3.-Encuentro con reclusas Centro Penitenciario de San Joaquín

Encuentro con reclusas Centro Penitenciario de San Joaquín

 

Queridas hermanas y hermanos:

 

Gracias por la oportunidad que me dan de poder visitarlas. Para mí es importante compartir este tiempo con ustedes y poder estar más cerca de tantos hermanos nuestros que hoy están privados de libertad. Gracias, Hna. Nelly, por sus palabras y especialmente por testimoniar que la vida triunfa siempre sobre la muerte. Gracias, Janeth, por animarte a compartir con todos nosotros tus dolores y ese valiente pedido de perdón. ¡Cuánto tenemos que aprender de esa actitud tuya llena de coraje y humildad! Te cito: «Pedimos perdón a todos los que herimos con nuestros delitos». Gracias por recordarnos esa actitud sin la cual nos deshumanizamos, perdemos la conciencia de que nos equivocamos y que cada día estamos invitados a volver a empezar.

 

También ahora me viene al corazón la frase de Jesús: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn 8,7). Él nos invita a dejar la lógica simplista de dividir la realidad en buenos y malos, para ingresar en esa otra dinámica capaz de asumir la fragilidad, los límites e incluso el pecado, para ayudarnos a salir adelante.

 

Cuando ingresaba, me esperaban dos madres con sus hijos y unas flores. Ellos fueron los que me dieron la bienvenida, que bien se puede expresar en dos palabras: madre e hijos.

 

Madre: muchas de ustedes son madres y saben qué significa gestar la vida. Han sabido «cargar» en su seno una vida y la gestaron. La maternidad nunca es ni será un problema, es un don, uno de los regalos más maravillosos que puedan tener. Hoy tienen un desafío muy parecido: se trata también de gestar vida. Hoy se les pide que gesten el futuro. Que lo hagan crecer, que lo ayuden a desarrollarse. No solamente por ustedes, sino por sus hijos y por la sociedad toda. Ustedes, las mujeres, tienen una capacidad increíble de poder adaptarse a las situaciones y salir adelante. Quisiera hoy apelar a esa capacidad de gestar futuro que vive en cada una de ustedes. Esa capacidad que les permite luchar contra los tantos determinismos «cosificadores» que terminan matando la esperanza.

 

Estar privadas de libertad, -como bien nos decías, Janeth-, no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanzas. Ser privado de libertad no es lo mismo que estar privado de dignidad. De ahí que es necesario luchar contra todo tipo de corsé, de etiqueta que diga que no se puede cambiar, o que no vale la pena, o que todo da lo mismo. Queridas hermanas, ¡no! Todo no da lo mismo. Cada esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor —aunque muchas veces pareciera que cae en saco roto— siempre dará fruto y se verá recompensado.

 

Y la segunda palabra es hijos: ellos son fuerza, son esperanza, son estímulo. Son el recuerdo vivo de que la vida se construye para delante y no hacia atrás. Hoy estás privada de libertad, pero eso no significa que esta situación sea el fin. De ninguna manera. Siempre mirar el horizonte, hacia adelante, hacia la reinserción en la vida corriente de la sociedad. Por ello, celebro e invito a intensificar todos los esfuerzos posibles para que los proyectos como el Espacio Mandela y la Fundación Mujer Levántate puedan crecer y robustecerse.

 

El nombre de la Fundación me hace recordar ese pasaje evangélico donde muchos se burlaban de Jesús por decir que la hija del jefe de la sinagoga no estaba muerta, sino dormida. Frente a la burla, la actitud de Jesús es paradigmática; entrando donde ella estaba, la tomó de la mano y le dijo: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» (Mc 5,41). Este tipo de iniciativas son signo vivo de ese Jesús que entra en la vida de cada uno de nosotros, que va más allá de toda burla, que no da ninguna batalla por perdida con tal de tomarnos las manos e invitarnos a levantarnos. Qué bueno que haya cristianos y personas de buena voluntad que sigan las huellas de Jesús y se animen a entrar y a ser signo de esa mano tendida que levanta.

 

Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel se reduce sobre todo a un castigo, sin ofrecer medios adecuados para generar procesos. Y eso está mal. En cambio, estos espacios que promueven programas de capacitación laboral y acompañamiento para recomponer vínculos son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan. La seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad.

 

Con este sentimiento quiero bendecir y saludar a todos los agentes de pastoral, voluntarios, profesionales y, de manera especial, a los funcionarios de Gendarmería y sus familias. Rezo por ustedes. Ustedes tienen una tarea delicada y compleja, y por eso invito a las autoridades a que puedan también darles las condiciones necesarias para desarrollar su trabajo con dignidad. Dignidad que genera dignidad.

 

A María, ella que es Madre y para la cual somos hijos —ustedes son sus hijas—, le pedimos que interceda por ustedes, por cada uno de sus hijos, por las personas que tienen en el corazón, y los cubra con su manto. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.

 

 

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