La virgen Maria y el ejemplo de los Santos

II. El ejemplo de los Santos

 

Una forma segura de conocer los efectos concretos que produce la verdadera devoción a la Virgen María es estudiar la vida y obra de los Santos. En ellos se puede comprobar con gran claridad como un tierno amor, una invocación constante y confiada, una entrega total y sincera a la Santísima Virgen siempre conduce a un desarrollo de la vida espiritual hasta las cumbres más elevadas, a una gran fidelidad a la Iglesia, y a una acción pastoral de incomparable fruto.

Los Santos nos enseñan cuán sencilla es esta respuesta a María. Decía, por ejemplo, Santa Teresa de los Andes (+ 1920):

 

“Desde los siete años, más o menos, nació en mi alma una devoción muy grande a mi Madre, la Sma. Virgen. Le contaba todo lo que me pasaba, y Ella me hablaba. Sentía su voz dentro de mí misma clara y distintamente. Ella me aconsejaba y me decía lo que debía hacer para agradar a Nuestro Señor. Yo creía que esto era lo más natural, y jamás se me ocurrió decir lo que la Sma Virgen me decía” (133).

 

Pero es una sencillez que conduce al heroísmo más alto en el amor y el servicio de Dios y del prójimo. Es la misma Carmelita chilena la que dice:

 

“Con la Sma. Virgen he arreglado que sea mi sacerdote, que me ofrezca en cada momento por los pecadores y sacerdotes, pero bañada con la sangre del Corazón de Jesús” (134).

 

Algo parecido encontramos en el testimonio del Beato mexicano Miguel Agustín Pro, S.J. (+ 1927). Pocos días antes de su martirio, escribía esta oración:

 

“¡Déjame pasar la vida a tu lado, Madre mía, acompañado de tu soledad amarga y tu dolor profundo …! ¡Déjame sentir en mi alma el triste llanto de tus ojos y el desamparo de tu corazón!

No quiero en el camino de mi vida saborear las alegrías de Belén, adorando entre tus brazos virginales al niño Dios. No quiero gozar en la casita humilde de Nazaret de la amable presencia de Jesucristo. ¡No quiero acompañarte en tu Asunción gloriosa entre los coros de los ángeles!

Quiero en mi vida las burlas y mofas del Calvario; quiero la agonía lenta de tu Hijo, el desprecio, la ignominia, la infamia de su cruz. Quiero estar a tu lado, Virgen dolorosísima, de pie, fortaleciendo mi espíritu con tus lágrimas, consumando mi sacrificio con tu martirio, sosteniendo mi corazón con tu soledad, amando a mi Dios y a tu Dios con la inmolación de mi ser” (135).

 

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