Analisis Padre joaquin Allende

María Educadora de Discípulos y Misioneros

(en la pastoral de América Latina y el Caribe)

 

Encuentro Continental de Pastoral Mariana

Congreso Teológico-Pastoral Mariano

Ponencia: P. Joaquín Alliende Luco

Asistente Eclesiástico Internacional

Ayuda a la Iglesia que Sufre-Kirche in Not

Königstein

 

 

 

 

 

 

 

Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)

Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe

Ciudad de México, 27.9 al 1.10.2006

Hacia la V Conferencia General del

Episcopado Latinoamericano y del Caribe

 

María Educadora de Discípulos y Misioneros

(en la pastoral de América Latina y el Caribe)

 

 

  1. A.PALABRAS DE INTRODUCCIÓp. 5

–     Dos maestros, Juan Pablo II y Benedicto XVI

 

 

  1. B.CINCO TESISp. 8

1. El “principio mariano”, la “marianidad”

–     En qué consiste el “principio mariano”

–     Una imagen integral, integrada e integradora de María

Primera tesis pastoral: El cuño mariano de la Iglesia, el principio mariano, la marianidad, debiera penetrar y colorear toda nuestra acción pastoral.

 

2. María es mujer, es la Mujer                                                                                      p. 13

–     María de la Trinidad

–     Dios encargó a la mujer lo humano, la persona y el amor

–     Categorías de Benedicto XVI

Segunda tesis pastoral: En la femineidad redimida y trinitaria de María Mujer, el Dios vivo nos ofrece el instrumento privilegiado para un nuevo humanismo por el que claman los signos de los tiempos.

 

3. María Educadora: El conocimiento vital de Cristo                                                 p. 21

–     Pío X: María nos da el “conocimiento vital de Cristo”

–     Concilio Vaticano II

–     Vinculación y actitud

–     La educación mariana

  1. a.María fue educada por Cristo
  2. b.María es nuestra Educadora
  3. c.María cumple su encargo si aceptamos libremente ser educados por ella
  • El pedagogo
  • El discípulo
  • Las leyes del crecimiento

Tercera tesis pastoral: María Educadora tiene el carisma materno de mediación, educándonos para un “conocimiento vital de Cristo”. Nos conduce a amar al Dios vivo y a los hombres con todo el corazón.

 

4. La vivencia: núcleo de la pedagogía pastoral                                                          p. 30

–     La vivencia: captar, elaborar -desde el corazón-, verdades

–     Algunos errores: activismo, pasivismo, racionalismo, emocionalismo

Cuarta tesis pastoral: Las verdades de fe sobre María, la realidad de su persona y de su misterio, para ser asumidas vitalmente, necesitan de auténticas vivencias marianas. La educación mariana se realiza por vivencias personales y comunitarias de María.

 

5. El vínculo a María como arraigamiento fundamental                                              p. 35

–     Libres para el vínculo

  1. a.El vínculo de Juan en el monte Calvario
  2. b.El vínculo de Juan Diego en el Monte Tepeyac
  3. c.Tres vínculos en Juan Diego
  • Vínculo a las personas
  • Vínculo a la tierra, al lugar
  • Vínculo a ideas saturadas de valor

Quinta tesis pastoral: De la vivencia mariana deben surgir vínculos profundos y cordiales. María Educadora nos enseña a vincularnos a personas, lugares e ideas saturadas de valor. El acontecimiento de Guadalupe es nuestro modelo para una pastoral de vinculaciones en tiempos de crisis y de cambio cultural en América Latina y el Caribe.

 

 

  1. C.LA FELICIDAD: TONO FUNDAMENTAL DELp. 50

1. El misionero vive “para”

2. De la Anunciación a la Visitación

3. “¡Ven, ayúdanos!”

4. María del Magnificat

 

 

  1. D.CINCO SUGERENCIASp. 54
    1. 1.La Palabra: Primera sugerenciap. 54

La unidad de María y la Palabra hecha visible

  1. 2.La Eucaristía: Segunda sugerenciap. 56

Lo eucarístico-mariano anudado en la celebración dominical

  1. 3.La inculturación: Tercera sugerenciap. 59

–     Nuestro mestizaje barroco

–     Inculturación sapiencial mariana

–     Un caso polinésico: Rapa Nui-Isla de Pascua

  1. 4.La política: Cuarta sugerenciap. 65

–     La mediación del “capital social”

–     Los políticos, María y el Magnificat

–     Algo sobre el caso chileno

  1. 5.El varón y la mujer: Quinta sugerenciap. 73

–     Benedicto XVI

–     Juan Pablo II y María Zambrano: facetas inusuales

–     En las diversas relaciones básicas

–     Algo sobre el celibato sacerdotal

 

  1. E.PALABRAS ALp. 79

–     Pablo VI: “con el fervor de los santos”

–     Karol Wojtyla: “la sangre convertirá”

–     Benedicto XVI: “los santos son los verdaderos portadores de luz”

–     Plegaria de la confianza heroica

 

 

  1. F.p. 81

María Educadora de Discípulos y Misioneros

(en la pastoral de América Latina y el Caribe)

 

A.      PALABRAS DE INTRODUCCIÓN

 

En voz baja y pausadamente, hablaba el Cardenal Ratzinger, esa mañana radiante en Guayaquil. Esperábamos, en una antesala, el tiempo de su intervención magisterial en ese Congreso Mariológico. Era septiembre de 1978, el año de los tres Papas. Transcurrían los últimos días de Juan Pablo I. El Cardenal teólogo respondía varias preguntas con afirmaciones certeras. En ellas resumió dos tesis fundamentales de su pensamiento sobre María y sobre una correspondiente pastoral de la Iglesia en nuestras tierras. Dos sentencias, recogidas en mis apuntes, se quedaron en la memoria, nítidas como el sol de esa jornada al borde del Pacífico:

  1. 1.María es la Hija de Sión. Es la Nueva Eva, es la Mujer que san Juan nos presentó en Caná y el Calvario. María es presencia necesaria, no prescindible para que la Iglesiasea Esposa fiel de Jesucristo.
  2. 2.América Latina tiene un gran tesoro en una forma de humanismo en el que la primacía del corazón, del afecto y de la sensibilidad, asegura las riquezas primordiales de la fe cristiana, entre ellas, su amor a María.

 

En aquel septiembre, nuestras Iglesias se encontraban aprestándose para la Conferencia General del Episcopado en Puebla. Los debates sobre la teología de la liberación estremecían todos los ámbitos. En lo mariológico, el Encuentro sobre Religiosidad Popular en Bogotá (1976) había comenzado a romper un silencio acerca de María que se arrastraba desde Medellín.

 

A cuatro meses de Puebla, Joseph Ratzinger alertó a sus oyentes del Congreso Mariológico de Guayaquil sobre un peligro que él veía cernirse. Le parecía a Ratzinger que nosotros, los latinoamericanos, podíamos ceder ante el prestigio intelectual del pensamiento centroeuropeo -“vendiendo por un plato de lentejas”, como él lo expresó-, el tesoro de una cultura cordial de cuño católico. Para el entonces Cardenal de München, la divisoria de aguas era la pastoral mariana.

 

La memoria de aquella escena de Guayaquil y de aquellas palabras del actual Sumo Pontífice, me sitúan en el campo adecuado para articular las cinco tesis que deseo proponer acerca de una pedagogía pastoral mariana. Es un aporte para que nuestros pueblos en Jesucristo, tengan vida, como dice el lema, de la V Conferencia.

 

Tenemos dos maestros, Juan Pablo II y Benedicto XVI

El fundamento de nuestra reflexión es siempre la fe de la Iglesia a través de los siglos, decantada en el documento mariano de la Lumen gentium y el magisterio de los Sumos Pontífices, especialmente de los últimos Obispos de Roma. Ese capítulo VIII, lo leemos desde el título teologal de ‘Madre de la Iglesia’ que formulara Pablo VI, y que Benedicto XVI calificara como “la clave de comprensión”[1] del texto conciliar. Junto a ello, queremos tener siempre presente la exhortación Marialis cultus con la cual, en 1974, Pablo VI quiso superar lo que él llamó “momentánea desorientación”[2] y “cierta perplejidad”[3] del marianismo postconciliar. En cuanto a la evolución de la conciencia mariana de nuestros subcontinentes, nos proponemos hablar, sobre todo, en continuidad con el capítulo mariano de Puebla, en la línea de lo que Angelo Amato ha llamado “el camino antropológico e inculturado de Puebla”[4].

 

El magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI alcanza fecundamente a la Iglesia universal. En esta ponencia intentaremos inspirarnos en impulsos teológico-pastorales de estos maestros, partiendo de la realidad histórica y eclesial de las Iglesias que peregrinan por América Latina y el Caribe, y atendiendo a desafíos actuales de la evangelización en el mundo.

 

El pontificado de Juan Pablo II constituye un hito decisivo en toda la reflexión acerca de María y la pastoral de la Iglesia en un cambio de época. Su doctrina se encuentra esparcida en diferentes documentos a lo largo de los más de 26 años de magisterio. Entre ellos cabe destacar su encíclica Redemptoris Mater. Hacia el final, nos dejó el capítulo mariano de Ecclesia de Eucharistia. En todo caso, la plasmación mariana de este Sumo Pontífice no se puede reducir a la enseñanza de sus textos. Tal vez, como nunca antes, es indispensable ver toda la actividad pastoral de un Papa. Hay que sumar palabras, símbolos, gestos integrados en un estilo permanente de pedagogía evangelizadora. Esta globalidad de su accionar puede retenerse en lo que él formuló como lema de su pontificado, dirigido a la persona de María: “Totus tuus”. Esa totalidad existencial tiene raíz en una visión espiritual y teológica que alcanza una profundidad mística. Con ella se supera cualquier clase de escrúpulos de quienes temen que una auténtica entrega a María pudiese apartar de la entrega absoluta a Cristo, a la Trinidad y a los hombres. El lema papal de Juan Pablo II resulta incomprensible, si no se funda en la certeza de que la entrega sin reservas a María es, simultáneamente, un acto pleno de donación al Dios vivo y a la misión redentora de Jesús en la Iglesia.

 

Nos encontramos en el tiempo posterior a Juan Pablo II. No debemos retroceder. Queremos proyectar esa riqueza en la acción evangelizadora, en una nueva fase que se iniciará con la V Conferencia General del Episcopado, en el Santuario Mariano de Aparecida, Brasil. Hay una coincidencia providencial e intrínseca entre el marianismo de Juan Pablo II y el de la Iglesia de América Latina y el Caribe, tal como las Conferencias Generales del Episcopado en Puebla y Santo Domingo entendieron y formularon el lugar de María en nuestras Iglesias. El espíritu y la mentalidad convergentes de Juan Pablo II con Puebla y su entorno, tienen por fruto una progresiva identificación de la Iglesia en nuestros pueblos con la persona de María, y especialmente con el icono integrador de Nuestra Señora de Guadalupe en su imagen del Tepeyac. Así, preparando Puebla, en el Encuentro de Religiosidad Popular en América Latina, convocado por el Celam, ya se escribió: “La advocación de Nuestra Señora de Guadalupe es un símbolo global en América Latina que expresa esa fusión entre el alma del pueblo con la persona de María”[5].  En este contexto es que Juan Pablo II llega a formular: “Porque decir América, es decir María” (Altagracia, 12.10.1992). En el documento poblano se sostiene que “el Evangelio encarnado en nuestros pueblos lo congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe” (DP 446). En la Conferencia General de Santo Domingo se reitera la afirmación sustancial: “María es el sello distintivo de la cultura de nuestro continente” (Conclusiones, 115).

 

Benedicto XVI tiene un pensamiento mariológico rico y sostenido que debe entenderse desde su originalidad como pensador, pero también en el contexto de la reflexión de De Lubac y, sobre todo, de Hans Urs von Balthasar[6]. Para mejor comprender los números marianos de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, deben leerse desde otros textos en sus obras anteriores al pontificado, y de la doctrina que, ya como Sumo Pontífice, nos ha entregado en alocuciones muy significativas.

 

Nuestro pensamiento lo presentaremos desarrollando las reflexiones de tal modo que, al final de cada una, las sintetizaremos en la formulación de una tesis pastoral.

 

Para lo que interesa a nuestro Congreso, pienso que la doctrina de Juan Pablo II y Benedicto XVI se condensa en la expresión que ellos comparten de Hans Urs von Balthasar y que ya ha sido consagrado como referencia necesaria. Esa noción es lo que se denomina el “principio mariano” o “dimensión mariana” de la Iglesia”[7].

 

Esa categoría de lo mariano, se funda en la relación esencial de María con la Iglesia de Jesucristo. Pablo VI ya en tiempos de crisis mariológica, en 1970, formuló: “si queremos ser cristianos, debiéramos ser marianos”[8]. Expresiones de destacados teólogos contemporáneos manifiestan esta fe. De gran influencia han sido las reflexiones de Hans Urs von Balthasar acerca del “principio mariano”, o lo que él llama la “marianidad”[9] de la Iglesia, cuyo centro es el sí vicario de María que se integra en el núcleo mismo de la redención. En ciertos usos se puede decir que el “marianismo” sería una forma de devoción optativa, la “marianidad” sería el cuño mariano necesario de la Iglesia. Esa realidad la asumió Puebla citando una concisa fórmula de la tradición: “No se puede hablar de la Iglesia, si no está presente María”[10]. Por su parte, von Balthasar afirma que “ninguna espiritualidad aprobada puede permitirse no ser mariana”[11].

 

La progresiva maduración de lo mariano en nuestras Iglesias puede, cada vez más, proyectarse en una pedagogía pastoral para tiempos de cambio cultural.

 

 

B.      CINCO TESIS PASTORALES

 

1.      El “principio mariano”, la “marianidad”

Hans Urs von Balthasar “en su eclesiología personalista”[12], ha caracterizado los elementos esenciales del cristianismo refiriéndolos a cinco personas, cinco discípulos de Jesús: María, Pedro, Pablo, Juan y Santiago (“Jacobo”). Los cinco principios o dimensiones confluyen en el misterio de la Iglesia. Estos principios complementarios son: el principio mariano, el principio petrino, el principio paulino, el principio joánico  y el principio jacobeo.

 

Brendan Leahy, al doctorarse en la Universidad Gregoriana de Roma, tomó por tema de su tesis “el principio mariano de von Balthasar”. El resultado de ese magnífico estudio se ha hecho accesible a un amplio público hispanohablante por la editorial Ciudad Nueva, en un libro titulado El principio mariano en la eclesiología de Hans Urs von Balthasar. Esta obra me ha acompañado de cerca en la redacción de mi ponencia.

 

En el prólogo al libro de Leahy, se nos ofrece una caracterización de esas dimensiones.

“Cristo Resucitado, que quiere estar presente en su Iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos, no puede ser aislado de la ‘constelación’ de su vida histórica. El cometido, la función de cada una de estas personas es fundante tanto en la edificación como en la ampliación de la Iglesia. Pedro, por ejemplo, representa el ‘ministerio’, Juan el ‘amor’, Pablo la ‘novedad’ y la libertad en el Espíritu, Santiago la ‘tradición’ y la fidelidad a la misma”[13].

Por su parte, Leahy describe los dos principios mayores diciendo:

“El Vaticano II, afirma Balthasar, ha puesto de manifiesto el papel de la Iglesia como sacramento de unidad con Dios y con toda la humanidad. Este sacramento de unidad contiene tanto la unidad externa, petrina, como la unidad interna, mariana. La unidad petrina es el principio jerárquico de la Iglesia. El elemento mariano de la Iglesia es la presencia esponsal y materna de María, que otorga una unidad mariana en el núcleo de la Iglesia celeste y terrena, donde el orden de la naturaleza es perfeccionado por la gracia, el eros por el ágape, el cosmos creado por el amor celestial”[14].

Alba Sgariglia resume la doctrina balthasariana de esta materia:

“Para von Balthasar el papel de María, su dimensión eclesial, no está junto a las otras, sino que las abarca a todas, es omnicomprensiva. María es prototipo de la Iglesia, modelo suyo, desde el comienzo de su misión, es decir, desde el acontecimiento de la encarnación, en la que, con su fiat, no sólo recibe de Dios la maternidad respecto a su Hijo, sino también respecto a toda su obra. Recorriendo una a una las etapas de la vida de María, von Balthasar evidencia el alcance eclesial de esta incondicional disponibilidad suya a todo nuevo requerimiento de Dios. En su sí, María se convierte en la forma plasmadora de la Iglesia, en lugar de encuentro entre Dios y el hombre. Su sí no es sólo una respuesta individual, sino que contiene una dimensión colectiva de apertura por parte de todo el género humano en relación con Dios. Por eso es el ‘nosotros comunitario’ de la Iglesia, ‘una forma omnicomprensiva, irrepetible en su perfección, pero normativa para la vida eclesial entera’.”[15]

 

De este resumen retengamos, para trabajar operativamente en la pastoral, que el principio mariano de la Iglesia es:

–     “forma”: es decir una caracterización que marca a la Iglesia íntimamente en su ser,

–     “omnicomprensiva”: marca el todo, la entera realidad esponsal del Pueblo de Dios,

–     “irrepetible en su perfección”: María resplandece en santidad desde una única cumbre,

–     “normativa para la vida eclesial entera”: o sea no es optativa, es necesaria para que la Iglesia sea Esposa fiel de Cristo.

 

Para von Balthasar, la complementación fundamental es la relación que se establece entre el principio mariano y el principio petrino. El gran teólogo suizo afirmó la prioridad del principio mariano sobre los otros co-principios. El principio mariano abarca los cuatro principios. Él sostiene que el principio mariano del acogimiento de la Palabra, y del amor, antecede al principio petrino, ministerial, jerárquico.

 

La reflexión balthasariana sobre el principio mariano ha sido asumida progresivamente por el magisterio pontificio. En diciembre de 1987, en su mensaje de final de año a los Cardenales y a la Curia Romana, Juan Pablo II lo introdujo con un texto que ha pasado a ser referencia mariológica común[16]. Meses más tarde, reitera tal doctrina y tal terminología en su Carta apostólica Mulieris dignitatem, del 15 de agosto de 1988[17].  Después de cuatro años, en 1992, esta doctrina está decantada en la conciencia magisterial. En un expreso contexto esponsalicio acerca de la relación nupcial de Cristo con su Iglesia, el Catecismo de la Iglesia Católica cita resumidamente el texto de la Mulierisdignitatem: “María nos precede a todos en la santidad que es el misterio de la Iglesia como ‘la Esposa sin mancha ni arruga’. Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina”[18].

 

Por su parte, Joseph Ratzinger en su homilía en las exequias de Urs von Balthasar, había sostenido que el principio mariano no sólo precede al petrino, sino que es “más profundo”[19] que el petrino. Esta doctrina la retoma Benedicto XVI en una muy significativa ocasión de expreso sentido petrino, cual es la entrega del anillo a los primeros cardenales por él creados, el 25 de marzo de este año 2006. El Papa instó a los cardenales a asumir las actitudes propias del “principio mariano de la Iglesia”.

 

Una imagen integral, integrada e integradora de María

Aplicando la noción de “principio mariano” a la pastoral, podemos sostener que nuestro trabajo educativo debiera orientarse por una imagen de María que sea integral, integrada e integradora.

 

Integral: la imagen de María de nuestro anuncio y nuestra catequesis debe contener todos los rasgos fundamentales de ella. Es toda María tal como se nos ha revelado el misterio de Cristo y de la Iglesia. En nuestro subcontinente muchas veces nos encontramos con un anuncio estrecho y parcial de María. Esto debe ser corregido. La poca capacidad de plasmación de la devoción mariana tiene también una raíz en esta imagen no-integral. En la fe de la Iglesia, María no es sólo la Virgen del sí de Nazaret y la Madre cariñosa de Belén. También nos la muestra en su silencio durante la vida pública del Señor, erguida en el Gólgota, orante en el Cenáculo, en la plenitud escatológica de la Asunta al cielo y en la lucha apocalíptica como Mujer vestida de Sol con el dragón vencido bajo sus pies. Si faltan estas dimensiones, el amor a ella será objetivamente incompleto.

 

Imagen integral de María, pero también integrada en la creación y en la totalidad del plan de salvación, en la encarnación, en la redención y en la santificación. María en relación explícita con la Santísima Trinidad y con la humanidad, la creación y la historia. María en el conjunto de la fe y de la sabiduría humana.

 

Visión integral, integrada e integradora. Una visión integradora, porque el amor vivo a María es más que una piedad, es una vitalidad interior que acompaña a la persona y a las comunidades, desde su núcleo central y las lleva a asumir, a integrar, los retos nuevos en la existencia eclesial y cultural. Así, la marianidad debe iluminar el nuevo discipulado, el creciente entusiasmo bíblico católico, el fuego misionero de nuestras comunidades, la inculturación de la liturgia, pero también la lucha por la dignidad humana, por la liberación integral de los pobres y por la redefinición pluricultural y plurirracial de nuestras sociedades. María es respuesta no mágica, sí trabajosa y real a esos desafíos. Esta capacidad de asumir los retos culturales para responderlos en Él, en el Señor Jesús y desde María, es el tema nuclear de un reciente y notable estudio del P. Stefano de Fiores en su historia cultural de la mariología. Él expresa: “María aparece en cada una [de las culturas] como una figura indispensable que conquista progresivamente tiempo, espacio, personas e instituciones; y se hace, incluso en las variaciones propias de cada universo simbólico, una persona representativa, fragmento y a la vez, síntesis en la cual se refleja la totalidad de la fe, de la Iglesia, de la sociedad, en una palabra, de cada cultura singular. Anticipando el tratado entero, podemos observar cómo la Madre de Jesús desarrolla esta tarea de presencia, percibida de modo más o menos intenso, en los grandes períodos culturales introduciéndose en ellos hasta constituir un modelo ejemplar, más aún, un sistema de valores, recibiendo una variedad de interpretaciones pero, al mismo tiempo, ayudando a conquistar nuevas metas”.[20]

 

La visión integrada de María es una visión mariológica siempre “trinitaria, cristológica y eclesial”[21], como lo formula la Marialis cultus. A ello debiéramos agregar dos notas desde nuestra praxis latinoamericana actual. Nuestro marianismo latinoamericano y caribeño debe ser trinitario, cristológico, eclesial, antropológico y popular. Cuando digo antropológico, me refiero especialmente al pensamiento personalista desarrollado y enseñado por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Personalismo que no es individualismo, que es siempre personalismo comunitario, como lo indicase el filósofo francés, Emmanuel Mounier. Personalismo mariano que es respuesta en un tiempo en el que “las herejías actuales son antropológicas” (José Kentenich).

