III. En las cumbres desde el inicio de su vida
Dra. Deyanira Flores
La reflexión profunda de Lc.1, 28 y del Dogma de la Inmaculada Concepción nos conducen a otra gran verdad: la Virgen María inició su vida espiritual desde las cumbres. Ella no tuvo que pasar por la vía purgativa ni la iluminativa, sino que inició su peregrinación de la fe ya en la vía unitiva. Este hecho ciertamente hace de su vida espiritual un misterio incomparable. Se basa en fundamentos de por sí únicos: su Maternidad Divina, su Inmaculada Concepción, su plenitud de gracia, su misión de cooperar en la Obra de la Redención.
Entre los autores de la Tradición que se refieren a esta gran verdad, mencionamos sólo uno (50): San Juan de la Cruz (+ 1591), uno de los más grandes maestros de la vida espiritual. En un texto que se encuentra en su Subida al Monte Carmelo, afirma:
“Dios sólo mueve las potencias destas almas para aquellas que conviene según la voluntad y ordenación de Dios, y no se pueden mover a otras; y así las obras y ruego de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este (tan) alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (51).
Expliquémoslo brevemente.
El propósito de la Subida al Monte Carmelo es mostrar cómo puede el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión, indicando cómo los principiantes y los aprovechados “deben desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión” (52).
Para logarlo, el alma ordinariamente debe pasar dos purificaciones, que San Juan de la Cruz llama “noches”, porque en ellas el alma camina “como de noche, a oscuras” (53). La primera noche, que pertenece a los principiantes, consiste en la purificación activa de la parte sensitiva del alma. La segunda, más oscura, es la de los aprovechados, y consiste en la purificación activa de la parte espiritual del alma (54).
En efecto, Dios se comunica sobrenaturalmente a nosotros por amor y gracia. “De donde a aquella alma se comunica Dios más que está más aventajada en el amor, lo cual es tener más conforme su voluntad con la de Dios, y la que totalmente la tiene conforme y semejante” –que es el caso de la Virgen María -, “totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente”. Es por eso que, “cuanto un alma más vestida está de criaturas y habilidades della según el afecto y el hábito, tanto menos disposición tiene para la tal unión, porque no da total lugar a Dios para que la transforme en lo sobrenatural” (55). Pero entre más se vacía y trata de conformarse a la Voluntad de Dios en todo por amor, más Dios la une a Sí y la transforma en Él (56).
Ahora bien, una vez que se ha alcanzado el estado de unión con Dios, las potencias del alma desfallecen en sus naturales operaciones, y pasan de su término natural al de Dios, que es sobrenatural (57). El intelecto se vuelve divino, porque, uniéndose a Dios, ya no entiende con la luz natural sino con la Sabiduría Divina; la voluntad se vuelve divina, porque, uniéndose al Divino Amor, ya no ama con su poder natural, sino con el Espíritu Santo; y la memoria se concentra en las cosas eternas (58). Por esta transformación sobrenatural, Dios posee las potencias “como ya entero señor de ellas por la transformación de ellas en sí, (y) Él mismo es el que las mueve y manda divinamente según su divino espíritu y voluntad …” (59). Es por eso que “las obras de tales almas sólo son las que convienen y son razonables, y no las que no convienen … porque Dios solo mueve las potencias destas almas para aquellas que conviene según la voluntad y ordenación de Dios, y no se pueden mover a otras; y así las obras y ruego de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen nuestra Señora …” (60).
En esta extraordinaria explicación de los efectos del estado de unión transformante en una persona, San Juan de la Cruz introduce a la Virgen María como ejemplo supremo de esta perfecta unión con Dios. Tal era la unión que la Virgen María tenía con Dios.
