LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL PADRE
P. Humberto Anwandter
(Trascripción de cinta, de una conferencia, julio 2006)
Yo había viajado a América Latina y regresé a Schoenstatt el 7 de septiembre de 1968. Antes de partir, cuando me despedí del Padre, estaba delicado de salud y cuando regresé lo encontré muy bien. Primero hablé por teléfono con él y le conté algo de la visita a América del Sur, le hablé de Chile, después de Ecuador y él me interrumpió:
– “Disculpe, padre, vienen llegando las Hermanas que estaban en el día de los católicos en Essen, yo lo llamo después en la semana”.
Después supe que el Padre había bajado a Marienau y que estaba preparando la Semana de Octubre. Cuando él se retiraba a trabajar no se le podía ver. El viernes 13 me llamó el rector de la casa Marienau y me dijo: “Padre te invita mañana a almorzar”. Después, en la mañana del sábado 14 me llamó como a las 11 AM: ‘disculpe, pero el Padre no va a poder porque llegó un obispo que quiere conversar con él, entonces quedará para otra oportunidad’. En la tarde, como a las 5 PM, recibí otro llamado: ‘el Padre lo invita a cenar’.
Fue mi último encuentro con él. Llegué a Marienau; en el comedor estaban Mons. Schmitz y el Vicario Engel. Me dijeron: ‘acaban de llamar al Padre por teléfono, es Mons. Tenhumber y ya viene y dijo que comenzáramos’. Comenzamos y a los pocos momentos llegó el Padre, muy jovial, lo saludamos y dijo:
– “Ud. tiene mucho que contar, pero primero voy a contar algo, Mons. Tenhumber quería hablar conmigo porque lo llamó Mons. Wissing…”
Se trataba del futuro Santuario en Bonn, en Kreuzberg, una colina donde se alza una antigua Iglesia que estuvo a cargo de los franciscanos. Allí está una réplica de la escala santa y es un lugar de peregrinación. Los franciscanos lo entregaban, entonces Mons. Tenhumber y Mons. Wissing querían que se construyera un Santuario para Bonn. Monseñor Wissing decía que era necesario para los misioneros extranjeros que venían ahí, para que tuvieran un lugar de contacto con Schoenstatt y Monseñor Tenhumber decía que era apropiado para los políticos de Bonn. Opinaba que el primer contacto con Schoenstatt no podía ser con el Santuario original, pues no van a ir a Vallendar, pero si conocen Schoenstatt en Bonn, será el primer paso. Sin embargo, tenían problemas económicos y le dijeron al Padre que hablara en la semana de octubre para que la Familia se sintiera responsable. Y así el Padre nos contó:
– “Yo le dije que en este momento la Familia no está en condiciones, las comunidades están construyendo las casas generalicias y no tienen medios económicos para este proyecto, pero sí para Capital de gracias, pero que tuviera confianza porque si tras eso está la Mater, ella moverá el corazón de alguien que pueda aportar dinero para construir”.
Después se logró financiamiento. Los Padres de Schoenstatt ni las Hermanas de María podían asumirlo y lo tomaron los Hermanos de María.
A continuación le conté de Sudamérica, de Brasil, Argentina, Chile, Ecuador. Todo esto se lo llevó en el corazón. Después de un momento me dijo:
– “Ahora usted va a comer y yo voy a conversar un poco sobre la semana de octubre”.
Acababa de salir la famosa encíclica Humanae Vitae y el Nuncio había venido a hablar con él a pedirle que apoyara esta Encíclica porque de parte del episcopado alemán hubo una reacción no muy favorable a ella. El estuvo dispuesto.
En el año 1968 estaba gobernando Frei con la famosa revolución en libertad. Le conté que un jesuita, el P. Roger Veckeman había desarrollado un proyecto de reforma social. Había escrito en la revista Mensaje un artículo sobre ese proyecto y la doctrina social de la Iglesia. Por ese entonces había mucha inquietud sobre el aporte de Schoenstatt en esa dirección. El Padre me respondió:
– “Hable con el Vicario Engel, yo traté ese tema cuando vino la crisis en Alemania, a fines de los años 30; los principios que están allí, hoy tienen validez”.