 

En la perspectiva de Puebla, agregamos la expresión “popular”. Con ella indicamos lo trans-personal, lo trans-íntimo y lo trans-doméstico, e incluso lo trans-eclesial. Es el hecho de la pertenencia de una persona a un pueblo, a una cultura. La pastoral mariana debe también impregnar el horizonte de la evangelización de la cultura y de las culturas, en la perspectiva de una Iglesia “alma del mundo” (LG 38).  Esto vale particularmente si tenemos presente que María está en el centro del “real sustrato católico” (DP 1, 7, 412) del alma de nuestros pueblos.

 

La marianidad pastoral pretende favorecer la vivencia de lo que ya san Ambrosio impulsó, diciendo “que en cada uno esté el alma de María para glorificar al Señor; en cada uno esté el espíritu de María para exultar en Dios”[22]. Tal amplitud abarca también una irrenunciable dimensión ecuménica, en el contexto de lo que Brendan Leahy ha constatado: “Hoy, en los umbrales del tercer milenio, hay una nueva y más explícita conciencia del principio mariano en la Iglesia…”[23]

 

Primera tesis pastoral

Todo lo anterior nos permite formular nuestra primera tesis pastoral: El cuño mariano de la Iglesia, el principio mariano, la marianidad, debiera penetrar y colorear toda nuestra acción pastoral.

 

 

2.         María es mujer, es la Mujer

Hay un poeta latinoamericano, no creyente, que canta como pocos la femineidad. Lo hace con una ternura aparentemente contradictoria, porque se dirige a una mujer que camina en medio de una lucha revolucionaria, áspera y brutal. Con todo, su radar lírico, más allá de la épica circunstancial, ha captado el “eterno femenino” (Goethe), ha percibido el arquetipo materno, con un lenguaje y metáforas muy nuestras y también universales. Este espejo de femineidad refleja en pequeño, algo que en María es plenitud. El poema es de Vicente Huidobro.

“Vas con tu voz de alma abierta en rosas

Vas en tu voz a todos los dolores y todas las esperanzas

Y llenas de madre el mundo

Te deshojas en fe y en entusiasmo y en piedad

Tus pétalos cierran las heridas

Y perfuman las lágrimas tan huérfanas como la pluma que se cayó de una /gaviota al mar

Vas con tu voz y tus pétalos dulces

Vas haciendo nidos con tu mirada llena de ángeles

Vas vestida de gloria junto a la muerte coronando muertos

Vas vestida de fuego junto a la vida despertando vida”[24]

Esta presencia de femineidad materna como vestigio de marianidad, puede iluminar nuestra reflexión teológico-pastoral.

 

Así lo vemos en la forma en que, Brendan Leahy decanta de Baltasar, un análisis que se refiere al carisma femenino de humanidad:

“Sin la mariología, el cristianismo se expone imperceptiblemente a volverse inhumano. La Iglesia se vuelve funcionalista, sin alma, una empresa en continuo movimiento, sin descanso, y los proyectistas la dejan irreconocible. Y dado que en este mundo masculino todo lo que tenemos es una ideología que suplanta a otra, todo resulta polémico, crítico, amargo, exento de humor, y sobre todo pesado, y la gente y las masas huyen de tal Iglesia”[25].

 

Nuestros tiempos nos confrontan en la pastoral, en la evangelización de la cultura y en la existencia cotidiana, con una irrupción radical y extendida del tema de la mujer. Si no sabemos poner a María presente en todos esos frentes, emergerá irresistible la mujer no redimida, la vieja Eva que rechaza el plan de Dios. La nueva presencia femenina está haciendo tambalear los esquemas de comprensión de la realidad y las pedagogías actuales. La pregunta no es: La mujer, ¿sí o no? El verdadero dilema es: ¿Eva o María? Lo femenino irrumpe irresistible. La opción es entre una femineidad mariana o una femineidad a lo Eva, ‘evática’. El principio cristológico de san Ireneo, “lo que no es asumido, no es redimido”[26], precisa ahora una aplicación mariológica. Tenemos que asumir el clamor por una nueva femineidad del mundo y de la Iglesia desde María, de lo contrario, ese reclamo no será redimido. Esa fuerza se transformará en un desmadre cultural de feminismo evático.

 

Ya desde un punto de vista puramente estratégico y práctico, relegar lo mariano a una cuestión secundaria, o a una cofradía optativa dentro de la Iglesia, llevaría en un futuro muy próximo a una verdadera catástrofe, porque aceleraría una deserción masiva de la Iglesiade nuestros pueblos, anímica y connaturalmente marianos. Esto tiene validez para la Iglesia universal, pero es doblemente grave para América Latina y el Caribe. Para ilustrarlo, permítaseme recordar, en clave simbólica, que entre nosotros la marianidad tiene raíces en el mito fundante de la cultura, en el acontecimiento del Tepeyac, perpetuado en el icono del “rostro mestizo de María de Guadalupe”[27].

 

Las enseñanzas de los dos Papas impregnadas del pensamiento personalista católico, con los que la Providencia nos ha pertrechado para enfrentar los inicios del tercer milenio, abordan este tema central. En 1977, publicó el Cardenal Ratzinger Die Tochter Zion-la Hija de Sión[28]. Allí se presentan tres conferencias que el Arzobispo de München había pronunciado algo antes de ser creado Cardenal. En ese mismo año, publica junto con Hans Urs von Balthasar, María, Iglesia naciente en alemán. Joseph Ratzinger, en tres breves páginas, consigna lo central de lo que él llama “la línea femenina en la Biblia”[29]. Cita a Romano Guardini cuando reflexiona:

“En la estructura global del Apocalipsis, lo femenino se encuentra en esa igualdad con lo masculino que Cristo le dio… Pero si se quiere hablar de una preponderancia, ésta correspondería más bien a lo femenino; pues la figura en la que se compendia definitivamente el mundo redimido, es la figura ‘de la novia’.”[30]

A continuación, Ratzinger analiza la evolución de la teología en los últimos siglos: “En la Edad Moderna… lo femenino se había excluido del mensaje bíblico… de forma menos radical (que en la época gnóstica) pero no menos eficaz: un forzado ‘solus Christus-sólo Cristo’… Así, desde Eva hasta María, nada de la línea femenina de la Biblia podía ser teológicamente relevante”[31].

 

El Cardenal señala las inmensas consecuencias de esa exclusión en la reacción del feminismo contemporáneo. “Los feminismos radicales de hoy ciertamente se han de entender sólo como el estallido de la indignación, largamente contenida, contra tal unilateralidad, estallido que ahora llega… a posturas verdaderamente paganas o neo-gnósticas: la anulación del Padre y del Hijo que en ello se realiza, afecta la esencia del testimonio bíblico”[32].

 

 

María de la Trinidad

Ratzinger sitúa el fenómeno de la reivindicación feminista destemplada, no sólo en el horizonte mariano, sino que lo ve desestabilizando el centro de la fe cristiana, porque constituye un desequilibrio trinitario. Hay tendencias feministas que exacerban en la Trinidad la focalización en el Espíritu Santo, exaltándola en la práctica hasta un punto que significa “la anulación del Padre y del Hijo”. Esta herejía trinitaria no es accidental, es intrínseca al fenómeno causado por el silencio o el desprecio de lo femenino, en cierta teología y en algunos estilos de praxis pastoral, que hasta hoy son perceptibles.

 

En una correcta teología se considera la relación íntima y necesaria entre lo femenino redimido y el Paráclito, entre María y el Espíritu Santo. Ni la femineidad, ni la marianidad pueden ser comprendidas sin una visión verdadera del Espíritu Santo en su relación con el Hijo y con el Padre. El Espíritu Santo es el Amor, el Dador de Vida, el calor y el incendio trinitario, y sólo puede comprenderse en relación con la Verdad del Logos, que es la Palabra de la Sabiduría de Dios. Simultáneamente, debe verse lo mariano como irradiación del Amor del Espíritu que envuelve al Verbo Eterno, y ha de comprenderse y vivirse en relación con el Padre de la Trinidad y Creador Todopoderoso. María, precisamente en su femineidad, es icono viviente, personalísimo del Paráclito, ese Espíritu que es el Beso entre el Padre y el Hijo, como lo representan pinturas y esculturas de los finales del gótico en el tipo iconográfico llamado “osculatio-beso”.

 

La ruptura radical de las culturas tiene origen en un desorden trinitario. La fragmentación es, implícita o explícitamente, una réplica de la desfiguración de la tensión dinámica y equilibrada entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En un genuino marianismo trinitario, ‘Vida’ (Espíritu), ‘Verdad’ (Verbo) y ‘Poder’ (Padre) se conjugan. Se funden dinámicamente vitalidad, sabiduría, acción. Ese marianismo es el cumplimiento de lo que, en la tradición cristiana se comprendió con el programa paulino, formulado en la traducción latina de la Vulgata: “veritatem autem facientes in caritate-realizadores de la verdad en el amor” (Ef 4,15). El marianismo trinitario es tensión creativa de lo que en muchas culturas originales se simboliza corpóreamente en la cabeza, el corazón y la mano.

 

La crisis contemporánea, cuando nos obliga a redefinir a la mujer, en ese mismo instante, exige redefinir al varón. Es así, porque siempre varón y mujer son correlatos esenciales, son seres correspondientes. De san Bernardo viene la sentencia antropológica: “Vir non erigitur nisi per feminam-el varón no es rescatado sino por la mujer”[33]. Esta vale para la femineidad de María, de la Iglesia Esposa y Madre, de cada mujer que sale al encuentro del varón en su biografía, y también para lo femenino dentro de cada varón. Si no ocurre ese salvamento, el varón se transforma en un ser despótico, egocéntrico, que permanece eternamente niñoide sin llegar a madurar como esposo y padre.

 

En nuestras culturas latinoamericanas solemos encontrar una caricatura de lo varonil. El consabido ‘macho’ es un pobre personaje edípico, incapaz de paternidad existencial. Se puede decir que en amplias zonas de nuestras culturas, el edipismo es una enfermedad destrozadora de lo humano en su raíz. Los varones así deformados, o rechazan lo femenino, o están atrapados en una relación de amor-odio con la madre. También en ciertas formas falsas de piedad mariana hay rasgos edípicos. Son espiritualidades que favorecen personalidades niñoides o pueriles. El edipismo pseudo-mariano, es constatable en diferentes expresiones de una aberrante devoción a la Madre de Dios. Alcanza un cierto paroxismo en los llamados “niños sicarios” de Colombia, especialmente en las regiones de Antioquia, Cali y de la zona cafetalera. En lo sustancial, el fenómeno consiste en una deformación psicológica y religiosa estructural de la persona y la cultura, en la que hay una fijación neurótica en la figura de la madre natural y en la de María, como su correspondiente en el imaginario religioso. En ese cuadro se registra una ausencia del varón maduro, del padre natural, de la figura de Jesús y del Padre de los cielos. Lo anterior es causa de una personalidad débil constituida en torno a una neurosis de dependencia de lo materno. Los “niños sicarios” tienen un comportamiento moral depravado. Tienen ellos una orientación única, la de servir y agradar a la madre natural. El momento sublime de estos niños psíquicamente esclavizados, es la ofrenda de la vida, en pro del bienestar de la madre. Así es como llegan a comprometerse en empresas suicidas, para las cuales los contratan por el precio de una retribución monetaria, que le permitirá a la madre la compra de una casa propia, tras la muerte de su hijo. En el orden religioso, estos niños recurren a María, al igual que muchos mafiosos, para encomendarle el éxito de sus brutales acciones de crimen[34]. Ese marianismo es objetivamente blasfemo.

 

El edipismo de lo pseudo-mariano es, a veces, más sutil, pero no menos devastador. Aparece en fenómenos de piedades en los que Cristo y el Padre son figuras lejanas e intrascendentes. También esta dolencia favorece un cristianismo prisionero del pasado, sin riesgo, apegado a las formas o a formulaciones abstractas. Bien puede ser que no sea accidental el que algunos conservadurismos extremos, y hasta cismáticos, se confiesen marianos.

 

Por otro lado, el feminismo radical lleva a un monopolio. El mono-polo, un solo polo, rompe la polaridad creadora esencial de lo humano, proclamado al inicio de la revelación del Dios vivo. “Dios creó al hombre, los creó varón y mujer” (Gn 1,27). La mujer, al no lograr entrar en relación positiva y enaltecedora con un varón que la respeta, se malogra en su femineidad. Así la afectividad puede derramarse en sentimentalismo. Su capacidad del detalle solícito, entonces se anula en una estrechez de horizontes. Su imaginación se disipa en ensueños. La mujer sólo puede dejar de ser evática, y transformarse en mariana, por el encuentro positivo con Cristo, el nuevo Adán. Éste llega a ella de múltiples formas. También se hace cercano en varones que viven en Cristo la nueva forma de masculinidad redimida. La presencia numerosa de tales varones sería una inmensa revolución en nuestra cultura. Ellos debieran ser hombres que se constituyan en auténticos padres, hermanos, amigos, esposos, hijos. De esta varonía madura, generosa y libre en Cristo, habla san Pablo en su teología del matrimonio en la carta a los Efesios “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (5,25).

 

Venimos de culturas racionalistas que transformaron la huella del Verbo en mera razón abstracta. Es una inteligencia focalizada al cálculo económico, al número impersonal, o a la tecnología puramente utilitaria. Así, la razón aparece al servicio de un economismo salvaje, inescrupuloso y abusivo de los débiles. Reflejo intraeclesial de esta mentalidad ha sido una pastoral intelectualista y a-histórica. Ahora se reacciona pendularmente. Explota un vitalismo sin márgenes. Esta irrupción, al interior de la Iglesia, invoca una caricatura del Espíritu Santo. Esa deformación es un “espiritusantismo”. Es una reacción pendular al virilismo. Es una vitalidad sin verdad, sin doctrina, sin racionalidad, un Paráclito sin Verbo.

 

Pero también es un Espíritu Santo sin Padre. Tras el espectáculo del desastre ecológico de una naturaleza destruida por la prepotencia voraz del hombre; tras dictaduras sanguinariamente represivas, emerge la búsqueda incontrolada de una fraternidad, de una amistad social que ignora o desdeña todo cuanto signifique referencia a cualquier autoridad paterna en la sociedad y en la Iglesia. Así, algunos intentan un vitalismo nihilista que en definitiva es amorfo, que no aspira a cambiar nada. Es un vitalismo que prescinde de las formas de organización y de energía sistematizada, para modificar la realidad. Es una vitalidad sin Padre eficiente que conduzca y gobierne.

 

María de la Trinidad es la síntesis histórica y hondamente humana, de una femineidad que es vitalidad y amor, espontaneidad y sensible calidez personal, pero en la que siempre se conjugan, armoniosa y creativamente, el poder creador del Padre, la sabiduría lúcida del Hijo y el amor tierno y misericordioso del Espíritu Santo. Los vitalismos postmodernos, que nos salen al encuentro por doquier, no se solucionan reprimiéndolos o ignorándolos como voz del tiempo. En nuestra pedagogía de fe, el vitalismo se transformará en vitalidad de riqueza humana y de santidad eclesial, sólo si tematizamos y desplegamos consecuente y pacientemente el trinitarismo mariano. Como en todo lo hondo del humanismo y de la fe, María es en esto, a la vez, modelo y maestra, ideal y educadora.

 

Dios encargó a la mujer lo humano, la persona y el amor

Para la acción pastoral, tenemos un derrotero excelente en los escritos wojtylianos, en el magisterio pontificio de Juan Pablo II sobre la mujer. Ponemos la lupa de nuestro interés sobre dos nociones fundamentales que el Papa polaco nos dejó en la Carta apostólica Mulieris dignitatem. Allí leemos que la misión mariana de la mujer consiste, primero, en un encargo que a ella le hace la Trinidad. Por ese encargo, le encomienda cuidar la persona, lo personal, lo irrepetible de cada hombre. También le confía el cometido de realizar el amor como vida y don. Releamos, desde una perspectiva pastoral, algunas sentencias centrales de Mulieris dignitatem: “La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación”[35]. Más adelante, el Papa muestra la actualidad de este mensaje cuando termina un milenio, con un siglo donde la deshumanización llegó a extremos impensables: el “progreso unilateral puede llevar también a una gradual pérdida de la sensibilidad por el hombre, por aquello que es esencialmente humano. En este sentido, sobre todo el momento presente, espera la manifestación de aquel ‘genio’ de la mujer, que asegure, en toda circunstancia, la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano”[36].

 

Esto implica una singular vocación a un personalismo del amor, a un dar y recibir. “Sólo la persona puede amar y sólo la persona puede ser amada… La mujer es aquella en quien, el orden del amor en el mundo creado de las personas, halla un terreno para su primera raíz… La Esposa es amada; es la que recibe el amor para amar a su vez. Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe el amor para amar a su vez, no expresamos sólo o sobre todo la específica relación esponsal del matrimonio. Expresamos algo más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer, en el conjunto de las relaciones interpersonales que, de modos diversos, estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres,… por el hecho de su femineidad[37]. “La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás. La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da. Así se confirma la verdad sobre la persona y sobre el amor”[38]. María es la Mujer, ella impregna al cristianismo de riqueza humana, de calidez personal y de la centralidad del amor.

 

Categorías de Benedicto XVI

Otra forma de penetrar la misión antropológica actual de María es utilizar categorías de Benedicto XVI, cuando en Deus caritas est habla del amor de eros y del amor de ágape. Desde el encargo del amor hecho a la mujer queremos asumir la enseñanza de Benedicto XVI en la audaz doctrina de la encíclica Deus caritas est en su primera parte. Resumidamente diremos que María Mujer encarna la síntesis del amor eros y del amor ágape. Ella es la encarnación, el icono palpitante de lo que se ha llamado el amor ero-agápico. En esa confluencia, el amor de eros “quiere remontarnos ‘en éxtasis’ hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos… es vehemente, ascendente, fascinación por la gran promesa de felicidad…”[39]. El amor de ágape, “es ocuparse del otro y preocuparse por el otro… no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca… se entregará y deseará ‘ser para’ el otro”[40]. La encíclica muestra la necesidad de que ambas dinámicas confluyan en el único río del pleno amor: “Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general” (7). Esto es lo que María vive en forma modélica.

 

Podemos decir que en la visitación a Isabel aparece vívido el amor de eros: “Mi alma glorifica al Señor, mi espíritu salta de gozo”. Esto es fruición y elevación del amor. El gozo de este amor se comunica. Después de hablar María, Isabel exclamó a gritos: “Bendita tú, bendito el fruto de tu seno, feliz la que ha creído”. Isabel dos veces declara que en su entraña sintió que “el niño saltó de gozo”. El amor de ágape está palpitante en la anunciación: “He aquí la esclava del Señor”, y en el Gólgota: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre… Mirarán al que traspasaron”.

 

Desde el punto de vista de la educación de la fe, conviene detenerse en la insistencia con la cual Benedicto XVI habla del “proceso de purificación y maduración” (17) o del camino que hay que recorrer para esa maduración (Cfr. 5, 6, 17). María es venerada como Madre del Amor Hermoso. Ella ha vivido modélicamente la síntesis del amor de eros y el amor de ágape y es la pedagoga en el “proceso” del verdadero amor, ella lo despierta y lo plasma en Cristo.

 

Segunda tesis pastoral

En la femineidad redimida y trinitaria de María Mujer, el Dios vivo nos ofrece el instrumento privilegiado para un nuevo humanismo por el que claman los signos de los tiempos.

 

 

3.         María Educadora: El conocimiento vital de Cristo

En 1904, un Sumo Pontífice canonizado, San Pío X, el Papa de la Eucaristía, para conmemorar el primer cincuentenario del Dogma de la Inmaculada Concepción, nos dejó Ad diem illum, una encíclica que en su tiempo tuvo una poderosa irradiación.

 

En lo hondo de las culturas de Occidente venía pulsando una necesidad de subjetividad, vitalidad, creatividad. A veces esta nueva “sensibilidad radical” (Ortega y Gasset) iba a expresarse mejor en el arte que en el pensamiento sistemático. En la plástica, se puede datar en 1907 el cambio de época con Picasso en su obra “Les Demoiselles d’Avignon”; o con las libertades colorísticas revolucionarias que Matisse se toma, por esos años, en sus paisajes de Collioure en el sur de Francia. En el pensamiento filosófico aparece el vitalismo de Nietzsche, el que después Hitler transformaría en exaltación dionisíaca de la raza aria. En América Latina, la irrupción del muralismo mexicano, sobre el claroscuro del dolor y de la lucha política contingente y confusa, es un grito vehemente de una vida subterránea, contradictoria, violenta y hasta blasfema que pulsa por manifestarse.

 

En otro sentido, es probable que la fecha simbólica que marca en Occidente la generalización cultural del vitalismo hoy vigente, sea la insurgencia de los jóvenes universitarios en mayo de 1968. En Norteamérica, el concierto de Woodstock y su orgía es un hito. El vitalismo entusiasta y mesiánico en América Latina tiene expresiones políticas que van de la irradiación fascinante del Che Guevara, al sandinismo y a la desbordada prédica del ex monje Ernesto Cardenal.

 

En lo eclesial, el Concilio Vaticano II, la cordial calidez de Juan XXIII y las múltiples energías desplegadas después del Concilio Vaticano II tienen el sello primaveral de una vitalidad que irrumpe. Una expresión de ello son los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, como también las Jornadas Mundiales de la Juventud. Esa pulsación se percibió ciertamente en las grandes concentraciones de multitudes a lo ancho del mundo que recibían las visitas apostólicas de Juan Pablo II.

 

Pío X: María nos da el “conocimiento vital de Cristo”

El carismático Pío X, el Papa de la Eucaristía, abre una pequeña ventana desde la Madrede Dios a esta época de ímpetu vital. En su encíclica Ad diem illum, la Providencia quiso darnos un signo a modo de pórtico o profecía al comienzo del siglo XX, cuando los idealismos racionalistas iban a suscitar por contradicción la reacción del vitalismo. Las palabras textuales de Pío X son: “per Mariam vitalem Christi notitiam adipiscentes-ya que por María alcanzamos un conocimiento vital de Cristo”[41]. Con esta sentencia se afirma que la Santísima Virgen tiene la capacidad de hacernos superar el conocimiento meramente racional de Jesús. Ella tuvo, y proporciona a quienes la aman y la siguen, un conocimiento que es vida y fecundidad existencial. Sabemos que Puebla llamó a María, “Madre educadora de la fe” y “pedagoga del Evangelio en América Latina”[42]. Nosotros podemos recoger esos mismos contenidos en la caracterización, que nos dejó Pío X: “Ella nos lleva al conocimiento vital de Cristo”.