Ahora bien, si la persona que ha alcanzado el estado de unión “parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios … y aun es Dios por participación, aunque es verdad que su ser naturalmente tan distinto se le tiene del de Dios como antes” (61), ¡cuánto más lo podemos afirmar de la Madre de Dios! Si “las obras y ruego de estas almas” son tan eficaces, entonces la Tradición no se equivoca cuando habla del gran poder de intercesión de la Virgen María, algo que se entiende muy bien dentro del contexto de los que han llegado a la cumbre de la vida espiritual.
San Juan de la Cruz especifica que María “estaba desde el principio levantada a este tan alto estado“, el más alto posible en la vida espiritual. No se trata, por tanto, del hecho de que la Virgen María, en algún momento de su vida, haya alcanzado el estado de unión transformante, por perfectamente que lo hubiera hecho en comparación con todos los demás. Lo que San Juan de la Cruz afirma claramente es que desde el inicio de su vida María fue elevada por Dios al estado que los demás santos alcanzan como su meta en algún momento de su vida. Ella no tuvo que pasar por el proceso de purificación, por las noches. Fue toda pura desde el inicio.
San Juan de la Cruz enseña que el estado de unión transformante se alcanza cuando el amor es perfecto (62). Si María estuvo en este estado desde el inicio, esto significa que el amor de su Corazón Inmaculado fue perfecto desde el principio. Y dado que el amor puede continuar creciendo, ¡qué intensidad tendría su amor al final de su vida, cuando su Hijo la asumió en cuerpo y alma al cielo! La inhabitación de la Santísima Trinidad obtiene su máxima perfección posible en la tierra cuando el alma llega a la unión transformante, y María siempre estuvo en este estado. ¡Cómo será la unión entre la Santísima Trinidad y la Virgen es algo imposible de expresar!
La perfección de la vida espiritual de la Virgen María y su Inmaculada Concepción están indisolublemente unidas. Si ella es la Inmaculada, entonces está lista para la unión transformante desde el primer instante de su vida, porque es toda pura, totalmente abierta al amor de Dios. Y si ella fue elevada desde el inicio a este estado tan alto, es porque era Inmaculada, y por tanto no tenía necesidad de pasar primero por el proceso de purificación (63). El κεχαριτωμένη bíblico y el dogma de la Inmaculada Concepción, por tanto, son los sólidos fundamentos que explican la absoluta singularidad de la vida espiritual de María que San Juan de la Cruz afirma.
Hablando de las maravillas que Dios concede a las almas santas en general, el místico español menciona una razón fundamental para ello: la voluntad soberana de Dios.
“¿Quién podrá decir hasta dónde llega lo que Dios engrandece un alma cuando da en agradarse de ella? … Sólo se puede dar algo a entender por la condición que Dios tiene de ir dando más a quien más tiene; lo que le va dando es multiplicadamente según la proporción de lo que antes el alma tiene … (cf. Mt.13, 12) … De donde los mejores y principales bienes de su casa, esto es, de su Iglesia … acumula Dios en el que es más amigo suyo y lo ordena para más honrarle y glorificarle …” (64).
¡Qué bien podemos aplicar este texto a la Virgen María, la cual no es sólo la amiga de Dios, sino también Su Madre!
María, sigue afirmando San Juan de la Cruz, “nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió” (65). En efecto, según nuestro autor, el estado de unión transformante consiste en “una transformación de la voluntad humana en la Voluntad Divina”, una unión perfecta y una total identificación de nuestra voluntad con la de Dios. Y para obtener esta unión, dos condiciones son indispensables: que en la voluntad humana no haya nada que sea contrario a la Voluntad de Dios, y que sea siempre y en todo movida sólo por la Voluntad Divina. Esto explica la necesidad de vaciar el alma de todo lo que no sea Dios, y ponerse totalmente a la disposición de Dios, dejándolo hacer con nosotros lo que Él guste. Tal fue el caso de la voluntad de la Virgen Inmaculada, en la cual no hubo nunca nada contrario a la Voluntad de Dios, y la cual nuncafue movida por nada que no fuera Dios. Ella fue siempre toda de Dios, en pensamientos, palabras y obras.
