Entrevista realizada por Maureen Lennon Zaninovic y publicada en el Cuerpo E – Artes y Letras de El Mercurio, el 15 de diciembre de 2019. Publicada con la debida autorización de Eduardo Valenzuela.
¿El culto a la Virgen María sigue siendo trans-
versal en nuestro país?
– Lo sigue siendo de una manera amplia y vibran-
te, pero el marianismo esconde muchas variaciones.
El marianismo ha sido la base de la religiosa laical
y popular en nuestro continente desde la aparición
de la Guadalupe en Tepeyac hasta ahora. Tenemos
esa diferencia con Europa donde la evangelización
popular se construyó a través del culto a los santos,
y el marianismo permaneció como devoción de
templo asociada sobre todo a las órdenes monásticas
y mendicantes. Entre nosotros ha sido al revés: los
santos permenecen en el templo, pero María ha sido
objeto de devoción libre a través de grutas, ermitas
y santuarios. Tenemos devoción mariana de templo
asociada con mujeres que se juntaban para rezar
novenas o el santo rosario (casi todas devociones
laicales introducidas por la escuela francesa de
espiritualidad del siglo XVII en adelante), y tam-
bién tenemos mucho marianismo sacerdotal. Pero
entre nosotros el marianismo ha sido sobre todo
una tradición de santuario muy poco encuadrada
y dirigida por sacerdotes.
¿Cómo se ha dado históricamente el marianismo
en Chile?
– Los santuarios se han creado más o menos
de esta forma: súbita y casualmente, un niño o un
lugareño encuentra una imagen de la Virgen en
un lugar apartado y distante (nunca una aparición
real de la Virgen salvo la del Tepeyac en América
Latina). Extasiado por la belleza de la imagen, el
niño la lleva al sacerdote de la aldea o de la ciudad
más cercana, pero la imagen porfía y retorna a su
lugar de origen, hasta que al final todos ceden (in-
cluyendo al sacerdote) y le construyen su morada
en el lugar en que apareció. Todos los elementos
de la religiosidad popular están contenidos en esta
historia: la imagen milagrosa, la belleza incompa-
rable de la Virgen, una morada lejos de la ciudad
que motiva la peregrinación, y el santuario como un
templo sin sacerdote (o al menos con uno itinerante
y semiausente) que da ocasión para el ejercicio de
una devoción libre, por ejemplo, los bailes religiosos
que hace algunas décadas apenas eran aceptados
por la iglesia. Todos los santuarios tienen historias
diferentes pero muchos coinciden en este patrón
general.
La religiosidad popular se han mantenido como
una práctica importante entre los chilenos. ¿Cuál
es su lectura de esta persistencia?
– Nuestros datos indican que no ha habido una
merma significativa en la asistencia a santuarios a
diferencia de lo que ha sucedido con la asistencia a
misa que ha caído al menos a la mitad en la última
década. La crisis cultural e institucional de la iglesia
resiente la mediación sacerdotal de la experiencia
religiosa y menoscaba la religión de templo, pero
deja intacta la religiosidad de santuario. La devo-
ción mariana se nutre mucho de la cultura y de la
familia. María está en el núcleo de nuestra cultura
a través de la exaltación del símbolo materno que
es tan poderoso entre nosotros, sobre todo en una
sociedad en que el varón es fuente de puro desorden
y violencia. María impregna toda la cultura religiosa
a través de imágenes portátiles que se llevan por
doquier en los automóviles y en las carteras, imáge-
nes domésticas –¿en qué casa no existe una imagen
de María?– e imágenes públicas que se pueden ver
en las calles y en las carreteras. María desborda el
templo y se instala en el corazón de la vida coti-
diana de las personas, tanto como en las ocasiones
extraordinarias. También debe considerarse esto:
casi todo lo que enseñan y trasmiten los padres a
los hijos es la devoción a María, entre otras cosas
porque la asistencia a santuarios es una actividad
familiar que incuye al joven poco convencido y
renuente que acompaña no obstante a sus padres
y hermanos. También se puede apreciar esto en los
bailes religiosos que son tradiciones familiares y en
ocasiones barriales, casi nunca parroquiales.
Usted ha señalado que el marianismo, la devo-
ción a los santos y la devoción a los muertos (visita
a cementerios y animitas), se pueden entender de
tres maneras: diferenciación social (rico – pobre;
elite – pueblo); diferenciación institucional (obser-
vante – no observante); y diferenciación cultural
Eduardo Valenzuela,
decano de la Facultad de
Ciencias Sociales de la
Universidad Católica.
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(rural – urbano; nacional – local; tradicional –
moderno). ¿Podría profundizar en estos aspectos
y cómo se dan en el vínculo de los chilenos con la
Virgen María?
– La religiosidad popular desborda hacia imáge-
nes que pierden todo vínculo con el templo. Después
de todo, el santuario es un templo con alguna me-
diación sacerdotal. Las animitas, en cambio, son un
ejemplo de imágenes religiosas que carecen de toda
mediación sacerdotal. Hemos visto mucha devoción
de muertos en el último tiempo y una disposición
creciente a solicitar una gracia de los propios deu-
dos (algo que se puede ver en la asistencia masiva
a los cementerios el día de muertos) o de santos
populares que generalmente emergen a partir de la
santificación de los que han muerto trágicamente.
Estas formas periféricas de la religiosidad popular
conviven con las más convencionales, las animitas
están llenas de objetos religiosos y muchos devotos
de la Virgen pueden prender una vela sin inconve-
niente a algún santo callejero (como Romualdito en
la Estación Central o la Niña Bonita en la Autopista
del Sol). La Iglesia siempre combatió la devoción
de muertos y el culto a los ancestros y la sustituyó
por la devoción de santos. Nuestros padres no de-
ben ser objeto de devoción, no son portadores de
ninguna gracia especial, al contrario son pecadores
igual que cualquiera, debemos rezar por ellos, y no
rezarles a ellos. Pero la religiosidad natural conduce
casi siempre a santificar a los padres (tanto como
a la naturaleza) y estas disposiciones muy arcaicas
se han desenvuelto más potentemente aún con