 

La primera pregunta que se plantea, desde la pedagogía, es cómo María realiza en concreto ese encargo. Podemos intentar una respuesta afirmando que ella es modelo, intercesora y educadora de la vitalidad que proviene del Espíritu y que moviliza pedagógicamente la totalidad de nuestro ser.

 

El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II desarrolló el carácter modélico de María para la Iglesia en páginas que recogen la sabiduría bíblica y patrística. La Lumen gentium renovó la teología mariana. En la aplicación pastoral de esa doctrina, no siempre se procedió de modo adecuado. Se cayó a veces en una especie de tipologismo, la predicación mariana se limitó, a ratos, a plantear exigencias con imperativos categóricos de imitación del modelo. En esto se dejó de lado la mejor tradición católica de la pastoral, y se adaptó un estilo que se suele encontrar en algunos círculos de las comunidades eclesiales reformadas. En algunas de ellas se tiene una cierta disposición positiva ante la Madre de Dios, pero insuficiente. Ella sería sólo el hermoso ejemplo de vida cristiana. Así lo pensaba el Cardenal Newman antes de su conversión a la Iglesia Católica. Esa postura se concentra excluyentemente en la necesidad de ser imitadores de María. Deja de lado la veneración, el culto, o la apelación a su poder de intercesora excepcional como verdadera Madre nuestra.

 

En el Vaticano II fue un Cardenal latinoamericano, el salesiano Raúl Silva Henríquez, el que propuso agregar unas expresiones que faltaban en el texto que se había elaborado como documento base de la mariología. Esas palabras las redactó el teólogo del Cardenal Silva, el P. Egidio Viganó, quien posteriormente sería el Rector General de los salesianos. El texto completado quedó así: María “continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con su amor de Madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz: por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Medianera”[43]. Se documentó así la activa función mediadora de María.

 

Vinculación y actitud

Desde la perspectiva de la pedagogía pastoral, hay que tener una correcta visión de cómo se relacionan en el proceso educativo de la fe, la presentación de María como modelo y la relación afectuosa de veneración y entrega, de comunicación orante y de culto a ella. Sólo si esto es bien logrado, puede María cumplir el cometido de llevarnos a la “vitalem Christi notitiam-al conocimiento vital de Cristo”. En esta materia sigo la doctrina pastoral pionera del P. José Kentenich en su obra Marianische Erziehung-Educación Mariana. Allí se contienen conferencias dadas y repetidas entre 1932 y 1934[44]. Según Kentenich, no bastará la pura visión teológica acertada: el manejo de la relación entre estas dos dimensiones de amor e imitación, es un arte pedagógico, es un saber hacer prudencial y plasmador. Él sistematiza ese proceso en torno a dos nociones: vinculación a María y actitud mariana del fiel.

 

El vínculo a María es el amor sostenido, el cariño perseverante, el firme apego filial a ella. La actitud mariana es imitarla como modelo de discípula de Cristo, de persona sellada por Cristo con la fuerza del Espíritu en su condición de hija obediente del Padre. La meta del proceso pedagógico es que los amadores y seguidores de María lleguen a imitarla lo más plenamente posible. El éxito del proceso pedagógico se mide por la imitación del modelo. El resultado se evalúa por la calidad marial de la vida diaria. El amor se prueba en la conversión de vida. Mientras más similares a María lleguen a ser las personas y comunidades, más logrado es el proceso. Por eso resulta estremecedor, que gente que dice amar a la Santísima Virgen, pisotee lo que Jesús ha enseñado acerca del hombre. En Caná ella había dicho “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Una caricatura extrema, una profanación diabólica se da objetivamente cuando el “niño sicario” acude a una imagen de María para implorarle tener éxito en el crimen que le han encargado. Pero también resulta escandaloso el devoto de María, que comete injusticia social o se desinteresa de la suerte de los pobres. Amar a María es imitarla.

 

Desde el punto de vista pedagógico, lo más importante es la vinculación, el amor. Porque sólo si amo a María, y en la medida en que la amo, tendré el anhelo de imitarla y lucharé por ello en un proceso nunca terminado. La prioridad pastoral es suscitar y fortalecer un amor vívido por María. A esto se orientarán las predicaciones, los trabajos en grupo, los símbolos, la atmósfera mariana de nuestros espacios físicos y espirituales, los textos, las músicas y todas las expresiones artísticas. Todo eso ayuda a las varias celebraciones litúrgicas y los gestos espontáneos, simples y cotidianos de la religiosidad popular. Ello es una trama de amor a María que debe ser suscitado, protegido y desarrollado una y otra vez.

 

En la pedagogía pastoral, y especialmente en la espiritualidad del discipulado, necesitamos tematizar la realidad de María Educadora. En el futuro de nuestra Iglesia en América Latina y el Caribe, una expresión de Puebla debiera iluminarnos: “ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina”[45]. María educadora es María pedagoga, la paciente, la hábil, la firme, la cercana y exigente pedagoga de la Palabra de Dios.

 

María es la Madre Educadora. El P. José Kentenich llega a decir que la proclamación de Cristo moribundo: “ecce mater tua” (Jn 19,27), es un “ecce educatrix tua”, “he ahí a tu madre” significa “he ahí a tu educadora”[46].

 

La educación mariana

En la propuesta kentenijiana se contienen tres afirmaciones[47] acerca de la realidad de María Educadora.

 

a. María fue educada por Cristo. En la intimidad de Nazaret, ella hizo un camino por el cual fue asumiendo la función de Madre mesiánica. Esta senda está marcada por una tremenda oscuridad en la fe y tiene hitos dolorosos como la pérdida del niño en el templo, la pregunta distanciante de Caná: “¿qué hay entre tú y yo, mujer?” (Jn 2,4) y en las diversas ocasiones del ministerio público, cuando ella sale a buscar a su Hijo para llevarlo de vuelta a la vida oculta de Nazaret. El fruto de este largo proceso educativo es la reciedumbre en el Gólgota, cuando estaba de pie “junto a la cruz” (Jn 19,25), sufriendo como misionera por la misión redentora de Jesús.

 

b. María es nuestra Educadora. María fue encargada por Dios para ser educadora de los pueblos. Su encargo de mediación se realiza, “mientras peregrinamos”[48]. La madre plenamente madre no sólo engendra personas, sino que educa personalidades. María es la educadora de nuestra madurez humana y de nuestra santificación.

 

c. María sólo puede cumplir su encargo si nosotros aceptamos libremente ser educados por ella. Tenemos que quererlo renovadamente. La consagración a María es precisamente esto. Es una decisión libre de dejarse educar por ella, como discípulo y misionero de Cristo, en la Iglesia, para la salvación del mundo.

 

El “conocimiento vital de Cristo” es un proceso educativo, es un recorrido en un tiempo y precisa de las condiciones y actividades que posibilitan un crecimiento pedagógico. Hacer pastoral mariana es cooperar pedagógicamente con la Madre Educadora de la fe. Aquí nos detendremos someramente en tres puntos: el pedagogo, el educando y las leyes de crecimiento de la vida.

 

1. El pedagogo. Se trata de un educador educado por el Espíritu Santo a ser un reflejo paterno, “semejanza” viviente de Dios Padre, y un instrumento del Buen Pastor. Es alguien con personalidad materna-paterna, paterna-materna, un sacramental mariano de la Iglesia Madre, un servidor de la vida del otro, alguien que ama y no se cansa de amar, que “ama hasta el extremo” (Jn 13,1). Esta forma de pedagogía es mistagógica, entendiendo con esta palabra lo que Federico Ruiz Salvador ha afirmado de san Juan de la Cruz: “Mistagogo es… quien ha hecho la experiencia de Dios y de su misterio, y acompaña en su camino a quien la hace de nuevo. Pero la ayuda no consiste en darle normas prácticas, sino en proponerle el misterio mismo de Dios y de su comunión con el hombre, haciendo que el mismo misterio marque el contenido y las modalidades de la nueva experiencia. El arte del mistagogo consiste en saber transmitir, no la propia experiencia, sino gracias a la propia experiencia el misterio de Dios personal y gratuito, que se revela libremente a quien le busca”[49].

 

2. El discípulo. El educando es una persona única, que tiene un nombre irrepetible, inscrito desde toda la eternidad en la mano del Padre (Is 49,16). Es el protagonista irreemplazable de una historia santa de amor filial y esponsal con el Dios vivo. Toda la actividad educadora tiende a que esa persona llegue al mayor crecimiento posible, como personalización libre y creativa, en una progresiva obediencia a la voluntad objetiva de Dios para con él. Lo mismo vale, en mayor o menor grado, de la educación de las comunidades hacia una plenitud de madurez humana y de santidad heroica. La personalización ocurre en la comunión, en una Iglesia que es “casa y escuela de comunión”.

 

3. Las leyes del crecimiento. Lo que llamamos las leyes del crecimiento orgánico de la vida, lo ha presentado el argentino Horacio Sosa en su obra El desafío de los valores[50]. Se trata de principios funcionales o leyes observadas en la práctica que, a su vez, tienen una gran incidencia en el arte pedagógico práctico. Recogemos cinco leyes o “constantes de comportamiento” que él presenta.

 

3.1. El crecimiento orgánico es lento. Por ello exige paciencia pedagógica. Por lo tanto, debemos desconfiar a priori de cualquier programa pastoral arrasador que desconoce la realidad de los procesos gestadores de vida. En efecto, un embarazo dura nueve meses y la pubertad algunos años. Puesto que en la educación mariana hay que suscitar el amor, el vínculo a María, muchas veces, comenzará siendo primitivo, pedigüeño, infantil y muy imperfecto. Si nos apresuramos a pedirle frutos en corto tiempo a la piedad mariana, podemos matar la raíz que es ese amor inicial. Las plantas no crecen porque una mano estira sus brotes.

 

3.2. En el crecimiento también se da el fenómeno de los saltos cualitativos, el paso de un nivel a otro. El que la vida crezca lentamente, no significa que todo ocurre en un tiempo homogéneo. Sosa dice “pareciera que de pronto se pasa a otra situación en el crecimiento, que se distingue cualitativamente de la que precede”[51]. Con una metáfora nos atrevemos a decir que, a veces, la primavera estalla en unos pocos días, si bien fue preparada por el largo invierno. La paciencia y la prudencia pedagógica deben atenerse a los períodos invernales y también al despertar primaveral concentrado.

 

3.3. El crecimiento orgánico se realiza desde dentro. Las personas crecen desde su intimidad, desde su núcleo personal, “es decir, en la fuerza de unas motivaciones enraizadas en lo más personal y original de la persona”[52]. Procurar el crecimiento desde afuera es manipulación y estéril nivelación masificadora, incapaz de suscitar la adhesión libre. No pocas veces la planificación pastoral pecó por este activismo antipedagógico. En los años que vienen, será muy importante, por ejemplo, dinamizar el marianismo de la religiosidad popular latinoamericana para hacer posible una multitudinaria y generalizada recepción, una apropiación inédita de la Biblia entre los católicos de América Latina y el Caribe. Ese proceso debe ser intensivo, pero jamás manipulador, jamás una indoctrinación según las técnicas publicitarias del marketing o de las campañas políticas. Debe intentar ganar el dentro, el afecto y la libertad de los fieles, el sí religioso, mariano, lúcido como fue el sí de Nazaret.

 

3.4El proceso va de una totalidad orgánica hacia otra. “Lo que está creciendo, busca siempre su integración al todo mayor al que pertenece.”[53] Esa vitalidad inicial es ya un organismo, una cierta totalidad, pero se desarrolla hacia una nueva amplitud. El árbol ya está entero en la semilla, y la semilla postula, demanda ser árbol. En el proceso de educación mariana, por ejemplo, la integridad de la imagen de María, de la que hemos hablado, debe estar germinalmente ya desde el inicio. En la primera semilla mariana deben estar intrínsecamente contenidas la dimensión crística, trinitaria, eclesial, social y misionera. Si se parte por un marianismo germinalmente no íntegro, después los frutos también carecerán de dimensiones esenciales del kerigma. El proceso educativo debe iniciarse con propuestas sencillas, comprensibles, que germinalmente contengan la totalidad católica de María.

 

3.5. Se crece diferenciadamente. Al crecer una parte crece el todo. Pero no todas las partes crecen simultáneamente con igual intensidad. Así, por ejemplo, si una joven se ennovia, en ella crece el amor a su futuro esposo, si bien las otras dimensiones del amor en ella también crecen. Pero en ella el específico amor esponsal se desarrolla durante el noviazgo mucho más que el amor filial. Puede suceder que en una persona, o en una comunidad, se dé un descubrimiento gozoso de la persona de María. Esta focalización no trae de inmediato, visiblemente, un desarrollo del amor explícito y directo a todas las realidades de la fe. El pedagogo no debe inquietarse por esta fuerte concentración mariana inicial del afecto. Pausadamente el pedagogo y el educando, deberán proyectar el marianismo hacia el aprecio y el apego a todo el panorama del Credo.

 

En definitiva, el gran educador es el Espíritu Santo. Ya Jesús nos lo anunció en su discurso de despedida en la noche de Jueves Santo. Allí nos promete que el Paráclito nos enseñará, nos hará comprender todo lo que él nos había revelado. “Recordará lo dicho” (Jn 14,26), “lo enseñará todo” (Jn 14,26), “nos guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13). El modo de la enseñanza del Espíritu es un modo materno, es desde adentro, desde lo entrañable hacia afuera.

 

Hoy día sabemos que el niño conserva un contacto emocional único con la voz de su propia madre, pues la ha escuchado ya en la existencia intrauterina a través de la columna vertebral de la madre que opera como canal conductor de los sonidos. También sabemos que la experiencia en la entraña es una vivencia de totalidad: todo lo que es, lo recibe enteramente de una sola fuente de vida. Por esta razón, desde la intimidad fetal con la madre, se tiende durante toda la vida a alcanzar las totalidades. Sin embargo, una vez fuera de la matriz, el crecimiento de la psiquis no será lineal y sin conflictos. En las horas de crisis, el comportamiento de la madre en la relación con el padre, será decisivo para el desarrollo sano y creador del niño. La labor materna educativa del Espíritu realiza esto a la perfección. Es él quien, desde el interior, gime llamando ‘Abbá, Padre’ (Gal 4,6; Rm 8,15-16.26). La acción educadora de María se inscribe exactamente en esa línea. Ella es la madre que despliega todas sus posibilidades femeninas para enlazar al hijo con el Padre. Así es como podemos sostener que todo el sentido de la educación mariana, es posibilitar el conocimiento vital del Hijo, para que identificados con él, movidos por el Espíritu Santo, oremos y vivamos con el Padre y para él. Toda la labor educativa de la Santísima Virgen es para orar y vivir, con todo el corazón, el padrenuestro que Jesús nos enseñó.

 

Como la madre es el primer contacto humano con otra persona, lo más íntimo y hondo de cada hombre tiene una particular sensibilidad para la voz femenina, materna. Cuando vemos que gente que estuvo largo tiempo activa en la Iglesia, la deja sin mayor conmoción y sin memoria viva de su fe, es porque muy probablemente la fe no había calado hasta la hondura existencial entrañable de esos cristianos. Muy probablemente faltó una profundidad mariana de la fe. Porque María como educadora, en su femineidad cristificada, asume las zonas prístinas del contacto humano. Ella tiene un carisma para “bautizar” las últimas e íntimas fibras de la persona. El amor mariano permite que estemos en condiciones de cumplir el mandato radical y hondo. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todo tu alma…, y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Cuando se llega a esta hondura, a la calidad entrañable del amor, se puede decir que hay un genuino “conocimiento vital de Cristo”, ese que María posibilita como educadora de los discípulos y de los misioneros.

 

Tercera tesis pastoral

María Educadora tiene el carisma materno de mediación, educándonos para un “conocimiento vital de Cristo”. Nos conduce a amar al Dios vivo y a los hombres con todo el corazón.

 

 

4.         La vivencia, núcleo de la pedagogía pastoral

Hace años, en una capital latinoamericana, fui invitado a la celebración familiar de Noche Buena en la casa de un profesor de psicología y terapeuta clínico. La fiesta se desarrolló con un ritual surgido lentamente en la tradición de esa familia de Iglesia. Lo central era una oración libre de cada uno, dirigida al Niño Dios, a la Madre virginal y a José. Cada uno, en su lenguaje de niño o de joven, agradecía por lo que cada otro había aportado en el último año. Uno por uno. Después imploraban por aquellas cosas que sentían como necesarias para cada persona en el futuro. Al terminar pude felicitar al psicólogo y a su esposa. Él me comentó: “De toda mi práctica profesional, puedo decirte, que sólo perduran los matrimonios y las familias que tienen vivencias compartidas. Además, no hay transmisión de la fe a la nueva generación sin experiencias compartidas de la fe de la Iglesia.”

 

Esta miniatura familiar nos introduce de lleno en el núcleo pedagógico de la pastoral mariana. Necesitamos instruir, enseñar el credo y el padrenuestro y el avemaría. Tenemos que explicar la liturgia. La catequesis sistemática es indispensable para una Iglesia de discípulos y misioneros. Con todo, tenemos que aplicar lo que aquel psicólogo formulaba: no hay transmisión de fe mariana si no hay vivencias compartidas de la persona de María, y ella, por su parte, sólo por vivencias puede hacernos partícipes de su amor por Cristo y la Trinidad, proporcionándonos la vitalis Christi notitia, el conocimiento vital de Cristo.

 

La vivencia

Pero, ¿qué es la vivencia? ¿Qué es la vivencia religiosa? Hay múltiples definiciones. Aquí utilizo la de la obra del profesor Horacio Sosa y me remonto a su vertiente mayor que es un estudio del P. José Kentenich del año 1951[54]. No hablaremos de la vivencia en general sino directamente de la vivencia religiosa.

 

Vivencia religiosa es la captación y elaboración, desde el corazón, de verdades religiosas. Cuando decimos desde el corazón estamos hablando de que el órgano propio de la vivencia es el corazón. A veces en los tratados de sicología, se usa para ello la palabra alemana Gemüt. En español no tenemos un correspondiente exacto, la más próxima es precisamente corazón, entendiendo por ello el centro de la persona. El corazón está referido intrínsecamente al amor, o sea a lo apetitivo, a lo volitivo. En el corazón, como centro personal, se produce el cruce del querer espiritual y del querer sensitivo, instintivo. La persona experimenta vivencias, las recibe y las elabora desde este centro espiritual-sensitivo. El Gemüt, el corazón, en la vivencia actúa primeramente recibiendo, acogiendo, contemplando. Por eso, anotamos como primer momento de la vivencia una “captación”, un acoger. Pero el Gemüt no sólo tiene una capacidad de recibir impresiones y mensajes, sino que se moviliza más activamente procesando ese material, entonces hablamos de “elaboración”. Captación y elaboración son acciones subjetivas, que las realiza el sujeto, la persona humana, en su intimidad y su centralidad.

 

Nuestra definición agrega dos palabras: “verdades religiosas”. José Kentenich, con lenguaje de la escolástica, dirá que la vivencia tiene siempre un contenido “metafísico”. Aquí reside la objetividad de la genuina vivencia. No se trata, en la vivencia, de captar y elaborar imaginaciones o sentimientos. Lo que el corazón acoge y procesa son verdades, objetividades anteriores a la vivencia y trascendentes con respecto a ella. Referido a las verdades marianas, para una auténtica vivencia mariana, se requiere que la imagen de María, contenida en la vivencia, sea la de una visión íntegra, integrada e integradora de la Santísima Virgen, la imagen objetiva de la fe de la Iglesia.

 

Dicho de otra manera, la vivencia es un momento privilegiado del ser persona, es una hora de intensidad personal que contiene cuatro elementos constitutivos, que interactúan entre sí:

1. La vivencia tiene un elemento contemplativo: “captación”, que es un escuchar,

2. y otro activo: “elaboración”.

3. La vivencia radica en lo subjetivo, en el corazón,

4. y se alimenta de lo objetivo, de las “verdades”, en nuestro caso, de las verdades del misterio de María.

 

Hablando ya en categorías pedagógicas, diremos que una vivencia mariana fecunda en el orden de la naturaleza y de la gracia, es aquella a la cual concurren felizmente y se conjugan lo contemplativo y lo activo, lo subjetivo y lo objetivo acerca de María.

 

En términos concretos, imaginémonos una celebración mariana en una población de los suburbios de una gran ciudad. El pedagogo, el educador mariano, entrega algo enriquecedor de modo que pueda ser “captado”. Deja pausas de silencio para que las personas y la comunidad puedan saborear y “elaborar” activamente los contenidos. El lenguaje, los gestos, los símbolos, la atmósfera vital, el espacio físico, el ritmo de la celebración deben invitar de por sí, sin palabrería, a entrar en el proceso personal de la vivencia. Esto es tocar el corazón, el centro espiritual y sensitivo de cada uno, el Gemüt.Siempre tiene que haber un contenido que es procesado existencialmente desde el corazón. Ese contenido son verdades de la fe mariana de la Iglesia. Tales verdades lo tocan, lo conmueven, lo llevan a contemplar como discípulo, lo despiertan, lo dinamizan a elaborar alguna forma de creatividad personal y de compromiso misionero.

 

 

Algunos errores

Se falsea la vivencia religiosa mariana, cuando se rompe el equilibrio creador del cuadrilátero de estos elementos esenciales: captación-elaboración y corazón-verdad. Las falsificaciones o deformaciones de la vivencia mariana las podríamos agrupar así:

–     Activismo del pedagogo. Esto sucede cuando el educador es demasiado activo, entregando exceso de material, de ideas y de propuestas. Es una cierta invasión y saturación que impide la elaboración personal de los contenidos. Tal activismo genera personas y comunidades pasivas, que suelen autosatisfacerse y que se resisten al envío misionero audaz y recio.

–     Pasivismo del pedagogo. Esto sucede cuando el educador entrega poca riqueza de contenidos religiosos marianos. Lo que ofrece ya lo conocen todos, no hay novedad de presentación, no hay relación de lo doctrinal con la vida. Se presentan las cosas de modo vulgar, sin belleza, sin símbolos logrados. El contenido es magro, el educador no tiene presencia, impacto personal, afectivo. Tal pasivismo genera personas y comunidades débiles, que se dejan arrastrar y que terminan fatigándose de las celebraciones y del foco de comunión que debiera ser el grupo, el cual no tarda en disolverse, o sobrevivir apenas rutinariamente.