¿Cómo puede ser esto posible? La respuesta es muy sencilla: porque “siempre su moción fue por el Espíritu Santo” (66). Con la excepción del alma humana de Jesucristo, María es la única persona humana que siempre fue movida por el Espíritu Santo, desde el inicio de su vida.
El principio tan exacto de San Juan de la Cruz: “estando desde el principio levantada a este tan alto estado … siempre su moción fue por el Espíritu Santo” no sólo ilumina admirablemente la vida espiritual de la Virgen María, sino que es el principio que debemos tomar en cuenta cuando hacemos exégesis. En cada una de las acciones de su vida, la Virgen fue siempre guiada y movida por el Espíritu Santo. Nada en su vida es por casualidad. Todo es digno de Aquél que la mueve, el Espíritu Santo. Todas sus acciones son divinas. ¡Cuánto ilumina esta verdad su vida entera, su misión y su grandeza! (67).
San Juan de la Cruz nos da un argumento muy bueno en su prólogo a la Llama de amor viva para comprender todo esto:
“Y no hay que maravillar que haga Dios tan altas y extrañas mercedes a las almas que El da en regalar, porque si consideramos que es Dios y que se las hace como Dios y con infinito amor y bondad, no nos parecerá fuera de razón; pues El dijo que en el que le amase vendrían el Padre, Hijo y Espíritu Santo, y harían morada en él (Jn.14, 23), lo cual había de ser haciéndole a el vivir y morar en el Padre, Hijo y Espíritu Santo en vida de Dios …” (68).
Más adelante nos recuerda algo muy cierto: “cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale según su condición y sus propiedades“. Y, por tanto, el Divino Esposo,
“estando en ti, como quien él es te hace las mercedes; porque siendo él omnipotente, hácete bien y ámate con omnipotencia; y siendo sabio, sientes que te hace bien y ama con sabiduría; y siendo infinitamente bueno, sientes que te ama con bondad; siendo santo, sientes que te ama y hace mercedes con santidad …” (69).
¡No debe sorprendernos, por tanto, que Jesucristo ame a María, y que demuestre este amor por aquélla que Él mismo escogió para que fuera Su Madre y Compañera en la Obra de la Redención, de una manera digna de quién es Él, el Hijo de Dios, el Amor mismo! María, Inmaculada, Siempre-Virgen, Madre de Dios, Toda Santa, Cooperadora en la Obra de la Redención, asumida en cuerpo y alma al cielo, misericordiosa Mediadora, nos muestra mejor que nadie el poder del amor de Dios, y las alturas a las que Él se complace en elevar a los que humildemente creen en Él y lo obedecen en todo por amor.
Podrían surgirnos tres preguntas: Si la Virgen María inició su vida espiritual desde las cumbres, ya perfectamente transformada por la gracia, ¿quiere esto decir que nunca creció en gracia? De ninguna manera. Aunque la Virgen comenzó su vida con una plenitud de gracia tal que supera la de todos los Santos al final de su carrera, ella nunca cesó de crecer en gracia y caridad, de forma que al momento de su Asunción poseía el grado máximo de gracia que ninguna persona humana será capaz de alcanzar (70).
La segunda pregunta es: ¿se puede hablar de progreso espiritual en María? Ciertamente; ella progresó constantemente, pues la gracia y la caridad siempre pueden aumentar, pero fue un progreso de perfección en perfección (71).
La tercera es: ¿fue entonces la vida más fácil para María que para nosotros, que no hemos recibido tal plenitud de gracia? Baste esta respuesta: Si es cierto que entre más da Dios, más pide (cf. Mt.25, 14-30), a la persona que Dios más le ha dado, ¿podemos siquiera imaginar cuánto le pidió a cambio? En sus propias, particulares circunstancias, la bienaventurada Virgen también tuvo que responder diariamente a la Voluntad de Dios para con ella.