IV. La misión de la Iglesia
Deyanira Flores
Una característica fundamental de la Espiritualidad Cristiana es que es vivida como miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. No existe verdadera Espiritualidad Cristiana divorciada de la Iglesia. No podemos separar a Cristo de Su Iglesia, fundada por Él sobre la roca de Pedro. La Iglesia es Su Cuerpo Místico, Su esposa, que Él tanto amó, que bajó del cielo para unirse a ella indisolublemente en el tálamo virginal de María, para salvarla, y presentársela a Sí toda bella (Ef.5, 25-27), y hacerla Su Sacramento universal de salvación (101).
Ahora bien, así como no podemos separar a Cristo de Su Iglesia, tampoco podemos separar a la Virgen María de la Iglesia.
María es Madre de la Iglesia. Ella dio a luz a la Cabeza, y da a luz a los miembros. Ella cuida de la Iglesia con el mismo amor y solicitud maternal con que cuidó a Jesús.
María es miembro de la Iglesia. El miembro más importante después de Cristo, porque ella es la Madre del Fundador de la Iglesia y de todos los demás miembros. Ella precede a la Iglesia en el tiempo y en santidad. Ella cooperó a su nacimiento y coopera constantemente a su crecimiento.
María es tipo de la Iglesia. “En María todo: los privilegios, la misión, el destino, se pueden atribuir también intrínsecamente al misterio de la Iglesia. De ello deriva que en la medida en que se profundiza el misterio de la Iglesia, resplandece más nítidamente el misterio de María. Y a su vez, la Iglesia, contemplando a María, conoce sus propios orígenes, su íntima naturaleza, su misión de gracia, su destino de gloria, el camino de fe que debe recorrer” (102).
María y la Iglesia son inseparables porque María no es sólo su modelo por excelencia en su relación con Cristo y en su misión para con la humanidad, sino que es su tipo, su imagen escatológica. En María ya se ha cumplido a la perfección todo lo que la Iglesia está llamada a ser y hacer. La Iglesia debe prolongar a María, debe prolongar su misión en el tiempo y el espacio, debe ser María. Asimismo, cada miembro de la Iglesia está llamado a “ser Iglesia” y a “ser María”.
La Tradición habla, por tanto, de un Trío inseparable: la Virgen María, la Iglesia y el fiel cristiano. Todo lo que María es de manera especial, lo debe ser la Iglesia de manera general y cada cristiano de manera individual (103).
C. La Virgen María coopera ahora en nuestra vida espiritual
I. Cooperación de la Virgen María en todo el arco de
la Economía de la Salvación
La Santísima Trinidad llamó a la Virgen María a colaborar no sólo en la primera fase de la única Obra de la Redención de Cristo, sino también en su segunda fase, la actual, por medio de su mediación maternal. En otras palabras, la llamó a cooperar en todo el arco de la Obra de la Salvación: de la Encarnación a la Parusía. En la Comunión de los Santos, María es la persona que, como nuestra amantísima Madre y Mediadora, nos ayuda más perfecta, misericordiosa y eficazmente a vivir nuestra vocación cristiana y a perseverar hasta el final en nuestro seguimiento de su Hijo Jesucristo.
La cooperación de la Virgen María ha sido una constante a lo largo de toda la historia del Cristianismo. No hay país donde haya llegado el Evangelio que no tenga por lo menos una historia que relate la poderosa intervención de la Madre de Dios en su favor. Y si eso es cierto a nivel de naciones, lo es todavía más a nivel personal de millones de seres humanos que a lo largo de los siglos “han recibido a María en su casa” (cf. Jn.19, 27), y han acudido a ella en todas sus necesidades, “no habiéndose jamás oído decir que sus súplicas hayan quedado desatendidas”.
Esta asistencia maternal de la Virgen María abraza toda la vida y las necesidades humanas. Incluye, por tanto, y de manera especial, su asistencia en el desarrollo de nuestra vida espiritual. Gracias a la intervención de la Virgen María, muchos no creyentes en Dios o miembros de otras religiones han encontrado la verdad que buscaban en Cristo. Muchísimos pecadores empedernidos se han convertido y han regresado al abrazo misericordioso del Padre. Con solicitud y sabiduría incomparables, la Inmaculada va guiando a todos sus hijos en la vida espiritual, desde los primeros pasos de la vía purgativa hasta las cumbres más altas de la vía unitiva. Pues María no sólo es necesaria para los principiantes, para los “niños” en la fe, los cuales una vez que crezcan y se hagan adultos pueden ya prescindir de la Madre y seguir solos. El estudio de la vida de los grandes santos demuestra que es todo lo contrario. Entre más se elevan en la vida espiritual, más necesitan de la asistencia de la más experimentada discípula de Cristo.
¿Cuál es el fundamento teológico de esta cooperación actual de la Virgen María?
En primer lugar, la Voluntad soberana de la Santísima Trinidad, que determinó desde toda la eternidad la cooperación de esta criatura en todo el desarrollo de Su Economía Salvífica (104).
Una de las más sorprendentes y consoladoras verdades del Cristianismo es el hecho de que Dios haya querido nuestra colaboración, a pesar de que Él no nos necesita para nada, pues le basta querer para hacerlo todo. El ejemplo máximo de esta verdad es la Virgen María, la criatura llamada a colaborar “de forma totalmente impar en la Obra de la Salvación” (105).