–     Racionalismo, ideologismo. Esto sucede cuando las verdades marianas están articuladas en lenguajes que sólo se dirigen a la inteligencia, con formulaciones que al corazón le resbalan, que no son digeribles por un Gemüt en el cual el llamado apetito sensitivo no logra acoger el mensaje. Tal racionalismo genera personas y comunidades para las cuales María es una idea, no una persona, un alguien abstracto que no desafía ni modifica mi existencia concreta, histórica. Este tipo de anuncio mariano deja frío, apático, y no se supera el estadio del amor incipiente a la Santísima Virgen. Se expresa en un descompromiso vital ante ella. María es parte de una fe teórica, apenas una pálida sombra en medio de la absorbente vida cotidiana.

–     Emocionalismo, sentimentalismo. Esto sucede cuando se procura tocar lo afectivo sin entregar verdades, sin formular bien la fe, dándola por sabida, cuando se repiten ideas con palabras ya gastadas, no mordientes. Tal emocionalismo es una pobre forma de subjetividad. En nuestro mundo latinoamericano y del Caribe, esto es un peligro muy real, precisamente por la vivacidad afectiva de nuestra gente y nuestra cultura. Una catequesis que reitera todo lo consabido, de modo que las verdades tradicionales aparecen como fórmulas que nada comunican, deja un vacío en la inteligencia y sólo logra evocar viejas emociones del pasado, tal vez del mundo infantil de cada uno, pero sin proyección de actualidad y de adultez humana y creyente. A veces pareciera que lo festivo se justifica a sí mismo en exterioridades reiteradas más o menos estéticas. También se da un hedonismo religioso. El resultado es una frustración en lo personal y lo comunitario, porque ese emocio­nalismo pseudo-mariano no tiene capacidad de conversión y plasmación. Muchas veces las críticas de las comunidades eclesiales no católicas apuntan al escándalo del marianismo sentimental. Se trataría entonces de una aparente y pseudo-vinculación mariana, que de hecho es incapaz de configurar las actitudes marianas en las relaciones humanas, en el trabajo, en la donación de sí mismo a los demás.

 

El agudo pensador pastoral que es Joseph Ratzinger ha inspeccionado en este mundo de lo existencial de lo mariano en relación con la verdad del kerigma. Él dice que “… el órgano para ver a Dios es el corazón purificado. A la piedad mariana podría corresponderle provocar el despertar del corazón y realizar su purificación en la fe. Si la miseria del hombre actual es desmoronarse cada vez más en puro bíos (vitalismo) y pura racionalidad, la piedad mariana podría contrarrestar tal ‘descomposición’ de lo humano, y ayudar a recuperar la unidad en el centro, desde el corazón”[55].

 

La piedad mariana se hace educacionalmente operativa, transformadora, cuando se anuda en auténticas vivencias de amor a la Madre de Dios. En ese momento, el corazón purificado por la fe, el corazón de discípulo verdadero, saborea con María toda la gozosa verdad del Credo de la Iglesia y se prepara para la misión.

 

 

Cuarta tesis pastoral

Las verdades de fe sobre María, la realidad de su persona y de su misterio, para ser asumidas vitalmente, necesitan de auténticas vivencias marianas. La educación mariana se realiza por vivencias personales y comunitarias de María.

 

 

5.         El vínculo a María como arraigamiento fundamental

La vivencia es un momento intenso de la biografía, es cuando lo que somos vibra, se exalta o se ahonda y se enriquece con nuevas percepciones y experiencias. Pero siempre es un momento, un trance, un episodio con mayores o menores consecuencias. La vida humana necesita algo más sólido y estable para fundarse. Por la experiencia de ser persona y por la revelación de Jesucristo, sabemos que sólo el amor es la roca necesaria de la casa terrena y el inicio de la morada permanente. La vivencia tiene que generar el vínculo de amor.

 

Libres para el vínculo

La pedagogía pastoral mariana es centralmente educación al amor vinculante a María. Entendemos por vínculo una relación de amor, en libertad, relación que compromete al amador en su afectividad y en todo su ser, atándolo con permanencia y creatividad. En el vínculo se cumple el sentido de la libertad. Tenemos que ser libres de y para, porque el sentido de ser “libres de” es ser “libres para”. Libres de toda cadena y libres para amar, para atarnos en el amor. “La palabra ‘para’ es la verdadera ley fundamental de la existencia cristiana” dice Joseph Ratzinger en Introducción al cristianismo, y agrega “ser cristiano significa esencialmente pasar de ser para sí mismo a ser para los demás”[56]. El beato Raimundo Lull lo dice así: “El amor es aquella cosa que a los libres los pone en esclavitud y a los esclavos les da la libertad”[57].  En una obra teatral, Karol Wojtyla pone en labios de un varón recio estas palabras: “es el amor liberación de la libertad… al convertirme en padre me hago esclavo de amor… a través del amor me libero de la libertad”[58]. El vínculo es una formulación pedagógica de lo que es el centro del amor. El vínculo nace de una vivencia positiva y perdura como lazo estable. En la vivencia puede brotar la chispa del amor. La vivencia es el germen del enamoramiento, el vínculo es ya el amor constituido en relación escogida, resuelta por el albedrío y proyectada en fidelidad y envío. El vínculo de amor es el sello del corazón del discípulo y es la raíz vital del misionero.

 

A mi entender, en todo el postconcilio del Vaticano II y en el envío evangelizador al tercer milenio, hay dos grandes hitos. Ambos apuntan a la constitución de vínculos.

 

En el primer hito, Pablo VI llama a atar una red de vínculos penetrados por el Evangelio. Lo hace con su nítida exigencia en la Evangelii nuntiandi: “Lo que importa es evangelizar -no de una manera decorativa como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad y hasta sus mismas raíces- la cultura del hombre”[59]. Esa cultura es, de hecho, “la red vital de raíces” que sostiene la biografía de las personas y los pueblos. O sea, el envío misionero a evangelizar nos mueve hacia la red de relaciones en la que las personas viven. Si releemos el texto de Puebla en este tema, veremos que la cultura consiste en la red de relaciones de un pueblo, con Dios, entre las personas, con la tierra y con la historia (385-469).

 

El segundo hito lo constituye Juan Pablo II quien, en su imperativo programático de una Iglesia que sea “casa y escuela de comunión” (Novo millennio ineunte, 43), nos sitúa en el ámbito de los vínculos. “Comunión” es el programa espiritual, teológico y pastoral para el futuro. Esta noción nos muestra a la Iglesia como “casa de familia”. El imperativo de anudar vínculos es el programa pedagógico de la Iglesia como “escuela” de humanismo trinitario, originado en la comunión de las Tres Personas.

 

La gran crisis, el drama antropológico de nuestro tiempo, es el desplome y el raquitismo de los vínculos y, con ello, la disolución de las culturas vigorosas y la proliferación del nihilismo con sus pobres “hilachas de cultura”. El clamor, el llanto del hombre creado para el amor, es por relaciones permanentes y fecundas. Los signos de esperanza, los adelantos de primavera, son precisamente el surgimiento de inicios de nuevos focos eclesiales y culturales de comunión. Benedicto XVI ha expresado antes de y durante su pontificado, que estos oasis los encontramos en las peregrinaciones a los santuarios marianos y otros, en las jornadas mundiales de la juventud, en los movimientos y las nuevas comunidades, y en las comunidades eclesiales robustas. Nosotros debemos agregar que también lo encontramos en la red de comunidades de base, que han madurado, y en las parroquias que han logrado calar hondo en las personas.

En el pensamiento del siglo XX, los filósofos y los teólogos de las escuelas personalistas, han estudiado el tema del vínculo desde diversos ángulos. Emmanuel Mounier, en un pasaje clásico, describe genéricamente la “serie de actos originales” que constituyen el vínculo de persona a persona. Lo tipifica así: El amor personal implica

–     “Salir de sí… una existencia capaz de desposeerse

–     Comprender… situarme en el punto de vista del otro

–     Tomar sobre sí, asumir el destino, la pena, la alegría, la tarea de los otros

–     Dar… con generosidad y gratuidad

–     Ser fiel… el amor, la amistad sólo son perfectos en la continuidad… La fidelidad personal es una fidelidad creadora”[60].

La pastoral mariana, en tiempos de inestabilidad cultural, apunta a que -en personas y comunidades- crezca un tal vínculo con la Madre de la Iglesia. El vínculo personal es un carisma por excelencia de la marianidad. El Cardenal Joseph Ratzinger llega a sostener que es absolutamente necesaria:

“Sólo mediante lo mariano se concreta también plenamente el ámbito afectivo en la fe, y con ello se alcanza la correspondencia humana a la realidad del Logos encarnado. En este punto veo yo la verdad de la expresión ‘María, vencedora de todas las herejías’: donde se da ese enraízamiento afectivo, existe la vinculación ‘ex toto corde-desde el fondo del corazón’ con el Dios personal y su Cristo”[61].

 

Nos detenemos ahora en dos casos emblemáticos de vinculación a María. Primero: el caso del discípulo amado, Juan. En el que el pedagogo del vínculo es Jesús mismo. Segundo: las apariciones en el Tepeyac. El discípulo es Juan Diego y la pedagoga de vínculos es directamente la Madre de Dios.

 

El vínculo de Juan en el monte Calvario. Siendo aún adolescente, lanzó la pregunta clave del discípulo: “Maestro, ¿dónde vives? (Jn 1,38). Le demanda por la casa, es decir, por su mundo íntimo. El Maestro en sí mismo es el mensaje y Juan quiere conocerlo entero desde su intimidad. Ya al final, en la Última Cena, cuando Juan llega a tener la certeza de ser “el discípulo que él amaba,” confiadamente se aproxima a la entraña[62] y al corazón (ver Jn 13,25), anudándose el lazo del vínculo con la mayor firmeza. Juan podrá, desde ese amor, oír bajo el olivar de Getsemaní las palabras estremecedoras de Jesús: “Aparta de mí este cáliz… pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,42). Angustia y obediencia al Padre… Sólo por la certeza del amor, la relación de vínculo con el Maestro era tan férrea que Juan puede ser arrastrado hasta el Calvario para “estar de pie”, como María, junto a la cruz (Jn 19,25s). Sólo entonces puede escuchar el “Mujer, ahí tienes a tu hijo -… discípulo, ahí tienes a tu madre”. Sólo entonces ocurrió aquello “desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,27), como lo traduce la Biblia de Jerusalén, según versión de 1998. Esa traducción, Ignace de la Potterie la había corregido acertadamente, proponiendo un texto que siguen destacados autores: “Et à partir de cette heure, le Disciple l’accuellit dans son intimité-desde aquella hora el discípulo la acogió en su intimidad”[63]. Juan Pablo II en Redemptoris Mater afirmaba que la expresión griega

“supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere decir más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante”[64].

Bruno Forte comenta: “Esta expresión sirve para indicar que la Madre se introduce en lo más profundo de la vida del discípulo, de manera que forma ya una parte inseparable de ella, como un bien y valor al que no puede renunciar”[65].

Cándido Pozo se remonta a Orígenes y formula una preciosa doctrina sobre la confianza: “En esta acogida se realiza un intercambio de amor entre María y el discípulo que permite a éste una plena confianza en María como Madre suya espiritual. El discípulo sabe que María, por encargo de Jesús, lo acogerá como hijo. Más aún, ya en el siglo III, Orígenes se dio cuenta de que Jesús no había dicho a María sobre el discípulo: ‘Ése es también tu hijo’, sino ‘he ahí a tu hijo’; como María no tuvo más Hijo que Jesús, la frase equivale a decirle: ‘Ése será para ti en adelante Jesús’. No puede imaginarse para el discípulo una más completa seguridad de que siempre contará con el amor maternal de María, que se vuelca sobre él con aquella plenitud indivisa de su corazón virginal con que se volcaba sobre Jesús”[66].

 

La solemne declaración de Cristo en la cruz, primero es un acto salvífico que establece una relación esencial. Pero, simultáneamente, es un acto pedagógico. Con esa experiencia inaudita, que está viviendo Juan en el Gólgota, anuda Jesús el lazo esencial entre dos personas concretas, María y Juan. El Calvario como acto redentor de Cristo y como vivencia cumbre de ambos, se prolonga en un vínculo perdurable. Juan Pablo II se detiene en la Redemptoris Mater para comentar la calidad específica de este vínculo:

“Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la madre”.

Y más adelante señala el carácter fundante de este vínculo:

“Cada hijo es rodeado… por aquel amor materno sobre el que se basa su formación y maduración en la humanidad”[67].

En cada persona humana, ya desde la vida intrauterina, el vínculo filial-materno es raíz buena o mala de todos los otros vínculos. Así ocurre analógicamente con María en el orden de la redención. La pastoral mariana, tanto como acompañamiento espiritual de personas y comunidades, o como pastoral de multitudes en los santuarios, ha de procurar lo mismo: que María sea acogida y seguida y proyectada desde la intimidad libre de cada cristiano. Jesús en el Gólgota es el modelo del pastor mariano. Él nos enseña cual es el grado de intimidad vital del vínculo con María.

 

El vínculo de Juan Diego en el Monte Tepeyac. El vínculo del Tepeyac, el lazo de amor entre nuestros pueblos y María, es el acontecimiento fundante de nuestras Iglesias. Después de 27 años, los números 445 y 446 del Documento de Puebla tienen la fuerza de la verdad. Hoy incluimos expresamente la variada realidad caribeña: “Con deficiencias y a pesar del pecado presente, la fe de la Iglesia ha sellado el alma de América Latina y del Caribe (cfr. Juan Pablo II, Zapopán, 2), marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en la matriz cultural del continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos. El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina y el Caribe. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización”[68].

 

Para que un hombre, o una cultura, se desarrollen no basta una monovinculación. Es necesaria la red de vínculos diferenciados e interconectados. Cuando no ocurre así, se producen atrofias e hipertrofias. Los vínculos que arraigan la persona en diferentes direcciones de la realidad, debieran comunicar entre sí, como en un organismo vivo y sano, no como las piezas yuxtapuestas de un engranaje mecánico. En este sentido algunos autores hablan de “un organismo de vinculaciones”[69]. Esa multiplicidad de lazos existenciales, en el pensamiento personalista[70], en el magisterio y en la praxis pastoral de Juan Pablo II y en la doctrina pedagógica del P. José Kentenich, las podemos agrupar en tres relaciones centrales: vínculos a personas, vínculos a lugares y vínculos a ideas saturadas de valor. Desde esta tríada antropológica, les invito a observar el acontecimiento fundante del Tepeyac. Un tal análisis de lo guadalupano proporciona sugerencias prácticas para nuestra pastoral mariana.

 

Tres vínculos en Juan Diego

Vínculo a las personas. Esto es lo más característico del cristianismo que confiesa el Dios Trinidad, Tripersonal, y que vive del Evangelio del amor. Es también la zona connatural de María Mujer. Olegario González de Cardedal focaliza aquí el núcleo de la crisis de la Iglesia en la cultura colectivista de la globalización medial y desde aquí explora la respuesta al desafío. “La sociedad va siendo poco a poco convertida en una masa anestesiada y desilusionada, sin capacidad para oír otro mensaje que el de los premios, del enriquecimiento casual y del triunfo inmediato. Transformar al individuo en persona, y a la masa cautiva y quieta en comunidad estructurada e inquieta, me parece el imperativo general más urgente; también para la Iglesia, porque donde no hay sustrato de humanidad verdadera, no hay cristianía verdadera”[71].

 

La personalización ocurre por vinculaciones personales. En tal contexto antropológico, las apariciones de María a Juan Diego constituyen un acto de sublime personalización. De hecho la Madre cautiva, temprana y basalmente, al hijo para el amor. La Mujer Maríadespliega toda la astucia de la ternura femenina materna para atraer y enlazar la libertad, para adoptar realmente como hijo suyo al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin (que significa “Venerable Águila que habla”). Lo que ocurre es la actualización de la adopción del Gólgota, cuando María recibió como hijos a todos los redimidos en la persona de Juan Evangelista. Esa maternidad la actualiza adoptándolo a Juan Diego. Juan Evangelista y Juan Diego. El Calvario y el Tepeyac. Un solo Jesús Redentor, una misma Madre María. Las palabras de María en náhuatl traspasan cantarinas nuestro castellano de hoy; entonan la cadencia de cinco preguntas, cinco reclamos amorosos irresistibles para el hijo Juan Diego. Conocemos bien el texto central: “Escucha, ponlo en tu corazón, hijo mío… que no se perturbe tu corazón, tu rostro… No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante, aflictiva”. Y las  cinco preguntas: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?” (vv. 118-119).

 

La gesta de María de Guadalupe es la historia de una madre que roba el corazón del hijo. En la experiencia de no pocos hombres y mujeres, hay elementos turbadores en la relación madre-hijo. En nuestras culturas, la ausencia del padre toma formas específicas. Es hecho antiguo y nuevo. Es por muerte temprana. Es por machismo. Es por pobreza. Es por la lucha armada. Es por alcoholismo. Unas madres, sin la polaridad real y amorosa de un esposo, de un padre en casa, no logran equilibrarse afectivamente. Muchas veces son víctimas de un despotismo masculino y son heroicas en tratar de suplir al padre ausente. En medio de dolores y esperanzas vividas en soledad, es fácil que se desarrollen madres absorbentes.

El amor materno de María Inmaculada fue y es siempre liberador, nunca posesivo. Ella proyecta a sus hijos a vivir responsablemente. El relato Nican Mopohua del indio Antonio Valeriano, nos muestra cómo el vínculo filial personalísimo de Juan Diego con la Señora, se abre al amplio abanico de las personas del cielo y de la tierra. María lo pone en movimiento hacia el Dios Creador y Redentor (vv. 26,75). Purifica y fortalece la relación de Juan Diego con su familia y su grupo social (vv. 117-118). Lo envía al encuentro de la Iglesia en la persona del obispo Fray Juan de Zumárraga, el “Gobernante Sacerdote”, como lo nombra el relato (v. 33).

 

Tampoco lo encierra en la comunidad de incipientes cristianos, lo abre a todo su pueblo. Le adelanta que ella mostrará el “Verdaderísimo Dios” (v. 26) a todos los habitantes de esas comarcas. “Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva tuya (vinculación personalísima) y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno (vinculación al pueblo, a la cultura)” (v. 30). Pero esa amplitud no basta. Ella anuncia una redención universal. Abre a Juan Diego a la catolicidad, a la universalidad de su amor… porque soy “madre compasiva… de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí claman, los que buscan, los que confían en mí” (v. 31).

 

María de Guadalupe expande así el corazón de Juan Diego a México y a los pueblos que pisan el mismo continente y sus islas. Los radios se demarcan bien: “que en esta tierra estáis en uno”, pero también a la unión “de las demás variadas estirpes”. Así en la raíz de nuestra identidad cultural, María de Guadalupe hace explotar radicalmente todas las formas de capillismo eclesial, como también los tribalismos, nacionalismos y racismos, encubiertos o explícitos, pasados o actuales, pro-activos o re-accionarios.

 

La escuela guadalupana de María nos enseña a los pastores el proceso pedagógico de los vínculos personales. Es un excelente modelo práctico para nosotros. Ella parte por atender las circunstancias de la vida concreta, las preocupaciones familiares de Juan Diego (la enfermedad del tío). Entra en su vida cotidiana, lo arropa a él en una indecible ternura. Lo ata a su intimidad de “llena de gracia” y lo abre a los espaciosos círculos de la convivencia humana. Lo hace católico.

 

La vinculación genuina a una persona es amor. Es fuerza unitiva, que por su propio dinamismo, despierta una fuerza asemejativa. Como ya se dijo, amor es asemejarse al amado. La vinculación mariana debe llevarnos a la imitación de María. El cariño filial a ella no es genuino si no impulsa a la conversión de vida, a apropiarse de las actitudes características de María. Muchos que se declaran devotos de la Virgen, no están dispuestos a seguir sus expresas palabras de Caná: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5) y menos, la natural prolongación en el tiempo: “hagan lo que la Iglesia Madre les diga”. A María no le basta que se observe la moral en el espacio privado, familiar. No le basta que se practique formalmente la vida sacramental. El hecho histórico del marianismo latinoamericano exige urgentemente una apasionada lucha en defensa de los más pobres para instaurar un orden social y solidario, tanto al interior de las naciones como de las diversas naciones entre sí. En este campo reside el sentido real del título de María de Guadalupe, Madre de las Américas.

 

Resulta muy iluminador escuchar a viajeros de mirada aguda que han observado nuestro marianismo. Pueden ser bien sugerentes las observaciones previas a la renovación del Vaticano II. Por ejemplo, el P. José Kentenich hizo diez viajes por Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Desde Uruguay escribió el 1 de mayo de 1949 a un brasileño, el P. Máximo Trevisan. En esas líneas, Kentenich relaciona directamente la insuficiente calidad crística y trinitaria de nuestra devoción con la incapacidad de los católicos para gestar un nuevo orden social:

“Nuestros sacerdotes deben encargarse de regalar la Santísima Virgen al pueblo, no sólo como “la Madre del pan” (como intercesora en las necesidades elementales), sino también como la gran portadora de Cristo, la gran anunciadora y la gran servidora de Cristo. Personalmente considero de gran importancia para el ámbito cultural de los pueblos latinos, que la devoción (mariana) reconquiste su relación con Cristo y con el Dios Trino. Si no se logra esto, la piedad de los pueblos sudamericanos no alcanzará suficiente profundidad, no será capaz de transformar interiormente a las naciones, y no podrá prepararlos adecuadamente para la gran lucha contra el colectivismo de inspiración marxista” (bolchevismo se decía en ese tiempo de la Guerra Fría).

Este José Kentenich, en 1979, sirvió de inspiración a los textos de la mariología de Puebla.

 

Por su parte, Benedicto XVI recuerda en su encíclica Deus caritas est: “El amor no es solamente un sentimiento… Idem velle, idem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo es lo que los antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que lleva a un pensar y desear común”. Así sucede en el amor a Dios, por el cual “la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera”[72]. La vinculación o veneración mariana debe llevar a la imitación de María, a asumir en la conducta práctica las actitudes y el estilo de María. El marianismo, cuando es vivido en serio, se constituye en soporte de una vida ética en lo personal y en lo social, una vida según “los mandamientos”.

 

Considerando nuestras realidades pastorales, debiéramos también considerar que en el amor, en el cariño de nuestro pueblo a la Santísima Virgen, hay un capital inconmensurable. Ese amor hoy no lo podemos presuponer. Se ha debilitado. Muchos no lo han experimentado nunca personalmente. Pastoral mariana es primeramente encender, desde la visión católica, el amor por María. Ese vínculo debe modificar la conducta, debe sellar la existencia entera. Ese amor es un programa que acompaña toda la biografía del cristiano. Según la enseñanza de Benedicto XVI “es propio de la madurez del amor que abarque todas las potencialidades del hombre”. Y nos recuerda que el amor tiene un “proceso de purificación y maduración… el amor se transforma y madura en el curso de la vida”[73].

