de la manera más efectiva.
Por consiguiente la fundamentación del Informe debe ser calificada de bastante débil, de insuficiente.
Enseguida surge la pregunta contraria: ¿Con qué argumentos sostenemos nuestra propia opinión? Al igual que en el caso de la obediencia perfecta, podemos exponerlos a la luz de la espiritualidad
salesiana e ignaciana.
Elegimos estas dos corrientes ascéticas porque presentan las diferencias más fuertes. Cuando ambas coinciden, no hay nada que temer de parte de otros sistemas. En este caso ambas concuerdan con nosotros; ambas rechazan como equivocado el dictamen del Informe.
Esto puede decirse en primer lugar de la orientación
salesiana.
Su núcleo – fundado en una imagen de Dios decididamente original – reside en la convicción de que toda persona en gracia es eminentemente una creación y una ocupación predilectas de Dios; de que todo hijo de Dios puede y debe decir: ¨Dios me ama como a la niña de Sus ojos… ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre…¨ Y esto vale especialmente para las almas que han sido elevadas al rango de la nobleza dentro de la Iglesia, al estado de perfección.
Según los criterios comunes, podemos suponer que los hijos de Schoenstatt que cumplen sus deberes y viven en el espíritu de Schoenstatt son hijos de Dios. Los sacerdotes y Hermanas de María pertenecen además al estado de perfección. Por lo tanto todos ellos, siguiendo a San Francisco de Sales, pueden llamarse a sí mismos, y con razón, ocupación y creación predilectas de Dios.
Lo mismo puede decirse, y por idénticos motivos, de la obra común, de la Obra de Schoenstatt. Más aún, estaremos cumpliendo un ferviente deseo del santo si hacemos que la idea de la ocupación predilecta de Dios y del hombre o de la alianza de amor perfecta y mutua, sea la idea central de nuestra vida y si la cultivamos conscientemente por todos los medios, aún cuando otros piensen distinto y se escandalicen de nosotros… Ya sabemos que él sabía reclamar para sí la libertad de opinión que concedía a los demás.
No hay que olvidar que san Francisco de Sales es un sobresaliente doctor de la Iglesia. Recuérdese asimismo que, por consiguiente, su doctrina – sobre todo en sus lineamientos esenciales – ha sido oficialmente declarada intachable por el magisterio infalible de la Iglesia. Por lo tanto – y esto constituye una consecuencia lógica e irrecusable – las censuras del Informe destinadas a nosotros alcanzan al santo doctor de la Iglesia, más aún, a la Iglesia misma. Vale decir que la doctrina y el lenguaje de ambos se tildan en este caso de ¨inusuales y superfluos¨; de que ¨inducen a error y son presuntuosos, peligrosos e irritantes…¨
No podemos resistir la tentación de resumir en un breve ensayo la doctrina de san Francisco acerca de la ocupación predilecta de Dios y del hombre. Precisamente porque es tan importante para la vida de hoy, tan decisiva para superar el colectivismo y acelerar la transformación querida por Dios de la Iglesia y de la sociedad y, por otra parte, tan poco conocida, incluso entre los dirigentes católicos conscientes de su responsabilidad.
En este sentido se comprende por qué nos hemos ocupado con tanto detenimiento de la ascética global de san Francisco de Sales y especialmente de su concepción de la obediencia perfecta. Todas las consideraciones hechas en esta área deben ser entendidas, por último, como preparación para las reflexiones que seguirán.
A fin de exponer de modo claro, comprensible y sucinto el vasto material que tenemos ante nosotros, distinguiremos una
fundamentación
relativamente detallada y un breve
desarrollo.
La fundamentación tiene que ser abarcadora porque su objetivo es clarificar, explicar, sondear y cimentar todos los principios que, luego, en el desarrollo, habrán de elaborarse a nivel práctico… Para poder resistir toda crítica especializada, dicha fundamentación debe contemplar cuatro aspectos: teológico, filosófico, psicológico y pedagógico.
Vale la pena, y mucho, el fatigoso trabajo que de esta manera asumimos. Si aquellos sectores a los que está destinado no lo aceptan, por lo menos servirá a los propios seguidores. En ellos se fortalece la convicción de que nuestras concepciones, exigencias, estructuras y costumbres descansan sobre una base sólida, científica; que son netamente eclesiales; que detrás de todo lo que hacemos hay principios claros, de tal manera que tenemos el derecho de ser tomados en serio por la Iglesia y sus representantes, por las diferentes líneas de pensamiento y sus correspondientes ramificaciones.
(continuará)
Villa Ballester, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 24 de junio de 1949.
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