4.-Schoenstatt

1968-20 de septiembre

Funeral del Padre Kentenich

 

SU VIDA, UNA CARTA DE DIOS PARA NOSOTROS

Homilía Mons. Tenhumberg

Funeral P. José Kentenich, 20 de septiembre de 1968 
 

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo, Amén. 

Exmo. Sr. Nuncio Apostólico, queridos Hermanos en el ministerio episcopal y sacerdotal, queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

Todo hombre grande es una carta de Dios a su época, un mensaje para los hombres. El  apóstol Pablo escribe en el capítulo tercero de la segunda carta a los corintios: “¿Tendríamos necesidad, como hacen algunos, de pedir de Uds. cartas de recomendación? Uds. mismos son nuestra carta de recomendación, una carta escrita en sus corazones, conocida y leída por todos los hombres. Evidentemente ustedes son una carta que Cristo escribió por medio nuestro, no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente, no en tablas de piedra, sino en corazones vivos.” 

La vida de nuestro Padre y Fundador es nuestra carta de Dios. El libro de su vida es nuestro libro de Dios. En este momento no podemos leer cada una de las palabras, ni todas las páginas de este libro. Sin embargo, quisiéramos considerar los tres capítulos más importantes. 

I.- El primero: El mensaje de esta carta nos dice: NUESTRO DIOS ES UN DIOS DE LA VIDA, UN DIOS QUE VIVE. Hoy se habla de la “muerte de Dios”. El Padre Kentenich vio llegar esa tendencia o mejor dicho, falta de espiritualidad; vio el ansia de Dios del hombre actual y de las próximas generaciones y en su propia alma sintió la angustia por Dios. En la imagen de María contempló la armonía maravillosa de lo natural y lo sobrenatural, la comunión de Dios con el hombre. Así se convirtió en el gran mensajero de la fe sencilla en la Divina Providencia; pero al mismo tiempo supo delinear el lenguaje de fe en la Escritura y la imagen sublime de Dios en el Apocalipsis. En esta fe viva, vio en cada autoridad humana y eclesiástica, una imagen de la paternidad de Dios. Y donde él mismo se dejaba llamar Padre, lo permitía únicamente cuando sabía que se buscaba en él un transparente de la bondad divina. 

     ¡Dios es un Dios viviente! Prácticamente, en cada instante experimentaba la realidad divina. Nunca conocí a un hombre como él que estuviera tan convencido de que en cada instante estaba escuchando a Dios y por eso era un hombre profundamente obediente. Leyó la palabra de Dios en tres grandes fuentes de conocimiento de las cuales nos habla muchas veces: 

     – Leía la palabra de Dios en la palabra de la Iglesia: de su boca tomaba la palabra de la escritura y la interpretaba en el espíritu de la Iglesia. Pero la tomaba también como palabra del magisterio de la Iglesia y enseñó a no dudar jamás de su validez. 

   – También leía la palabra de Dios en la acción del Espíritu de Dios en esta época y nos enseñó a reconocer las señales del tiempo, a interpretarlas de acuerdo a un auténtico discernimiento de espíritus y a cumplir la voluntad de Dios lo mejor que pudiéramos. 

    – Y leyó también la voluntad de Dios en el lenguaje misterioso del Espíritu en los corazones de los hombres y por eso fue respetuoso ante cada uno, porque veía en él la realización de un pensamiento de Dios y el portador de un mensaje de Dios. ¿Nos puede asombrar entonces su constante preocupación por “leer” nuestra época en la historia y en la Iglesia? Era el hombre de una santa entrega y por eso también intérprete del futuro. Así, apoyaba la autoridad humana y eclesiástica en la vinculación humilde a Dios y en el esfuerzo sencillo de ser él mismo una imagen del Padre Dios. ¡Dios es un Dios de la vida! ¡Nuestro Dios es un Dios viviente! 

II.- Por eso, el encabezamiento del segundo capitulo de su vida es: EL MENSAJE DE LA ALIANZA DE DIOS CON EL HOMBRE; NUESTRA ALIANZA DE AMOR CON NUESTRA MADRE, REINA Y VICTORIOSA TRES VECES ADMIRABLE DE SCHOENSTATT.-

      A la edad de 9 años ya se consagró a la Madre Celestial. Y el 18 de octubre de 1914 llevó a la práctica esa consagración a María con la joven comunidad (los primeros congregantes) allá abajo, en la antigua Capillita de San Miguel (nuestro Santuario Original). Selló, como Padre de una comunidad naciente, la Alianza de Amor con la Madre y Reina Tres Veces Admirable. Como mensajero de la consagración a María, llamó a incontables hombres a la renovación de la alianza con Dios; acción de poderosa envergadura histórica, esa alianza sellada en el Antiguo Testamento por los padres de la fe y plenificada en el Nuevo Testamento en la sangre de Jesucristo.

      De esta manera nos enseñó a ver la consagración a María en nuestra Alianza de Amor, nada menos que en la realización de la Alianza bautismal. Nos sumergimos en la alianza santa en la que Cristo está unido a su Iglesia y por la cual toda humanidad pertenece a Santísima Trinidad. Por eso se detenía respetuoso ante cada signo de amor a María, de fe en María, incluso en las más finas expresiones de la sencilla tradición cristiana ¡Nunca destruyó nada! Sino que trataba de ennoblecerlo todo y conducirlo interiormente a la realización del mensaje bíblico de María: “Haced lo que El os diga”. (Jn. 2,5)

        El amor a María sin santidad o coherencia en la vida diaria, carecía para él de toda validez. En su gran doctrina sobre la espiritualidad de Alianza, nos señaló como deber ser un hijo, una hija de María, obra e instrumento de la Santísima Trinidad.