 

Vínculo a la tierra, al lugar. “El Verbo se hizo carne-la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). He aquí la polaridad y la tensión que aparecen a lo largo de toda la historia de la Iglesia. La Palabra divina y la carne humana. Siempre se darán desequilibrios por sobreacentuación de lo divino o de lo humano de Jesús, de trascendentalismo o inmanentismo. María como “balanza del mundo” nos educa al equilibrio tenso y creativo de la fe en el Dios inalcanzable y, simultáneamente, Dios-con-nosotros, el Emmanuel cercano.

 

Por la encarnación del Verbo, el tiempo y el espacio del hombre son asumidos en el plan de redención y santificación. El hombre, para serlo, debe ser “habitante”, tener hogar, establecer una relación afectiva, respetuosa y responsable, con la naturaleza como el espacio de su biografía. El hombre es un ser situado, es lugareño. Su vinculación local tiene que hundir raíces en la tierra. Así vive dentro del espacio, que es mucho más que paisaje. El lugar adquiere significación humana por la historia. La tierra es el escenario marcado por el acontecer de las biografías de las personas y los pueblos. María Madre del Verbo, la joven de carne y de historia nuestra, es la garante de una pastoral encarnada que jamás disuelve en espiritualismo la adoración del Hijo Trascendente y Eterno del Padre. Además ella es el ‘dónde’ y el ‘cuándo’ en quien ocurren los nueve meses del Verbo gestándose en la entraña materna. Esos nueve meses le dieron el tiempo y el lugar humanos originarios a la Segunda Persona de la Trinidad. María durante la gestación es calendario y templo del Dios vivo.

 

Pastoralmente, lo mariano seriamente vivido, proporciona el antídoto contra el espiritualismo y el divinismo de corte monofisita. A la vez nos preserva de los diversos humanismos naturalistas, “carnalistas”, antropocéntricos.

 

Como pedagogía divina, la Encarnación se prolonga decisivamente en la vinculación al lugar, porque es tangible, porque la materialidad de la tierra no se puede olvidar. En Guadalupe, esa materialidad tangible es la manta de Juan Diego, la “tilma” donde el cielo pinta la imagen mestiza de María, y es la “Casita”, el templo del Tepeyac que la Santísima Virgen exigió como cofre del nuevo icono que ella regalaba. La materialidad del Tepeyac establece la casa de encuentro de los nuevos pueblos mestizos en el ayer, en el hoy y en el mañana de América Latina y el Caribe.

 

La verdadera tierra de encuentro con Dios no se escoge por capricho o por decisión voluntarista. En toda biografía, el lugar especial es marcado por los acontecimientos. Los lugares santos, los santuarios del Dios vivo, se marcan por un acto amoroso suyo, por un beso del cielo a la tierra. En las apariciones de María de Guadalupe, este beso de elección se concentra en el maravilloso versículo 26 de esa narración, que es perfecto eco del versículo 14 del prólogo de san Juan. “y la Palabra se hizo carne”. En náhuatl se escucha: “… yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra…”. Ese Dios trascendente e inmanente, cercanísimo y distante, nace de esta madre. No sólo habla del “cielo” y de la “tierra”, sino de que ella quiere arraigar el cielo en ese trozo de tierra. Ella quiere un sacramental tangible. Continúa el versículo 26: “Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada”. Ella: cielo, su “casita”: tierra.

 

El Obispo accede. Se levanta la ermita primera. Juan Diego se transforma en el custodio del lugar santo. Como narra Alva Ixtlixóehitl en su Nican Motecpana, Juan Diego cambió su centro geográfico. Se desarraigó de su antigua casa, “se cambió y abandonó su pueblo, partió dejando su casa y su tierra”[74]. Él se fue a vivir físicamente en el santuario naciente del Tepeyac. Es un nuevo Abraham (Gn 12,1), patriarca de los hijos de María en el continente americano. Su centro nuevo, su “umbilicus mundi-ombligo del mundo” es la casita del Tepeyac. Allí es santificado por la acción del Espíritu y la educación de Nuestra Señora de Guadalupe.

 

Nuestra pastoral ocurre en tiempos de desarraigo, de migraciones, de exilios físicos y espirituales de generaciones (jóvenes o viejos), desalojados de su terruño espiritual. Son tiempos también de descubrimiento, de un nuevo respeto admirado a la tierra. Algunos se fascinan por el descubrimiento y llegan a divinizar esa tierra. Hay nuevos adoradores de la Pachamama. Algunos se convierten al panteísmo de estilo New Age. Justo ahora nuestra pastoral debe echar más raíces terráqueas, debe ser más local. Esto nos impulsa a revalorar los santuarios, a redescubrir la parroquia y cada altar parroquial, como lugares santos marcados por la celebración de la pascua de Cristo. También la casa común y corriente, y los lugares de trabajo, hay que abrirlos y consagrarlos a una presencia de María, Jesús y la Trinidad. Dentro de la casa conviene tener un centro sacramental, bendecido, de vivencias familiares, consagrar un “rincón de la Virgen”, un “santuario hogar”, un “santuario del trabajo”. Todo lo que lleve a arraigar, a que puedan echar raíces las personas y los grupos, es muy valioso pastoralmente.

 

El Dios vivo a través de Isaías nos amonesta: “No dije a la estirpe de Jacob: Buscadme en el vacío” (Is 45,19). Precisamente en una época de diversos nihilismos, debemos desarrollar la pedagogía mariana de la vinculación local y del arraigo. Alberto Methol Ferré, en su libro reciente La América Latina del siglo XXI, señala:

“La idea de cultura en Puebla está en las antípodas de la que tiene el iluminismo. Puebla tenía claro que lo que volvía cultas a las personas era la pertenencia a un lugar, como ocurre con la religiosidad popular”[75].

 

Neruda acuñó una expresión certera: “mujer, corazón de casa”. Evangelización mariana es evangelización hogareña, localizadora, arraigadora. Es pastoral de los oasis acogedores que permiten seguir peregrinando, esperanzados, hacia la casa del Padre, Santuario de la Trinidad Infinita.

 

La vinculación mariana al lugar (como punto de contacto con toda la naturaleza) incluye intrínsecamente el respeto cristiano por la creación. El marianismo auténtico es necesariamente ecológico, porque María, la Nueva Eva, nos comunica la admiración y la gratitud por la Vida que viene de Cristo y por todas las formas de vida y todas las huellas de Dios en la naturaleza. La femineidad redimida de la Santísima Virgen es la mejor escuela del ecologismo cristiano: respetuoso, adorante y responsable. María es la gran ecologista cristiana. En el medioevo, santa Hildegarda de Bingen, con razón la llamó “viridissima-verdísima”. Ella es Mujer Inmaculada en que resplandece el verdor prístino del Paraíso original.

 

La genuina marianidad es universal, cósmica y cosmológica. Ella se fundamenta en el lugar objetivo del Verbo encarnado respecto a toda la realidad del cielo y de la tierra y en el hecho decisivo de Nazaret, cuando la Segunda Persona toma carne nuestra de la Doncella. Ella es el lugar santo por excelencia en el que Dios “se sitúa” en su creación, donde “puso su tienda entre nosotros” (traducción literal de Jn 1,14). Esa concreción inaudita marca en santidad cósmica, en continuidad con la encarnación, cada altar, en el cual se renueva el sacrificio eucarístico. Así, cada mesa eucarística, pasa a ser un lugar-centro. Juan Pablo II expresa este misterio de localidad universal diciendo que:

“Estos escenarios de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo”[76].

 

Vínculo a ideas saturadas de valor. Sólo el hombre vinculado es libre. El vagabundo es errático, esclavo de lo aleatorio, de lo inmediato y lo casual, del instinto y de la “real gana”. El vínculo a personas y lugares lo enraíza más, le otorga más corporeidad a la amistad y al hecho de habitar. El vínculo a las ideas lo conecta más con la dimensión espiritual de su existencia, lo abre más directamente a la trascendencia, a lo invisible.

 

Cuando hablamos de ideas, no nos referimos a intelecciones abstractas. Aquí se trata de verdades vívidas, saturadas de valor[77]. Con la terminología de la metafísica podemos decir: estas ideas son representaciones del “verum-algo verdadero”, pero experimentado como “bonum-algo bueno”. Son verdades que atraen, motivan, resuenan cordialmente y movilizan a la persona en su totalidad. Son ideas decantadas en la biografía de las personas.

 

En tiempos de emocionalismo subjetivista, Juan Pablo II promovió y promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica y nos entregó sus encíclicas Veritatis splendor Fides et ratio. Este es un magisterio directamente destinado a la proclamación del rango central de la verdad en la fe cristiana, de la “racionalidad de nuestra fe”, como no se cansa de reiterar Benedicto XVI[78].

 

El Cardenal Joseph Ratzinger, como Decano del Colegio Cardenalicio, en su célebre y profético sermón de la Eucaristía “para elegir el Sumo Pontífice” el lunes 18 de abril del 2005, había puesto el dedo en la llaga al denunciar: “Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus ganas”. Él mismo explica el término: relativismo es “el dejarse llevar de aquí hacia allá por cualquier doctrina” y desenmascara la táctica perversa: “Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, viene constantemente etiquetado como fundamentalismo”.

 

En esto la sabiduría de la Iglesia, con su constante orientación hacia la verdad, tiene que complementar mucho nuestras culturas latinoamericanas y caribeñas. Tiene también que corregir sensibilidades características de la postmodernidad, a las que no les interesa procurar la comprensión profunda de la realidad. María debe ser nuestra gran educadora del amor por la verdad. Tiene ella que inculcarnos una pasión por lo objetivo, por la claridad de nuestra percepción de la realidad. Sin una objetividad madura, no hay libertad. Sin racionalidad sabia sólo cambiaremos de amo, iremos de tirano en tirano.

 

Pedagogía pastoral mariana es educar también al rigor del pensamiento sano, y a la armoniosa sinfonía de los conocimientos acerca de lo que la realidad es. El estilo del marianismo del evangelio de san Lucas, la espiritualidad mariano-lucana es de capital importancia para el futuro de la nueva evangelización. Como sabemos, el centro de la mariología lucana es la apertura y la obediencia de María a la verdad de la Palabra. Ellaaparece en ese evangelio poseída por el santo temor de Dios. Ella es la íntima y cálida subjetividad personal buscando la suprema objetividad de Dios y su Palabra. Ella se atreve a ser radicalmente subjetiva y preguntar “¿cómo será esto?” (Lc 1,34) “¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48). Pero, simultáneamente, adhiere generosa y dramáticamente a la objetividad. Es la “feliz, porque ha creído” (Lc 1,45), es la del “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), es la que tiene que luchar por abrirse progresivamente a la luz verdadera, “ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (Lc 2,50)… “su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc 2,51). Este es un guardar activo, que Lucas había descrito como un “meditar” (Lc 2,19).

 

El acontecimiento de Guadalupe es una propuesta celestial, una “anunciación” a Juan Diego. El contenido objetivo del mensaje está en cada palabra verbal de María, está en la simbología de lo que ocurre -rosas en invierno, sanación del tío…- y en el lenguaje misterioso y patente del retrato iconográfico que, milagrosamente impreso, aparece en la tilma del indio. El teólogo mexicano Javier García González sostiene, con acierto, que el núcleo del contenido de la verdad que María desvela a su “Juanito, Juan Dieguito” (v.12), está en la cuarta aparición. María pide un templo para ella, “mi casita sagrada”. Pero la nueva traducción que utiliza García González pone el énfasis en que esa casa es un recinto de kerigma, de proclamación evangélica, de “manifestación” de la verdad acerca de Dios:

“mi casita… en donde (al Verdaderísimo Dios) mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto. Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación” (vv. 27-28).

El sentido último de la aparición es desvelar la verdad acerca de Dios. Es también la afirmación del hecho verdadero del establecimiento de María Madre en su casita del Tepeyac para, por su amor personal, dar a conocer, poner de manifiesto, al Verdaderísimo Dios, “el dueño de la cercanía… del cielo y de la tierra” (v. 26). Este anuncio contiene el complejo orgánico de verdades de fe. A ellas se vinculan, se confiesan y obligan, los que aceptan el mensaje de Guadalupe. “Esa verdad os hará libres” (Jn 8,32).

 

La Santísima Virgen es María de la Verdad, María del Verbo, es la perfecta discípula del Maestro del Evangelio del Padre, es el Credo viviente de los cristianos. Por ser discípula perfecta, recibió el encargo de ser la Maestra que nos educa a tener un lazo profundo con todo el Evangelio y el Credo de la Iglesia.

 

Para nuestra práctica pastoral destacamos dos imperativos. Primero: el mensaje, la verdad, la idea, debe formularse con toda claridad, sin concesiones ni recortes. Segundo: la verdad debe saturarse de valor, se debe personalizar, localizar, historizar, hacerse parte de un contexto histórico, vital. El mensaje está rubricado por el testimonio del discípulo-evangelizador, el que debiera proclamarlo siguiendo el “estilo y el método guadalupano” (García González), en un ambiente de respeto, con un lenguaje humanísimo y bello, que habla al corazón, a la inteligencia, a la entera existencia personal y comunitaria.

 

Quinta tesis pastoral

De la vivencia mariana deben surgir vínculos profundos y cordiales. María Educadora nos enseña a vincularnos a personas, lugares e ideas saturadas de valor. El acontecimiento de Guadalupe es nuestro modelo para una pastoral de vinculaciones en tiempos de cambio cultural en América Latina y el Caribe.

 

C.      LA FELICIDAD: TONO FUNDAMENTAL DEL MISIONERO

 

El diácono brasileño Joao Pozzobon caminó por Brasil 140.000 kilómetros, cargando en su hombro una imagen de la Madre de Dios. Una vez escribió: “Si un día me encuentran muerto a la vera de un camino, sepan que he muerto de felicidad”. Efectivamente, murió al borde de una carretera cuando peregrinaba hacia la Eucaristía matutina en el santuario de su Madre y Reina, en Santa María-Brasil. A él le motivaba profundamente un título que san Vicente Pallotti daba a la Santísima Virgen, y una sentencia suya. Ese santo romano de mediados del XIX, decía: “Ella es la gran Misionera, ella obrará milagros de gracia”. Pozzobon fue un testigo experimental de la fecundidad misionera de María.

 

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano nos llevará a profundizar la condición misionera de cada bautizado. En el contexto de nuestro Congreso, quisiera simplemente marcar un acento de espiritualidad y hacer algunas sugerencias pastorales.

 

1. El misionero vive “para”

La raíz de la misión es el envío liberador pascual y pentecostal que Jesús hace a su Iglesia. A la vez, en lo subjetivo, es la última consecuencia de una actitud fundamental de la existencia cristiana: ser cristiano es vivir para el otro. El cardenal Joseph Ratzinger lo formuló así: “La palabra para es la verdadera ley fundamental de la existencia cristiana”[79]. “Como hombre futuro, Cristo no es el hombre para sí, sino esencialmente el hombre para los demás; en cuanto hombre abierto es el hombre del futuro. El hombre para sí, el hombre que quiere permanecer en sí mismo, es el hombre del pasado que debemos olvidar para seguir nuestro camino. Es decir, el hombre del futuro es un ser para[80]. El “Costado traspasado por la lanza (Jn 19,34) no es, para Juan, sólo la escena cumbre de la cruz, sino de toda la historia de Jesús. Ahora, cuando esa lanzada acababa con su vida, su existencia es radical apertura, es completamente para. Jesús ya no es un individuo, es ‘Adán’ de cuyo costado nace Eva, la nueva humanidad”[81].

 

Quien vive para ha sido liberado del egocentrismo en sus diferentes formas y ropajes. El vivir para eclesial es también quebrar el capillismo que lleva, a un carisma particular a transformarse en autorreferente, a autolegitimarse y a desgastarse circularmente en un propio mundo cerrado, no abriéndose ni proyectándose, como lo exige Pablo, hacia la edificación de toda la Iglesia. Ese existir para es también una exigencia a la Iglesia entera; es la superación del eclesiocentrismo, tentación permanente que desdice la vocación sacerdotal del Pueblo de Dios a ser “alma del mundo” (LG 38). La Esposa de Cristo existe con él “para la vida del mundo” (Jn 6,51), para el reino, para la salvación de la humanidad entera, para la redención de todo lo humano e incluso de la creación que todavía sufre dolores de parto (Rom 8,22).

 

2. De la Anunciación a la Visitación

María es la redimida que vivió en plenitud el para del amor misionero. María es toda para Cristo, entera para la Iglesia, es indivisa para cada hijo de la raza humana. Hay una sucesión sorprendentemente inmediata entre Nazaret y Ain Karim, la casa de la prima Isabel. En esta inmediatez de secuencia hay un profundo mensaje de apremio misionero. La joven Virgen de Nazaret tenía todo el derecho de replegarse sobre sí misma para meditar y saborear el acontecimiento más estremecedor que criatura alguna pudiese soportar. Pero María se va “presurosa por la montaña” (Lc 1,39) a servir a Isabel en su final gravidez y en el parto. Esa Virgen de los pies rápidos es modelo del misionero enviado por el Espíritu. Por María llega el Paráclito sobre Isabel, a Juan Bautista, el niño de su entraña. El mismo Espíritu escuchará el clamor de María, de los apóstoles y de las mujeres en el Cenáculo. Vendrá sobre ellos para enviarlos al mundo entero a evangelizar, urgidos por el amor de Cristo.

 

La “existencia para el otro” es acción del Espíritu y jamás vacía el corazón del misionero, porque ese para no es activismo, ni frenesí de autorrealización, es verdaderamente un acto de amor que, por serlo auténticamente, no desgasta, sino que acendra y acrecienta el amor. El desprendimiento es un acto misionero de autenticidad personal, de autorrealización en el Espíritu Santo. La obediencia en el envío hace feliz, plenifica. Confirma experiencialmente por qué Cristo no quita nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad… El misionero que se entrega a Cristo “no pierde nada, nada -absolutamente nada-, de lo que hace la vida libre, bella y grande”[82], como lo manifestó Benedicto XVI al asumir la cátedra de Pedro.

 

González de Cardedal sostiene que en ese ámbito ocurre la fundación de la posible felicidad terrena.

“Ser persona es tener una misión y cumplir un papel, de manera que la persona funda la misión y la misión realiza a la persona… De ahí que sólo descubra su ser persona, quien descubre su misión. Y sólo realiza su autonomía en el mundo quien lleva a cabo el encargo que ha recibido. Dios ha confiado la realización de su plan en el mundo al hombre, confía en él y de él espera la realización”[83].

“La persona es real en la misión y en la acción, descubiertas, asumidas y correspondidas. Cuando persona y misión se encuentran en tal amor y realismo, surge la felicidad”[84].

 

3. “¡Ven, ayúdanos!”

El misionero es alguien que rompió el círculo vicioso del ego, no sólo en las formas primitivas de autorreferencia y egoísmo, sino también en otras más refinadas, más ideológicas, más sutiles, que le permiten eludir con elegancia la exigencia a regalar la vida en el arduo para los demás, en el servicio concreto al Reino. El misionero es aquel que ha vivido una noche como la de Pablo en Tróade de Filipos, la punta de Asia Menor, mirando hacia Europa. Allí, el apóstol de las gentes quería ir en una dirección determinada, “pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús… Por la noche, Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie suplicándole: ‘Ven, pasa a Macedonia y ayúdanos’.” (Hch 16, 8-9).  Pablo cruzó el Mar Egeo e inició la evangelización de Europa, continente origen histórico de nuestra fe cristiana. El misionero es aquel que escucha el grito de los macedonios de hoy. Es el que cruza el Mar Egeo de su ego, de su propio bienestar, de su horizonte de pura normalidad y comienza a vivir para los que le llaman con sed: “Ven, ayúdanos”. La primera y la mejor en escuchar a todos los “macedonios” necesitados de la historia fue María en Nazaret y en el camino hacia Isabel.

 

La teología pastoral tendrá siempre que recurrir a lo que el Espíritu Santo suscita en el corazón del Pueblo de Dios. Por eso les traigo lo que una mujer creyente ha formulado de su aventura misionera en la Iglesia. Ella trabaja como secretaria en una universidad latinoamericana. Y reacciona a la convocatoria de Benedicto XVI para la V ConferenciaGeneral del Episcopado. La palabra “misioneros” le quedó sonando por el alma y escribió unas líneas para su comunidad de bautizados comprometidos. Esa mujer se pregunta ¿qué es misión? “Estos años de amor a la Virgen me han hecho descubrir mucho: ahora percibo que misión es aquello que se nos ha encargado, pero que involucra todo nuestro ser. Nuestro intelecto, nuestro cuerpo, pero sobre todo, nuestro corazón. Es aquí donde está la diferencia entre encargo y misión. Para la misión, tengo que adherir profunda y completamente a aquello que se me ha pedido o encargado. La misión necesita del fuego de mi alma porque la vida del misionero tiene siempre pasajes oscuros y hasta tenebrosos. Esto lo debo y quiero asumir. Es importante ‘adherir’, atravesar los límites, aunque en ellos se ponga en peligro mi credibilidad, mi honra y hasta la vida. Todos estos momentos los pasaré a fuerza de pasión, confianza y, sobre todo, fe”.

 

4. María del Magnificat

La espiritualidad misionera mariana es una espiritualidad de la visitación de María a Isabel. Mientras mayor es la firmeza del caminar misionero, más hondamente estará madurando el Magnificat, la alabanza de gratitud por ser elegido y enviado. En María, su Magnificat documenta la intensidad contemplativa de su gratitud como hija de Israel. Simultáneamente, ese Magnificat es un servicio testimonial al tú, a Isabel que es fortalecida en su fe por el cántico de la Virgen.

 

El misionero, al identificarse con su vocación, está en condiciones de alcanzar la mayor felicidad posible en la tierra. María es el nítido cumplimiento de esta coherencia. En la anunciación, ella acoge y acepta su profunda identidad vital e histórica. Ella cambia su proyecto original. Da el sí absoluto a su vocación-misión en el plan del Padre. Allí se encuentra a sí misma en una obediencia -que llegará a su cumbre en el sí del Calvario- a la tarea de ser la Madre mesiánica de los redimidos. Vocación que ella asume al recibir a Juan como hijo. Al adoptar su vocación, ella entra en el más profundo gozo de la autenticidad humana.

 

La Virgen del Magnificat fue llamada por Isabel “bienaventurada”, “feliz”, “dichosa”. Si con la V Conferencia, ya desde ahora, estamos inaugurando un nuevo tiempo de misioneros, estamos abriéndonos a una corriente de felicidad esperanzada, de alegría mariana en nuestras Iglesias. ¡Magnifica nuestra alma al Señor! El tiempo de misión que viene es tiempo mariano, es hora del Magnificat, es sol. Mientras más transparente sea este río de alegría mariana, más atraeremos a nuestros pueblos sedientos de una promesa vivificante.

