15 de septiembre de 2007
PRÉDICA del P. Ángel Lorenzo Strada
en la Iglesia de la Adoración
Hoy es un día de agradecido recuerdo. El Dios vivo actuó claramente en los momentos de la muerte de nuestro fundador, tal como lo hizo con frecuencia en la historia de la Familia. Las circunstancias concretas dan testimonio de tal acción. ¿Puede pensarse una mejor hora para su partida a la casa del Padre? Inmediatamente después de celebrar la Eucaristía; en la iglesia que él había pedido que se construyera; acompañado por cientos de miembros de su Familia; en un domingo, día de la resurrección del Señor; en una fiesta mariana. Disposiciones de Dios, cuya profundidad y significado quizás aún no hemos descifrado. Los últimos gestos de nuestro fundador fueron la bendición de rosarios y la cordial invitación a almorzar a cohermanos en el sacerdocio. Él, que había vivido con sencillez, sin ninguna búsqueda de honras y reconocimiento, muere en silencio, sin grandes palabras. Él, que con amor abnegado había regalado su corazón a tantas personas, muere de un paro cardíaco. Hoy, treinta y nueve años después, hacemos viva memoria de este acontecimiento de gracias. Al mismo tiempo nos mueve la voluntad de comprender mejor y más profundamente la persona y el mensaje de nuestro fundador para el ser y la misión de nuestra Familia. Sólo así podremos entregar nuestro aporte en la Iglesia y para la Iglesia. La inevitable y cada vez mayor distancia de su existencia terrena exige un continuo “aggiornamento”, una puesta al día de su carisma para la Iglesia y el mundo. Se trata, claro que a un nivel muy diferente, del mismo proceso de vida de la Iglesia universal, que después de veinte siglos en el Concilio Vaticano II y en las décadas posteriores busca una actualización del mensaje de Cristo. Se trata ciertamente de una hermosa y, a la vez, una difícil tarea. Porque en el Padre Fundador estamos ante una personalidad que abre grandes horizontes y los une a pequeños pasos. Contemplemos otras figuras notables de la fe, así podemos ganar un mejor ángulo para mirar a nuestro fundador.
Entre las personalidades relevantes de la historia de la Iglesia probablemente San Pablo es quien con mayor fuerza encarnó esa tensión creadora
Pablo es el hombre de los grandes horizontes, el apóstol de los gentiles, el que lucha contra la estrechez de la sinagoga, las normas y las tradiciones de la religión judía. Ellas impiden la amplitud y el universalismo del evangelio de Cristo. Pablo no teme la abierta confrontación con Pedro y otros apóstoles (Gál 2, 11s). Cristo ha traído nueva vida para todos los pueblos, quiere la conversión de los corazones y no el cumplimiento exterior de ritos y normas envejecidos. Lo decisivo es la apertura a la acción del Espíritu y no el atarse a la tradición. Pablo es simultáneamente el hombre de los pequeños pasos. El incondicional seguimiento de Cristo y la fidelidad a su encargo lo impulsan a un abnegado compromiso con los suyos. Se tornará padre y madre de hombres y comunidades (1 Cor 4, 14s; 1 Tes 2, 7s). Con amor reprende a los gálatas y con claras palabras amonesta a los corintios (Gal 3, 1s; 2 Cor 12, 11s). Pablo manifiesta su preocupación por todas las comunidades: “¿Quién es débil sin que yo me sienta débil? ¿quién está a punto de caer, sin que yo me sienta como sobre ascuas?” (2 Cor 12, 28). En la joven Iglesia existen peleas, celos y envidias, búsqueda de poder y de honra. Algunos son partidarios de Pablo, otros lo son de Apolo (1 Cor 3, 4s). Pablo sufre por esto y confiesa que “me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio” (1 Cor 9, 22). Su amor es concreto y personal y habla del “querido hermano Onésimo”, “nuestro querido amigo Lucas”, “el querido hijo Timoteo”. Saluda muy cordialmente a Prisca y a Aquila; a Rufo, “el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía”; “a la querida Persis, que también ha trabajado mucho por el Señor” (Rom 16, 1 s)
El Dios de la historia coloca también a nuestro fundador ante grandes horizontes
