El P. Kentenich durante la despedida de Milwaukee, el 15.9.1965: Queremos celebrar nuestra despedida.¿Qué quiero inculcarles? Son tres deseos. Los expreso de forma muy sencilla y muy ingenua. Pienso que primeramente deberíamos permitir que se nos diga: (1.) Hijo, no te olvides de tu Madre! Esto es posiblemente lo que hemos dejado que se nos grabe de la manera más profunda en el alma en el transcurso de estos años: Lo que hemos absorbido con la leche materna, un cálido, profundo amor a la Madre de Dios – me parece que hubiera llegado a ser más profundo, me parece que hubiera llegado a ser más vigoroso y vital, hasta me parece que la Madre de Dios nos hubiera llevado más y más profundamente a todos y a cada uno bien adentro del corazón de Dios Padre Eterno … (2.) Y una segunda palabra. Pienso que en realidad se debería decir: Hijo, no olvides las misericordias de Dios Padre Eterno, detrás de las cuales se encuentran también las misericordias de la querida Madre de Dios! Si nos detenemos un momento a reflexionar todo lo que hemos podido vivir juntos en el transcurso de los años que hemos compartido, – cada uno de nosotros lo sabe personalmente mejor que nadie – creo que en general todos deberíamos confesar: somos ahora más profundamente religiosos, más íntegros de carácter, con más fortaleza, hemos aprendido a acometer contra el espíritu de la época. Resumiendo: Podríamos y deberíamos y tendríamos realmente que repetir lo que innumerables labios de los Santos han elevado y resonado hacia lo alto: ¡Quiero alabar y ensalzar eternamente las misericordias de la Madre de Dios y las misericordias de Dios Padre Eterno! (3.) … La tercera palabra: Hijo, no olvides tus miserias! Sabemos lo que esto significa. Cuánto más profundamente nos hemos familiarizado con el corazón de Dios, nos hemos familiarizado con la realidad sobrenatural orientada al más allá, tanto más profundamente hemos vivido el límite entre ideal y realidad, tanto más hemos experimentado: No somos sólo una comunidad de santos, sino también una comunidad de pecadores, de pobres pecadores. Pero más allá de ello hemos aprendido, aprendido día a día de nuevo a interpretar justamente esta nuestra miseria como una llamada de la eterna, de la infinita misericordia del Dios Padre Eterno.
Milwaukee – en la