 

 

D.      CINCO SUGERENCIAS PASTORALES

 

La Providencia, a través del lema y tema que S.S. Benedicto XVI diera para la V Conferencia General, está proponiendo un gran despertar misionero de nuestras Iglesias: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. Es importante recibir su riqueza espiritual, pero es también bueno, a partir de él, comenzar a diseñar estrategias. Ya es posible adelantar algunos focos mayores de ese gran despliegue pastoral que queremos.

 

Nos permitimos ahora hacer algunas sugerencias pastorales desde la marianidad. Las traemos a modo de ejemplos de la capacidad integradora de lo mariano. También a modo de ejemplo y apenas abriendo pistas de reflexión propondremos cinco temas como sugerencias:

–     La Palabra

–     La Eucaristía

–     La inculturación

–     La política

–     El varón y la mujer

 

1.         La Palabra: Primera sugerencia pastoral      

Se ha ido preparando, en los últimos años, una nueva conciencia de la focalización pastoral en la Palabra de Dios. Queremos movilizar todos nuestros recursos para que la Palabra de Dios llegue a los católicos con un frescor de primavera, y que su riqueza inagotable se ahonde y se fortalezca en los corazones. Queremos extender ampliamente el estilo de trato práctico con la Sagrada Biblia que, actualmente, es patrimonio de algunos movimientos y nuevas comunidades, y de numerosas comunidades eclesiales de base. También queremos, con auténtico sentido ecuménico, aprender de las experiencias de comunidades eclesiales no católicas. Necesitamos audacia y constancia en este trabajo de pastoral bíblica. La lectio divina es un método de sabiduría que debiese ser proyectada en una praxis generalizada en nuestra cultura eclesial cotidiana. La lectio divina es intrínsecamente mariana, tal como lo expresa el evangelio de san Lucas. La lectio divina tiene que enseñarnos a ser María, a “aprender a escuchar de verdad, no a hacer decir a la Escrituralo que uno quiere… Escuchar así es disponerse para cambiar según los planes de Dios sobre nosotros: ‘hágase en mí según tu Palabra’ (Lc 1,38)”[85].

 

Precisamente para ser más audaces en una oferta multitudinaria, extensísima, debemos anclarla en las raíces vitales y simbólicas del “sustrato real católico” (DP 1, 7, 412). Evitando en lo pastoral aquello que en lo teológico el Cardenal Ratzinger llamó “biblicismo”, esto es, un biblismo sin tradición, sin liturgia, sin afecto mariano[86].

 

A veces, los planificadores pastorales no han tomado del todo en serio los lenguajes simbólicos y la realidad del inconsciente colectivo. Todavía, para amplios sectores, ese trato intenso con la Sagrada Escritura aparece como algo muy característico de las comunidades eclesiales de la Reforma y de otras no católicas, nacidas en nuestros países. Esta percepción no puede ser ignorada en el gran salto cualitativo de un proceso pedagógico multitudinario. En nuestras futuras difusiones bíblicas, necesitamos atender cuidadosamente a lo simbólico y a lo identificatorio católico en el tema bíblico, máxime cuando queremos que ese desarrollo nuevo ocurra aceleradamente. Se necesita que este despliegue sea sentido popularmente en total continuidad con la tradición histórica de la Iglesia Católica en nuestro continente. No se trata, en primer lugar, de dar explicaciones escritas, o notas a pie de página, o publicar folletos, o libros sobre la materia. Lo que es popular, lo que es extendido a muchos, debe tener lenguajes muy simples y contundentes. Lo más importante debe ser comprendido en un golpe de vista, sin necesidad de texto aclaratorio.

 

La gran primavera bíblica que queremos promover, debe ocurrir con María, desde María, en el espíritu de María. Esto debiera poder ser percibido como algo genuino, no postizo. Queremos que el despertar bíblico sea mariano, no por razones de marketing religioso. La profunda razón es porque así es en el plan de Dios. Efectivamente, es el Espíritu Santo quien da a la Iglesia, la Palabra guardada en el corazón de María. Ella es verdaderamente la gran discípula y maestra de la Palabra. Este fundamento objetivo debe ser visualmente perceptible en el conjunto de la sacramentalidad católica de nuestra Iglesia.

 

En concreto, nuestra gente debe acostumbrarse a ver la imagen física de María, sus representaciones pictóricas o escultóricas y los iconos populares, unidos a la presencia física del libro santo de la Biblia. La gran riqueza pastoral que portan las diversas formas de “imágenes marianas peregrinas” debiera, desde ahora, ir siempre acompañada con la Palabra de Dios, por la presencia física de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento o los cuatro Evangelios. Y viceversa: nuestras ediciones de la Biblia debieran tener presencia mariana en los comentarios a pie de página y en las ilustraciones. Nuestras plegarias, cánticos y letanías pueden enriquecerse aún mucho más de la fuente bíblica; pero también nuestras celebraciones de la Palabra tienen que hacer mucho más presente el lugar de María en la Iglesia. En esto, las Iglesias orientales nos ofrecen una abundante inspiración espiritual, litúrgica y pastoral.

 

 

2.      La Eucaristía: Segunda sugerencia pastoral

Ciertamente no es casualidad que el traspaso de las llaves de Pedro de Juan Pablo II a Benedicto XVI ocurriera en un año eucarístico (2004-2005). Juan Pablo II quiso recapitular todo su pontificado en el año del Jubileo 2000. Repasó en ese año los grandes temas de la fe inculturada, dialogando con las sensibilidades del inicio de milenio, y retomó todos sus gestos pontificales de mayor incidencia. Como estratega de pastoral de multitudes, quiso que esos amplios horizontes teológico-espirituales se anudaran en concreciones muy prácticas y cotidianas, al alcance de la mano de cada uno. Su marianismo retomó esa concreción genial que es el rosario en el Año del Rosario (2002-2003). Así también, en los últimos años, él quiso anudar toda la renovación que venía del Concilio Vaticano II y que había inspirado su pontificado.

El foco se centra aún más precisamente, en algo que ocurre cada siete días: la Eucaristíadominical. En sus últimos años, Juan Pablo II volvió reiteradamente a la propuesta pastoral de irrigar de savia nueva a la celebración del Domingo, a la eucaristía dominical.

 

En esa dirección ha de entenderse lo que escribió en Ecclesia de Eucharistia:

“en el alba de este tercer milenio… no se trata de inventar un nuevo programa. El programa ya existe… Se centra en definitiva en Cristo mismo. La realización de este programa de un nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía” (60).

 

Estoy convencido que esta focalización por parte del Sumo Pontífice fue un acto carismático y estratégico-pedagógico. Pienso que toda la propuesta pastoral que nos haga la V Conferencia General de Obispos en Brasil, deberá atender a esto en la aplicación práctica de las conclusiones que los obispos marquen como prioridad en Aparecida.

 

Este acento táctico es profundamente mariano. Juan Pablo II nos lo dice apelando a la espiritualidad del Magnificat. En ese cántico, “María canta el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’, que se anticipan en la Eucaristía… y, en cierto sentido, deja entrever su diseño programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nadie nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!” (58b).

 

Confieso que, en el rito latino de la Eucaristía, me faltan algunos momentos marianos más expresos, en los cuales se podría articular el lugar objetivo que Juan Pablo II le reconoce a María en la celebración eucarística. Por mi trabajo en “Ayuda a la Iglesia que Sufre-Kirche in Not” (Königstein), he tenido la alegría de participar, por ejemplo, en la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, según el rito bizantino ucraniano. En este rito de la Eucaristía, inmediatamente después de la epíclesis que corresponde, en lo esencial, a la consagración del rito latino, el pueblo irrumpe cantando:

“Es verdaderamente digno bendecirte,

Madre de Dios, siempre bienaventurada

y plenamente inmaculada, y Madre de nuestro Dios.

Más venerable que los querubines

e incomparablemente más gloriosa

que los serafines,

quien, sin mancha, haz dado a luz a Dios el Verbo,

tú eres verdaderamente Madre de Dios, y nosotros te magnificamos.”

No se trata de una indebida mezcla de ritos. Es una sugerencia para pensar en el espacio que Benedicto XVI ha anunciado como “una reforma de la reforma litúrgica”. En ese progreso, seriamente llevado, sin audacias individualistas ni localistas, puede buscarse una forma de articular más nítidamente lo mariano de América Latina y el Caribe, en la celebración eucarística. Esto tiene una incidencia general. Desde que Juan Pablo II planteó el desafío de la Nueva Evangelización, el 9 de marzo de 1983, en Puerto Príncipe, Haití, se abrieron tres vertientes, con las cuales él caracterizó una creatividad necesaria: pidió que la evangelización fuera “nueva en su ardor, nueva en sus métodos y nueva en su expresión”.

 

Lo de la novedad expresiva no es algo secundario, una especie de adorno atractivo pero no más. Es más trascendente y tiene también que ver con la dramática disminución del número de fieles que dejan nuestra Iglesia. En algunos países, hemos disminuido en el 1% anual. Algo pasa, como Iglesia no estamos siendo suficientemente los intérpretes de los anhelos religiosos profundos. Agudamente, Saint-Exupéry, en su libro Ciudadela, formuló un nexo acerca de la relación entre expresividad y adhesión religiosa. Hay que entenderlo analógicamente. Es duro releerlo, pero nos puede hacer bien: “Si oyes que una religión se queja de que los hombres no se dejan conquistar, limítate a reír. La religión debe absorber a los hombres, no los hombres sometérsele… y absorbes cuando expresas. Y si te expreso, eres mío”[87]. Tenemos un ejemplo muy próximo: Juan Pablo II expresaba a los jóvenes, y por eso, conquistaba a los jóvenes.

 

Hasta hace 50 años, al final de cada misa, se rezaban tres avemarías. No estoy proponiendo volver a lo mismo, pero sí buscar caminos para que el marianismo popular encuentre más espacio al interior de la Eucaristía. Se cumpliría así algo que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha reconocido en el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia (2001). En el número 91 se dice que la religiosidad popular hace un aporte a la liturgia porque “fecunda la fe desde el corazón. El encuentro entre el dinamismo innovador del mensaje del evangelio y los diversos componentes de una cultura es algo que está atestiguado en la piedad popular”.

 

Entretanto, podemos hacer ya mucho más de lo que normalmente hacemos, para, al amparo del principio mariano, fundir vitalmente mejor el marianismo popular con la Eucaristía. Por ejemplo, algo muy simple. Conozco una catedral de nuestras tierras, en la cual el arzobispo, cada vez que celebra la Eucaristía, detiene la procesión de entrada ante el altar de la Virgen y la saluda con una plegaria de entrega conocida en aquella región. Eso es legítimo, inteligente, recomendable y podemos comenzar mañana a hacerlo.

 

En el norte de Chile, en el santuario de La Tirana, en medio del desierto, a los pies de los Andes, su Rector, el Pbro. Marcos Órdenes, ha asumido genialmente el baile religioso de las cofradías marianas, con fino tacto litúrgico, antropológico y artístico. El resultado es una devoción eucarístico-mariana y un sólido crecimiento en la vida de fe y de compromiso social de los bailantes. Ellos, con ese baile tan logrado, son testigos, discípulos populares, misioneros inculturados en esa cultura mestiza.

 

La purificación, la profundización catequética y celebratoria y el embellecimiento de la Eucaristía dominical debe ser el broche de la renovación que emprenderemos desde un nuevo amor por la Palabra de Dios. Juan Pablo II promovió la renovación de la fe eucarística de la Iglesia con su encíclica Ecclesia de Eucharistia (2003). En esas páginas desplegó su doctrina en esta materia. Nos entregó también el texto magisterial eucarístico-mariano más completo que tenemos en toda la historia de la Iglesia. Bastaría desarrollar lo que allí escribió él, para inspirar un enjundioso programa de pastoral mariana en relación con la Eucaristía, en los próximos decenios. El capítulo final lo titula “En la escuela de María, ‘Mujer eucarística’.” Allí Juan Pablo II nos escribe: “Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente”[88]. Podemos hacer más elocuente y festivo ese recuerdo.

 

 

3.      la inculturación: Tercera sugerencia pastoral     

La inculturación ha sido siempre un proceso accidentado, a menudo con facetas de violencia y lucha. Un modelo de inculturación fecunda es María de Guadalupe. La misión evangelizadora de los primeros parecía destinada al fracaso. Después de las Apariciones en el Tepeyac cambió la situación misionera radicalmente. Interminables procesiones de indígenas solicitaban el bautismo. Iban cantando a María: “¡Indita toda nuestra!” En pocos años, millones de indígenas pidieron a los misioneros españoles el bautismo cristiano. Guadalupe aparece como el acontecimiento de inculturación más logrado de la historia de la Iglesia. La figura pictórica de María en la manta de Juan Diego no es la de una mujer indígena ni española. La Madre de Dios aparece como una mestiza ¡cuando aún no había personas mestizas de esa edad!

 

La inculturación es necesariamente un proceso que precisa tiempo. Los encuentros entre culturas son abrazos en cámara lenta. Las grandes inculturadoras han sido las madres, las abuelas y las nodrizas. Por ejemplo, el peruano José María Arguedas, deviene bicultural, hispánico-indígena, porque su madre le transmite el criollismo hispanoamericano y las indígenas, que trabajaban en su casa y que él tanto quiso, lo concatenaron con las culturas incaicas.

 

La nueva etapa de inculturación del Evangelio que estamos abriendo en diversos frentes culturales de América Latina y el Caribe, puede ser tentada de caer en planificaciones virilistas, en modelos inventados en gabinetes y oficinas. La inculturación es un proceso de aproximación, de amistad realista, cotidiana, de matrimonios, de engendramientos y partos.

 

Nuestro mestizaje barroco

Pedro Morandé ha insistido en que el nacimiento cultural de nuestro mestizaje es barroco y que, de allí, nos vienen características muy marcadoras de nuestra identidad. Él muestra cómo lo visible, lo audible, lo palpable y lo gustable fue el código de comunicación entre evangelizadores y evangelizados. Por eso, el rito, el teatro, la danza, el color y la forma, el sacramento, son canales del diálogo. Esa expresividad tiene una continuación muy connatural en la imagen televisiva y en la telenovela latinoamericana. Es interesante registrar que desde hace poco en Alemania ese género se anuncia y se difunde con su nombre en castellano: “telenovela”. Morandé sintetiza su pensamiento:

“El barroco iberoamericano no tuvo, como el español, la inmensa y riquísima producción literaria del siglo de oro. El contacto de los pueblos aborígenes y de los mestizos con la escritura fue progresivo y tardó varios siglos. Sin embargo, apoyada en la pintura, el teatro, la orfebrería, la danza, la arquitectura y la poesía oral, la síntesis barroca iberoamericana persiguió el mismo propósito. En este sentido, no cabe duda del destacado papel cultural de la evangelización puesto que la Iglesia ha representado en sí misma una especialísima síntesis entre la oralidad y el texto, que se verifica por medio de la acción litúrgica y sacramental, por la devoción de las imágenes y la arquitectura de los templos y santuarios… La prioridad del ‘rito’ sobre la ‘doctrina’ fue una permanente característica de la evangelización postridentina de América. Por ello, no hubo propiamente ‘herejes’ sin más bien ‘idolatrías’, como se les llamó a aquellos cultos indígenas que persistieron, especialmente, en los cultos funerarios… Octavio Paz ha afirmado, refiriéndose a la conquista, que “si para los españoles fue una hazaña, para los indígenas fue un rito, la representación humana de una catástrofe cósmica”… Sin embargo, más allá de los contenidos semánticos con que se exprese esta síntesis, me parece que el barroco iberoamericano al privilegiar el rito, crea el espacio de universalidad necesario para el encuentro entre culturas que se saben muy distintas. La eficacia simbólica del rito opera por sí misma, aún antes que se proponga una explicación o que se la comprenda”[89].

 

Esa matriz barroca está vigente hoy y nos ayuda a sortear peligros. Así por ejemplo, un doctrinalismo que no alcanza las culturas indo-afro-hispanoamericanas o, en el otro extremo, un ritualismo mágico donde el gesto expulsa a la palabra y a la idea. El equilibrio mariano que postula a una polaridad creadora del “Verbo trascendente” y de la “carne inmanente”, da el sentido y el órgano a la ritualidad sacramental católica, en la que, junto a los siete sacramentos, tenemos la infinita paleta de los sacramentales que se adentran en todas las circunstancias y situaciones de lo humano.

 

Inculturación sapiencial mariana

En esta materia tan palpitante, me permito evocar el estilo de inculturación sapiencial mariana de Juan Pablo II. Él era un polaco universal. Él sabía con la sangre que, la identidad cultural de su pueblo no la había sostenido ni el Estado, ni el Gobierno, ni siquiera la Nación. Él venía de una Polonia que durante 123 años (de 1795 a 1918) fue borrada de los mapas y no existió como nación política. Sin embargo, esa patria resistió y creció en la entraña de la Madre Iglesia, teniendo por bandera el rostro de la Virgen Negrade Częstochowa, y por capital, el santuario de ella en Jasna Góra. (Adenauer dijo que las verdaderas capitales de los pueblos católicos son sus santuarios marianos). De María habían aprendido la fidelidad. El lema de esa patria y de la Iglesia subterráneas llegó a ser “Polonia semper fidelis-Polonia siempre fiel”.

 

Juan Pablo, cuando aún era Cardenal arzobispo de Cracovia, firmó una Carta de los Obispos Polacos a todos los Obispos del Mundo Católico. Ahí escribieron sobre su experiencia de arraigo en María.

“Deseamos transmitirles este dulce secreto de nuestra historia. Gracias a ella permanecimos fieles a Dios, a la Cruz, al Evangelio, y a la santa Iglesia… Podemos citar nuestra propia experiencia histórica… Los vínculos seculares de la nación con María, Reina de Polonia, le ayudaron a ser fiel a Dios y a la Iglesia”[90].

 

Esta fusión de cultura, pueblo, nación, María e Iglesia, como “forma de estar en la historia”, le dio al Papa polaco una experiencia de inculturación profunda del Evangelio. Ella le permitió alentar otras inculturaciones en fases iniciales o adelantadas. Expresión de ello son sus homilías y discursos pronunciados como diálogos con las culturas del orbe entero. Su presencia y su comportamiento pastoral alentaron modelos de inculturación. Así ocurrió en la liturgia eucarística de la apertura del Sínodo de África, donde el ámbito barroco-occidental de la basílica de San Pedro se abrió ampliamente a la expresividad orante, cantante, coloreante y danzante del África morena. Además, Juan Pablo II inculturó la expresividad de la sensibilidad cultural internacional de los jóvenes en las Jornadas Mundiales de la Juventud, desde 1985 en adelante. Esa inculturación de lo juvenil ha influido, en casi todos los países, la forma de evangelización de las nuevas generaciones.

 

Un caso polinésico: Isla de Pascua

En 1969, Mons. Guillermo Hartl, Vicario apostólico de la Araucanía y de la Isla de Pascua, y el P. Sebastián Englert, pidieron al Rector del Santuario Nacional de María en Maipú, que explicara el Concilio Vaticano II a la población de la Isla de Pascua. Esos isleños son de cultura polinésica y de nacionalidad chilena. Eran los habitantes originarios de esa isla, la más aislada del mundo, la que ellos llaman Rapa Nui. Como es fácil imaginar, era ese un encargo extremadamente complejo y difícil.

 

Los pascuenses poseen un sorprendente y múltiple talento artístico, en la expresión musical, en la danza y en el tallado en piedra y en madera. El equipo misionero del Santuario Nacional de Maipú diseñó un programa mínimo, que debía adaptarse a lo que en la comunidad fuese ocurriendo como reacción a una oferta evangelizadora fundamental, con el tema eclesiológico del Vaticano II. Se tomó una decisión no fácil y discutible. Decidimos no llevar a Rapa Nui la imagen histórica de la Virgen del Carmen venerada en el santuario de Maipú. Así lo determinamos porque la población polinésica se sentía oprimida culturalmente por los chilenos continentales de cultura hispanoamericana, y la imagen de Maipú es muy característica de los estilos mestizos del mundo andino. De hecho, las imágenes religiosas que se veneraban en la parroquia de Isla de Pascua, nada tenían que ver con la cultura autóctona, en la cual toda persona es desde niño ya un tallador (¡tallaban hasta en la maderita de los lápices en la escuela!).

El planteamiento catequético era simple y central. El método era simbólico-interactivo, “ritual”-teatral en el sentido en que lo usa Pedro Morandé. Toda la misión se concentró en un gesto único que se iluminaba catequéticamente y se motivaba, una y otra vez, desde los más diferentes ángulos. Ese gesto central era algo que no había ocurrido nunca en la historia de Rapa Nui. Se escogió un acontecimiento simbólico. Esa propuesta de los misioneros era acorde con la cultura artística de los pascuenses polinésicos. El símbolo, tal como lo entiende Javier García González, permite el entronque del mensaje con una realidad cultural distinta a la del mensajero o misionero[91].

 

Todo el trabajo pastoral se focalizó en una invitación, a nombre del Obispo, para tallar en conjunto, durante una única semana (de Pentecostés a la domínica de la Santísima Trinidad) una imagen de María con el Niño en los brazos. En ella se representa a María como prototipo de la Iglesia que el Concilio Vaticano II había mostrado.

 

La propuesta catequética contenía un mensaje que se desplegaría progresivamente en esa semana.

–     El núcleo era el anuncio de la Palabra que se hizo carne en María.

–     El Evangelio se encarna en la cultura de cada pueblo.

–     Ustedes todos son artistas del tallado, ese es un don de Dios.

–     Nosotros, a nombre del Obispo, Sucesor de los Apóstoles, traemos el mensaje del Concilio, que es la reunión de todos los obispos del mundo con el Papa.

–     El Concilio declaró que la Iglesia quiere renovarse. Para ello, los obispos han escuchado al Espíritu Santo. El Paráclito ha señalado un camino para esa renovación, proponiendo a la Iglesia parecerse mucho más a María.

–     Quiere que sobre su frente coronada esté el fuego del Espíritu.

–     En sus oídos, la palabra de Jesús.

–     En sus ojos, la luz de la fe para mirar el mundo.

–     En su corazón, la espada del dolor que traspasa el corazón en la hora de la fidelidad.

–     En sus manos y en sus brazos: Jesús, Niño y Señor coronado.

–     En Pentecostés se bendecirían las manos de los doce mejores talladores escogidos por los pascuenses. Los enviarían, a nombre de la comunidad, a tallar juntos el madero.

–     La comunidad entera participa como familia orante.