Los seculares tiempos de cambio exigen un nuevo tipo de hombre, que desde su interior opta libremente por Cristo. Exigen un nuevo tipo de comunidad, caracterizada por una profunda solidaridad entre todos sus miembros y una activa corresponsabilidad en la realización de una común misión. Nuestro fundador pone la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios. Vive en una época que no tiene nada de tranquila y armónica. Seculares tiempos de cambio y aceleración de la historia constituyen el marco histórico de la biografía del Padre Kentenich. Miserias y sombras de la época no lo asustan. Por el contrario, le hacen ganar nuevos impulsos para la misión. Un viejo mundo está en llamas. Hombres y pueblos sufren, y nosotros con ellos. Un nuevo mundo está surgiendo. Compartimos las esperanzas y trabajamos por él. “Afuera con las estrecheces” es su llamado después de la prisión en Dachau. “Con María, alegres en la esperanza y seguros de la victoria hacia los más nuevos tiempos”, su último mensaje a la Familia.Los nuevos tiempos exigen la renovación de la Iglesia. Convocan a una Iglesia que no es sedentaria y cómodamente instalada espera que los hombres lleguen a ella sino que sale a su encuentro. Una Iglesia que es amiga y servidora de todos los hombres, en especial, de los pobres, los que están solos y excluidos. Una Iglesia que irradia la alegría del evangelio y es lugar de una viva experiencia de Dios, en la que todas las fuerzas apostólicas trabajan en común, tal como lo pensó San Vicente Pallotti. A nuestro fundador lo anima la esperanza de que Schoentatt será anticipación de una Iglesia renovada y que colaborará efectivamente en su edificación.
Él anuncia estos grandes objetivos, pero con la misma decisión trabaja para su logro
Si este mensaje de renovación quiere ser concreto y efectivo debe recorrer el camino del trabajo en pequeño, de la realización esforzada y paulatina. Los grandes horizontes corren el riesgo de terminar en sueños utópicos y proclamas huecas. Deben ser, por el contrario, estímulos para objetivos claros y base firme para proyectos concretos. Los pequeños pasos corren el riesgo de terminar siendo ineficaces y anodinos. Las nuevas playas no se encuentran a un par de metros de la tierra firme, exigen audacia y mirada amplia. Visiones históricamente eficaces unen grandes horizontes y pequeños pasos. Ambos son inseparables.Los pequeños pasos constituyen para el Padre Kentenich su programa diario. El servicio paternal a los que le han sido confiados lo impulsan a incontables diálogos personales y miles de cartas. El amor abnegado a su fundación se manifiesta en los ejercicios, jornadas y conferencias, donde regala fuertes impulsos y clara orientación.
Él dice: “Fue un largo y espinoso camino, marcado por el más pequeño de los trabajos en pequeño. Las grandes jornadas no fueron las cosas principales. Todas ellas, sin excepción, no hubieran significado mucho sin el acompañamiento personal de los participantes. El conocimiento exacto de la situación de los participantes y el continuo contacto vital determinó la orientación de las jornadas, o mejor dicho, la elección de los temas y las formulaciones en particular. Aseguró asimismo su fecundidad y efectividad” (1955)
El anuncio se hace carne sobre todo en la propia vida del fundador. Este es el motivo más profundo de su gran autoridad moral. María, el alma de su alma, le regala mirada amplia para los grandes horizontes así como fuerza y tenacidad diaria para los pequeños pasos.La memoria agradecida de nuestro Padre y fundador es un llamado a nosotros. Con él estamos llamados a poner la mano en el pulso del tiempo y a agudizar la mirada para todos sus múltiples desafíos
Este es ciertamente el mejor medio contra parálisis, rutina y un infecundo girar en torno a sí mismo. Que los grandes horizontes señalados por nuestro fundador despierten en nosotros creatividad y nuevo encendimiento. Los necesitamos en el camino hacia el 2014. Y en la misma medida necesitamos coraje y tenacidad para los pequeños pasos exigidos por la realización de la misión. Imploremos hoy al fundador que permanezca con nosotros y nos acompañe en el camino. Amén.
Foto: P. Ángel L. Strada, postulador