El segundo fundamento es la unidad maravillosa que caracteriza todas las Obras de Dios. Si la Santísima Virgen cooperó en la primera fase de la Economía Salvífica, coopera también en la segunda. Si ella es Madre de la Cabeza, necesariamente lo es también de los miembros de esa Cabeza, que con Él forman Uno (106). Como bien dice el Beato Santiago Alberione (+ 1971):
“Excluir a María del apostolado sería ignorar una de las partes más esenciales del plan redentor de Dios … sería ignorar que, habiendo una vez dado a Jesucristo por medio de María, Dios no cambia Su método, estilo o designio. María dio a luz a la Cabeza y María da a luz a los miembros” (107).
San Luis de Montfort (+ 1716) especifica de qué manera las Tres Divinas Personas se han servido de la cooperación de María:
“El Padre no dio ni da a su Hijo sino por medio de María, no se forma hijos adoptivos ni comunica sus gracias sino por Ella. Dios Hijo se hizo hombre para todos solamente por medio de María, no se forma ni nace cada día en las almas sino por Ella en unión con el Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y virtudes sino por Ella. El Espíritu Santo no formó a Jesucristo sino por María y sólo por Ella forma a los miembros de su Cuerpo místico y reparte sus dones y virtudes …” (108).
El Siervo de Dios, Luis María Martínez (+ 1956), distingue muy bien la parte que le toca al Espíritu Santo de la que le toca a la Virgen María en la formación de Cristo en nuestras almas:
“De distinta manera, sin duda, santifican el Espíritu Santo y María: el primero es Santificador por esencia, porque es Dios, santidad infinita … y … a Él corresponde participar a las almas el misterio de aquella Santidad. La Virgen María es tan sólo cooperadora, instrumento indispensable en los designios de Dios. Del influjo material que tuvo María en el cuerpo real de Cristo se deriva el influjo que tiene en ese cuerpo místico de Jesús, que en todos los siglos se va formando hasta que al fin de los tiempos se eleve a los cielos bello y espléndido, consumado y glorioso. Pero los dos son los imprescindibles santificadores de las almas” (109).
El tercer fundamento teológico de la cooperación de la Virgen María en nuestra vida diaria es la voluntad de Cristo, que le pidió desde lo alto de la Cruz que fuera nuestra Madre, y a nosotros nos pidió que la recibiéramos como tal (cf. Jn.19, 25-27). Como enseña el Papa Juan Pablo II, “en estas mismas palabras está indicado plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo”, los cuales reciben de Él como un don personal a María (110).
Ahora bien, por el mismo hecho que nos la dio por Madre, nos la dio también por Mediadora. En efecto, una madre es por naturaleza mediadora de la vida que transmite a sus hijos, y mediadora de todo lo que sostiene esa vida: alimento, abrigo, protección, educación … De igual manera, en el orden sobrenatural, por medio de María hemos recibido la Vida misma, y recibimos todas las gracias que necesitamos en nuestra vida espiritual, y que Cristo le concede para que pueda cumplir con su misión maternal.
Imitar a Cristo es uno de los aspectos más importantes de la vida espiritual. El pedir ayuda a la Virgen María, confiarse a ella, dejarse formar por ella, obedecerla, amarla, consagrarse a ella, no es más que imitar al mismo Cristo. El primero en pedir la cooperación de la Virgen María, y para Su Obra más grande, fue Dios. ¡Con cuánta mayor razón será necesaria para nosotros la asistencia de la Virgen! (111). “¡Cuán altamente glorifica a Dios quien, a ejemplo de Jesucristo, se somete a María!” (112).
II. Una constante en la Tradición
La cooperación de la Virgen María en nuestra vida espiritual está claramente atestiguada por la Tradición y el Magisterio. Mencionamos sólo dos ejemplos.
Orígenes (+ 253) hace cuatro afirmaciones cortas pero de gran alcance: La primera es que María es mediadora de Cristo y del Espíritu Santo. En efecto, en su explicación de la Visitación, afirma que Cristo va a formar a Juan por medio de María, y que la voz de la Virgen fue como un instrumento del Espíritu Santo, a través del cual Santa Isabel lo recibió (113). La segunda es la influencia que ella ejerce en nuestro progreso espiritual. Siempre hablando de la Visitación, Orígenes se admira de todo lo que le sucedió a Santa Isabel y San Juan Bautista con sólo ese primer encuentro con María, que llegaba a su casa y los saludaba. Queda a nosotros conjeturar el progreso que San Juan Bautista, Santa Isabel y Zacarías harían durante los tres meses que gozaron de la presencia “de la Madre del Señor y del Salvador mismo” en su hogar, en particular el Precursor, que estaba siendo entrenado como un atleta para el combate que le esperaba (114). La tercera es la asistencia que María brinda en la comprensión de la Palabra de Dios. Orígenes afirma que nadie puede comprender el Evangelio de San Juan “si no ha reposado sobre el pecho de Cristo y no ha recibido a María convertida en madre suya“. Por último, el Alejandrino considera que María es dada por madre precisamente al discípulo perfecto, que se ha convertido en otro Cristo (115).
El Papa Juan Pablo II hace hincapié en la ayuda que nos brinda María por medio del Santo Rosario. La razón es que “la espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rom.8, 29; Fil.3, 10.21)”, por “un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la lógica de Cristo … En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo – en compañía de María – este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir amistosa. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como respirar sus sentimientos … El Rosario nos transporta místicamente junto a María … eso le permite educarnos y modelarnos … hasta que Cristo sea formado plenamente en nosotros” (116).