        Así retomó el mensaje mariano de la Iglesia y lo impulsó profundamente convencido que la Iglesia de la nueva y novísima era, estará bajo el signo de María. ¿Nos asombra entonces que nuestra Señora Celestial, nuestra Madre y Reina, haya llevado al Cielo a su fiel servidor y mensajero, en el día de su fiesta y en el día de la resurrección, un domingo? (15 de Septiembre, fiesta de los Dolores de la Stma. Virgen, que en 1968 cayó en domingo) ¿Nos asombra acaso que la Providencia divina haya dispuesto regresarlo a Dios después de haber celebrado el Santo Sacrificio por primera vez en la Iglesia de la Adoración? Sabemos que él, toda su vida había escuchado la voluntad y el deseo de Dios; para él, la fe en la vida de María, la fe en la Divina Providencia y el cumplimiento de la voluntad de Dios, se llevaban a plenitud en la adoración de la Sma. Trinidad a través de Jesucristo, nuestro Señor. 

III.- Sobre el tercer capitulo, mi querida familia schoenstattiana, leemos las palabras: LA MISIÓN DE LA IGLESIA PARA LA ÉPOCA NOVÍSIMA Y LA MISIÓN DE SCHOENSTATT PARA LA IGLESIA DE ESTA ÉPOCA.

            En mi última conversación con él – fue por teléfono- la noche antes de su muerte, me dijo que consideraba una señal de amor de la Divina Providencia, que los actuales historiadores marcaran el comienzo de la primera guerra mundial como inicio de una época totalmente nueva, ya que también el Movimiento Apostólico de Schoenstatt había sido llamado al servicio de Dios, inmediatamente después de la declaración de esa guerra mundial. Por eso él pensaba que esta obra de Dios, tendría que cumplir una tarea en la Iglesia, con la Iglesia y para la Iglesia en esta época novísima.

           Quiso ayudar a formar al hombre nuevo en una nueva comunidad, impulsados ambos por la fuerza básica del amor. Al hombre masa -desprovista de vínculos, desarraigado, desmoralizado, materialista, brutalizado y hasta demoníaca- quiso contraponer el hombre arraigado en todas las vinculaciones queridas por Dios, desarrollando una plena armonía entre naturaleza y gracia, según Cristo, el Hombre Dios. ¡Una obra de grandeza infinita! Quiso regalar a la Iglesia personas y comunidades que, con magnanimidad y libertad, consideraran el cumplimiento de la voluntad de Dios como su ley suprema; la fidelidad y el amor a la Iglesia como su precepto más íntimo y la preocupación por todos los hombres y su eterna salvación, como la norma de su vida.

            A esto servía su ascética, su pedagogía y el desarrollo de su pastoral. A esto servían las leyes de vida que imprimió a los Institutos por él fundados, las la Federación, la Liga y el movimiento de peregrinos.

            En los últimos meses y años antes de su muerte, el P. Kentenich, hijo fiel de de San Vicente Pallotti, pensaba con gran cariño en el proyecto que llevaba en su corazón desde 1916: la idea fundamental de Pallotti de ayudar a la Iglesia a la creación de una federación mundial del apostolado (CAU = Confederación Apostólica Universal). Ello iba unido a una segunda intención: el deseo íntimo de ver no solamente reconocida su Obra por la Iglesia, sino que expresamente utilizada en la renovación religiosa y moral del mundo. Por eso deseaba, tal como lo manifestó varias veces, que en su lápida se grabara sólo la sencilla frase -como el Cardenal Newman- DILEXIT ECCLESIAM, “amó a la Iglesia”.

              ¿Qué dirá alguna vez esta Iglesia de él? ¡Es una pregunta dirigida a todos nosotros! Volvemos a leer nuevamente las palabras del Apóstol en el capítulo III de la 2ª- carta a los Corintios: “¿Tendría necesidad, como hacen algunos, de pedir a ustedes una carta de recomendación? Ustedes mismos son mi carta de presentación, una carta escrita en sus corazones, conocida y leída por todos los hombres. Ustedes son la carta que Cristo escribió por medio nuestro, y no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra, sino en corazones vivos”.

           Lo que la Iglesia dirá alguna vez de nuestro Padre y Fundador, se decide en nuestra vida, se decide en cómo leemos esa carta que Dios nos escribió en él y cómo la contestamos.

           Lo esencial de la Alianza del Antiguo Testamento es la PAZ: la paz de Dios, el orden santo en justicia y libertad. Esa paz descansaba en su rostro cuando había muerto. Y al estar allí, junto a sus restos, pensando en su Obra, todos creímos leer en sus labios las palabras del anciano Simeón, que fue hallado digno de llevar en sus brazos al Niño Dios en el Templo y ofrecerlo al Padre Eterno: “¡Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo morir en paz, porque mis ojos han visto la salvación!” (Lc. 2,29-30).  Amén.

20 ENERO

P. Rafael Fernández, El 31 de Mayo, Una misión para nuestro tiempo, Editorial Patris, 1996, págs. 31 al 44