Más tarde, aquí en Chile, se editó el libro “Desafío Social” que hizo traducir Rodrigo Ossandón cuando fue presidente de USEC y contienen esas conferencias.
Después, pasando a otro tema, hizo un alcance interesante. Yo le dije, en Chile se quiere iniciar el Movimiento en una parte de Sudamérica donde aún no esté y los países más indicados podrían ser México o Colombia.
– “¿Por qué motivo?” preguntó.
Le dije: porque son dos países grandes, muy católicos, tienen vocaciones y Schoenstatt no está ahí todavía. Entonces dijo dos cosas:
– “No bastan los motivos objetivos para algo. Tienen que llegar a México y a Colombia, pero la pregunta es el cuándo, cuál es el momento; yo nunca he hecho algo sólo porque objetivamente es así, siempre he esperado una señal de la Providencia que me diga que aquí está la puerta abierta, que es el momento adecuado; les aconsejo que esperen, Dios les va a mostrar el momento oportuno y el lugar oportuno”.
Eso vino después porque un sacerdote mexicano estaba estudiando en Roma, allá se encontró con Monseñor Cox que trabajaba en la Secretaría de la familia. Conoció Schoenstatt y él comenzó con el Movimiento en México. Las Hermanas estaban ahí y pidieron ayuda a los padres. El Padre agregó:
– “Cuando se comience una fundación, no envíen a una persona sola; tiene que ser una comunidad, al menos tres. No sólo para que tengan compañía sino porque Schoenstatt es muy complejo y no se puede esperar que una sola persona haya captado todo y tenga internalizada la espiritualidad de
Schoenstatt en forma armónica; lo natural es que cada uno acentúe un determinado aspecto. Es importante una comunidad porque entonces se complementan; si se envía una sola persona, dentro de un plazo breve hay que enviar una segunda y luego una tercera”.
Después del tema de la semana de octubre, le dije: Padre en Sudamérica lo están esperando, especialmente en Chile. Y respondió:
– “Espero ir a Sudamérica, pero cambié algo en el plan de viaje…”.
En ese momento, en América del Sur, Schoenstatt estaba en Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Ecuador y habían ayudado a financiar un pasaje de ida y vuelta para el Padre con Capital de gracia y con el ‘otro capital’ y se le entregó oficialmente el 2 de febrero del año 1967. Estaban los Padres en un terciado internacional y las Hermanas en un pro-capítulo. Las Hermanas y los Padres de Sudamérica fuimos a entregarle al Padre el pasaje. Se lo dimos en un sobre cerrado: Padre aquí está el Capital de gracias para su pasaje para América del Sur.
– “¡Ah, bien!”.
¡Ábralo! Lo abrió y dijo:
– “¡Un pasaje Lufthansa!”.
Se sorprendió porque pensó que era una cosa simbólica, expresión del Capital de gracia.
– “¿Pero que fecha tiene?”.
Ud. tiene que fijar la fecha.
– “¡Ya veremos, cuando la Providencia lo muestre! Pero espero que no demore mucho. Mi ruta de viaje será la siguiente, primero voy a Bellavista pues ahí ocurrió el acontecimiento del 31 de mayo y partí al exilio, luego recorreré toda América Latina para terminar en Milwaukee y desde allí regresaré a Schoenstatt”.
La Hermana Aloysa, que era una de sus cuatro secretarias, nos contó que más delante de ese año 1967, el Padre le preguntó:
– “¿Cuándo vence el pasaje que me regalaron los sudamericanos para viajar?”.
Yo creo que vence pronto, hay que ir a revisar… vence el dos de febrero del próximo año (1968).
– “Entonces hay que renovarlo porque no puedo viajar”.