 

El resultado fue estremecedor. Toda la gente pascuense originaria participó prácticamente sin excepción durante los siete días. El tallado se hizo frente a la parroquia, con momentos fuertes de oración, predicación y ritos, culminando con la celebración eucarística diaria. Puesto que los doce talladores trabajaron concentradamente, no pudieron ellos salir a pescar y sus familias no tenían lo necesario para la mesa. Entonces, otros pescaron para esos doce y sus familias. Además se hizo una olla común junto al lugar donde se tallaba el madero. Así fue, progresivamente, apareciendo una figura original en la iconografía cristiana. Era la imagen de la “Madre de la Isla de Pascua-Matua Vahine Rapa Nui”.

 

Como siempre, cuando ocurre algo muy importante en la isla, se compuso una canción en lengua rapa-nui narrando el acontecimiento. Once años más tarde se talló, en un contexto pastoral denso, la gran imagen de Cristo en el mismo estilo de la imagen de Matua Vahine Rapa Nui. Poco a poco, aparecieron los diferentes temas de la imaginería católica: el Sagrado Corazón, un nacimiento o belén, los santos…

 

La calidad artística la percibió el poeta Pablo Neruda. En su casa de Isla Negra, donde pasó sus últimos días, la única imagen cristiana era una copia que él mandó hacer de Matua Vahine Rapa Nui. A su vez, un museo especializado de Frankfurt organizó una exposición panorámica sobre Rapa Nui. Allí una gran imagen de Jesús se presentaba junto con piezas arqueológicas y muestras de la artesanía actual. Esa imagen de Cristo era la única que no repetía los antiguos modelos multiplicándolos artesanalmente. Es así, porque el nuevo arte escultórico católico es el único impulso creativo y comunitario que ha aparecido en el arte pascuense desde la hecatombe cultural del siglo XIX, cuando toda la estructura socio-cultural de la isla fue destruida por piratas franceses, que secuestraron todos los hombres físicamente capaces, llevándolos como esclavos para trabajar en las islas guaneras del Pacífico subtropical americano.

 

Aquella misión fue un pequeño gran paso de inculturación del Evangelio en el mundo polinésico. Fue un solo acto de marianidad de Pentecostés a la Fiesta de la Santísima Trinidad 1969. Los artistas pascuenses y toda la comunidad parroquial de la isla, vivieron días de honda comunión en torno a la Madre de la Iglesia y experimentaron cómo la Iglesia asumía respetuosamente su mundo cultural íntimo y abría un espacio a la creación autóctona. “Creer es crear” fue un lema que repetían en aquellos meses. Hoy en día la imagen de la Matua Vahine Rapa Nui es una referencia viva de la fe y de la identidad cultural de Rapa Nui. Las vivencias de esa gran semana confirmaron, una vez más, la capacidad encarnatoria de María. Ese carisma materno es un servicio de inculturación mariana sapiencial.

 

Queda mucho por hacer en las diversas inculturaciones. Hay temas nuevos de las culturas urbanas. Por ejemplo, proponer celebraciones en los santuarios marianos en las cuales articulemos el significado en la fe de los trasplantes de órganos, o la mutación cultural que está significando la creciente cremación de cadáveres.

 

 

4.      Lo político: Cuarta sugerencia pastoral

George Weigel, en su biografía ya indispensable de Juan Pablo II, cuenta que, después de la clausura del Sínodo extraordinario de 1985, el Papa polaco mandó al experimentado Cardenal Roger Etchegaray, Presidente de la Comisión Justicia y Paz a una misión especial. El Cardenal francés debía visitar a los prisioneros de guerra del sangriento conflicto Irán-Irak. Durante catorce años le confió otras misiones a los focos más críticos: Líbano, Angola, Sudán, Haití, Cuba, Vietnam, Burundi, los Balcanes… El Cardenal Etchegaray resume esta actividad de Juan Pablo II por la paz diciendo que él era un hombre “por encima de la política, no al margen de ella” [92].

 

Es difícil trazar la línea que separa una indebida intervención política en lo contingente por parte de la jerarquía, de una responsabilidad lúcida por la historia concreta de las naciones y las sociedades. Benedicto XVI en Deus caritas est ha actualizado la doctrina acerca de las relaciones entre fe y política. En ese marco nos situamos.

 

El Compendio Social de la Iglesia ha puesto en nuestras manos la sabiduría social-política de la Iglesia para la construcción de la paz en la justicia y la verdad. Lo mariano incide en la realización de la doctrina social de la Iglesia de múltiples formas. Primero que todo, María Educadora forma los cristianos que acogen esa doctrina social de la Iglesia, la aceptan y la ponen en práctica. Ella moviliza la caridad para que se encarne como amor social en la política. Ella despierta vocaciones políticas entre los fieles laicos.

 

Hay un campo muy propio de María como Madre de la Iglesia, “alma del mundo”. Lo podemos acotar diciendo que ella cuida y desarrolla la adecuada interacción entre comunión y solidaridad. Este tema se inscribe en la relación entre la caridad y la justicia que Benedicto XVI ha abordado en los números 26 al 30 de su encíclica Deus caritas est. En el Compendio de la Doctrina Social, el tema se trata dentro de un acápite titulado “La revelación del amor trinitario”. Para ello se cita a Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis, 40: quien nos dice que en la Trinidad se representa “un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse, en última instancia, la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en Tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión”[93]. Una comunión sin solidaridad no es ni auténtica ni convincente. Una solidaridad que no vive la comunión ni se inspira ni tiende a ella, es cristianamente deficitaria.

 

La mediación del “capital social”

Lo mariano incide globalmente en la política, más allá de las personas singulares, en forma indirecta pero muy eficaz. Lo hace a través de la mediación de lo que se ha llamado el “capital social”, es decir, de los valores que marcan una cultura y que le dan consistencia y proyección. Esos valores posibilitan o dificultan un desarrollo político y económico que redunda en el bien común. Hedy Nai-Lin Chang sostiene: “los valores juegan un rol crítico en determinar si avanzarán las redes, las normas y la confianza. Valores que tienen sus raíces en la cultura, y son fortalecidos o dificultados por esta, como el grado de solidaridad, altruismo, respeto, tolerancia, son esenciales para un desarrollo económico sostenido”[94].

 

El “capital social tiene su mayor tesoro en la reserva y en la calidad de amistad entre los ciudadanos, de fraternidad, de “caridad social”[95]. Benedicto XVI señala el núcleo del asunto: “El amor -caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor”[96]. Exactamente en este centro se inscribe el carisma de María en lo político. En tal amor socialmente necesario, María aporta la vena de misericordia, que para nada es paternalismo, sino la más alta cumbre del humanismo realista.

 

Si lo mariano trasciende el ámbito de la piedad personal, si constituye una forma coherente de ser y comportarse, tendrá necesariamente una incidencia cultural y, con ella, política. Si la personalidad mariana es auténtica, debiera tener un estilo de ser persona, de vivir la solidaridad. María es educadora del ciudadano activo: nos enseña el respeto a la verdad y a la justicia, la solidaridad práctica, la valoración evangélica de los pobres, y la responsabilidad de dar lo mejor de mí al bien común, especialmente por el trabajo.

 

La incidencia social-política de lo mariano es ancestral entre nosotros, tal como lo ilustra el acontecimiento modélico de Guadalupe. Esa importancia la constató Arnold J. Toynbee en su viaje por nuestro continente en 1966. Él mismo dice que lo que afirma de México es aplicable a América Latina en general, pues él vio en la Virgen mestiza el símbolo de la integración latinoamericana:

“Si sólo se dispone de tiempo para visitar una única cosa en México, vaya al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Sacrifique todos los otros objetivos por éste: porque aquí está la clave de la historia de México desde la conquista española… Nuestra Señora de Guadalupe ha sido la verdadera ‘hacedora’ de la unificación de la nación mexicana de hoy. Es ella la que ha fundido dos antiguas razas en una nueva. Las ha fundido creando una unión de corazones que ha hecho una mezcla de sangres, aceptable para ambas partes. El mexicano corriente del presente es un mestizo; tanto los de pura sangre india como los de pura sangre blanca son relativamente raros en México. Esto es obra de Nuestra Señora de Guadalupe”[97].

 

Recientemente, Guzmán Carriquiry ha publicado un ensayo político notable. En él analiza la identidad latinoamericana y su futuro. En ese horizonte, el profesor Carriquiry recoge una contundente afirmación de Octavio Paz, quien a fines del siglo XX volvía a mostrar la imagen de Guadalupe como símbolo continental de gran vigor político. Sostiene Octavio Paz: “Creo que la Virgen de Guadalupe ha sido mucho más antiimperialista que todos los discursos de los políticos del país”.[98]

 

Los acentos marianos de la antropología cristiana debieran inspirar políticas de respeto cultural a la persona. Una conciencia política mariana tiene por núcleo la categoría ‘vida’, entendida en toda su repercusión en la persona y en la comunidad. Esto significa acogimiento social práctico a cada nuevo ser humano. Esa personalización del ciudadano tiene un foco en la valoración de la familia, en las medidas protectoras de la mujer, y en especial de la madre. Puebla indicó que María tiene una “carisma maternal” que “hacer crecer en nosotros la fraternidad” (295), la que se expresa en justicia y solidaridad.

 

Los políticos, María y el Magnificat

Si miramos la realidad actual de nuestras naciones, podemos decir que la Iglesia ha fracasado en la formación de dirigentes políticos en los últimos decenios. La Iglesia está en deuda con nuestros pueblos. Es urgente que una Iglesia que es “casa y escuela de comunión”, prepare a muchos líderes políticos con sensibilidad social mariana. Ellos no necesariamente militarían en un solo partido político. Pueden muy bien asumir funciones en partidos diferentes en la expresión cotidiana de la política, pero ellos coincidirían transversalmente en una forma de humanismo cristiano que fuera eco realista del Magnificat de María, tal como Juan Pablo II lo explicó en tierra mexicana. Según el Pontífice, en el Magnificat, María se manifiesta como modelo

“para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la ‘alienación’, como hoy se dice, sino que proclaman con Ella que Dios ‘ensalza a los humildes’ y, si es el caso, ‘derriba a los potentados de sus tronos’”[99].

 

Los movimientos con marcada impronta mariana de nuestras Iglesias, ¿están despertando efectivamente vocaciones laicales políticas? Tal vez aquí hay un campo para reflexionar y crecer. En Polonia, bajo el impulso del Arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, se produjo en el último decenio de la dictadura comunista, una interesante proyección de la histórica marianidad polaca. Dirigentes y militantes profundamente arraigados en el Santuario de Częstochowa y su mundo espiritual, proyectaron con vigor su amor a María en tres direcciones. En lo sindical-político es conocida la trascendencia del sindicato Solidaridad, al cual -bajo la dirección de Lech Walesa- le cupo tarea histórica decisiva en la caída de los muros al final de los años 80. En el pensamiento cultural-político el grupo Snac-signo jugó un papel muy importante de apoyo a Solidaridad y a todo el proceso de consolidación polaco. En lo directamente evangelizador, intraeclesial, el movimiento Oasis, fundado por el P. Blachnicky, aglutinó, especialmente en el campo juvenil, una generación postconciliar que buscó nuevos caminos para la piedad mariana. Estas tres entidades constituyen una trenza, en la cual el espíritu de María estaba muy vivo, pero a la vez sin que se mezclaran indebidamente la función de cada una de esas instancias. Personalmente, no conozco otro marianismo con tanta repercusión social en todo el siglo XX. Sin pretender copiar artificialmente esos modelos, ellos pueden motivarnos a proyectar, desde la Doctrina Socialde la Iglesia, el amor a María hacia los amplios círculos de la cultura, la sociedad y la política.

 

Cualquier índice que se escoja señala la dramática realidad social del subcontinente. Pedro Javier González, Director General del Instituto Mexicano de Estudios Políticos, publica un artículo[100] en América Latina: Sociedades en Cambio. Informa sobre la realidad nutricional y dice:

“La disminución de la extrema pobreza o indigencia registrada por varios países entre 1990 y 1998, permitió elevar la capacidad de consumo de los estratos de menores ingresos, pero no atenuó las desigualdades[101] entre su consumo de alimentos y el de los estratos medios altos.”

Más abajo, Pedro Javier González, aborda el tema de la pobreza en general. Cita la “información oficial más reciente” y resume: “Respecto al desarrollo, a mayor desigualdad la sociedad destina menores recursos a los grupos más necesitados, y por ende, la pobreza aumenta”. Al final de su artículo concluye:

“Lo más importante del caso es destacar que, en virtud de la forma en que está organizado, en la forma en que opera, el sistema económico mundial, conspira contra la superación estructural de la pobreza, de tal manera que en cualquier momento, y de manera vertiginosa, tiene la capacidad de revertir los esfuerzos mundiales y los logros que se obtienen en la lucha internacional contra la pobreza.”

Estas constataciones debieran despertar en el político mariano pasión y lucidez en su acción y su lucha a favor de los necesitados.

 

El Magnificat ha sido mal usado haciéndose un cortocircuito inmediatista entre algunos versículos y la indignante realidad de injusticia social. Este tipo de raciocinio fue el signo de alarma que alertó al P. Jacques Loew y que le hizo percibir la desviación de la inspiración eclesial de algunos grupos de sacerdotes obreros en Francia a mediados del siglo pasado. Entre nosotros, hubo casos similares. Esas desviaciones no pueden eximirnos de considerar la incidencia social del Magnificat. En América Latina y el Caribe, esto es tarea pendiente.

 

El Cardenal argentino Eduardo Pironio, Siervo de Dios, con su oración dirigida “A nuestra Señora de América” quiso acelerar ese día:

“Virgen de la Esperanza,

Madre de los pobres…,

Hoy te pedimos por América Latina,

el Continente que tú visitas

con los pies descalzos,

ofreciéndole la riqueza,

del Niño que aprietas en tus brazos.

Un Niño frágil, que nos hace fuertes.

Un Niño pobre, que nos hace ricos.

Un Niño esclavo, que nos hace libres…

Madre de los pobres:

hay mucha miseria entre nosotros.

Falta el pan material en muchas casas.

Falta el pan de la verdad en muchas mentes.

Falta el pan del amor en muchos hombres.

Falta el pan del Señor en muchos pueblos.

Tú conoces la pobreza y la viviste.

Danos alma de pobres para ser felices.

Pero alivia la miseria de los cuerpos

y arranca del corazón de tantos hombres

el egoísmo que empobrece…

Que los pueblos de América Latina

vayan avanzando hacia el progreso

por los caminos de la paz y la justicia.”

 

Algo sobre el caso chileno

Como chileno me permito referirme a la realidad social de mi país en los dramáticos acontecimientos previos al gobierno de Salvador Allende, durante su presidencia, en el golpe militar y durante el gobierno de Augusto Pinochet. Las raíces de lo sucedido, desde el final de los años 60 en adelante, se hunden en los comienzos de ese siglo. Ese tiempo, ha sido estudiado por Maximiliano Salinas Campos en su tesis doctoral defendida en la Universidad de Salamanca. La obra se titula Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900. Con elementos de antropología marxista analiza un abundante material. La obra, en sus últimas páginas, se detiene en el tema mariano. Lo hace dentro del capítulo sobre “Religión popular, espiritualidad de los pobres”. Hay muchas simplificaciones en la interpretación, como algunos a priori del todo discutibles; pero la fuerza de los ingredientes genuinamente populares traen un frescor verídico, por ejemplo, cuando concluye: “La ternura de María constituye verdaderamente la experiencia central de la espiritualidad del oprimido”[102].

 

Varios decenios más tarde, cuando el enfrentamiento entre chilenos era grave y sangriento, la poesía popular mariana, en los momentos más álgidos de la lucha fratricida, iba registrando el acontecer desde el amor por María en su advocación nacional de Virgen del Carmen y con referencia al santuario nacional de Maipú. En cinco décimas tituladas Oración por Chile, un poeta que quiso dejar anónima su obra (era muy peligroso decir con nombre lo que él decía), dejó una página documental de lo que la fe mariana enseñaba en tan dolorosa circunstancia. Se dirige a la Virgen del Carmen diciéndole:

“Hoy en día mucha gente

es que imita a Pilatos,

para evitar malos ratos

se proclaman inocentes;

seamos todos valientes,

valientes y bien honrados,

si con fe lo hemos mirado

lo que aquí en Chile se ha visto

es que el Señor Jesucristo

de nuevo hemos enclavado.”

 

Otra décima muestra la presencia mariana activa en los mismos momentos de la confrontación fratricida:

“Virgen Santa Carmelita,

Estrella de mi bandera,

tú bien quisieras que fuera

grande mi Patria bendita;

hoy como una flor marchita

a tus pies la he de ofrendar

y la vengo aquí a dejar

en el Templo de Maipú.

¡Preséntala tú a Jesús,

Él la habrá de transformar!”

 

En los peores meses de violencia (1973-1974), uno de los grandes de la poesía popular, el poeta de guitarrón, Salvador Bustamante de la localidad campesina de Alhué, cierra su poema llamado Virgencita del Carmelo con una décima. Aquí se expresan sentimientos y actitudes, que si hubieran sido acogidas por los responsables políticos de la nación, se habría evitado mucha destrucción y mucha sangre, en medio de convulsiones políticas gravísimas. Este texto tiene carga de ética política y de valores solidarios en el capital cultural del pueblo.

“Me despido, Madrecita,

con respeto y con orgullo,

sé que soy un hijo tuyo

y tu bondad es infinita.

Hoy la Patria necesita

una gran nación de hermanos,

haz que todos aprendamos

lo que Jesús ya lo dijo:

Que un hijo con otro hijo

han de estrecharse las manos.”[103]

 

Chilenos mataban a chilenos. Cuando chilenos odiaban a chilenos, la fraternidad en Cristo, lo mejor del alma chilena, estaba guardado en el cofre de la devoción mariana, esperando el momento oportuno para plantear a todos, las exigencias de reconciliación y los caminos del perdón humilde y heroico. Era una reserva política de valor incalculable.

 

 

5.      El varón y la mujer: Quinta  sugerencia pastoral

En varios de nuestros países el día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, se ha llamado tradicionalmente Fiesta de la Purísima. La relación de la Santísima Virgen con la virtud de la pureza es evidente. La pedagogía de la pureza estuvo sometida a una visión de la sexualidad y de la corporeidad que, a su vez, reflejaba una antropología insuficiente. Progresivamente, en los últimos decenios, ha habido un cambio. La influencia de Juan Pablo II en esto es inmensa. Al calor de su pontificado, han aparecido múltiples estudios antropológicos, espirituales y pastorales sobre la corporeidad y la sexualidad. Entre ellos cabe destacar la obra Hombre-Mujer. El misterio nupcial del que fuera Rector de la Universidad Lateranense y actual Patriarca de Venecia, Cardenal Angelo Scola[104]. Una visión femenina del tema, la ofrece la mexicana Leticia Soberón Mainero en Perlas. Teología del cuerpo en Juan Pablo II[105] . Ese Sumo Pontífice y sus seguidores han iluminado la grandeza y la hermosura de la sexualidad humana.

 

En la tradición popular y también entre los jóvenes, el tema y la necesidad de educación de la pureza tuvo un apoyo sostenido en la plegaria “Bendita sea tu pureza”. Esta letrilla se atribuye al franciscano de la Provincia de Valencia, Antonio Panes (+1675). Los misioneros franciscanos enseñaban a los indios el “Bendita sea tu pureza” como oración cotidiana. En España también, hasta hace poco, era muy conocida, ampliamente difundida y editada en los devocionarios. En la actualidad, en muchos círculos, esta plegaria se recupera pastoralmente por su contenido, por su belleza formal y por la facilidad con que niños y jóvenes la aprenden.

 

Más hondo todavía y más total que el tema de la pureza, que establece la correcta relación entre amor y sexualidad, aparece el tema de la crisis de los sexos, es decir, la crisis de la calidad antropológica de los sexos, de la identidad sexual del varón y la mujer. El tema ha cobrado una vigencia y una trascendencia política mundial a través de las conferencias internacionales convocadas por las Naciones Unidas sobre el tema de la mujer. Diversos movimientos feministas y organizaciones no gubernamentales (ONG) propugnan activamente posturas no cristianas en la “cuestión del género”, lo que ha tenido consecuencias en las legislaciones nacionales de varios países y en convenios internacionales.

 

En la Iglesia, la cuestión del papel de los sexos, del ser varón o mujer, tiene una incidencia específica en razón de que sólo pueden recibir la ordenación sacerdotal varones. El Catecismo de la Iglesia Católica expresa:

“Sólo el varón (‘vir’) bautizado recibe válidamente  la sagrada ordenación” (CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (‘viri’) para formar el colegio de los doce apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (cf 1Tm 3,1-13; 2Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea (S. Clemente Romano Cor 42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II, MD 26-27; CDF decl. “Inter insigniores”: AAS 69 [1977] 98-116)”[106].

 

Benedicto XVI

En una reciente declaración, en víspera de su viaje a Baviera, Benedicto XVI ha vuelto a referirse a ello: “Ustedes saben que, en razón de la fe, por la constitución del Colegio Apostólico, no nos sentimos con potestad para dispensar la ordenación sacerdotal a mujeres”, y de inmediato agrega: “Pero no se debe pensar que en la Iglesia sólo es alguien de importancia, si uno es sacerdote. Hay una cantidad de otros encargos y funciones, que fueron confiados a mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia. Mujeres que han jugado un papel importante, comenzando por las hermanas de algunos padres de la Iglesia, hasta la Edad Media, en la cual ellas ejercieron roles muy precisos.”

 

Es interesante que el Santo Padre espere que las mujeres tengan un claro protagonismo en la búsqueda de su lugar activo en el Pueblo de Dios. “Yo creo que las mujeres mismas, con su empuje y su fuerza, con su primacía, por así decir, con su potencia espiritual, sabrán conquistarse su lugar, y nosotros debemos tratar de escuchar a Dios para no impedir que lo logren, y por el contrario, para alegrarnos que lo femenino en la Iglesia, tal como corresponde -desde la Madre de Dios hasta María Magdalena- alcance su vigoroso espacio”[107].

 

Juan Pablo II y María Zambrano: facetas inusuales

Sobre la vocación propia de la mujer en el plan de Dios, como ya lo indicamos más arriba, tenemos en la moderna antropología teológica, un sólido fundamento en la Carta apostólica Mulieris dignitatem y en otros documentos de Juan Pablo II. Pero también en su poesía y en su teatro hay luces potentes, por ejemplo en el texto del drama titulado Esplendor de Paternidad, donde trata un tema raramente abordado.

