1914 octubre 18 Primera acta de fundación

Habían transcurrido aproximadamente dos años desde que el P. Kentenich tomara a su cargo la educación de los estudiantes en Schoenstatt.  Sus esfuerzos y la entrega de los jóvenes se vieron coronados en la vida de la Congregación Mariana recientemente fundada.  Pero en el plan de la Divina Providencia esperaban aún grandes cosas a la Congregación.   Hasta el momento las actividades litúrgicas y las pláticas del Director Espiritual se habían desarrollado en la capilla del internado.  Sin embargo, ésta no se mostraba especialmente favorable: era demasiado grande y, además, no había privacidad.  Tanto el Padre Kentenich como los congregantes buscaban otra solución.  El Padre veía claramente la necesidad de que los jóvenes dispusieran de un lugar propio, del cual se sintiesen responsables y que fuese, a la vez, centro de unión para ellos.  Fue así como se pensó en la posibilidad de pedir al Padre Provincial Kolb, una pequeña capilla dedicada a San Miguel que estaba abandonada en el valle, a los pies de la colina sobre la cual se erigía el internado.  En Julio de 1914 la recibieron como propia y fue restaurada para su uso.
Los estudiantes partieron pronto a vacaciones de verano.  En Agosto estalló la primera guerra mundial, acontecimiento al cual estará estrechamente ligado la fundación y el crecimiento de Schoenstatt.  “Schoenstatt es hijo de la guerra” dirá más tarde el Padre Fundador.
El tiempo que media entre Julio y Octubre fue decisivo para la historia de Schoenstatt.  Es en ese lapso cuando nace, en el silencio del corazón del Padre, el “pensamiento audaz” que dio origen al Movimiento.
Lo extraordinario sucedió en las circunstancias ordinarias de la vida diaria.  Cayó en manos del Padre el diario “Die Allgemeine Rundschau” donde se encontraba un artículo sobre Bartolo Longo, abogado italiano, quien había “creado”  un Santuario mariano en la ciudad de Pompeya.  El P. Kentenich vio en este hecho una señal de la Providencia y meditó largamente sobre él: ¿No podría suceder algo semejante también en Schoenstatt?  El quería depositar toda la responsabilidad de la educación de los jóvenes en manos de María.  Los signos del tiempo, la guerra, exigían de ellos el máximo: la santidad.  ¿No estaría en los planes de Dios que María, tal como había sucedido en Pompeya, fuese atraída a la pequeña capilla, para establecer allí su trono de gracia, y mostrarse como educadora obrando milagros de transformación?
A estas reflexiones se agregaron dos más que confirmaban la dirección en que iba el plan de la Divina Providencia.  Una primera señal positiva eran las abundantes bendiciones que Dios había derramado sobre la pequeña comunidad a su cargo:  “Quien conoce el pasado de nuestra Congregación no tendrá dificultades en creer que la Div. Prov. tiene designios especiales para con ella”, dirá en la plática.  Por otra parte, pensar que eso era posible
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concordaba con una ley general en el Reino de Dios: “¡Cuántas veces en la historia del mundo ha sido lo pequeño e insignificante el origen de lo grande, de lo más grande!”.

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