Después, en agosto le preguntó a la Hna. Aloysa cuándo vencía el pasaje y ella le respondió que a comienzos del año siguiente –1969– a lo que respondió:
– “Ah, este año no será necesario prolongarlo porque viajo antes”.
Después, esa noche del 14 de septiembre me dijo:
– “Viajaré, pero hay un cambio, no voy primero a Bellavista, antes iré a Milwaukee porque ha pasado demasiado tiempo, por gratitud a todas esas personas que hicieron tanto por mí durante esos años, de allí a Bellavista y después hago la gira”.
Esa fue su intención expresada esa noche antes de morir. En ese momento el Padre no tenía ningún presentimiento que iba a partir pronto, él tenía planes para la Semana de Octubre, además tenía la intención de viajar. Ese día al despedirse me dijo:
– “Ahora me vienen a buscar porque esta noche regreso arriba, a la casa de formación, ya que mañana tengo Misa con la Provincia de Metternich”.
Esa es la primera provincia del Jardín de María. Pronto llegó la Hna. Benhilde en auto a buscarle. Cuando estaba ante el ascensor ya para despedirse, el Vicario Engel le dijo: ‘Padre, ¿esta vez no le envía nada a los padres?’. Porque siempre que iba les enviaba un regalo.
– “Tiene razón”, dijo.
Y volvió al comedor, miró y había una cesta con frutas que le había enviado la Hna. Superiora de Sonneck. Con una sonrisa dijo:
– “Esto es para los pobres padres de Sonneck…”.
Ese fue el último regalo. Cuando subió al ascensor fue la última vez que lo vi con vida.
Para mí fue un impacto muy grande porque yo lo vi. sano. Al día siguiente tenía la Misa en Schoenfelds, antiguo noviciado, justamente a las siete y cuarto. Yo ya estaba revestido en la sacristía para salir y la Hermana me dijo: padre, espere un momento porque acaban de llamar a la Superioraal teléfono, ya vuelve. La Hermana volvió, pero en vez de ponerse en su puesto fue a la sacristía y me dijo: padre, rece especialmente por nuestro Padre porque acaban de llamar desde la Iglesia de la Adoración y sufrió un desmayo. Nunca pensé que había fallecido porque lo había visto el día anterior y pensé que sólo fue un desmayo. Cuando terminé la Misa fui inmediatamente a Sonneck y en la portería estaba el P. Bodo Erhard, el Superior General, haciendo llamados. Me llamó la atención porque nunca estaba a esa hora ahí. Después le pregunté: ¿cómo está el Padre? Y me dijo: ¿no sabes lo que ha pasado? Claro que sé, le dije, tuvo un ataque y por eso te pregunto como está. Dijo: no, el Padre murió.
Yo había escuchado eso que pasa a veces, que uno escucha algo y que no se registra, nunca lo había entendido. Esa vez me pasó. Había oído: el Padre ha muerto e interiormente era como una moneda que uno quiere echar en una ranura y no entra. No sé cuanto duraría, pero pasó un momento en el que yo no lo comprendía. Entonces me dijo: si quieres te llevo arriba. Llegué poco después de las ocho, el Padre estaba tendido donde hoy día está la alfombra, tenía desabrochado el cuello, con un pañuelo doblado bajo la barbilla, parecía como si durmiera, me arrodillé, puse mi rosario en sus manos, recé un momento, renové la alianza y después me despedí de él con un beso en la frente.
El P. Bodo me dijo: te espero fuera y trae al P. Menningen. Me impactó mucho ver al P. Menningen, estaba en una esquina de lo que hoy es la capilla del Fundador, sentado en un taburete. Estaba anonadado. Nunca lo había visto así. Cuando le dije: ‘padre, ¿vamos?’ Se dejó llevar como un niño. Para él era como si le hubieran movido el piso, no sabía a que atinar. La muerte del Padre lo pilló muy de sorpresa.
Estos son los recuerdos de la última vez que estuve con el Padre antes de su muerte, ese día 15 de septiembre de 1968.
Artículo publicado en revista Vínculo Nº 204, septiembre 2006.