 

En esa obra se verifica fehacientemente el hecho que la femineidad y la masculinidad, que mujer y varón, son términos correlatos, correspondientes, y que no se puede definir el uno sin el otro. Al contrario, sólo se pueden definir en su recíproca relación. En Esplendor de Paternidad, la correlación no es la esponsal ni la del eros, es la referencia mutua entre el padre y la hija, la que alcanza, a lo largo del desarrollo dramático, una hondura metafísica y lírica. En un pasaje, el personaje masculino, Adán, le dice a la hija Mónica:

“Te quiero a ti, te quiero sin medida.

¡Encuentra siempre la fórmula secreta

de estar yo en ti

y tú en mí!”

Mónica le contesta con una pregunta:

“¿Por qué a veces pareces tan lejano si estás tan cerca de mí?

Comprendo que no puedas quererme fuera de la verdad de tu existir,

lo comprendo cada vez mejor.”

Adán replica con palabras que tienen pocos lugares paralelos en la literatura del siglo XX. En verdad, parte de la distorsión de la reciprocidad de identidades entre el hombre y la mujer, proviene de monopolizar la relación de lo femenino con lo masculino en la línea amatoria y erótica que culmina en la conyugalidad.

 

La obra Esplendor de Paternidad, por el poderoso remolino que despliega su drama, obliga a enfrentarse con realismo a la tensión de padre e hija, que tiene matices distintos a la tensión de amor entre padre e hijo. Adán le ha dicho a Mónica que el vínculo que los ata a ellos dos, trasciende absolutamente ese amor recíproco. Después de afirmar el poder que ese amor contiene, lo abre al más amplio horizonte con un imperativo de acción, Adán invita a su hija: “¡Construyamos juntos este mundo!”. La propuesta nos desvela que el mundo bien construido necesita del aporte de esa relación hija-padre.

 

Una de las grandes pensadoras en español, María Zambrano, discípula importante de Ortega y Gasset, ha abordado múltiples temas de la mujer. En un diálogo con un periodista del diario madrileño ABC confidencia lo central en su biografía íntima:

“Ser hija del padre, del Padre, con mayúscula, ofrenda aceptada y aceptante de mi vida. ¡Qué hermosura pronunciar ese nombre: el Padre, guía de mis raíces! Su pregunta me conmueve y turba el ánimo. Apenas puedo hablar de ello. Es la grandeza y el peso de mi vida”[108].

Esa centralidad de la relación filial en María Zambrano, tiene implicancia teológica y aguijonea a la mariología y a la pastoral, demandando un frescor nuevo en nuestro pensamiento y en nuestra acción educativa, por lo que respecta a la relación de María con el Padre de Nuestro Señor Jesucristo y de cada mujer con lo paterno. Para José Kentenich este vínculo filial maduro es “raíz”, como afirma María Zambrano, porque una filialidad libre y genuina prepara a la mujer en su esponsalidad, su maternidad y su estar en el mundo.

 

En las diversas relaciones básicas

En el círculo de las diversas relaciones familiares elementales, una condiciona a la otra. Así es como un varón que no ha solucionado bien su relación con el padre y con la madre, que no ha podido o no ha sabido ser hijo, con mucha dificultad puede ser buen padre. En la cultura latinoamericana ocurre eso de que el hijo de un padre ausente, suele quedar atrapado en la relación con su madre, y normalmente no es capaz de ofrecerle a su esposa una masculinidad madura que se irradie, libre y vigorosamente, en la vida matrimonial. Son muchas las mujeres que confidencian que al marido lo sienten como otro niño que hay que satisfacer y cuidar, más que como un compañero responsable y complementario en un amor integral. María es la Madre Educadora que desafía al varón a crecer. Ella no lo retiene, sino que le abre los horizontes y lo anima al vuelo audaz, liberándolo del miedo a la madre castradora. Esto tiene su importancia en la sanación de tantos varones psicológicamente dañados desde la temprana niñez.

 

Por otra parte, María es un icono del Espíritu Santo, que señala siempre hacia el Padre y hacia la paternidad de Cristo, el Buen Pastor[109]. Ella no se cansa de mostrarnos la existencia cristiana como un vivir de “hijos en el Hijo”. En tal espiritualidad, el varón encuentra los modelos superiores que confirman sus experiencias positivas de filialidad con sus padres naturales, y lo curan de las heridas de las experiencias negativas o insuficientes. En la sanación de nuestras culturas, María tiene aquí un papel insustituible. Nuestro arte pedagógico tiene aquí un campo muy desafiante, porque sin varones maduros es mucho lo que se hace imposible; por ejemplo, la formación de políticos que sepan ser padres de sus pueblos y no déspotas ególatras, corruptos y arbitrarios.

 

La contrapartida de la reflexión sobre la paternidad es la necesidad absoluta de lo femenino para el varón. Decíamos que José Kentenich cita la sentencia de san Bernardo de Claraval. Kentenich menciona este principio pedagógico por lo menos a partir de los años cuarenta del siglo XX[110]: “El varón no se salva sino por la mujer” (ver nota 31). Esa mujer que salva es, primeramente, María, la nueva Eva.

 

El marianismo de un varón, si es genuino y profundo, tendrá que permear su relación con cada mujer. En esto hay también una labor pedagógica. En algunos habrá que ayudar más bien a que conquisten la relación con María, para que, desde ella, iluminen su relación con las otras mujeres. En otros casos, cuando el varón tiene una piedad mariana sólida, habrá que mostrarle las consecuencias de ese vínculo en las otras relaciones con la femineidad, para dejarse “salvar” por cada mujer que le refleja algo de María, porque “Dios confía la humanidad a toda mujer”[111].

 

Algo sobre el celibato sacerdotal

En el ámbito de la relación hombre-mujer, se plantea la pregunta del celibato del sacerdote. El cuestionamiento del celibato tiene varios niveles y varios contextos, que no conviene confundir. El celibato tiene una dimensión mística, de comunión con Cristo, y una dimensión pastoral, paternal. Es una gran riqueza de la Iglesia latina. Sin embargo, debemos constatar rechazos del celibato sacerdotal. Las razones deben ser analizadas. Algunos, desde la carencia de sacerdotes, argumentan a favor de la ordenación de casados, los “viri probati”. Otros señalan a los dolorosos casos de pedofilia en los últimos años.

 

Hay una objeción al celibato sacerdotal, que se mantiene en el límite del consciente y del inconsciente. Ese cuestionamiento proviene del temor a que un varón que no tenga una mujer íntimamente unida a él, sea justamente quien detente el poder de conducción en la Iglesia. Se teme al jerarca no complementado por la mujer. Se sostiene que el sacerdote célibe, por lejanía con lo femenino, está más expuesto a ser clericalista, arbitrario, insensible a los pequeños y grandes desarrollos vitales, en definitiva, alguien de afectividad pobre. Tal deformación de lo sacerdotal aparece como una frustración de la capacidad amorosa del varón, con consecuencias en el trato personal, en la “inteligencia emocional” y en la capacidad de conducir los procesos vitales, en los cuales la pastoral de la Iglesia se desenvuelve.

 

El celibato sacerdotal es un doble regalo a la Iglesia. Ella como Esposa de Cristo vive en cada sacerdote célibe su misterio de intimidad con el Señor. Junto a eso, en el celibato consagrado, la Iglesia Madre expresa el amor pastoral de ella por los hombres. Cada sacerdote célibe está llamado a ser un consagrado-padre. Lo peligroso es un varón célibe que no se haya dejado complementar por lo femenino. El sacerdote que no ha recibido a María en su intimidad personal como Juan en el Gólgota (Jn 19,25-28), tiene un déficit esencial. El sacerdote no mariano está en peligro de no alcanzar la madurez varonil, la que consiste en una paternidad sólida y acogedora, firme, cálida y generosa. El amor a María de los futuros sacerdotes debiera comenzar en la familia de origen y en la pastoral juvenil. La presencia viva de María en los años de seminario será decisiva, pero necesita ser renovada constantemente después de la ordenación sacerdotal, en los retiros anuales y en tiempos sabáticos de espiritualidad y teología.

 

 

 

E.      PALABRAS AL FINAL

 

Pablo VI culmina la Evangelii nuntiandi con un capítulo que amarra, en lo sustancial, el tema misionero de la evangelización. Lo titula: “Con el fervor de los santos”. Él enseña que “este fervor exige que evitemos recurrir a pretextos” (80). En el último número del gran documento nos habla de María “Estrella de la Evangelización siempre renovada” (82). Pastoral mariana es una pedagogía que suscita el fervor de los discípulos y el entusiasmo pentecostal de los misioneros.

 

Karol Wojtyla llegó a ser el Papa del Totus tuus, María. Él conocía cara a cara el martirio de la Iglesia en Polonia. El último poema que escribió en Cracovia antes de ir a Roma al Cónclave, lo tituló simplemente Estanislao. Es una conversación con ese obispo mártir, predecesor suyo en la cátedra cracoviana. Al despedirse, Karol Wojtyla pronuncia una sentencia de pastor preocupado por la eficacia del Evangelio en los corazones, y por la impotencia de ganar a todos. Entonces le dice al mártir:

“Si la palabra no convierte,

la sangre convertirá.”

La pastoral mariana es para educar la fe en hondura martirial, preparando a los cristianos a ser fieles en la hora de la gran prueba.

 

Benedicto XVI envió un mensaje autógrafo, con fecha 24 de abril del 2006, a la Reunión Plenaria de la Congregación para las Causas de los Santos. Allí dice que los santos “son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor”. La pastoral mariana es, ante todo, una pastoral de la santidad.

 

Hay momentos en que el fervor decae, o la oscuridad nos turba. Entonces, de la pastoral mariana debiese brotar la plegaria de confianza heroica, clamando a “Nuestra Señora del Apocalipsis”:

“Dame tu paz y el poder de tu torre

que levantada rasga el firmamento.

Déjame hallar el día de tu Verbo, la roca

donde se estrella el puño de la noche.

Envía hasta mis sombras las solares escalas

de tu poder, los ríos inmortales

de su sabiduría.

Rompe el trono del cieno. Limpia el ojo. Destruye

sobre mi corazón los gélidos anillos.

Tú, sangre de David.

Espejo de alegría.

Morada del Señor.”[112]

P. Joaquín Alliende Luco

Königstein, 12 de septiembre de 2006

F.        NOTAS

 



[1] BENEDICTO XVI, Homilía por los 40 años de la clausura del Concilio Vaticano II, 8.12.05.

[2] PABLO VI, Marialis cultus (MC), Introducción.

[3] Ibid. 58

[4] AMATO Angelo, La via antropologica e inculturata di Puebla, en: Come conoscere Maria,   www.culturamariana.com.

[5] COLECCIÓN CELAM, Bogotá 1977, N° 161.

[6] Cf. “Wer ist die Kirche?”, en: Sponsa Verbi, Einsiedeln 1971, p. 184ss.

[7] JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem (MD) 27, nota 55.

[8] AAS 62, 1970, 300-301.

[9] VON BALTHASAR Hans Urs, Johannes Paul II, Die Freude, die bleibt, Herder, Freiburg 1980, p. 7.

[10] III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, Documento de Puebla (DP) 291.

[11] RATZINGER J.-VON BALTHASAR H., María, Iglesia naciente, Ediciones Encuentro, Madrid 1997, p. 94.

[12] LEAHY Brendan, El principio mariano en la eclesiología de Hans Urs von Balthasar, Ciudad Nueva, Madrid 2004, p. 59.

[13] Ibid., p. 7.

[14] Ibid., p. 37.

[15] Ibid., p. 7.

[16] Ibid., p. 6: “María precede a todos los demás y, obviamente, al mismo Pedro y a los apóstoles (…). Como bien ha dicho un teólogo contemporáneo, ‘María es reina de los apóstoles, sin pretender para sí los poderes de este auténtico ‘perfil mariano’, de esta ‘dimensión mariana’ (…). El vínculo (entre el perfil mariano y el petrino) es estrecho, profundo y complementario, aunque el primero (el mariano) es anterior (al petrino) tanto en el designio de Dios cuanto en el tiempo; y es más alto y preeminente, más rico en implicaciones personales y comunitarias’.”

[17] JUAN PABLO II, Mulieris dignitatem (MD), 27, nota 55: “Este perfil mariano es igualmente -si no lo es mucho más- fundamental y característico para la Iglesia, que el perfil apostólico petrino, al que está profundamente unido… La dimensión mariana de la Iglesia antecede a la petrina, aunque esté estrechamente unida a ella y sea complementaria. María, la Inmaculada, precede a cualquier otro, y obviamente al mismo Pedro y a los Apóstoles, no sólo porque Pedro y los Apóstoles, proviniendo de la masa del género humano que nace bajo el pecado, forman parte de la Iglesia ‘sancta ex peccatoribus’, sino también porque su triple munus no tiende más que a formar a la Iglesia en ese ideal de santidad, en que ya está formado y figurado en María. Como bien ha dicho un teólogo contemporáneo, María es ‘Reina de los Apóstoles’, sin pretender para ella los poderes apostólicos. Ella tiene otra cosa y más. (von Balthasar H., Neue Klarstellungen, trad. ital., Milano 1980, p. 181): Alocución a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana (22.12.1987) en: L’Osservatore Romano, 23 de diciembre de 1987.”

[18] Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), 773.

[19] RATZINGER J., Homilía pronunciada en el funeral de Hans U. von Balthasar, en: COMMUNIO Revista Católica Internacional, Año 10, Julio/Agosto IV/88.

[20] DE FIORES Stefano, Maria sintesi di valori, Edizioni San Paolo, Milano 2005, p. 18. (La traducción es mía).

[21] MC 25-28.

[22] Expositio ev. sec. Lucam, II, 26: Saemo 11, p. 168.

[23] LEAHY, ibid., p. 40.

[24] HUIDOBRO Vicente, Obra poética, edición crítica de Cedomil Goic, Madrid 2003, p. 1214.

[25] LEAHY, ibid., p. 152.

[26] La Iglesia latinoamericana hizo de este principio cristológico un principio de acción pastoral. DP 400 y 469, ver también Ad Gentes 3.

[27] DP 446.

[28] RATZINGER J., Die Tochter Zion, Johannes-Verlag, Einsiedeln 1977.

[29] RATZINGER J.-VON BALTHASAR H., María, Iglesia naciente, p. 94.

[30] RATZINGER J., Die Tochter Zion,  p. 31.

[31] Idem.

[32] Ibid., p. 32.

[33] VAUTIER Paul, Maria, die Erzieherin, Patris-Verlag, Vallendar-Schoenstatt 1981, p. 153 (Bernardo de Clairvaux: hom. II Super Missus est, 3, PL 183, 62 C).

[34] Dentro de la abundante literatura sobre el tema recogemos unos párrafos de “No nacimos pa´semilla” de Alonso Salazar J., CINEP, Bogotá 1990, pp. 197-199. El asunto de la dramática distorsión básica de la piedad mariana popular en Colombia, está también como trasfondo de un filme que lleva nombre mariano: “María llena de gracia”. Esta película obtuvo nominaciones para el Oscar del año 2005 y  ha sido muy elogiada en diferentes festivales cinematográficos internacionales. En el filme, la moral de la mafia exacerba las desviaciones del marianismo popular, instrumentalizando la imagen de María para sus pérfidos fines.

[35] MD 30.

[36] Idem.

[37] MD 29.

[38] MD 30.

[39] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 5, 6-7.

[40] Idem.

[41] PIUS X, Ad diem illum, p. 10f. ASS 36, p. 452.

[42] DP 290.

[43] CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium (LG) 62.

[44] KENTENICH Joseph, Marianische Erziehung, Patris-Verlag, Vallendar-Schönstatt 1971, p. 8.

[45] DP 290.

[46] VAUTIER P., ibid., p. 165: El P. Kentenich, en 1952, afirmó “desde el comienzo nosotros hemos interpretado la palabra ‘ecce Mater tua-he ahí a tu Madre’ como ‘ecce educatrix tua-he ahí a tu educadora’. ”

[47] Ibid., p. 165s.

[48] LG 62.

[49] SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, Ed. RODRÍGUEZ J. V.- RUIZ SALVADOR F., Madrid 1993, Introducción General, p. 25.

[50] SOSA CARBÓ Horacio, El desafío de los valores, Ed. Universidad Católica Argentina, Buenos Aires 2000, p. 108-112.

[51] Ibid., p. 109.

[52] Ibid., p. 110.

[53] Ibid.

[54] KENTENICH J., Dass neue Menschen werdenPädagogische Tagung 1951, Patris-Verlag, Vallendar-Schönstatt, 1976.

[55] RATZINGER J.-VON BALTHASAR H., María, Iglesia naciente, p. 26.

[56] RATZINGER J., Introducción al Cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca 2002, p. 210s.

[57] LULL Raimundo, Libre de Amice e amat, p. 295.

[58] WOJTYLA Karol, Hermano de nuestro Dios y Esplendor de paternidad, BAC, Madrid 1990, p. 161.

[59] PABLO VI, Evangelii nuntiandi (EN), 20.

[60] MOUNIER E., El Personalismo, Antología esencial, Ed. Sígueme, Salamanca 2002, p. 700s.

[61] RATZINGER J.- VON BALTHASAR H., María, Iglesia naciente, p. 19.

[62] Ver: FORTE Bruno, Siguiéndote a ti, luz de la vida, Ed. Sígueme, Salamanca 2004, p. 93.

[63] Revista Marianum 42 (1980), p. 84-125.

[64] JUAN PABLO II, Redemptoris Mater (RM), nota 130: AAS 79 (1987), p. 423.

[65] Idem.

[66] POZO Cándido, María, Nueva Eva, BAC, Madrid 2005, p. 251: [cfr. Orígenes, Commentarius in Evangelium Joannis, 1, 4, 23: GCS 10, 8-9, PG 14, 32].

[67] RM 45: AAS 79 (1987), p. 422.

[68] DP 445-446.

[69] Ver: KING Herbert, Joseph Kentenich- ein Durchblick in Texten, Patris-Verlag, Vallendar-Schoenstatt 2000, Band 2, Dritter Schwerpunkt: Getragen von der Grundkraft der Liebe, p. 200s.

[70] Voz: personalismo, en Diccionario de Pensamiento Contemporáneo, San Pablo, Madrid 1997.

[71] SECRETARIADO TRINITARIO, La entraña del cristianismo, Salamanca 2001, p. 810.

[72] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 17.

[73] Idem.

[74] GARCÍA GONZÁLEZ Javier, Tonantzin Guadalupe y Juan Diego en el nacimiento de México, Editorial Diana, México D.F. 2002, p. 21-22.

[75] METHOL FERRÉ Alberto, METALLI Alver. La América Latina en el siglo XXI, Ensayo Edhasa, Buenos Aires 2006, p. 139.

[76] JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia, 8.

[77] Ver: SOSA H., o. c., p. 283.

[78] Ver clase magistral en la Universidad de Ratisbona, Alemania, 11.09.2006.

[79] RATZINGER J., Introducción al Cristianismo, p. 210.

[80] Ibid., p. 201.

[81] Ibid., p. 202.

[82] BENEDICTO XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino del Obispo de Roma, 24.4.2005.

[83] GONZÁLEZ DE CARDEDAL Olegario, Raíz de la esperanza, Ed. Sígueme, Salamanca 1995, p. 250.

[84] Ibid., p. 217.

[85] ESQUERDA BIFET Juan, La misión al estilo de los apóstoles, BAC, Madrid 2004, p. 51.

[86] RATZINGER J.- VON BALTHASAR H., María, Iglesia naciente, p. 16-17.

[87] SAINT-EXUPÉRY Antoine, Ciudadela, CLX.

[88] Ecclesia de Eucharistia, 57.

[89] MORANDÉ Pedro, La formación del ethos barroco como núcleo de la identidad cultural iberoamericana, conferencia no publicada.

[90] EPISCOPADO DE POLONIA, Carta de los obispos polacos a los obispos del mundo católico, La Revista Católica, Santiago (Chile) 1981, N° 4.

[91] GARCÍA GONZÁLEZ Javier, El rostro indio de Jesús. Hacia una teología indígena en América, Ed. Diana, México 2002, p. 53-54: “La teología india, según algunos autores, prefiere la expresión simbólica como más propia del hombre que está en contacto con la naturaleza y vive inmerso en la comunidad; sus criterios de juicio son las palabras de los ancianos, ‘la palabra antigua’ y su existencia está empapada de religiosidad. Por lo mismo, le es más congenial el lenguaje simbólico que el especulativo, propio de mentalidades más racionalistas, individualistas y pragmáticas.”

[92] WEIGEL George, Testigo de esperanza. Biografía de Juan Pablo II, Ed. Plaza y Janés, Barcelona 1999, p. 678.

[93] PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Librería Editrice Vaticana, Vaticano 2005, N° 33.

[94] ALLIENDE LUCO Joaquín, Tiempos y parajes, Ed. Universidad Católica de Chile, Santiago 2003, p. 68.

[95] Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), 1939.

[96] Deus caritas est, 28.

[97] TOYNBEE Arnold, Entre el Maule y el Amazonas, Ed. Francisco de Aguirre, Buenos Aires-Santiago de Chile 1968, p. 122-123.

[98] CARRIQUIRY Guzmán, Globalización e identidad católica de América Latina, Ed. Plaza y Janés, México D.F. 2002, p. 201.

[99] JUAN PABLO II, en Zapopán, citado en DP 297.

[100] GONZÁLEZ Pedro Javier, América Latina: Sociedades en Cambio, Publicaciones Celam, Bogotá 2005, p. 55 ss.

[101] Las cursivas son mías.

[102] SALINAS CAMPOS Maximiliano, Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900, Lom Ed., Santiago 2005, p. 330.

[103] JORDÁ Miquel, Versos a lo divino y a lo humano, selección, Ed. Mundo, Santiago 1974, p. 68-69.

[104] SCOLA Angelo, Hombre-Mujer. El Misterio Nupcial, Ediciones Encuentro, Madrid 2001.

[105] SOBERÓN MAINERO Leticia, Perlas. Teología del cuerpo en Juan Pablo II, Ed. Edimurta, Barcelona 2003.

[106] CIC 1577.

[107] BENEDICTO XVI, L’Osservatore Romano 25.8.2006, N° 34, p. 11.

[108] Periódico ABC, Madrid, 23.04.1990, p. 57.

[109] Jn 10,1-16. Ver también Jn 14,9; 12,45; 10,30; passim.

[110] VAUTIER P., Maria die Erzieherin, p. 253.

[111] CROISSANT J., La Mujer Sacerdotal, o el sacerdocio del corazón, Lumen, Buenos Aires 2004, p. 121.

[112] ARTECHE Miguel, Destierros y tinieblas, Pehuén Editores, Santiago 1999, p. 97.

 

 

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